Búsqueda Personalizada
Mostrando entradas con la etiqueta danza. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta danza. Mostrar todas las entradas

viernes, octubre 14, 2011

CUATRO BAILARINES CUBANOS ENTRE LOS 100 MEJORES DEL MUNDO

Tomado de Prensa Latina

Viengsay Valdés (FotosPL)
La Habana.- Los bailarines cubanos Viengsay Valdés, Alejandro Virelles, Dani Hernández y Osiel Gounod fueron elegidos entre los 100 mejores del mundo en la temporada 2010-2011 por la prestigiosa revista Dance Europa.

Fuentes del Ballet Nacional de Cuba, compañía a la que pertenecen, confirmaron a Prensa Latina la noticia.

En la selección, Valdés ocupa el cuarto lugar entre las bailarinas y el sexto en el listado mundial, mientras que Hernández está ubicado en decimoseptimo lugar, Virelles en el decimoctavo y en el vigésimoprimero Gounod.

Integraron el jurado destacados críticos de diversas partes del mundo, representantes de publicaciones como The Guardian, de Londres; Dance Magazine, de Estados Unidos; The Toronto Star, de Canadá y Danse, de Francia.

También The Herald, de Escocia; El País, de Uruguay; Frankfuter Allgemeine Zeitung, de Alemania; The Sydney Morning Herald, de Australia; y otros especialistas de ciudades como Lisboa, Tokio, París, New York, Madrid, Munich, Florencia, Milán y Rotterdam.

En el grupo de los 100 mejores figuran prestigiosos bailarines como los franceses Sylvie Guillem, Aurélie Dupont y Nicolas Le Riche; los españoles Tamara Rojo, Lucía Lacarra, José Martínez y Alicia Amatriain.

A ellos se añaden los rusos Natalia Osipova, Ivan Vasiliev y Diana Vishneva; la rumana Alina Cojocaru; los norteamericanos Julie Kent y Rasta Thomas; el inglés Steven McRae; el brasileño Marcelo Gomes y la argentina Marianela Núñez, entre otros.

martes, agosto 30, 2011

LA DANZA PREMIA A CARLOS ACOSTA

Por Amelia Duarte de la Rosa  (Granma)

Foto: Yander Zamora
Con la entrega del diploma acreditativo que confiere anualmente el Consejo Nacional de las Artes Escénicas (CNAE), Carlos Acosta se convirtió ayer en la noche, en la sala García Lorca, del Gran Teatro de la Habana, en el bailarín cubano más joven en merecer el Premio Nacional de la Danza.

De manos de Abel Prieto, ministro de Cultura; Miguel Barnet, presidente de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, y Julián González, presidente del CNAE, el primer bailarín y coreógrafo, de 38 años, recibió el galardón que estuvo acompañado por obras de Manuel Mendive, José Luis Fariñas y por el reconocimiento de la Asociación de Artistas Escénicos de la UNEAC.

La velada artística, que subió a escena varias manifestaciones de la danza, contó con las participaciones del Ballet Nacional de Cuba, la Compañía de Santiago Alfonso, X Alfonso, Danzabierta, Compañía JJ y Danza Contemporánea de Cuba. Al finalizar la gala, Acosta —quien agradeció a sus profesores y al público cubano— quiso dedicarle el premio a su familia y expresó: "cada individuo es producto de su historia, por eso es justo que yo comparta este premio con Fernando y Alicia Alonso por desarrollar el movimiento balletístico en nuestro país".


ARTÍCULOS RELACIONADOS



jueves, abril 07, 2011

CONFIEREN A CARLOS ACOSTA PREMIO NACIONAL DE LA DANZA 2011

El afamado bailarín y coreógrafo, actualmente primer bailarín invitado del Royal Ballet de Londres, acaba de ser reconocido con el máximo galardón que otorga el Consejo Nacional de las Artes Escénicas en Cuba

Por José Luis Estrada Betancourt (Juventud Rebelde)
Foto: Calixto N. Llanes

El bailarín cubano asume un papel protagónico en el
largometraje El día de las Flores
Carlos Acosta, el afamado bailarín y coreógrafo, actualmente primer bailarín invitado del Royal Ballet de Londres, acaba de ser reconocido como el Premio Nacional de la Danza 2011, máximo galardón que confiere el Consejo Nacional de las Artes Escénicas en Cuba.

El jurado estuvo presidido por el maestro Iván Tenorio.

Fruto de la Escuela Cubana de Ballet, esta estrella internacional ostenta importantes lauros como el Grand Prix de Lausana, Suiza; y el de la Bienal de la Danza de París, así como el que otorga la Fundación Princesa Grace, de Estados Unidos.


ARTICULOS RELACIONADOS





viernes, diciembre 04, 2009

MARIA ELENA LLORENTE EN SU ESPECIAL ANIVERSARIO

Por Miguel Cabrera* (Granma)

Rubia, menuda, cuatro años de edad y una irrefrenable vocación para la danza, eran los avales de María Elena Llorente al ingresar, en 1950, en la Escuela de Ballet de la Sociedad Pro-Arte Musical de La Habana.

En 1954 abandonaría Pro-Arte en busca de un método de ballet más riguroso y de más amplios horizontes, aunque su quehacer estaba aún lejos de encaminarse hacia la vida profesional. Junto a Alicia Alonso y Fernando Alonso, complementó su formación artístico-técnica en la Academia de Ballet Alicia Alonso, donde conocería también de las luchas que se libraban en el país por desarrollar un movimiento de ballet libre de limitaciones elitistas. Su primera experiencia escénica con el entonces Ballet de Cuba (hoy Ballet Nacional de Cuba), se produjo en 1955, al interpretar el rol de uno de los «Pajecitos» en las representaciones de El lago de los cisnes. El mundo fascinante del teatro, la labor profesional de los bailarines y el ejemplo del arte de Alicia Alonso, se mostraron aleccionadores ante sus ojos infantiles. Años más tarde, el 11 de junio de 1959, habría de realizarse su debut artístico profesional, en el Teatro de la Escuela Normal de Maestros de La Habana, como invitada del Centro Vocacional Artístico Musical de Guanabacoa, al interpretar «Flores cristalizadas», en una escenificación del ballet Cascanueces, de Chaikovski.

El triunfo revolucionario de 1959 abrió una nueva etapa en el quehacer artístico de la joven bailarina. Superadas las penurias económicas y las incomprensiones oficiales, el ballet cubano pudo, al fin, ir a la conquista de sus grandes aspiraciones históricas. Llorente se iniciaría profesionalmente al ingresar en 1962 en el elenco del Ballet Nacional de Cuba, donde redobló esfuerzos en pos del dominio técnico, la ductilidad estilística y la riqueza expresiva, indispensable a todo verdadero artista de ballet.

El año 1967 marcaría la nueva altura de su vuelo artístico, al ser promovida al rango de solista, que le dio a conocer como una nueva personalidad del ballet cubano, de fuerte técnica y bella apariencia escénica, capaz de otorgar un especial lirismo a cada una de sus apariciones en la escena. Desde entonces, Llorente devino favorita del público, quien no vaciló en definirla como sinónimo de precisión y buen gusto.

En 1973 realizaría los estrenos mundiales de dos obras de gran trascendencia, no solo en su repertorio como intérprete sino también en el quehacer coreográfico de la compañía: Tarde en la siesta y El río y el bosque, ambas de Alberto Méndez, consideradas por el público y la crítica especializada como verdaderas joyas de la coreografía cubana.

Llorente fue, desde sus inicios, una intérprete de un vasto registro, en el que figuraron los ballets románticos y clásicos más famosos, junto a coreografías de vanguardia, tanto cubanas como extranjeras. En la misma medida que se producía su desarrollo como bailarina creció una galería de personajes, muchos de ellos de especial trascendencia en el quehacer coreográfico de la Escuela Cubana de Ballet.

Con el Ballet Nacional de Cuba, donde ostentó el rango de Primera Bailarina desde 1976, cosechó notables éxitos en sus numerosas giras por América Latina, Europa, Asia, Estados Unidos, Canadá, y Australia.

A lo largo de su valiosa y extensa trayectoria artística Llorente se ha hecho acreedora de importantes galardones, tanto en su país como en el extranjero.

El 28 de octubre del 2002, fecha en la que se conmemoraba el aniversario 44 de la fundación del BNC e inauguraba el XVII Festival Internacional de Ballet de La Habana, María Elena Llorente decidió poner fin a su carrera como bailarina, dejando un saldo de más de cuatro décadas de fecunda labor. A partir de entonces, la Llorente ha dedicado todas sus fuerzas y vasta experiencia al campo de la enseñanza como maître y estrecha colaboradora de Alicia Alonso en el quehacer de la compañía, tanto en el plano nacional como internacional, confiada en la perdurabilidad de la Escuela Cubana.

Después de medio siglo de total entrega profesional a esa compañía y a esa Escuela, resume su legado para las presentes y futuras generaciones, al decirnos, en su modesta manera de siempre: "El ballet se ha desarrollado mucho en Cuba; pero me gustaría que el Ballet Nacional se mantuviera siempre como el más fiel guardián de ese pensamiento inicial, de esos sólidos principios que le han ganado a nuestra Escuela un lugar en la historia. Me gustaría que todo mi trabajo, durante tantos años, se viera como mi modesto granito de arena en ese empeño".

*Historiador del Ballet Nacional de Cuba

jueves, octubre 22, 2009

AQUELLA QUE FUI

La bailarina y coreógrafa Maricusa Cabrera, una de las mujeres más bellas y fotografiadas de la Cuba de los años 50 y poco más, nos cuenta de un tirón la historia de su vida

Por Edel Lima (Juventud Rebelde)

No me acuerdo cuándo fue la última vez que salí en una revista. La gente ni me conoce ya. Que algunos creían que estaba en Colón o en Miami. ¡Estoy aquí! Allá no se me ha perdido nada. Sabes, hace tiempo te esperaba: en el fondo de mí algo me decía que algún día ibas a venir.

Mi nombre real es María Leonor, pero no preguntes por él ni en los centros espirituales, porque desde pequeñita me llamaron Maricusa y se me quedó. Esta vieja es lo que queda de la bailarina y coreógrafa Maricusa Cabrera. ¡Eso sí!, ¿quién me quita lo baila’o? Yo tengo mi historia en la televisión y los cabarets de este país.

Nací el 9 de marzo de 1937 —ya pueden sacar la cuenta de mis años— en la casa de «la cubanita que nació con el siglo», en B y 15, en el Vedado. Sí, yo soy la hija única de la escritora Renée Méndez Capote con el periodista Antonio Cabrera Escanelle. Por supuesto, también la nieta del General Domingo Méndez Capote, al que no conocí, pero de él saqué estos ojos verdes.

Me bautizaron en el Palacio Presidencial. ¿Mis padrinos? El presidente de la República Federico Laredo Brú y su esposa, Monona.

Mi infancia fue feliz, en una familia de buena posición social y muy vinculada a la cultura, aunque a los seis años de edad sufrí un trauma muy grande, cuando mi papá, que había enfermado de los nervios, intentó matarme. Por suerte la manejadora pudo salvarme y se refugió en el apartamento de al lado, el de mi tía Rita Chaple.

Al enfermar mi papá, mi mamá me crió sola; fue madre y padre a la vez. Me dio una educación muy amplia y con mucha libertad; ¡a la francesa!, como ella decía. Por eso he sido siempre una mujer muy libre e independiente.

Empecé en Pro Arte Musical a los nueve años, de solista en el ballet de las niñas, con clases de Alberto Alonso y Elena del Cueto. Recuerdo que Alberto decía: «Ella casi no habla, pero mira cómo se expresa en la danza». El baile fue mi salvación; me llevaba a otra realidad más alegre y eso me fue sacando del trauma que viví con mi padre.

Por esa época también estudié en el Instituto Musical Margot Díaz Dorticós, donde me gradué de Solfeo y Teoría. De allí me fui en cuarto año de piano, porque me atormentaban mucho las escalas y los arpegios. La verdad, yo no servía para estar sentada. Entonces dejé de ser la directora de la revista infantil DO RE MI, del Club Musical Mozart, del mismo Instituto. Por cierto, quien escribía los editoriales no era Maricusa, sino Renecita (ríe), porque yo era muy niña.

Volviendo a Pro Arte, Lydia Díaz Cruz era la bailarina principal de las muchachitas. En Alicia en el reino de las cartas ella hacía el protagónico, y yo de acusado, ya entre las primeras figuras. Nunca olvidaré que Mirta Aguirre publicó en una nota de prensa: «A Maricusa Cabrera hay que vigilarle la carrera, tiene mucho talento».

Entre mis compañeritas estaban Laurita Alonso, Menia Martínez, Loipa Araújo, Mirta Plá, Aurora Bosch... Al fundarse en 1950 la Academia de Ballet Alicia Alonso, pasamos a estudiar allí, donde recibimos una formación magnífica. Imagínate, clases con Fernando Alonso, el mejor profesor de ballet que ha tenido Cuba. Cuando Alicia venía del extranjero, se hacían las presentaciones. Bailé en El lago de los cisnes, Giselle, Las Sílfides, Paganini, Toque...

Al ir creciendo, me di cuenta de que mi silueta no era igual a la de las otras bailarinas delgaditas, de cuello largo... Tenía demasiado muslo, demasiada nalga. Había que ver cómo paraba el tutú de la parte de atrás. Pero lo que era un handicap para el ballet clásico era una suerte para el moderno. Por eso en 1953 me fui a la televisión, que fue donde realmente tuve éxito.

Estuve pocos meses en el cuerpo de baile del Conjunto Coreográfico de la Televisión Nacional, de Alberto Alonso, porque Luis Trápaga me llamó y me colocó en su compañía de primera bailarina y pareja suya, contratados como artistas exclusivos del Canal 4. Pero a finales de 1955 me casé, más que todo porque estaba embarazada, y tuve que abandonar el baile. Trápaga se decepcionó muchísimo... Él quería hacer de mí una gran bailarina moderna.

Aquel matrimonio se acabó rápido, y en cuanto tuve a mi primer hijo regresé a la danza; esta vez al cabaret Montmartre, con las coreografías de Sergio Orta. Allí formé pareja de baile con Robertico Gutiérrez, pero bailábamos también en televisión, en el Canal 2 de Pumarejo. Nos hicimos muy cotizados, pero nos separamos después, porque él quería viajar a otros países y la idea no me gustaba.

Piensa que yo había ido a México con Renée y mi pequeño en 1956 (eso lo relata mi mamá en el libro Hace muchos años, una joven viajera...), y me fue muy mal, le hice alergia a la altura. Pero lo que ella no cuenta es que la representante del dueño del cabaret Astoria, donde yo iba a trabajar, me levantó la sábana mientras dormía y dijo: «¡Como la soñó el señor Fabert!». Me estaba esperando no solo para bailar... No acepté ni la recepción de bienvenida y al mes estábamos de vuelta en Cuba.

Es cierto, tuve que ir a México porque me estaban asediando personajes de la dictadura. Un día estaba en la finca de Rodney, el coreógrafo de Tropicana, y me dice: «No te vayas, que Fernández Miranda, el hermano de la mujer de Batista, viene a conocerte». ¡Me fui enseguida! Y Luisito, el hijo de Justo Luis del Pozo, me rondaba la cuadra en su carro. Aun así aquí en Cuba era otra cosa, me respetaban por mi madre y por la memoria de mi abuelo. En México o en cualquier país no me conocía nadie.

En los años 50 hice muchos comerciales para la televisión y trabajé en programas como Casino de la Alegría, Jueves de Partagás y US. KEST. También en los espectáculos de cabarets como el Capri, el Parisién y Tropicana.

Fueron años de muchas notas de prensa, siempre halagadoras. Por mi figura me buscaban los fotógrafos y aparecía en Show, Carteles, Gente, Bohemia... A mí Rodney me decía que yo salía más en las revistas que el anuncio de la Coca Cola. ¡Oye!, una vez me hicieron unas fotos en la casa de Félix B. Caignet, en Santa María del Mar, y el viejo, muy salpicón, comentó: «Esta muchacha con la piel trigueña, el pelo negro y los ojos verdes es un cheque al portador».

Mis mejores fotos fueron las de Alberto Korda. Me retrató para la revista Cine Belleza, hicimos amistad y fui una de sus modelos hasta entrados los 60. Y yo lo prefería, porque no era de mucho retoque, como Armand o Narcy, otros fotógrafos de aquella época. Sus fotos eran en vivo y en directo, como diría Eva Rodríguez.

Trabajé con muchos famosos: Alfredo Sadel, Fernando Albuerne, Maurice Chevalier, Edith Piaf... A Pedro Vargas lo conocí en el show de Radiocentro y sus hijos eran muy amiguitos míos. Yo tenía un baile que se llamaba Holiday for string (Festival de cuerdas), y Benny Moré me hacía con los platillos el mismo sonido de las cuerdas, sin partituras. ¡Increíble!

¿Que si luché contra la dictadura de Batista? ¡Cómo que no! Mi casa, la de mi madre, era un cuartel general donde se hacían muchas reuniones, y si nos cogían... Antonio Núñez Jiménez y su esposa, Lupe Velis, vivían con nosotros. Me acuerdo cuando los batistianos le quemaron a él los ejemplares de la Geografía de Cuba, un libro acabadito de publicar. ¡Cómo lloró ese hombre! ¡Un trabajo de tantos años!

Y triunfó la Revolución, llegó el Comandante y mandó a parar. Con el cierre de los casinos, nos unimos Lilie Maury, Peggy Gómez y yo en el trío Les Girls para trabajar en cabarets. Tuvimos mucho éxito, pero nos separamos porque Lilie y Peggy se fajaron en el Venecia, de Santa Clara.

Con mi segundo embarazo perdí la forma y fui bailando cada vez menos. Entonces me dediqué a la coreografía. Fui fundadora del Ballet de la Televisión Cubana y una de sus coreógrafas en programas como Música y Estrellas, Álbum de Cuba y Cita con Rosita. Una vez Alberto Alonso llamó para preguntar quién había sido la coreógrafa esa noche, porque le había impresionado. Y era yo, su alumna.

El trabajo en la televisión lo combinaba con el del cabaret. Monté varios espectáculos en la pista de El Caribe, del Habana Libre. En los años 65 y 66, creé los pasos del Pa’cá y lo bailaba, pues Juanito Márquez había visto el Joropero montado por mí, le gustó y me fue a buscar. Gané premios en los carnavales con las carrozas del Pa’cá y el Pilón. Fue una etapa en que la música cubana arrebataba; la etapa también del Dengue y el Mozambique.

Más adelante, me fui definitivamente al cabaret, porque había demasiados conflictos en el Ballet de la Televisión. Primero de coreógrafa en el Capri, y en el 70 de directora y coreógrafa en el Habana Libre. Allí monté el show hippy psicodélico Un, dos, tres..., que a los nueve meses lo quitaron de la noche a la mañana, después que lo había visto La Habana entera.

Dice la revista Romances en el 71: «Vuelve la onda moderna al Habana Libre». Monté el espectáculo del Mundial de Pelota. Todo el vestuario era de aluminio; me lo hicieron mis amigos los artesanos. Luego levanté el nivel del Nacional de Prado, El Palermo, El Sierra y otros cabarets chiquitos. También dirigí muchas fiestas de protocolo.

Pero la mala noche en el cabaret y los problemas familiares me causaron un break down nervioso. Y con solo 41 años, en 1978, me bajó la jubilación. Entonces, me dediqué a llevar una vida tranquila. Por miedo a la soledad me casé con Rigoberto Monzón, el editor de los libros de mi mamá. Y como buena abuela, ayudé a criar a mis nietos.

La muerte de mi madre en 1989 fue un golpe terrible. Pero le quise hacer el entierro que merecía, guardé las lágrimas para después y le avisé a todo el mundo. En la cara me estoy pareciendo a ella enormemente, porque aunque era obesa de joven, de vieja se puso muy delgadita, siempre con su boina, su bastón y sus batilongos. Era una mujer maravillosa, con un sentido del humor tremendo y muy buena memoria, que escribía a cualquier hora. Y como el hijo del gato caza ratones, yo también escribí: la historia de mi vida en unas estampas. Cuando ella las leyó, me dijo: «Has hecho del dolor literatura». Y las rompí.

He pasado la muerte de dos de mis cuatro hijos y mírame aquí, pero prefiero no hablar de eso.

Llevo ya cuatro años y medio en el asilo de Celimar, porque me caí y me partí el fémur; quedé coja y ya no podía salir a la calle. Aunque parezca mentira, aquí he encontrado la paz y la tranquilidad que nunca antes había tenido.

Todavía me pinto como si fuera a salir al escenario; no he perdido la costumbre. Soy la vicepresidenta del Consejo de Abuelos. Canto y bailo en las actividades culturales, y tengo un popurrí de muchas cositas, con el que me divierto y divierto a los demás. A pesar de todo, yo digo que mi vida ha sido una sonrisa. Y sigo siendo la misma, aquella que fui.

jueves, octubre 08, 2009

HUO YAOFEI: UN CHINO EN SU SALSA

En la capital china existe un local que promueve la cultura cubana, su fundador es un apasionado por Cuba y sus ritmos

Por Nyliam Vázquez García (Juventud Rebelde)

Confiesa ser un mensajero de la música cubana en su país. Pero más que eso, Huo Yaofei (David) es un promotor cultural nato, un «casinero» empedernido, un apasionado de nuestros ritmos. Se mueve con tanta soltura que si no fuera por la certeza de que nació en China y ha vivido siempre en Beijing, podría pensarse que creció en cualquiera de nuestros barrios. Posee una técnica depurada y, sobre todo, disfruta cada movimiento. David ha incorporado no pocas de nuestras prácticas y gustos, así que al encontrarlo sorprende que no saluda con el «Ni Hao» (hola en mandarín) y la inclinación de la cabeza como hace con los suyos, sino con un «Hola, ¿cómo estás? ¿Todo bien?», los sonados besos o el apretón de manos.

En 2004 inauguró La Casa de David en pleno centro de Beijing. Este es un local de promoción de la cultura cubana, que por el día funciona como escuela y en las noches se convierte en club donde lo único que suena es música cubana. Algunos de sus alumnos ya son maestros y mientras en China se vive el boom de los ritmos latinos, David aporta lo suyo desde un espacio que tiene mucho de nuestra Isla.

GÉNESIS DE UN BAILARÍN

David es invitado de honor de muchas de las actividades de la Embajada de Cuba en China. Dueño de una amplia y fresca sonrisa, casi siempre viste de pantalón blanco y camisa entreabierta.

«Estudié en la Universidad medicina deportiva y en segundo año de la carrera seleccioné como asignatura opcional Danza latina. Por esa misma época (1998), escuché por primera vez música salsa en una discoteca. Me gustó mucho, aunque entonces no era muy conocida en China», comentó.

Con las clases de danza, impartidas por dos profesores chinos, aprendió algunos pasos básicos de bailes latinos. En ese período llegó un grupo musical de Cuba. Gracias a su interés y a pesar de no hablar español, hizo muy buenos amigos entre los profesionales cubanos, y con las bailarinas de Tropicana Santiago aprendió detalles de nuestro estilo de baile.

Huo Yaofei notó muchas diferencias entre el modo de bailar colombiano, venezolano… latinoamericano y el nuestro. Sin embargo, se quedó con el «casino».

«El ritmo de la música cubana también es más fuerte. El estilo cubano tiene más sentimiento y se expresa de un modo más natural. Hay que entender la música como parte de la cultura», confesó, y creo que ese es su secreto.

Cuando aprendió a bailar como el más ducho de los cubanos en la materia, David comenzó a compartir con sus compañeros su don. Practicaba y enseñaba en gimnasios; incluso en 2003 logró tener un espacio en la televisión. En ese año vino a Cuba por primera vez.

BAILAR EN CASA DEL TROMPO

Recorrió varias provincias y, especialmente, intercambió con personajes de la cotidianeidad, quienes fueron sus maestros de «casino».

«En ese primer momento, el baile no me dio mucha dificultad. Sentí la salsa como una mezcla de muchos tipos de música en Cuba como el son montuno y otros ritmos populares. Volví a China para dejar mis asuntos personales y de trabajo en orden y regresar por un tiempo más largo. A finales del propio 2003, durante mi segunda estancia, me acerqué más a otros ritmos cubanos, como el mambo, la rumba y el cha cha cha», contó David, quien dijo que en esa ocasión su objetivo era aprender la música y la danza profundamente y de modo sistemático.

Primero pensó pedir una beca, pero como demoraba, optó continuar solo. Sin embargo, se apoyó en cursos ofertados por el Instituto Superior de Arte (ISA). Fue en esa escuela y entre los cubanos donde aprendió las danzas tradicionales. Entendió entonces que ahí estaba la esencia: «Si le incorporaba ese sabor cubano, podía bailar perfectamente la danza». Tenía razón.

—¿Qué ritmos cubanos prefieres?

—Rumba cubana —dice en perfecto español (hasta aquí me apoyaba la joven Lei, unas de las traductoras de la Embajada).

—¿Y el grupo que más te gusta?

—Los Van Van y Pupy y los que son son —otra respuesta en español que no le tomó ni medio segundo.

—¿Qué piensas del interés de los chinos por bailar salsa?

—Después de diez años ha cambiado mucho el panorama. Al principio solo bailaban los empleados de las embajadas latinoamericanas o los estudiantes de ese país en China. Actualmente, pienso que unos diez millones de chinos estarían bailando salsa, según cálculos personales. Para lograr estos resultados, se ha contado con los esfuerzos de muchos profesores que, como yo, enseñan salsa, y no solo en Beijing.

LA CASA DE DAVID

Huo Yaofei no solo enseña a sus alumnos los pasos básicos del baile, el rito de la rueda de casino u otros trucos y complicadas vueltas la danza. Le interesa que aprendan de nuestra rica y diversa cultura, en la que los chinos también dieron su aporte hace casi siglo y medio atrás. Para conseguirlo utiliza en sus clases varias manifestaciones como la pintura, el cine y la música más tradicional.

—¿Cuán difícil es para un chino aprender a bailar salsa?

—Es un proceso largo más allá de los pasos básicos, especialmente porque mis compatriotas a veces se concentran más en la técnica que en seguir el ritmo. Trato de que comprendan la música, uso palabras en español, les explico las diferencias de los estilos de la salsa colombiana o la de Nueva York, por ejemplo. Por suerte, tengo muchos alumnos que ya están enseñando.

—¿Qué significan Cuba y los bailes cubanos para David?

—Yo me siento cubano. Me gusta la comida cubana, el ron, el tabaco, la música, la cultura… ¡me encantan las cubanas!, dice y ríe con una picardía más nuestra que de su tradición.

«Me siento un mensajero de la cultura cubana en China. Quiero que los cubanos sigan desarrollando su música y su baile y todos los que visiten Beijing se lleguen por la Casa de David, que es Cuba».


ARTICULO RELACIONADO

El chef audiovisual de la salsa china
Por Harold Santana Gaínza (Bitácora Sino-Cubana)

lunes, octubre 05, 2009

CARLOS ACOSTA, EL BUENO DE LA PELICULA

El reconocido bailarín cubano regresó este caluroso verano a su tierra, para probarse nuevamente como actor, en el rodaje del largometraje El día de las flores, donde asume un papel protagónico

Por José Luis Estrada Betancourt (Juventud Rebelde)
Foto: Calixto N. Llanes

Tras hacer delirar a un público que lo adora, y de regalarle a su pueblo amado un sueño: el debut del Royal Ballet en La Habana, Carlos Acosta, para no pocos el mejor bailarín del mundo, regresó este caluroso verano a su tierra. ¿El motivo? Probarse nuevamente como actor. Sí, estimado lector, leyó bien: otra vez, porque ya el renombrado artista había trabajado bajo las órdenes de la no menos famosa actriz estadounidense Natalie Portman (Closer, La guerra de las galaxias II y III, Paris, je t’aime, Los fantasmas de Goya…), según comentó en exclusiva para Juventud Rebelde.

«Mi relación con el cine no viene de ahora», asegura Acosta, quien recientemente acabó de rodar en la capital cubana El día de las flores. Comenzó cuando Natalie Portman me llamó, en el año 2007. Regresaba a Londres después de haber bailado en algún lugar que no recuerdo, y entraba por el aeropuerto cuando recibí su llamada por el celular. Era para decirme que tenía un proyecto y que había escrito una historia pensando en mí. Conversamos, me explicó la trama y discutimos algunas posibles fechas para el rodaje. Luego ella viajó a Inglaterra.

«La película se estrenará próximamente, después de dos años de haberla filmado. Se titula New York, I love you, y está conformada por cortometrajes de cinco a siete minutos, dirigidos por varios directores. En la mía, donde hago el protagónico, solo hay 20 segundos de danza; el resto es actuación. Resulta que en el filme soy un bailarín que se ha quedado a cargo de su hija, tras el fracaso de su matrimonio. Su esposa, cansada de estar con un hombre que apenas consigue trabajar, decide abandonarlo por un banquero.

«Ese fue mi debut como actor. Debo decir que estaba muy nervioso, era mi primera experiencia de este tipo, pero ella siempre confió en mí, a pesar de que los productores le recomendaban que seleccionara a un actor profesional, pues lo del baile luego se podía “truquear”. Sin embargo, Natalie no quiso cambiar de idea; sabía que yo lo podía hacer, y al final lo consiguió».

—¿Cómo llegó a ti el guión de El día de las flores?

—De esta película me enteré cuando estaba intentando levantar mi propia película, la que está inspirada en el libro que escribí, No way home, el cual es muy cinematográfico. La productora con la que estaba trabajando decidió que ese no era un buen guión para mí. Sin embargo, por otras razones, ella abandonó el proyecto y yo me enteré por un amigo de que ya estaba el financiamiento completo para El día de las flores y que se empezaría a filmar durante el verano último.

«Como el director y los productores me tenían como su primera opción, lo pensé mejor y me dije: ¿por qué no? Esta es una experiencia que de cualquier manera me va a favorecer. Y quizá no aparezcan otras oportunidades. Vendrán otros Carlos Acosta más jóvenes, “bonitillos”…, y acepté.

«A decir verdad, El día de las flores estaba dando vueltas desde hacía tiempo. Es un largometraje donde asumo un protagónico bastante fuerte. Soy el bueno de la película, un hombre íntegro, de esos que no se doblegan a pesar de las dificultades. Interpreto a una especie de guía turístico que, entre los grupos de extranjeros que atiende, le toca trabajar con unas escocesas que vienen a la Isla a regar en el Malecón las cenizas del padre, quien había vivido en Cuba durante los primeros años de la Revolución.

«Es como un road movie al estilo de Guantanamera. Porque las hijas de este señor deciden realizar un viaje por toda Cuba. Mi conflicto se desata a partir de la relación con una de ellas, una muchacha realmente insoportable».

—¿Disfrutaste verte nuevamente en el plató?

—Quedé encantado con todo el proceso de filmación. Fue duro, porque durante un buen tiempo rodamos intensamente, casi todos los días hasta las cinco de la mañana. Recuerdo una escena muy extenuante en que salía corriendo y un taxi que conducía Luis Alberto García, me daba un trastazo. Pero la repetimos mil veces: corre, corre, corre… y ¡corten! ¡Volvemos a repetir! Y… corre, corre, corre… ¡ñooooooo! Cinco de la mañana en San Antonio de los Baños, en un parque, rodeado de mosquitos que me sacaban el alma. Un suplicio (sonríe).

«Pero vale la pena, porque uno aprende; adquieres conocimientos que nunca están de más. Máxime cuando el ballet clásico, sobre todo, es una carrera muy corta, por lo cual uno debe empezar a explorar. De hecho, hace un buen tiempo que lo hago, porque soy un artista muy inquieto, me gusta crecer, aprender… Y esta película es parte de ese proceso de aprendizaje.

«No sé si escucharlos (sonríe), pero al menos los productores y los directores me dicen que el cine se me da bien, que tengo en él una segunda carrera; que seguramente después de El día de las flores me llamarán continuamente por mi biotipo, por la manera como me desenvuelvo, porque doy bien los personajes, entiendo, me dejo dirigir... Bueno, uno nunca sabe qué te deparará la vida».

—Bueno, seguramente antes ya habías recibido otras propuestas de este tipo…

—Sí, pero todas giraban alrededor de lo mismo: el bailarín famoso, y en el cine eso no me interesa, porque en la vida real lo soy. Lo que deseo es enfrentarme a otros desafíos, descubrir si puedo actuar o no. Por ello las he declinado.

«Ahora estoy tratando de sacar adelante mi película. El guión está listo y pienso rodarla con el mismo productor de El día de las flores, quien casualmente desde un inicio estuvo interesado en ese proyecto. En estos momentos intercambiamos ideas y luego veremos qué sucede. Y, por supuesto, actuaría en ella. Me encantaría hacer el papel de mi padre, que es muy interesante, está lleno de matices».

—Hace un momento hablabas de tu libro. ¿Cómo lograste escribir un texto que se convirtió casi en un best seller, si has confesado que empezaste a leer a los 25 años?

—El libro empezó a salir solo. Acababa de llegar al Royal Ballet, en 1998, y estaba muy deprimido. Así fue como empecé a acercarme a los libros. Me leí El profeta, de Khalil Gibrán, El gran Gatsby, de Scott Fitzgerald, y otros más. Mis amigos del ámbito de la literatura compartieron sus libros conmigo, y de esa manera fue despertando una sensibilidad que siempre estuvo conmigo, y que no se había mostrado antes completamente, porque no se puede olvidar que fui muy mal estudiante.

«Algo yo sabía: mi vida podía ser un libro, y comencé a anotar ideas en un papel. Cuando tuve dos o tres y algunos pasajes, se lo mostré a un amigo escritor que andaba de visita por Londres, con el propósito de que me explicara, me ayudara. Pero me desalentó diciendo que quién había visto un bailarín escritor. Que cómo yo le iba a pedir a él que bailara El lago de los cisnes; debía seguir en el ballet y dejarle la escritura a los escritores.

«Lo miré y le dije: Ahora sí voy a escribir el libro. Le di la espalda y me fui… Bueno, creo que a él no le han publicado en Londres, y el mío es casi un best seller. Claro, me tomó diez años, pero ha sido editado en Alemania, Estados Unidos, Nueva Zelanda, Australia, en varios países… Solo no ha sido publicado en español, como fue concebido, como lo escribí, pero ya llegará».

—Por fin lograste hacer Espartaco, el ballet que, decías, te faltaba para sentirte completo…

—Así es. Después de Espartaco ya no me queda nada. Yo nací para interpretar ese ballet; con él me sentí en mi medio. Por una parte, me daba la posibilidad de representar a un líder, a un mito, para lo cual tenía no pocos paradigmas: Maceo, Quintín Bandera, Flor Crombet…; y por la otra, al esclavo. Y nadie podía dar al esclavo mejor que yo. Vladimir Vasiliev encarnaba perfectamente el héroe, pero le resultaba más difícil el otro papel. Sin embargo, desde que yo salía al escenario evidenciaba el sufrimiento del pueblo encadenado… Aquel solo con las cadenas… Esa otra dimensión no estaba antes en ese ballet, obra insignia del Bolshoi.

«Interpreté Espartaco hace dos años, tenía 34 años y ya estaba “durito” para un rol tan fuerte —debí haberlo enfrentado a los 26—. A esa edad el cuerpo sufre mucho, pero di todo de mí. Quizá lo bailé con menos saltos que si lo hubiese defendido una década atrás, pero ahí quedó plasmado para la historia, con el Bolshoi detrás y en la Ópera de París.

«Estuve un mes estudiándolo meticulosamente, lo trabajé directamente con Mijaíl Lavrovsky, quien también lo protagonizó, al igual que Vasiliev. Yo entendí muy bien el personaje de principio a fin, y lo bailé con todo mi ser. Modestia aparte: no había habido un verdadero Espartaco en 20 años hasta que llegué yo, que le di técnica, explosividad, fuerza, presencia… Jamás olvidaré el silencio fantasmal cuando lo interpreté en el Bolshoi. ¿Espartaco? ¿Un negro? ¿En el Bolshoi? Cuando terminó el primer acto ya tenía al auditorio en mi bolsillo. Quien te puede contar bien lo que ocurrió es la maestra Loipa Araújo, que lo vivió. Fue un triunfo para mí, pero también para la Escuela Cubana de Ballet. ¿Qué más se puede esperar de un “chamaco” que nació en Los Pinos? Yo me sentí muy bien, le dio un nuevo sentido a mi carrera, era lo que me hacía falta para seguir adelante».

—Eres Doctor Honoris Causa de la Universidad Metropolitana de Londres. ¿Dónde está el techo de Carlos Acosta?

—Yo no me he puesto ninguno. Sigo aprendiendo, sigo haciendo lo que me estimula. No soy de esas personas que viven con un techo. ¿Qué vendrá después? No sé… Me gustaría ayudar más a mi país y a quienes me necesitan en el mundo. Sé que me he ganado un prestigio que podría explotar en ese sentido. Ahora continúo enfrascado en mi carrera, pero en un futuro lo haré, sin dudas, porque mi historia inspira a la gente. Soy una persona muy aferrada a mis raíces, que reconoce la grandeza de nuestra nación, nuestra historia y nuestra cultura. Y el mundo necesita a personas que tengan credibilidad, que la gente pueda escuchar. Esa es un arma poderosa que si se utiliza en beneficio de los demás, sería maravillosa. La gente está sedienta de arte, necesita soñar, y uno puede ayudar a propiciar esos sueños; así que hay que seguir, sobre todo para alimentar la esperanza de los míos, que pese a las dificultades continúan ofreciéndote su amor, su solidaridad y su única tacita de café. Esa es mi Cuba y su gente, y por ellos tengo que seguir.

—Aseguraste que bailarías dos o tres años «a full» y después te retirarías. ¿Sigues pensando así?

—Me refería a retirarme del clásico, pero cuando llegue ese momento me dedicaré a la coreografía, a estudiar más la técnica contemporánea, a tratar de dominarla bien.

—¿Te has sentido alguna vez presionado en tu carrera? ¿Algún miedo?

—Confieso que en estos momentos, sobre todo, me he sentido presionado, porque mi cuerpo va perdiendo facultades. He llegado a lo más alto que se puede hoy en día, y lo que queda es solo bajar. Continuar hacia arriba es casi imposible. Llega un momento en que la gente se cansa de lo que haces. Por eso yo he tratado todo el tiempo de reinventarme, y por eso es que tomaré la decisión de salirme del clásico un poco antes, porque no lo quiero hacer mal, pues lo he hecho muy bien. Sin embargo, el cuerpo ya no es igual, todo me duele mucho. El ballet es para cuerpos jóvenes y la juventud viene pujante detrás, saltando y girando como yo lo hacía. Entonces, ¿para qué batallar contra la naturaleza? Es mejor dejar los clásicos ahí donde están para que vengan otros y los despierten.


ARTICULOS RELACIONADOS

Carlos Acosta: La gran estrella cubana
Por José Luis Estrada Betancourt (Cubadebate)

Carlos Acosta: Un habanero universal
Por Karín Morejón (Opus Habana)

lunes, julio 20, 2009

CARLOS ACOSTA: LA GRAN ESTRELLA CUBANA

Por José Luis Estrada Betancourt (Cubadebate)

Su historia parece pura ficción, podría ser muy bien el argumento de una novela: “Es posible -comenta-. Desde pequeño andaba en pandillas callejeras. No soportaba la escuela y mis pasos se encaminaban, sin ninguna dificultad, hacia la delincuencia. Mi padre, atormentado, acudió a una vecina, su amiga, quien le propuso que me llevara a la Escuela de Ballet de L y 19. De ese modo aseguraba tenerme controlado. Mi papá no lo pensó dos veces, pues con eso se quitaba un buen problema. Claro, si le preguntas ahora te dirá que disfrutaba el ballet, pero la realidad era otra.

“Fue de ese modo que llegué a L y 19 en contra de mi voluntad, porque quería ser futbolista. Al inicio vivía lleno de arañazos y de moretones, pues mis compañeros de andanzas me gritaban “mariquita” y tenía que defender mi honor. Las cosas empeoraron cuando mi mamá sufrió un derrame cerebral y mi padre entró dos años en prisión, por un accidente. Les correspondió a mis dos hermanas encargarse de mí. Es decir, que estaba casi libre y, como casi aborrecía el ballet, comencé a faltar a la escuela. Dejaba “colgados” los espectáculos. Al parecer era insoportable, porque decidieron trasladarme a Villa Clara, lo cual, en el fondo, era una expulsión. Lo supe al llegar a la escuela y ver que nadie me esperaba. Ni siquiera existía el cuarto año de nivel elemental, que era el que cursaba. En fin, me quedé en la calle y sin poder regresar a L y 19″.

¿Y qué sucedió después?

“Mi padre fue a Pinar del Río, y probó en la Escuela de Arte de allí, donde no querían habaneros, pues tenían fama de ser desastrosos. Después de largas conversaciones, me pusieron un mes a prueba. Yo no hablaba con nadie, porque me habían jurado que me romperían la cabeza. Luego, me aceptaron y pude terminar el nivel elemental. Fue en Pinar del Río donde empecé a amar el ballet. Estaba becado, y no tenía que fajarme, solo y con nueve años, con tres guaguas. Mis profesores eran increíbles. Sobre todo, Juan Carlos González, quien hizo una labor encomiable y despertó en mí esas ganas de superarme, de ser mejor.

El caso es que regresé a La Habana, a L y 19, para hacer mi examen de pase de nivel. Ya era otro. Había entrado en juicio. Estaba grande. Se me había estirado el cuello, tenía un afro así (y dibuja con sus manos algo similar a la copa de un árbol). Bueno, para no cansarte, cogí cien puntos, evaluación que muy pocas veces se ha otorgado. Fue un escándalo.

“Pienso que a veces nos vamos por la vía más fácil, y decimos: no sirve, vamos a botarlo, pero no nos preguntamos por qué es así. De todos modos, creo que a la larga me hizo bien. Soy de los que se imponen, de los que perseveran. Yo no me consideraba una persona mala, insensible. Tampoco era falta de respeto.

A los 16 años viajas a Italia. ¿Cómo te llegó esa oportunidad?

“En el examen Ramona de Sáa me vio. Por aquel entonces existía un intercambio cultural entre la Escuela Nacional de Ballet y el Ballet del Teatro Nuevo de Turín, Italia. Entonces, se decidió probar con dos alumnos, quienes se integrarían al trabajo de esa compañía. Me escogieron a mí y a otro muchacho llamado Ariel Serrano. En ese período estábamos haciendo Carmen. No se me olvidará nunca, porque su coreógrafo, fallecido ya, le dijo a Ramona que yo tenía algo especial y le sugirió que me preparara para el Grand Prix de Lausanne, Suiza. La profesora estuvo de acuerdo e inició el entrenamiento. Para decirte verdad, yo no sabía si eso se comía, pero si ella creía que era bueno, era suficiente. La asistencia al certamen fue una odisea. Fui el último en inscribirme, sin embargo, gané el tan codiciado galardón. A partir de ese momento, mi suerte comenzó a cambiar. Ya no era del cuerpo de baile, sino que hacía papeles de solista.

Pero en tu vida de estudiante hubo otros premios…

“De vuelta a Cuba me adiestraron para la Bienal de Danza de París, donde también obtuve el Grand Prix y la medalla Chopin, de la Corporación Artística de Polonia. A estos le siguieron otros como el Premio al Mérito, en el Concurso para Jóvenes Talentos de Positano, Italia; y el de Vignale Danza. En 1995 alcancé el Premio a los Jóvenes Artistas, Fundación Princesa Grace, en Estados Unidos. Imagínate tú, ya eran tantos que me llamaban “el mulato de oro”.

No obstante, no todo ha sido felicidad. Por ejemplo, en el Royal Ballet, de Londres, estuviste en el banco.
“No fue exactamente así. Más bien no se me explotaba de la manera que yo quería. Es muy fácil encasillarte: tú eres el bufón o haces Guaguancó, pero no serás el príncipe. Y yo consideraba que no estaba allí para dar brincos nada más. Yo soy un artista. Por tanto, tuve que situar las cosas en su lugar. Cuando se bailaba Romeo y Julieta, me llamaban para Mercucio. No se trataba de que tuviera algo en contra de ese rol, pero me molestaba que no se pensara en mí como Romeo. Tampoco me daban las noches de apertura. En cambio, las hacía un bailarín de menor categoría, quien, modestia aparte, era inferior a mí en el personaje. Así que llegó el momento en que ya no pude aguantar. Lo expliqué. Me dieron la oportunidad, y ahí mismo se fastidiaron”.

¿Qué ambiciona Carlos Acosta?

“Que la gente disfrute de mi arte. Deseo que la persona que acuda al teatro para verme, olvide, por un momento, sus problemas cotidianos. Lograrlo, para mí, no tiene precio. En todo este tiempo me he preocupado por ser el mejor que yo pueda ser, por explotar al máximo mis condiciones. No me quita el sueño si estoy o no dentro del ranking mundial. Lo mío es que el público se conecte con lo que hago”.

¿Qué te indujo a incursionar en la coreografía?

“Mi instinto. Sentía que debía contar una historia. Y surgió Tocororo, basada en mi vida. Quería crear un gran espectáculo; que los cubanos lo gozaran. Por suerte, me salió bien. Gustó aquí, y en Londres rompió récord de ventas. Gracias a esta obra fui nominado al premio Lauwrence Olivier, el equivalente al Oscar o al Tony, pero en Inglaterra”.

¿Habrá otras coreografías?

“Quiero hacer un musical inspirado en el Caballero de París, lo cual me tomará seguramente un año y medio o dos”.

¿Qué te gusta bailar cuando actúas en la Isla?

“En lugar de Don Quijote o El lago de los cisnes, prefiero bailar las creaciones que muestran las tendencias coreográficas más actuales en el mundo, porque es importante que mi gente esté enterada de lo que está aconteciendo en este arte, el cual, sobre todo, debe resumir emociones; que sepa apreciar las nuevas influencias y la interpretación, la historia, la dramaturgia. En ello está el futuro. El arte del ballet es mucho más que interpretar los clásicos”.


ARTICULO RELACIONADO

Carlos Acosta: un habanero universal
Por Karín Morejón (Opus Habana)

jueves, diciembre 18, 2008

EL CHEF AUDIOVISUAL DE LA SALSA CHINA

Por Harold Santana Gaínza (Bitácora Sino-Cubana)
Fotos: Guo Lingxia y Laoyi

Isidro Estrada, de nombre chino Laoyi, es el realizador del primer documental sobre el fenómeno sociocultural de la música salsa en China. Siempre digo, que en China él es mi padre, y lo afirmo con el consentimiento de mis padres biológicos y mi madre china (adoptiva).

Como casi siempre sucede a toda la gente del “mundo audiovisual”, el cubano Laoyi, es una conjunción de profesiones: traductor (licenciado en Lengua y Literatura Inglesas), camarógrafo; sus labores como periodista comenzaron en la Habana, en la Agencia Latinoamericana Prensa Latina. Posteriormente, trabajó como editor en los servicios de español de la agencia china de noticias Xinhua, en el semanario Beijing Informa, en la revista China Hoy y ahora somos colegas en el Departamento de Español de Radio Internacional de China.

Ocho años de trabajo en China le han aportado disímiles y ricas vivencias, no para contar la historia de la salsa –léase música salsa, no salsa de soya o salsa china– en la nación asiática; sino para describir un fenómeno sociocultural único a través de imágenes, testimonios y música.

“Ha sido impresionante, pintoresco y muy llamativo vivir cómo los chinos asimilaban una forma cultural muy lejana que en poco tiempo ha transformado costumbres y hábitos de vida; pero sobre todo que el baile fuera tan bien ejecutado, incluso mucho mejor que algunos latinoamericanos”.

La definición y orígenes de la salsa son polémicos, al igual que su introducción en el milenario país. Al decir del realizador, no son pocos los que afirman que esta música, “apareció de pronto, en los años 90 del pasado siglo, traída de Estados Unidos”, después de la implementación de la política de Reforma y Apertura del gigante asiático. La tesis que Laoyi demuestra en su documental es totalmente diferente a este planteamiento, asumido por mayorías:

“Si somos rigurosos en el aspecto histórico, tendríamos que buscar el actual gusto de los chinos por la salsa, en su previa aceptación de los llamados aquí Latin Wu, o bailes latinos, que llegaron a la nación asiática allá por los años 20 y 30 del siglo XX, como son los casos del tango y la rumba cubana de salón. Por razones históricas, no fue hasta la década de los 90 -del mismo siglo-, que se produce un reencuentro de cierta masividad con los sonidos latinos, esta vez con la presencia destacada de la salsa en ciudades chinas como Shanghai, Hong Kong, y Pekín".

La tesis de este material audiovisual es sustentada por los testimonios de destacadas personalidades vinculadas a la salsa en China: Jack Mambo Dunn, coreógrafo y bailarín estadounidense, instructor de la compañía de Bailes Fénix, de Pekín; el profesor Chen Ziming, violinista y musicólogo, especializado en música latinoamericana; el colombiano Luis "Lucho" Roa, instructor de bailes latinos, entre otros.

Actualmente, en Pekín, Shanghai y Hong Kong (las tres plazas más fuertes), el aprendizaje la salsa sigue dos estilos fundamentales: el de Nueva York, del cual es notable exponente el Conjunto de Baile Fénix -de Pekín-, liderado por el coreógrafo Mambo Jack, de Estados Unidos; y la escuela cubana, que tiene a su mejor representante en David Huo, también asentado en la capital china. Asimismo existen seguidores de los estilos de Puerto Rico y Colombia. Todos los ejecutantes salseros de estas tenencias siguen un patrón de apropiación casi mimético de los estilos originales de baile e interpretación. Esta realidad explica por qué no puede hablarse aún de una "Salsa China", sino de una "Salsa en China".

“No hay una salsa cocinada con todos los ingredientes chinos. Hace tres o cuatro años, el grupo Ahí Namá tomaba los patrones establecidos, en los que quizás de forma inconsciente se notaba un ligero 'sabor asiático', por ejemplo un grupo surcoreano de salsa que montó una coreografía del género, pero al estilo de un practicante del Wu Shu.”

Agrupaciones de Cuba (Luna Negra) -en la foto-, Venezuela (Makoré) y Colombia han moldeado las huellas de la salsa en China. Sin embargo, el hecho de que no exista aún un patrón estilístico de salsa china, no demerita los aportes salseros a la cultura nacional de este país, al decir de Laoyi:

“Lo relevante del fenómeno salsa en China es cómo la asimilación de un patrón cultural, de la música y el baile han producido cambios en concepciones, estilos, y modos de vida establecidos, casi por los siglos de los siglos, Amén. No es una realidad mayoritaria, pero demuestra la universalidad de la cultura y es un ejemplo vivo y de la evolución de la transculturación.”
Pero... ¿Cómo se evidencia el cambio? ¡La pregunta del millón: de pesos, de yuanes o de dólares!

“Está muy bien reflejado en el documental. Una de las entrevistadas refiere que quería expresar ´cosas´ y no tenía el modo; y lo encontró, según sus propias palabras, cuando aprendió a bailar, a moverse, a experimentar la calidez de la cultura latinoamericana. Y ella no es la única, otros chinos refieren la misma experiencia, sobre todo cómo la salsa les ha ayudado a ser más extrovertidos, cariñosos, a expresar sus sentimientos y valorar más la proximidad de su compañer@, más allá de intereses sexuales. Estos son cambios relevantes en los pobladores de un país, que por diversas razones (culturales, históricas, políticas) estuvieron 'cerrados' durante mucho tiempo”.

Entre los exponentes de la “Salsa en China” está David (Huo Yaofei), a quien conocí en una actividad cultural en la Embajada de Cuba en China. Desde el 2003 y en repetidas ocasiones, David visitó la mayor de las Antillas donde aprendió los secretos de bailes cubanos como la rumba, el cha-cha-chá, el casino y el danzón. También se presentó en la televisión nacional bailando salsa (o Casino, como preferimos los cubanos), incluso ganó un premio en un festival de danza.

A su regreso a Pekín, junto a dos músicos chinos, graduados como percusionistas en el Instituto Superior de Arte de Cuba, David fundó el grupo musical y danzario Ahí Namá (interjección típica del español hablado por los salseros). Gracias a ellos, al decir de Laoyi, existe un fermento genuinamente chino en la salsa de este país.

David Huo Yaofei tiene su propio centro recreación y academia de baile en la capital China: “La Casa de David”, cuya gestión cultural ha sido avalada por la Embajada Cubana en China. Pero David es más que un showman o instructor de salsa.

“David es un fenómeno en sí mismo”, dice Laoyi y añade: “Lo fundamental en él es su entusiasmo. Tiene la capacidad de desdoblarse como profesor, bailarín, coreógrafo, administrador de negocios. Quizás por sus dotes artísticas y de liderazgo, su grupo lo sigue a todas partes para emprender diversos proyectos, incluso caritativos. Él ha logrado nuclear en torno a la salsa a niños, jóvenes, adultos y ancianos: es otro de sus méritos y un hecho que revela a la salsa como elemento cultural, integrador de generaciones en China. David ha de considerarse al momento de escribir la historia de la salsa aquí”.

“Un Toque de Salsa China” es el nombre del documental realizado por Isidro Estrada (Laoyi) donde se ofrece una aproximación de a la cultura de la salsa en la China de hoy. Durante más de un año este periodista cubano, residente en Pekín, investigó, concertó entrevistas y produjo el material, junto a su colega china Guo Lingxia (Alicia).


Alicia -graduada de idioma español- ha trabajado en Cuba, España y México, por eso la cultura hispanoamericana no le es ajena, quizás por eso es una china diferente. El perfecto uso que hace del español condiciona que a ratos, olvide la nacionalidad de mi interlocutora, quien es traductora (chino-español) y redactora de la revista China Hoy. Guo Lingxia fue la productora, coordinadora, traductora, y fotógrafa durante todo el “cocinaíto” (como dirían los niños cubanos) de esta salsa china.

Un documental implica tiempo, paciencia y profesionalidad, aunque las improvisaciones son bienvenidas en la mesa de edición, después de un guión bien concebido. Siguiendo cantos de sirenas, sin reparar en los escollos, solo con recursos y financiamientos propios, Laoyi y Alicia siguieron la promesa de hacer la diferencia para llegar a su meta.

A finales de la década del 90, se abrió en Pekín el primer club de salsa, llamado “Latinos”, que cerró en 2007 por problemas económicos. Actualmente los clubes “Salsa Caribe” y “La Casa de David” gozan de la preferencia del público chino y extranjero. Pero el futuro de la salsa en China va más allá de la pista de baile, la academia o el negocio.

“Las perspectivas son inimaginables: desde espacios culturales, intercambios con latinos, gente decidida a invertir en el mercado de la salsa en china, no solo como un negocio, que desde su esencia es muy bueno, sino también como un gran espacio de acercamiento, de diálogo entre civilizaciones. Y ojalá, alguien se decida a hacer la primera película de salsa china. Ese sería el 'gran toque'”.

Baile y aprenda salsa en China
La Casa de David
Club Salsa Caribe
Otros lugares

Salsa en la web: artículos

Salsa, el origen del término
¿Qué es la salsa?

Salsa in Cuba. ¿Qué es la salsa?




jueves, octubre 30, 2008

CARTA DE FIDEL A ALICIA ALONSO

Tomado de Juventud Rebelde

Querida Alicia:

Recibí tu hermosa carta. No te imaginas cuánto admiro tu capacidad de preservar y dominar la inteligencia privilegiada que te acompaña.

Nunca olvido lo que me contaste un día sobre el oído que te permite seguir el ballet, con los ojos cerrados, por las leves pisadas de las zapatillas.

Tu mérito es muy grande. Alcanzaste los más altos laureles del mundo antes del triunfo de la Revolución. Solo excepcionalmente alguien puede realizar esa proeza. Hoy el ballet y otras muchas actividades del arte y la cultura se han masificado. Aquella fue como la mano de seda que despertó el genio dormido en el fondo del alma de nuestro pueblo.

¡Gloria imperecedera al 60 Aniversario del Ballet Nacional de Cuba!

Fidel Castro Ruz
Octubre 16 de 2008

miércoles, octubre 29, 2008

BALLET NACIONAL DE CUBA: GLORIA Y ESCUELA

A 60 años de fundada la compañía danzaria más emblemática de Cuba, su historiador, Miguel Cabrera, comparte recuerdos con JR

Por José Luis Estrada Betancourt (Juventud Rebelde)
Foto: Roberto Morejón

Siempre fue un muchacho con una sed de conocimientos insaciable, curiosidad infinita e imaginación superpoderosa. Sin embargo, nada en su infancia le hizo pensar que algún día no solo tendría la oportunidad de estar tan cerca de la gran Alicia Alonso, esa inmensa mujer que aprendió a admirar desde pequeño, sino que con el tiempo se convertiría en su biógrafo y en el Historiador del Ballet Nacional de Cuba, función que Miguel Cabrera desempeña desde hace 40 años.

—¿Cuándo se produjo el encuentro con Alicia?

—A inicios de la Revolución tuvo lugar la Operación Cultura, cuyo cierre se iba a hacer en el estadio universitario (después yo haría la cronología de la relación histórica entre la FEU y el BNC), pero amenazaba lluvia. Y el 1ro. de junio de 1959, con un amigo entrañable, fuimos al coliseo de la Ciudad Deportiva, donde Alicia bailó el segundo acto de El lago de los cisnes. A ella no le gusta que lo diga, pero a pesar de que allí estaba el cuerpo de baile y tenía como partenaire a Igor Youskevitch, yo nunca los vi, solo tenía ojos para Alicia. La emoción apenas me dejaba respirar. Era el encuentro con un símbolo.

«Tocó la casualidad de que, cuando me retiraba, sentí una voz gruesa. Me volví y me sorprendí al ver que aquella voz de contralto provenía de un cuerpecito ataviado todavía con su corona de Odette y su tutú con plumas. Hablaba emocionada, apretando contra su pecho un ramo de rosas rojas, con el maestro Enrique González Mántici. Me quedé lelo, como cuando miras una aparición».

—¿Y no se atrevió a abordarla?

—Yo estudiaba Historia en la Universidad de La Habana, por lo que me había involucrado en el estudio de la huelga obrera de 1935. Un buen día, mientras revisaba publicaciones de la época, di con un periódico de marzo de 1935 donde se escribía: «La graciosa jovencita Alicia Martínez, que el próximo 20 de marzo tendrá a su cargo el rol de Swanilda en la función de Coppelia, que se efectuará en el Ballet de Pro Arte...».

«Y me entró la duda: ¡Esa Alicia Martínez tiene que ser la misma Alicia Alonso! Y, a partir de 1966, comencé a preparar unas fichas. Dondequiera que revisaba hallaba: Alicia Alonso, la célebre Giselle..., pero me faltaba un dato. Un amigo me embulló: ¿Y por qué tú no se lo preguntas? ¿Hablarle yo a Alicia? No me atrevía, hasta el día de una función en que protagonizó La fille mal gardée. Por alguna razón, se quedó solita, y algo me impulsó a acercármele. Alicia, yo soy un estudiante de Historia, le dije con voz temblorosa. Estoy terminando mi carrera y haciendo una bibliografía sobre usted, pero necesito establecer una fecha: ¿Cuándo usted se estrenó en Giselle? Se me quedó mirando y me respondió: “Joven, si usted supiera que no lo sé... Ay, tengo que pensar en eso, pero hable con Adolfo Roval”.

«Cuando ya me marchaba, una persona me puso la mano en el hombro y me dijo: “Joven, creo que tengo esos datos. Era Ángela Grau, quien se desempeñaba como subdirectora del BNC. Me propuso que fuera a su casa, lo que no hice hasta un tiempo después. Yo salía de la Biblioteca Nacional, donde permanecía horas y más horas, y después me encaminaba hacia su casa. Me comía una croqueta de esas que se pegaban en el cielo de la boca y me llevaba otras en un cartuchito.

«Al tiempo encontré tres críticas donde se escribía: “Anoche se produjo el triunfal debut de Miss Alonso en el rol de Giselle”. Miré el machón y era noviembre 3. Luego, la función había tenido lugar el 2. ¡Encontré la fecha! Muchas croquetas que me costó. Esa es la razón por la cual entre Alicia y yo se estableció un “pacto de croquetas”. Dondequiera que estemos juntos y exista ese exquisito “manjar” lo compartimos (ríe)».

—El público del BNC lejos de disminuir, crece. Usted ha jugado un papel esencial en ese sentido...

—Entre mis mayores orgullos se encuentra haberme involucrado en una tarea que me ha regalado una de las experiencias más grandes de mi vida: participar en la divulgación masiva del arte del ballet. Aunque no era una labor nueva para la compañía, no fue hasta después de 1959 en que favorecer la apreciación del ballet alcanzó una magnitud asombrosa, gracias, en buena medida, a los espectáculos didácticos encabezados por Alicia y Sara Pascual, donde también participaba una pareja de bailarines, integrada por cualquiera de las Joyas y Jorge Esquivel, Lázaro Carreño u Orlando Salgado, que provenían de la graduación de 1968.

«Estos espectáculos didácticos fueron consecuencia de un hecho poco agradable, que tuvo lugar en el año 1970. Sucedió que en una de las tantas funciones que se programaban entonces se había invitado a estudiantes de diferentes tecnológicos; becarios que apenas salían de donde estaban y los llevaron al teatro sin una preparación previa, lo que conllevó a que se comportaran de una manera incorrecta. Tanto fue así que Sara Pascual se vio obligada a dirigirse a ellos en varias ocasiones. Fue cuando Alicia explicó que la culpa no era de los becarios, sino de nosotros que no habíamos sido capaces de ofrecer educación artística a esas personas. Así se decidió emprender un plan de encuentros con ellos.

«El primero tuvo lugar en el antiguo Chaplin (hoy Karl Marx). Recuerdo que Lázaro Carreño y Caridad Martínez, quienes se preparaban para el I Concurso Internacional de Ballet de Varna, Bulgaria, integraban la pareja de baile, y que Sara empezó a hablar conmigo y a explicarme la importancia de lo que se iba a llevar a cabo y que necesitaba de mi ayuda. Y de repente, ¡pum!, yo estaba delante de una «boca negra» frente a 4 000 personas. Pero no hubo tiempo para nerviosismo. Ella comenzó a hacerme preguntas y yo a contestarle. Así se inició una labor que me permitió recorrer Cuba junto a Alicia. Yo conducía la parte histórica y ella se refería a los ballets, los estilos, los pasos, mientras los bailarines interpretaban un fragmento de una obra... El honor de mi vida ha sido ser partenaire de Alicia Alonso y de todas las grandes figuras del BNC, en esa tarea.

«De ese modo, el espectáculo didáctico “Un encuentro con la danza: la técnica, la expresión y los estilos”, le ha posibilitado al BNC estar en 104 municipios del país.

«Mira, en una ocasión fuimos a Cueto, en Holguín, donde, además de en la ciudad cabecera, debíamos actuar en Tacajó, pero llovió el día que la función estaba prevista. Sin embargo, se nos pidió que no dejáramos de actuar allí. Como éramos un grupo pequeño nos subdividimos, pero cuando llegamos nos encontramos que se había construido un escenario tan grande que se podía bailar El lago de los cisnes completo, y nosotros llevábamos un programa corto.

«Entonces se decidió que yo hiciera el espectáculo didáctico, y se incorporó un número más: Dan-son, de Gustavo Herrera. Estábamos un tanto preocupados porque sabíamos que cerca había una piloto. Pero la conmoción fue tan grande que no creo que ni en la Ópera de París, ni en el Marinsky de San Petersburgo, ni en el Metropolitan de Nueva York, haya habido más concentración y silencio que el que hubo allí.

«Al terminar la función, la gente empezó a rodear a los bailarines. Había un guajiro típico montado en su caballo, con un machetín que le llegaba a la pantorrilla, su sombrero y sus polainas, a quien Aurora Bosch, al verlo tan impenetrable, mirando a todo el mundo muy fijo, le preguntó: Y a usted, ¿qué fue lo que más le gustó? Todo, respondió él muy circunspecto, pero Aurora insistió: Sí, seguro que fue Dan-son, por su música pegajosa. A lo que él le aclaró: Sí, me gustó, pero cuando vuelvan traigan el de las cuatro muchachas rosadas, que es el más bonito. ¿Qué te parece? ¡El Grand Pas de Quatre! Esa exquisitez suprema, el modo expresivo de un estilo, fue lo que más le atrajo. El modo en que siempre han sido recibidos los espectáculos didácticos me ha confirmado algo que ya sabía: todo ser humano es sensible a la belleza».

—¿Cuál crees que haya sido la mayor grandeza del BNC?

—Entre otras, haber hecho realidad que el público de ballet sea todo el pueblo de Cuba. La Revolución tuvo la lucidez de constituir una red de escuelas. Alicia es única, pero a la vez está multiplicada en el pueblo cubano, y también hay muchos Fernandos y muchos Albertos.

—En estos 60 años han sido varias las generaciones de bailarines que han pasado por el BNC: unos han permanecido; otros se han marchado...

—Siempre he dicho que los que son símbolos pueden cambiar de lugar geográfico, pero no el histórico. Los que entraron en la historia, aunque en determinado momento no hayan sido consecuentes con lo que protagonizaron en el plano práctico, están fijos para siempre al lugar donde hicieron la obra. Aquellos que no están porque escogieron otros caminos por su voluntad y decisión, los admiten adonde van por la grandeza que tiene el método en que se formaron, que le dio la calidad que tienen. Los grandes son los que comprendieron que el arte no tiene Patria, pero el artista sí, como expresara Marinello. Respeto mucho a quien no olvida dónde están sus raíces.

—¿Encontró en la profesión de historiador su verdadera vocación?

—Creo que mi verdadera vocación ha sido la de maestro. Todo lo que investigo lo vuelco en un libro, pero el fin siempre es compartir esos conocimientos con mis alumnos. Poderles decir que en 60 años de historia el BNC ha llevado a cabo 173 giras internacionales y ha visitado 60 países (23 de América, 25 de Europa, 8 de Asia, 3 de África y Australia); que se han creado 655 obras (es impresionante decir que de ellas 461 han tenido carácter de estreno mundial); que solamente en eventos competitivos como el Festival de París, los concursos de Varna, de Moscú, Japón, Lausana, Nueva York, Jackson, Perú, Brasil... se han obtenido 5 Grand Prix, 10 medallas de oro, 12 de plata, 10 de bronce, así como 27 premios especiales, 28 medallas y diplomas de honor, 14 premios en coreografías modernas... Eso sin contar las 1 154 distinciones de carácter cultural, social y político (768 nacionales)...

«El 3 de diciembre de 2003 me gané por oposición el grado máximo científico en esta rama: Doctor en Ciencias sobre el Arte. Entonces le dediqué a Alicia unas palabras de Raúl Roa por la grandeza de su obra, por haber probado en ella misma el talento que hay en su pueblo. Como Roa dije: Siempre preferiré la aurora al crepúsculo y la flecha al cangrejo. Mientras tenga fuerzas para crear seré una flecha disparada para poner en la palestra pública la inmensidad de una institución que es la suma de muchas voluntades.

«Cuando en la década de 1950 se montó un ballet audaz como Toque, que reflejaba el tema negro con la técnica de ballet, Don Fernando Ortiz dijo: el ballet cubano “debe darnos un arte con alma de Cuba, pero en su plena y gloriosa integridad nacional, traducido al lenguaje de universal vibración (...) auguramos que lo hará con bellas floraciones si no reniega de sus profundas raíces ni de su rica savia, y sabe airear su frondoso follaje en las más altas corrientes de la cultura contemporánea”. Justamente eso es lo que ha realizado la compañía en estos 60 años. El BNC ha hecho gloria, pero también escuela».

lunes, octubre 20, 2008

QUIERO SER UN ARTISTA, NO UN HACEDOR DE PASOS

El bailarín Javier Torres expresó a JR que su objetivo es sentirse bien cuando baila y hacer sentir del mismo modo a quienes disfrutan de su arte

Por José Luis Estrada Betancourt (Juventud Rebelde)
Foto: Nancy Reyes

Ser hermanos gemelos, idénticos como dos gotas de agua, tiene muchas ventajas, pero en el caso del joven Javier Torres, le «salvó» la "vida". Sí, porque el bailarín principal del Ballet Nacional de Cuba (BNC) siente que nada le brinda más sentido a su existencia que convertirse en el Albrecht o el Hilarión de Giselle; o en el príncipe Sigfrido de El lago de los cisnes. Lo supo desde aquella noche en que, como hacía a menudo, se sentó en la platea del teatro La Caridad para ver, sin saber a ciencia cierta de qué se trataba, una función de La sílfide y el escocés representada por la compañía Prodanza.

Javier no se perdía ni un solo espectáculo de los que allí se programaban, pero a diferencia de otras ocasiones, esta vez el embrujo fue absoluto, al punto de que llegó a su casa con la firme convicción de que su futuro estaría estrechamente vinculado a aquel arte.

"Tenía entonces unos 12 años, y cuando salí del teatro —que por cierto está casi en ruinas, lo cual es doloroso— iba decidido a convencer a mis padres: sería bailarín. No los dejaba en paz, de modo que para salir de mí lograron que me hicieran las pruebas en la Escuela Vocacional de Arte Olga Alonso, aprovechando la notable escasez de varones que estudiaban ballet, y de paso llevaron también a mi hermano. Sucedió que hubo un solo aprobado, y no fui justamente yo. Sin embargo, a él no le interesaba. Como los exámenes habían sido “extraoficiales” —no mediaban nombres ni nada—, a la negativa rotunda de mi hermano de entrar a la escuela, decidí presentarme en su lugar.

Ahora, con más conciencia de las cosas, Javier quizá hubiera pensado mejor eso de suplantar la identidad de su hermano. Pero en aquel momento hubiera enfrentado cualquier consecuencia encantado de la vida con tal de hacer realidad un sueño que disfrutaba hasta despierto, pues apenas dormía pensando en si lo lograría. De hecho, no le importó entrar desfasado, ni que sus compañeras —solo eran dos varones—, le llevaran dos años de ventaja... "Ya me las arreglaría", le dijo decidido a sus padres, que no tuvieron más remedio que seguirlo en su "locura".

"No se sabía quién era uno ni quién era el otro, todos nos confundían, y a mi madre le dijeron: “el que aprobó fue este”. Ya en la escuela, aunque me sentía por las nubes, no tardé en entender que, por desgracia, no contaba con un buen claustro de profesores. Creo que uno de los “defectos” de la Escuela Cubana de Ballet es que no ha podido conseguir que la calidad de los maestros sea pareja a lo largo y ancho del país.

"En mi nivel elemental en Villa Clara, no tuve la suerte de contar con buenos maestros, con excepción de la profesora Elena Canga, que ahora imparte clases en la Escuela Nacional de Ballet".

—Evidentemente, esa es la razón por la cual decidiste trasladarte a la Escuela Elemental Alejo Carpentier, en la capital, para realizar tu quinto año...

—Así es. Cuando llegué a La Habana verifiqué lo que ya temía: mis nuevos compañeros estaban a un año luz de mí. Fue en L y 19 donde vine a saber cabalmente lo que en verdad estaba estudiando, antes solo pasaba, era como un hobby. A partir del quinto año en que me puse en contacto con los maestros de aquí —como la tristemente desaparecida Margarita Naranjo de Sáa (Mangui)—, y vi la escuela, videos, y al Ballet Nacional de Cuba (por entonces apenas actuaba en Villa Clara) constaté que mi corazonada era buena, que lo mío no había sido un simple antojo de un chiquillo malcriado.

"En ese último año del nivel elemental pasé mucho trabajo, porque L y 19 es una escuela muy exigente, que en un abrir y cerrar de ojos te convierte de niño en adolescente, porque maduras con una rapidez increíble. Por primera vez recibía clases junto a otros varones, lo cual fue excelente porque me hizo ver que yo no era el único en el mundo".

—¿Fue fácil el pase de nivel?

—Eso no es sencillo nunca. Los pases de nivel —lo mismo de danza que de ballet, teatro, música...— son algo terrible: los días más horribles que pueda vivir un adolescente, y los que han pasado por esa experiencia saben de qué estoy hablando. Pero había logrado prepararme bastante bien, de modo que me quedé en la Escuela Nacional de Arte (ENA).

"En la ENA encontré el apoyo de magníficas maestras como Ileana Balmori y Adria Velázquez, que me impulsaron tremendamente. Igual tengo que decir que allí fui el patico feo. Éramos 16 varones y Javier siempre fue el 16 en el escalafón.

"La ENA tiene una característica que nunca aprobaré, y es que los profesores tienden a “enamorarse” de unos pocos elegidos. Los seleccionan y crean un ideal de esos bailarines, lo cual, a mi entender, no es bueno para ellos ni para el resto de los estudiantes. No me parece bien “olvidarse” de los otros en un grupo, y centrarse únicamente en aquel que sobresale por sus excelentes condiciones.

"Por esa razón apenas bailé en el tiempo que cursé el nivel medio, porque tuve muy pocas posibilidades de enfrentarme a un escenario, nunca me llevaron a un concurso —bueno, solo en una ocasión en que, gracias a Adria y a Ileana, participé como acompañante, en mi último año. Pero siempre fui el 16, siempre fui del grupo B...".

—Pudo haber pasado que dejaras a un lado tu sueño...

—Sí, pero no sucedió. Estaba convencido de que lo que yo quería era bailar. Mis padres lo comprendieron definitivamente cuando vine solo para La Habana. Cogí el tren con el firme propósito de abrirme camino. Era un niño y nunca había estado en la capital, pero estaba seguro de que no me detendría hasta llegar al final. Y luché por conseguir esa meta y no me frustré.

"Viví momentos muy malos, los que se hicieron más llevaderos cuando mi familia se mudó para esta ciudad. Eran años muy complejos en que en la beca de 7ma. y 22, como en todos los lugares, escaseaba la comida, al tiempo que hacíamos un trabajo físico agotador. Las clases se impartían en el Lorca, cuyos salones estaban llenos de huecos y se mojaban, y donde se escuchaba con claridad el taconeo de la danza española que se enseñaba al lado... Cuando no había grabadora, faltaba el sonidista o los pianos no servían... Y no obstante, considero esta una etapa fundamental, porque nos enseñó (a mí y a mis coetáneos) a valorar más lo que teníamos, lo que íbamos logrando".

—Parece que la suerte estaba de tu lado, pues clasificaste para ingresar en el BNC...

—Creo que lo que conllevó a que integrara las filas del BNC fue, sobre todo, mi trabajo. Claro, también influyeron las coyunturas que aparecen en la vida de todos. Ese año se necesitaban bailarines...

—En poco tiempo lograste superarte a ti mismo, y hoy eres bailarín principal. ¿Cómo sucedió el "milagro"?

—El Ballet Nacional de Cuba tiene, entre muchas otras cualidades, el don de saber apreciar el esfuerzo, el trabajo diario. La compañía cuenta con maîtres y profesores capacitados para percatarse cuándo tú quieres hacer las cosas bien. Por otra parte, tengo la virtud de aprovechar todas las oportunidades que se me ofrecen...

—Que no han sido pocas...

—No me puedo quejar. Empecé como integrante del cuerpo de baile, pero paulatinamente he ido escalando, porque creo que he ido demostrando mis capacidades en el salón y en el escenario, que es donde hace falta.

"En todo este tiempo he asumido no pocos papeles importantes. La primera gran oportunidad me llegó acabado de entrar a la compañía, en el 2000, durante el Festival Internacional de Ballet de ese año, cuando defendí un rol de solista: uno de los majos del III acto de Don Quijote. Por alguna razón faltaba un hombre y la maître María Elena Llorente pensó en mí. Por mi tamaño yo venía como anillo al dedo.

"A partir de ese momento continuaron los papales, sobre todo aquellos que poseen una carga dramática fuerte, como el Zúñiga de Carmen, el novio de Bodas de sangre... Estoy muy contento de haber tenido muy cerca a maîtres, ensayadores y profesores como Josefina Méndez, Loipa Araújo, Aurora Bosch, María Elena Llorente... y, por supuesto, Alicia, mi mayor luz. Ella siempre ha estado a mi alcance para evacuar cualquier duda, para escuchar mis problemas. Entre todos me han aportado lo que no pude obtener en la escuela. Ellos me han enseñado a darle importancia a la actuación, a sentir el personaje de principio a fin más que a estar pendiente de la cantidad de piruetas o de si subo la pierna 20 grados más.

"Sí, me ha ido bien, pero sin esas personas no hubiera podido enfrentarme a los grandes clásicos, cuyos requerimientos técnicos me hacen sudar la gota gorda. Todavía me cuesta sacar Don Quijote, por ejemplo, y creo que así será toda la vida. Sin embargo, me he identificado mucho con el Albrecht de Giselle y con el Sigfrido de El lago de los cisnes, los cuales son personajes que me atraen por su alto nivel interpretativo y técnico.

"Igualmente me satisface bailar Shakespeare y sus máscaras o Romeo y Julieta, de Alicia, una de las piezas más valiosas que tiene actualmente la compañía en su repertorio. Es una obra que como quiera que se haga: en animados, cine, ópera, teatro, danza..., gusta. Y a mí me cautiva.

"En resumen, si he llegado hasta aquí ha sido gracias a aquellos que han estado pendientes de mí en las clases y los ensayos. A través de ellos he ido descubriendo los “secretos” de los personajes, los detalles, las historias. Cosas que a veces el público no aprecia en su justa medida. Así es como he conseguido que mis ganas de continuar adelante, en lugar de disminuir, aumenten».

—¿Esos son los personajes que prefieres?

—Por mi biotipo se me dan con mayor facilidad los personajes nobles, esos que siempre están «estirados», como los príncipes, pero me identifico mucho con los papeles dramáticos.

—¿Es Javier un tipo estirado?

—En lo absoluto. Una cosa es la realidad y otra el arte. Lo cierto es que este tipo de rol exige presencia física que, a pesar de ser primordial para cualquier bailarín, a veces no es capaz de reflejar en el escenario la prestancia que requieren esos personajes, mantener la posición correcta, etcétera.

—¿Cuáles consideras que son tus mayores obstáculos con el ballet?

—Los problemas de base, que si no se resuelven durante el período escolar, luego se convierten en un hueso duro de roer.

"Y es que es esencial, por ejemplo, saber cuál es el modo correcto de colocar el cuerpo, las caderas; la forma de situar las piernas... Si esas cosas no las aprendes bien en la escuela (no por gusto son tantos años) entonces la tarea que te aguarda es durísima".

—Noto cierta contradicción: dices que tienes problemas y sin embargo eres bailarín principal...

—Me parece que no hay ninguna contradicción en eso. Pienso que si mis maestros han decidido otorgarme esa categoría es porque han visto en mí cierto talento y aptitud para asumir diversos roles, porque lucho todo el tiempo por convertirme en un artista, porque si algo tengo muy claro es que quiero ser un artista, no un hacedor de pasos.

"Mi objetivo es sentirme bien cuando bailo y hacer sentir del mismo modo a quienes disfrutan de mi arte. Me falta mucho por alcanzar. La meta ni siquiera se ve al final del camino.

"Ser bailarín principal no significa que estás rayando en la perfección. Y en todo caso no soy perfecto ni estoy buscando esa perfección. Lo único que quiero es que el público vea en mí a un artista. La categoría se resume en eso, en dos palabras: bailarín principal, primer bailarín. Seas cuerpo de baile, solista, corifeo... lo más importante es lo que puedas hacer en el escenario".