VIENGSAY VALDES SE LO LLEVA TODO
Por Rufo Caballero (Juventud Rebelde)
La primera bailarina cubana afirmó en entrevista a JR que siempre que baila lleva en su sangre el disfrute y la alegría del cubano.
Unos meses atrás, algunos se sorprendieron con las palabras que Fidel dedicó al arte de Viengsay Valdés. Los cubanos conocen el dominio de Fidel sobre autores y obras de la literatura universal, que aparecen una y otra vez en sus diálogos y libros, pero saben asimismo que él suele ser muy cuidadoso cuando de emitir criterios sobre la cultura artística se trata. Sin embargo, no escatimó elogios con Viengsay Valdés. Y hay que entenderlo.
En El Lago de los Cisnes de este año, Viengsay derrumbó un viejo mito: solo se le daba el cisne negro. Con el bordado de la Odette, el cisne blanco (sutilezas del braceo, rigor de las posturas y posiciones clásicas, interpretación dramática del abatimiento y el cautiverio), la Valdés llegaba a dominar un personaje difícil, que no tenía mucho en común con la impetuosidad y la seducción del cisne negro (para ella, realmente, coser y cantar). A unas semanas de aquel desempeño, se hizo también, ya para siempre, de la Giselle. Luego de años perfeccionando este personaje, bailó un segundo acto convertida en una willi, levitando, en el más cabal estilo romántico.
Pero no solo se redondeaba la leyenda de Viengsay como una de las grandes bailarinas cubanas de todos los tiempos. Debuta en un videoclip y maneja a la perfección la complicidad de la cámara, al punto de que no deja ver a nadie ni a nada más. Si usted quiere hacerse sentir un poco, un poco no más, no baile ni actúe nunca al lado de Viengsay Valdés. Ella es un peligro perenne; ella se lo lleva todo.
Para colmo de bienes, la Televisión Cubana la entrevista en su programa Cubanos en primer plano, y humedeció los ojos de media Isla, cuando, con absoluta madurez y profundidad humana, confesó, emocionada, todo lo que ama y necesita a Cuba.
¿Quién es esta mujer, puro talento de la cabeza a los pies, cubana de ley, consagrada a su arte todo el tiempo del mundo?
JR la sorprende, horas después de su llegada de Egipto y España, adonde viajó como parte de otra gran gira del Ballet Nacional de Cuba. Apremiada por el tiempo de actualizarse, de ponerse al día, ofreció respuestas minimalistas pero cargadas de sentido. A veces afectiva, a veces irónica (Odette/Odile), siempre incisiva; aquí está Viengsay Valdés.
—Si tuvieras que precisar los momentos relevantes de esta gira por Egipto y España, ¿qué funciones señalarías?
—Fue memorable para mí bailar en la base de las pirámides históricas y la Esfinge, en el escenario Luz y Sonido, donde pocas manifestaciones del arte se han presentado. En esta ocasión, con Don Quijote completo. Creo que el Ballet Nacional de Cuba hizo historia al presentarse allí por primera vez. Fue una experiencia única: luchar contra las bajas temperaturas y el viento; aun así, resultó emocionante sentir que bailaba frente a una de las maravillas del mundo.
«Y en España, hubo dos funciones relevantes para mí: la primera de El lago de los Cisnes, en el Teatro Tivoli, de Barcelona, que volvió a ser un acercamiento a esa ciudad, después de ocho años, donde la acogida del público y de la crítica se comportó como todo un éxito. La segunda, sin lugar a dudas: la Gala Homenaje a Alicia Alonso, en el Teatro San Lorenzo, del Escorial, donde interpreté Giselle ante un público muy especializado y varias personalidades de la danza».
—Ciertos diletantes se afanan en cronicar el mundo del ballet como una vida muy cruel, de mucha rivalidad. Quien te conozca de veras, sabrá que eres una mujer transparente, humilde, noble; sin embargo, existe todo un mito alrededor de tus «agallas». ¿Cómo ve Viengsay Valdés el desarrollo de las otras bailarinas en el presente del BNC?
—A algunas les quedan muy bien ciertos ballets, y otros menos. Como a mí misma; como a todo el mundo. Además de bailarinas, o primero que eso, somos seres humanos, con irregularidades, zonas mejores y peores. Pero, ¿sabes una cosa, Rufo? La Escuela Cubana de Ballet, el Ballet Nacional de Cuba son palabras tan sagradas para nosotras; es una responsabilidad tal continuar la obra de Alicia y el prestigio internacional de nuestro ballet, que, ante tamaña obra, los egos, las diferencias, tienden a desaparecer o a no importar en absoluto. Al menos, esa es mi postura: frente a la magnitud de esta escuela maravillosa, que hemos levantado todos, es preciso obviar las mediocridades.
—Un día común de Viengsay Valdés denota una consagración total al ballet: clases, calentamientos, ensayos, entrenamiento con tu fisiatra. ¿Has reservado la vida fuera del ballet para después de los 40 años?
—Soy joven y trato de llevar ambas cosas: mi vida y la carrera.
«No es fácil, pero lo intento, como cualquier artista que se entrega a su profesión».
—Un cronista español señaló que no tienes huesos en la espalda, sino solo músculos. ¿Cuánto de su éxito remite Viengsay Valdés a sus condiciones físicas, y cuánto al tema de la interpretación dramática?
—He tratado de aumentar mi capacidad física y artística, siempre para lograr mantener la calidad de mis presentaciones. He sido incansable y exigente: esa es mi respuesta.
—Ciertos críticos aducen que sueles hacer «concesiones» al público, que te encantan los aplausos, porque demoras intencionadamente los balances, incorporas no pocas piruetas a los fouettés, etc. He escuchado tu visión del asunto, cuando explicas que te interesa insertarte en la tradición de la bailarina temperamental cubana. ¿Podrías abundar en esto para los lectores de JR?
—Los balances prolongados y los giros múltiples son características de la Escuela Cubana de Ballet, de la cual soy exponente. Sigo la tradición de mis antecesoras, como Alicia y Josefina Méndez, entre tantas otras, que durante su carrera supieron hacer gala de ese virtuosismo. Por tanto, no se trata de «concesiones», sino de algo en lo que he trabajado y, además, disfruto. Para mí, el temperamento se forja con los dones y los rasgos de la personalidad de cada bailarina, y la forma en que haya sabido combinar fuerza e ímpetu.
—Sé que Lucía, fotógrafa y pintora, realiza una serie de trabajos inspirados en tu imagen. ¿No te molestan todos esos ojos sobre ti?
—Siempre que sirva de inspiración artística, me siento honrada. Es bonito saber que conquisto el corazón de aquellos que admiran mi arte.
—A partir de la experiencia del video Soy lo que ves, imagino que tendrás tu teoría personal sobre la diferencia entre la actuación para un lunetario y la interpretación para la cámara. ¿Cuál sería, a tu juicio, la principal distancia entre uno y otro código?
—En uno, debes saber ampliar los movimientos para que el lenguaje de la danza, junto a la interpretación, llegue hasta el último espectador de la luneta. La música te ayuda a sentir la carga emotiva, y esa actuación puede —o debe— llegar a ser única e irrepetible. En cambio, ante la cámara puedes corregir la actuación, hasta lograr la escena. Reconozco que en este segundo caso, resulta difícil mantener el personaje en situación dramática, y hay que estar muy concentrado para lograrlo.
—¿Hacemos alguna anécdota, para los lectores de JR?
—Mejor que no; que vean y disfruten el video. O lo critiquen, da igual. No negarás que nos satisfizo muchísimo hacerlo.
—Incluso se comenta que el éxito de tu actuación en Soy lo que ves te pudiera conducir a protagonizar una película con el ICAIC. ¿Han avanzado las negociaciones en ese sentido con el posible realizador?
—Déjame llamar al director, y te respondo luego...
—Pero diva, ¡no evadas más mis preguntas! A ver: hace algunos años que tienes una verdadera repercusión internacional. ¿Te han hecho propuestas para pasar a otras compañías de ballet?
—Sí, me han propuesto muchas galas internacionales, en las que puedo representar al Ballet Nacional de Cuba.
—Ahora te has hecho la sueca olímpicamente. Pero te creo. Sé de tu cubanía, que no es poca cosa. En alguna ocasión, te escuché algo así como que cuando sales a bailar fuera de aquí, sientes como si defendieras a Cuba en cada paso o movimiento. ¿Se mantuvo esa pasión en Egipto y España?
—Siempre que bailo llevo en mi sangre el disfrute y la alegría del cubano. No importa donde me presente: llevo siempre conmigo esa pasión.
—Diva, esta entrevista parece un telegrama.
—Yo todo lo que tengo que decir, lo digo bailando. Con el lenguaje del cuerpo y del gesto.
—¿Cuándo me darás respuestas más largas?
—Cuando hagas preguntas más cortas.
—Me temo que esto ha sido una revancha.
—Sí, por las tantas veces que, durante el rodaje de Soy lo que ves, me hiciste llorar en el Malecón. (Risas)
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