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sábado, marzo 01, 2014

PIDEN COLABORACIÓN PARA RECUPERAR CUADROS DE BELLAS ARTES


Arte cubano
La Habana, 1 mar (AIN) El Consejo Nacional de Patrimonio Cultural emitió una nota acerca de un importante faltante de piezas en el almacén de obras del Museo Nacional de Bellas Artes (MNBA) que se detectó la semana pasada.

El documento consigna que en el edificio socio-administrativo Antonio Rodríguez Morey del MNBA, el acceso al local no había sido violentado por lo que no puede precisarse la fecha exacta en la que la sustracción tuvo lugar, puesto que los malhechores cortaron las obras recolocando los cuadros ordenadamente, por lo que a simple vista no se podía detectar.

Añade que la mayor parte de las obras sustraídas corresponden a Arte Cubano, al período conocido como cambio de siglo (tránsito de la academia y la vanguardia) y especialmente a piezas realizadas por Leopoldo Romañach.

Precisa que está a disposición de las autoridades competentes dentro y fuera del país la relación total de obras con sus fichas técnicas y fotos, con el fin de alertar a museos, galerías, casas subastadoras y otros, de la ocurrencia de este hecho y de la existencia de estas obras que han sido robadas de una institución oficial y que pueden estar a merced del tráfico ilícito a nivel nacional e internacional.

Destaca que cualquier información que se obtenga sobre las mismas podrá conducir a su recuperación, y será de máxima utilidad para la investigación que se lleva a cabo con el fin de esclarecer los hechos.

Quienes deseen brindar ese tipo de información pueden dirigirse al Registro Nacional de Bienes Culturales: registro@cubarte.cult.cu 

Teléfonos: (537)832-0058 / 535 2853610



viernes, abril 29, 2011

MANUEL LÓPEZ ALISTOY: “LO DIFÍCIL ES LLEGAR A LA SÍNTESIS”

Abocado cada vez más a la abstracción, el pintor y diseñador Manuel López Alistoy actúa contra el tiempo

Por Azucena Plasencia (Bohemia)
Fotos: Leyva Benítez

Una catedral iluminada por tres estrellas que simbolizan la pintura, la escultura y la arquitectura ilustraban el manifiesto fundacional de la Bauhaus, la escuela alemana que creó los esquemas y estableció las normas del diseño industrial actual.

Escuela que tuvo a docentes de la talla de Walter Gropius, Wassily Kadinsky, Paul Klee, Marcel Breuer..., y que consideraba como el objetivo supremo de toda actividad creativa a la arquitectura.

Hoy no son pocos los artistas que miran hacia ella como la forma apropiada para representar dignamente la realidad.  

Para Manuel López Alistoy, diseñador gráfico y pintor de la generación que marcara en los 70 rumbos estéticos en la Isla, la arquitectura de La Habana plasma en signos vivos la historia de su cultura y de la época.

La predilección del pintor por lo construido de manera libre y espontánea en el trato del hombre y de las cosas descansa en una sensibilidad despierta para la economía del trazo, la energía sintética de la línea y configura una transformación sustancial de hecho hasta ahora, “una experiencia en el lenguaje”.

López Alistoy, quien pertenece al grupo Yeti, y participa en varios proyectos comunitarios, entre ellos Pintando en el Prado, “lo cual es un magisterio: tienes que explicar, relacionarte con el público, dar clases, prácticamente”, ha sido invitado a personalizar una habitación en el hotel Pernik, de Holguín, instalación turística que se distingue por las obras con que ranqueados pintores nuestros han embellecido su entorno.


–¿Qué te atrae de esa temática urbanística?

–Me apasionan las calles de La Habana, el patrimonio edificado; asimismo, el movimiento de la ciudad, el tráfico, el ajetreo de la gente, de los turistas: son imágenes que me impactan y trato de darles una traducción artística. Quizás influya también que en mis tiempos de estudiante, estuve vinculado a proyectos de arquitectura y de planificación física con el maestro italiano Vitorio Garetti, que era un sabio, trabajamos juntos el proyecto de planificación que hizo para la capital y quedé muy marcado por él, sus conversaciones, su pensamiento y de alguna manera quiero devolver algo de eso.

–¿Qué es lo nuevo?

–En la línea mía hay mucha gente, pero uno siempre está ensayando, cambiando, mi propia pintura es muy experimental, es collages, texturas, diferentes técnicas... en la medida que estás trabajando surge lo nuevo, pero el vuelco que quiero darle a mi obra ahora tiene que ver con la abstracción.

“Cuando con acuarela hago las calles, son manchas, son sugerencias de ese cubismo lineal, estoy concentrado en ese espacio de zonificación, ese espacio interno, quiero huir de la figuración, y he hallado valores, formas plásticas que se salen de lo corriente.

“Entiendo la arquitectura urbana como un arte de la escenificación del mundo cotidiano, de la ciudad. Hay un lenguaje de las fachadas, de las esquinas, tan expresivas que puede gozarse, sobre todo aquí, en La Habana Vieja y también en Centro Habana.

“Voy al cultivo de esa imagen urbana, pero no como consumo visual, que satisface un deseo de percepción de lo externo, sino trato de captar la esencia de las cosas. Lo contrario sería estar al servicio del comercio.

“La ciudad, entendida como algo más que la suma de sus casas, con su ritmo, su densidad de vida en calles y plazas, tan alegre y gozadora, es una fuerza.

“Aquí hablan los ambientes y las cosas: es fascinante la chispa, la ligereza, el sentido de lo lúdico. Mi entorno cambia con más rapidez que yo mismo y entonces el problema es el tiempo: necesitaría dos vidas.”

–¿De quién reconoces mayor influencia?

–De Antonia Eiriz, mi profesora en la ENA: ella marcó a toda mi generación, me enseñó la maravilla del collage. Y también Servando Cabrera Moreno. Fue una época muy bonita.

viernes, enero 23, 2009

ENRICO CARUSO: REY DE LOS TENORES Y MONARCA DE LA CARICATURA

Ese gran intérprete de la ópera romántica italiana del siglo XX también realizó formidables caricaturas a unos 400 personajes históricos

Por Luis Hernández Serrano (Juventud Rebelde)

«Sabía que el célebre Enrico Caruso, el llamado “Rey de los tenores” —uno de los más grandes intérpretes de la ópera romántica italiana del siglo XX— rompía una copa cercana a su cara, con las vibraciones de su voz, pero no imaginé que tendría en mis manos un libro repleto de formidables caricaturas hechas por él a unos 400 personajes históricos.

El revelador comentario lo hace a Juventud Rebelde el «Psiquiatra de la caricatura cubana», Arístides Hernández Guerrero, «Ares», graduado de médico en el Calixto García en 1987 y como especialista en Psiquiatría en 1992.

«Conocía que el gran cantante de ópera vino a Cuba el 5 de mayo de 1920 y aquí actuó en el Teatro Nacional, de La Habana; La Caridad, de Santa Clara y el Terry, de Cienfuegos, época en que dibujó al gran caricaturista cubano Conrado Massaguer.

«También sabía —dijo Ares— que el símbolo de la ópera italiana en y para el mundo, se divertía mucho haciéndole caricaturas a la cantante y actriz de teatro italiano María Conesa, quien en un aparte de un célebre espectáculo le había apuntado con una pistola de utilería, pero ignoraba que había hecho un libro.

«Bajo el título de Caricaturas, fue publicado en 1914 por la editorial Follia Di Nueva York, en blanco y negro, con alrededor de 200 páginas, en las que aparecen caricaturas de personalidades relevantes de aquella época, entre ellos varios reyes, Papas, zares de Rusia, presidentes de Estados Unidos, músicos y artistas.

«Me llama la atención que son caricaturas de rostros y cuerpo entero, muy bien hechas, no de un improvisado en la materia, y cada una tiene debajo el nombre del caricaturizado y el año en que la hizo. Me resultan sumamente interesantes la del Papa Pío X, el Zar Nicolás II, el presidente norteamericano Teodoro Roosevelt, el compositor Johann Strauss y la del Rey Víctor Manuel III, de Italia».

Caruso nació en Nápoles, en 1873, y debutó en su ciudad natal en 1894. Su primer gran éxito fue al cantar la ópera Fedora, de Humberto Giordano, en Milán, en 1898. Murió de una pleuritis purulenta, también en Nápoles, el 2 de agosto de 1921.

viernes, octubre 17, 2008

Latidos de bronce en La Habana

Por Caridad Labrada Curbelo (Radio Habana Cuba)

Con extraordinaria fuerza expresiva, legendarias personalidades irrumpen en la otrora Villa de San Cristóbal de La Habana. Las míticas figuras del ex-beatle John Lennon, la excepcional monja de origen albanés Madre Teresa de Calcuta, el insigne escritor norteamericano Ernest Hemingway y el Caballero de París, de dudoso origen, llegaron para quedarse con la perspectiva de convertir a Cuba en paradigma mundial de los valores artísticos y culturales integrados al desarrollo del turismo.

Como celosos guardianes, su permanencia da vida al entorno, motiva a quienes prefieren transitar por las añejas callejuelas, plazas y parques de la parte más antigua de la ciudad que, en desafío a sus casi 500 años de existencia, adquiere cada día mayor esplendor con atractivas evocaciones al pasado, a través de personajes convertidos en leyenda.

Ubicadas en sitios sugerentes de la ciudad, las esculturas humanizadas trascienden el tratamiento tradicional de poses heroicas o teatrales por otras desenfadadas, según el ambiente propicio a cada personalidad. Esculpidas en bronce por el artista José Villa Soberón, forman parte de un proyecto que muestra la autenticidad de la cultura como añadido exclusivo a productos turísticos.

Sentado en un banco del parque de 17 y 6 en el Vedado, con la vista perdida a través de sus anteojos redondos, el ex Beatle, autor de Imagine y otras memorables composiciones, está rodeado la mayor parte del tiempo por personas de diversas edades, que acuden a saludarlo, pedirle un deseo o llevarse su imagen atrapada tras el lente fotográfico.

Ubicado sobre un piso de mármol donde se lee: "Dirás que soy un soñador, pero no soy el único", su canto a la vida se prolonga eternamente.

Para su escultor, el chico de Liverpool, asesinado en New York a los 40 años de edad, el 8 de diciembre de 1980, resulta "Un genuino destructor de esquemas, porque hizo de su arte un acto de protesta ante las injusticias del mundo" y agrega: "Yo cumplí una deuda de mi generación, al rendir homenaje a uno de los integrantes del cuarteto que revolucionó la música contemporánea".

El tributo de una mujer profundamente humanista está igualmente presente en la obra de Villa. De pequeña estatura, encorvada hacia delante, con un libro en las manos y vestida con su tradicional hábito, la Madre Teresa de Calcuta, nacida el 29 de octubre de 1910 en Macedonia, aguarda la llegada de los curiosos en el patio interior del antiguo Convento de San Francisco de Asís.

Debido a su entrega incondicional a la defensa de los pobres, la venerada monja, nacionalizada en la India y mundialmente admirada como una de las personalidades más influyentes de finales del siglo XX, contaba a su deceso en 1997 con varios premios, entre éstos el Nobel de la Paz.


Mientras, en un extremo de la barra del centenario bar restaurante El Floridita, permanece la escultura de Ernest Hemingway, hombre signado por las contrariedades y el sufrimiento. Desde su nacimiento el 21 de julio de 1899 en Oak Park, Illinois, la vida le reservó disímiles aventuras, muchas de ellas motivo de inspiración en su extensa lista de títulos literarios y artículos periodísticos, que lo sitúan como uno de los más relevantes en las letras del siglo XX.

Quizás por eso y recuperados de la primera impresión, los turistas acuden presurosos a hacerle compañía para perpetuar el homenaje a este peculiar huésped de Cuba, cuya vida se apagó en 1961. Luego de Fiesta, novela que le dio fama, Hemingway escribió otras títulos que son clásicos de la literatura uinversal, entre ellos, ¿Por quién doblan las campanas?, Adiós a las Armas y El Viejo y el Mar; esta última, tan convincente y heroica, narra las peripecias de un viejo pescador cubano y sus avatares frente al mar. Este novela corta le hizo ganar el Premio Pulitzer de Literatura en 1953.

Y así, inspirados por la caminata, el viajero llevará consigo una mezcla de nostalgia y sorpresa por los misterios aún sin develar en cada rincón oculto de esta ciudad inquietante y hermosa, con el deseo de acudir nuevamente al encuentro silencioso con los corazones de bronce, que laten y claman por el amor de la humanidad.

sábado, septiembre 27, 2008

ROBERTO FABELO: ENTRE EL ESPANTO Y LA TERNURA

Se le pregunta con frecuencia si esos seres extraños y deformes que salen de sus manos lo dejan dormir tranquilo.

Por Ciro Bianchi Ross*
Tomado del sitio web de la UNEAC

Reconoce tener una relación clarísima con Goya. El gordo de su dibujo es una metáfora que le permite aludir a los excesos. Su crítica es siempre metafórica, de ironías sutiles. Hoy su obra forma parte de los fondos de importantes museos nacionales y extranjeros y su pintura ha sido muy bien cotizada en subastas internacionales, como la de Sotherby’s. Aun así tiene la sensación de que todavía está empezando.

TEXTO:

Roberto Fabelo vive y pinta entre el espanto y la ternura. Son las señales que le envía la vida desde rincones sombríos y luminosos. En las paredes de uno de los baños de la casa de su amigo el cantautor Pablo Milanés ha dibujado en secreto muchos ángeles y demonios. Reconoce tener una relación clarísima con Goya, en especial con sus pinturas negras, y también con la cubana Antonia Eiriz que legó en su arte y en su labor docente una visión muy cuestionadora de la vida.

Se le pregunta con frecuencia si esos seres extraños y deformes que salen de sus manos lo dejan dormir tranquilo. Consigue un sueño plácido, en efecto, porque dibujar es para él una forma de drenar y no es precisamente de los sueños de donde emergen sus personajes, sino de una realidad que metamorfosea, modifica, interpreta, entrecruza con experiencias y vivencias. Si dibuja a un gordo no es para burlarse de su gordura.

El gordo de su dibujo es una metáfora que le permite aludir a los excesos. Su crítica es siempre metafórica, de ironías sutiles. Es un mirón. Observa a su alrededor y dibuja siempre. Y en busca de las verdades del hombre plasma en su obra una visión respetuosa, pero también divertida, de todo y de todos, de nuestra idiosincrasia, del desbordamiento y exageración de nuestras vidas, nuestras ilusiones, nuestras fantasías. No siempre logra Fabelo explicarse todo lo que dibuja y por qué lo hace. Por eso, mientras más pinta y dibuja, menos habla.

José Roberto Fabelo Pérez nació en Guáimaro, localidad de la provincia de Camagüey, en la porción oriental de la Isla, el 28 de enero de 1950. Ve la fecha de su natalicio como una feliz coincidencia. Un día como ese (de 1853) nació José Martí, Apóstol de la Independencia de Cuba, y eso lo vinculó de manera muy particular a lo martiano, sin contar que sus padres le inculcaron la decencia, el respeto y la solidaridad por los demás. “Todo eso influyó en mi formación”, reconoce y recuerda que desde niño le gustó pintar. Dibujaba en todas partes, las paredes, los pizarrones, las aceras y la gente se reunía para ver lo que hacía. Al mismo tiempo transformaba en animalitos cuanto material caía en sus manos, la arcilla, la cera de los panales de miel, la madera. Asevera: “De ahí nace mi interés por modelar”.

Afirma que nunca ha dejado de ser niño. Cree que esa condición, que insiste en proteger y mantener incólume, se palpa en su obra “juguetona” gracias a elementos muy obvios y a veces subyacentes, o en las ideas y recurrencias.

Ya en La Habana, Fabelo realizó estudios de Pintura en la Escuela Nacional de Arte y en 1981 se graduó en el Instituto Superior de Arte. Hoy su obra forma parte de los fondos de importantes museos nacionales y extranjeros y su pintura ha sido muy bien cotizada en subastas internacionales, como la de Sotherby’s. Aun así tiene la sensación de que todavía está empezando.

Se define como un hombre cauteloso que a veces se arriesga demasiado y pone toda la energía posible en sus ataques de audacia. Pinta o dibuja sobre cualquier superficie y es capaz de transformar en obra de arte el objeto más inverosímil. Los 58 años vividos le parecen solo un instante en el que sin embargo pasaron millones de cosas, buenas y malas, como la muerte de su padre y de uno de sus hijos. Tiene otros dos y una mujer a la que define como “una energía de mil soles”. La familia le permite volcarse en su trabajo artístico y compensa pérdidas o carencias ya irremediables. Ha cambiado 25 veces de casa y su plato preferido es la crema de calabaza que elabora según una receta personal. Gusta de los boleros y se le ha visto cantándolos a dúo con el español Joaquín Sabina por la Quinta Avenida de La Habana.

*El autor es periodista y escritor cubano.

jueves, junio 26, 2008

LENNON PALPITA EN UN PARQUE HABANERO

Por Anubis Galardy (Prensa Latina)

La Habana (PL).- Fundida en bronce, la estatua del ex Beatle John Lennon conserva su apariencia humana en un parque apacible del barrio habanero del Vedado, como invitando a las confidencias.

Ya se ha perdido la cuenta de las veces que algún admirador apasionado, un transeúnte cualquiera o, tal vez un turista, lo han despojado de sus gafas de armadura redonda, con sus lentes imaginarios a través de los cuales parece contemplar la vida que pasa.

Con su aire meditabundo, quizás piense que la paz aún es posible, una quimera conquistable, en medio de la caldera hirviente de guerras y agresiones con que un puñado de poderosos pretende cegar los sueños y borrar de raíz el planeta Tierra.

Lennon nunca está solo. O casi nunca porque para cualquier habanero o cubano venido de algún lugar de la isla, es una tentación atravesar ese parque de árboles frondosos y sentarse a la vera del ex Beatle, tan vivo como cuando cantaba o extraía del torrente humano sus mejores canciones.

El escultor José Villa una vez le atornilló los lentes a su Lennon de bronce, en un intento vano de preservar su obra, la imagen minuciosa y exacta de ese hombre que emergió de Liverpool para convertirse, sin proponérselo si quiera, en un símbolo radiante, universal, que nos pertenece a todos.

Villa lanzó incluso algún que otro llamado para que los lentes de Lennon dejen de tentar a sus compatriotas. Ilusorio empeño. Cada cierto tiempo desaparecen como una reliquia demasiado próxima, codiciable.

El ex Beatle, volcado en su estatua de dimensión humana, llena de misterio y belleza, sigue recostado a su banco habanero, a escasas manzanas del Ministerio de Cultura y a medianía de cuadra de una escuela de música donde los alumnos aprenden a solfear, al amparo de su compañía.

Lennon nuestro, dicen los cubanos, como si recitaran una plegaria, palpitante y tierna. Hay quienes lo visitan día a día, en un peregrinaje placentero.

Lennon es ya parte de La Habana, como La Habana lo es de él; como Cuba lo fue, de algún modo, de Ernest Hemingway, más allá de su literatura.

A los dos es posible encontrarlos donde uno menos lo imagina. No sólo desde las estatuas de bronce que habitan por obra del arte, y los perpetua.


sábado, junio 07, 2008

EL CRISTO DE LA HABANA: MIRADOR PERFECTO Y RELIQUIA

Texto y fotos: Tino Manuel (Quintaesencia)

Desde el otro lado de La Bahía de La Habana se tiene una imagen perfecta de la ciudad-capital, allí se alza un Cristo que domina el panorama del puerto, la entrada de los barcos, exclusivo promontorio para hacer fotos.

El Cristo de La Habana tiene una posición privilegiada para tirar buenas fotos de la ciudad-capital. Desde su promontorio se aprecia buena parte de la urbe, y esta escultura gigante en sí misma constituye cultura.

A la entrada del puerto, a la izquierda se encuentran algunos puntos de interés, como la fortaleza colonial de San Carlos de la Cabaña, el pueblo de Casa Blanca y la colosal estatua del Cristo.

Los marineros desde sus barcos, lo primero que ven al aproximarse a La Habana es el faro de la fortaleza de El Morro, y una vez que enfilan la proa dentro de la bahía les llama la atención la blanca silueta que se alza como dando la bienvenida.

UNA IMAGEN PERENNE

El monumento forma parte de un conjunto arquitectónico que caracteriza la entrada de lo que en su tiempo fuera el puerto Carenas, descubierto por el explorador español Sebastián de Ocampo entre 1508 y 1509.

Esta edificado en mármol de Carrara (provincia de Toscana, Italia) que contrasta con las grises piedras de un entorno cuatricentenario como lo son las fortalezas de los Tres Reyes del Morro, San Salvador de la Punta, la Real Fuerza y San Carlos de la Cabañas, los baluartes que defendieron a La Habana de los ataques de corsarios y piratas.

El Cristo fue inaugurado el 25 de diciembre de 1958, siete días antes del triunfo de La Revolución Cubana y fue construido en Italia, obra de la escultora cubana Gilma Madera, ya fallecida.

Se trata de una figura de Jesús de pie, con una mano en el pecho y la otra en alto en actitud de bendecir y de esta manera mira a la ciudad.

Con una altura de 20 metros sobre la base de tres, pesa 320 toneladas y está compuesta por 67 piezas. Si tomamos en cuenta la explanada sobre la colina donde se ubica, su altura es de 51 metros sobre el nivel del mar.

El poblado de Casablanca, donde está la estatua fue en su tiempo un pueblo de pescadores y ayuda con su quietud a completar la imagen de esa gigantesca estatua, de interés para religiosos de paso y para turistas de todas partes del mundo.

Este Cristo se esculpió en Roma y fue bendecido por el Papa. Durante el montaje, Madera fue ayudada por un equipo de 20 marmolistas y cada fragmento fue atado con tensores de acero a la estructura central.

Existe una leyenda que vincula a Fulgencio Batista, derrocado por la Revolución de Fidel Castro. Cuentan que su esposa Martha rogó por él durante el fallido ataque al Palacio Presidencial el 13 de marzo de 1957.

Si se salvaba construiría una estatua semejante al Cristo de Río de Janeiro, en Brasil. Pero esta leyenda es incierta pues Madera ganó el concurso para la construcción de la estatua en 1956.

Al margen de leyendas y mitos, el sitio continúa como un lugar sagrado desde muchos puntos de vista, pero su mayor importancia está en esa imagen que se alza frente a la capital cubana con una vista maravillosa y especial.

jueves, marzo 20, 2008

SALON DE DIBUJO INFANTIL "POR LOS CAMINOS DE MEXICO"

Tomado de Cubarte

La Habana.- Previo al comienzo del XIII Festival de la Canción Ranchera, será inaugurado el salón de dibujo infantil “Por los caminos de México”, en la Casa de Cultura de Guanajay, el domingo 23 de marzo, a las 3:00 pm.

La exposición está integrada por dibujos y pinturas realizados por niños pertenecientes al Taller de Artes Plásticas de la Casa de Cultura de Guanajay, dirigido por la instructora de arte Mercedes García, que con treinta y cinco años de labor en la enseñanza de las artes plásticas dedicada a niños de las escuelas primarias del territorio, ha propiciado que sus educandos obtengan múltiples premios y otros reconocimientos, destacándose los obtenidos en el transcurso del año, como son: Cinco premios en el concurso “Caminos de Hierro”, en homenaje al centenario del primer tramo de línea férrea en Cuba; dos premios en el concurso “Bastón Blanco”, auspiciado por la Asociación Nacional de Ciegos y Débiles Visuales (ANCI), y un premio en el "Concurso Alejo Carpentier", organizado por la Casa de la Obra Pía, perteneciente a la Oficina del Historiador de la Ciudad de La Habana.

Mercedes García, por los resultados obtenidos en la labor que desempeña, ha sido propuesta para el otorgamiento del “Premio Olga Alonso”, con el cual anualmente se estimula al mejor instructor de arte a nivel nacional.

viernes, enero 18, 2008

ARTURO MONTOTO REMEMORA SUS AÑOS DE ESTUDIANTE

Por Mario Cremata Ferrán (Juventud Rebelde)

Una tarde de sábado llegué al estudio del pintor Arturo Montoto, célebre y empecinado morador de la encantada Guanabacoa. El diálogo con el artista, según lo previsto, se centraría en los preparativos de una exposición, con motivo del trigésimo aniversario de su promoción de la ENA.
Este proyecto sin precedentes fue posible gracias a la voluntad de 12 amigos, creadores activos, que compartieron aula durante cuatro años hasta 1977, en que cada uno tomó su camino. Afortunadamente queda el arte, eslabón primigenio que los unió hace más de tres décadas.

Sin embargo, y tal vez sin proponérselo, el diálogo derivó en la evocación de sus años de estudiante, y sus recuerdos de los profesores «la mayoría muy jóvenes entonces, y nosotros tan viejos», que dejó un dibujo enternecedor e impresionante de quienes contribuyeron a elevar sus dotes artísticas.

—¿Qué sintió un «muchacho de provincia» al arribar a esta gran escuela, con una visión estética tan particular?

—Cuando entro a la ENA, les contaba a mis amigos que me sentía enamorado, y ellos me decían: «¿De quién estás enamorado?». «No lo sé», contestaba; y ellos ripostaban: «Pero si todavía no has visto a ninguna muchacha...». «Es cierto, pero me siento extraño; tengo una sensación, un susto en el pecho que me hace sentir enamorado». Entonces no podía explicarlo. Me había enamorado del entorno.

«Para mí la escuela era una suerte de paraíso, un sitio encantado. Había llegado a un lugar mágico, porque cuando llegas a la ENA por primera vez percibes eso. Ahora está bien destruida, pero en mi época aún estaba reciente, en muy buenas condiciones; era simplemente bella.

«Todavía existía una buena parte del aristocrático Country Club. Nosotros comíamos en el comedor-escuela, donde nos enseñaban las reglas del buen comer. Fui tan empecinado en esta cuestión de la etiqueta que llegué a ser monitor, e incluso me eligieron jefe de monitores de todo el comedor-escuela.

«Todo ese período en la ENA, tan rico; el haber vivido cuatro intensos años allí tan enamorado de la arquitectura, del medio, del ambiente, hay que agradecérselo a Porro.

«Hace unos años tuve la oportunidad y la gran sorpresa de recibir aquí en mi taller al arquitecto Ricardo Porro, quien construyó las escuelas de arte. Entonces él era como un mito. Bueno, rectifico, era un mito, un mito real: el hombre que creó ese espacio tan genial para nosotros».

—¿Qué peso le concede a esta primera formación?

—Fue muy fuerte; pero creo que en el sentido académico mi vida se dio al revés. Debí haber estudiado en la ENA lo que estudié en Rusia y viceversa. Entiendo el llamado proceso de la imaginación, del que tanto se habla, pero mi criterio es que la imaginación ni se estimula, ni se ejercita, ni se aprende. Es un proceso propio del cerebro, que funciona de acuerdo a la capacidad del individuo y a sus experiencias.

«Si no tienes experiencia personal y eres alguien que desde que naces te encierran en cuatro paredes, no tienes imaginación. Puede ser que tengas una enorme cantidad de neuronas y no tengas imaginación. ¿Qué pienso? Que la imaginación es un resultado del vivir, de la experiencia acumulada. Es una combinación de imágenes.

«Generalmente en todas las escuelas de arte se quiere estimular en el estudiante los procesos creativos, pero sin antes darle las herramientas. Una cosa es imaginar y otra plasmar con determinados medios: pintarlo, bailarlo, “histrionarlo” (si se puede decir), actuarlo. Para mí eso siempre ha sido importantísimo.

«La primera formación tiene que ser de herramientas, para luego aprender a usarlas. La imaginación la tienes; lo único que tienes que hacer es buscar la combinación entre esta y las herramientas.

«La ENA tenía una cosa excelente, solo que en mi caso no era el momento en que lo necesitaba. Era riendas sueltas a la imaginación; mucha creatividad, pero poca técnica. Cuando termino, me dan una beca en Rusia y una vez allí me enfrento con una academia extremadamente recia, una formación puramente instrumental: cero imaginación, combinación y creatividad. Eso a ellos no les importaba. Les interesaba que supieras dibujar o pintar. Después desarrollabas la imaginación que tuvieras.

«Pienso que el método es correcto. Ahora, no para mí a la edad en que fui para allá. De todos modos le concedo un peso importantísimo a la ENA, porque allí descubrí muy buenos consejos, enseñanzas de los profesores y experiencias».

—¿Pudiera contar alguna de esas experiencias?

—La formación era mucho más amplia. En el último año de la ENA tuvimos un profesor de Literatura, a quien los cubanos le debemos un gran respeto y yo particularmente una gran admiración, que es Ángel Vázquez Millares. Hay que hacerle esa reverencia. Desgraciadamente hubo un incidente desagradable y no continuó impartiéndonos clases, pero en dos o tres semanas aprendí más literatura e historia que nunca, porque su literatura era historia.

«Cuatro o cinco de nosotros mantuvimos la amistad con él. Nunca olvido la apertura de la exposición de Wifredo Lam en el Museo Nacional de Bellas Artes, con los grabados que ilustraban El último viaje del buque fantasma, relato de Gabriel García Márquez. Siempre he admirado la obra de Lam, uno de mis artistas más venerados. Tuve la dicha de visitarlo en sus últimos momentos, pero la primera vez que lo vimos fue aquella, allá por 1977, en que él estuvo acompañado por García Márquez.

«Recuerdo que mi grupo fue a saludar a Lam y a García Márquez —por supuesto que el primero era mucho más importante para nosotros— y después no queríamos lavarnos las manos, para que la energía de estos dos grandes se nos quedara impregnada.

«En medio de aquella euforia apareció por un pasillo aquel profesor de Literatura que habíamos dejado de ver, y todos automáticamente dejamos a Lam y a García Márquez y nos fuimos con Vázquez Millares. Él mismo nos aconsejaba con modestia que volviéramos con los maestros, pero nosotros no hicimos caso.

«¿Por qué te hago la historia? Pues porque esa tropa acordó ese mismo día que todos los domingos en las tardes visitaríamos el estudio de Vázquez Millares para escuchar y aprender música. ¿Qué interés podríamos tener los pintores en escuchar música? Sin embargo, todos los domingos, religiosamente, lo hacíamos. Se hacía un té o un cafecito —en aquella época no había mucho para compartir— y nos pasábamos toda la tarde, hasta las 11 de la noche, escuchando música. Aprendimos a hacerlo gracias a los conocimientos de Ángel Vázquez Millares.

—A la luz del presente, ¿considera efectivo el haberse becado?

—Muchas veces, a lo largo de estos años, hemos renegado del sistema de becas en Cuba. Es cierto que puede tener lados negativos. La dureza de mi carácter hoy, cuando muchas veces soy hosco, retraído y mis respuestas al medio son siempre como defensivas, se la debo a la beca. Esa voluntad de «atrincherarme» es negativa en mi persona.

«Pero a la larga, la beca te garantiza cosas muy buenas. Una es la organización personal en la vida. Puede parecer medio militar, pero soy un hombre capaz de vivir solo sin grandes tropiezos. De hecho cuando he tenido que hacerlo no he sentido la necesidad de que alguien me tienda la cama o me prepare la comida. Afortunadamente ya no soy tan ordenado. Poco a poco voy tratando de desordenarme yo mismo, pero conservo la disciplina que adquirí en la beca.

«El otro aspecto es el de vivir en colectividad, que te quita ciertos complejos, te priva de la intimidad y te hace más atrevido y descarnado. También se generan amistades maravillosas, porque allí lo compartíamos todo, hasta la ropa.

«Otra cosa fundamental que converso con mis discípulos es que en la beca se comparten más los conocimientos. Al terminar las clases no te marchas a tu casa; permaneces en los albergues, en los comedores o en los pasillos. Esto generó en nosotros una experiencia fortísima en el conocimiento de las artes visuales. No sucedía lo mismo en San Alejandro. Allí se era más individualista».

—La convivencia con estudiantes de otras especialidades tiene que haber ayudado también...

—Sí, muchísimo. El de la ENA es un proyecto sin igual, de los más geniales que hemos tenido todos estos años en Cuba en la enseñanza artística. Es una lástima que se haya frustrado; y considero que se frustró porque actualmente no funciona como surgió, con la concepción de que todas las artes estuviesen mezcladas.

«Hoy un estudiante de Artes Plásticas de cualquier escuela no tiene a su alcance las mismas oportunidades que tuvimos nosotros. Por ejemplo, en mis tiempos era casi obligado asistir al ballet o a los conciertos de la Sinfónica todos los domingos. No había exposición que se hiciera ni obra de teatro que se estrenara en La Habana a la que no fuéramos todos. Había un clima cultural tan fuerte que para nosotros se convertía en avidez.

«Nos relacionábamos en el plano amoroso. Eran muy comunes las parejas de un artista plástico y una bailarina. Y por supuesto, este no podía dejar de ir al ballet a ver a su novia en escena. Entonces me leía, como si fuera un estudiante de esa especialidad, el libro del crítico británico Arnold Haskell (Balletomania). De igual forma perseguía volúmenes de dramaturgia, sobre todo historia. Sin darnos cuenta estábamos empapándonos de conocimiento. Era una interconexión muy fuerte entre todas las especialidades; una experiencia maravillosa que no se ha repetido».

—¿Podemos considerar la suya como una de las más singulares e interesantes promociones?

—Tal vez la más conocida es la del año 1970, la llamada Graduación del 70, aunque los límites son difusos. Tomás Sánchez no es de la misma promoción que Ernesto García Peña, ni Fabelo de la de Chocolate; puede que sí y puede que no. Entre 1969, 70 y 71 se confunden los límites, pues fueron tres graduaciones muy fuertes, en el sentido de que casi todos están activos con una producción bien conocida. Curiosamente, ellos fueron profesores nuestros.

—¿A quienes recuerda especialmente?

—Todos nos aportaron algo: Choco, García Peña, Paneca, Antonio Vidal (de otra generación), Luis Miguel Valdés... ellos nos enseñaron prácticamente acabados de graduar. De los alumnos, uno de los mayores fui yo, y eso hacía que me acercara más en edad a los profesores. Por eso entre Fabelo, Nelson y yo no hay muchos años de diferencia. Hasta algunos piensan que soy de esa época, porque además he mantenido unos vínculos muy fuertes a nivel afectivo con ellos.

«Recuerdo con especial dilección a Tomás Sánchez, mi profesor de Grabado. La primera vez que supe lo que era una litografía fue en su clase. A él le fascinaba impartir la técnica de la cuatricromía (los tres colores primarios y el negro, para lograr todos los demás posibles).

«También a Nelson Domínguez, por ser muy activo y porque lo tuvimos por partida doble: en primero, y luego en cuarto año. En esa última etapa hizo proyectos fascinantes. Lo mismo salíamos a la calle a hacer paisajes que nos íbamos a los astilleros de Casablanca a trabajar junto a los obreros. Incluso recuerdo muy bien un cuadro a gran escala donde recogí ese ambiente de fundición de propelas en bronce. Lamentablemente se perdió.

«Le debo mucho a Antonio Vidal, que era el profesor algo obstinado que no nos perdonaba nunca. Era implacable. Para él los errores no estaban permitidos. En aquella época nos molestaba que fuera tan exigente y tan ríspido con nosotros. Después la vida nos fue demostrando que esa dureza había ejercido sobre todos una influencia tan fuerte, que nos hizo lo suficientemente sensatos para sentirnos inconformes con nuestra creación. Su rigor nos ayudó a no estar contentos nunca, a comprender que una obra no está terminada, que siempre es posible hacerla mejor».

jueves, diciembre 06, 2007

Más de 450 esculturas en Zoológico de Piedra de Yateras

Por Pablo Soroa Fernández (Granma)

A más de 450 ascienden las figuras del Zoológico de Piedra de Yateras, inaugurado en 1977 en Boquerón, un antiguo cafetal de ese municipio de la provincia de Guantánamo por el escultor autodidacto Ángel Iñigo Blanco de Anaya.

El hasta entonces anónimo campesino asombró a Cuba ese año cuando hizo pública su obra, modelada con cincel, hacha, barreta y martillo, y el cineasta Santiago Villafuerte, se encargó de divulgarla por el resto del mundo, con su premiado documental Cultivando la piedra.

Durante el homenaje que se le rindió durante la Fiesta a la Guantanamera, que concluye hoy, Iñigo se negó a respaldar con su habitual modestia, el criterio generalizado de que "donde único existe una obra similar en el mundo es en la finca de Boquerón".

"Lo único que puedo asegurar es que mis animales están saludables y no necesitan comida ", bromeó.

Dijo también que ha pensado en la posibilidad de trasladar de sitio su hermosa obra, porque las severas lluvias de los últimos años la están dañando.

Auxiliado por su hijo y sucesor Ángel Iñigo Pérez, el septuagenario ha tallado, en total, un millar de esculturas de diferente formato, y entre sus preferidas sobresale la que refleja el desigual combate de un aborigen y un toro bravío.

El conjunto integra la representación de una comunidad primitiva pétrea en proyecto, y persigue ilustrar a los visitantes sobre los peligros que debieron afrontar para la supervivencia los primeros pobladores de la Isla.

Entre las efigies logradas con rústicos instrumentos por ambos artífices de la selva más silenciosa del planeta, descuellan las de una serpiente boa inmersa en la tarea de devorar a un búfalo colosal, y un descomunal elefante.

Cuando su compañero de tarea era todavía niño, el egregio paquidermo fue la primera pieza forjada por Iñigo Blanco, a la cual le siguieron leopardos, leones y otras especies de las praderas africanas, alternadas con figuras humanas como la del General José Maceo y otros patriotas.

Agazapada en una colina, casi inadvertida entre centenares de figuras del parque, aguarda al turismo la del canguro, el animal que en la lejana Australia forma parte del escudo nacional y es sagrado para la mayoría de sus habitantes.

Pero como declaró en junio de 2002, al firmar la reforma constitucional sometida a consulta popular ese año, hoy reitera a la AIN que no es ninguna de su Zoológico de Piedra, sino la Revolución Cubana, la mejor de las "esculturas" de la humanidad.

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miércoles, octubre 17, 2007

Convocatoria Premio El reino de este mundo

Tomado de Opus Habana

La Casa de la Obra Pía — como sede de la Sala Permanente Retorno a la Semilla — y la Fundación Alejo Carpentier, convocan a este concurso como tributo de admiración a la obra del escritor cubano.

Circunscritos al campo de las artes plásticas, los trabajos serán premiados en diciembre de 2007 en ocasión de conmemorarse el 103 aniversario del nacimiento de este notable escritor cubano.

El concurso persigue cautivar a las nuevas generaciones con la obra y la personalidad de Alejo Carpentier, como escritor y hombre de talla universal, y profundizar en los conocimientos sobre la cultura cubana.

Las bases del certamen son:

·Primero: Podrán participar los jóvenes cuyas edades estén comprendidas entre los 10 y los 20 años.

·Segundo: Los trabajos presentados deben reflejar los momentos más importantes en la vida de Alejo Carpentier, sus obras literarias, personajes y lugares evocados en su literatura.

·Tercero: Se concursará en tres categorías.

·1ra. Especial para las Aulas-Museo: Teniendo en cuenta que la Casa de la Obra Pía trabaja el tema de la imagen del hombre (vestimenta o indumentaria), se propone asociar el texto La Ciudad de las Columnas, de Alejo Carpentier al tema del vestuario, a partir de la reinterpretación y redescubrimiento de diferentes tipos de columnas en el contexto urbano.

·2da.: Concursantes cuyas edades estén comprendidas entre los 10 y 14 años.

·3ra.: Concursantes cuyas edades estén comprendidas entre los 15 y 20 años.

·Cuarta: Se podrán presentar trabajos de libre formato en las diferentes técnicas de las artes visuales: diseño, pintura, dibujo, grabado entre otras.

·Quinto: Todas las obras deben ser debidamente identificadas: nombres, apellidos, edad, título, dirección particular, procedencia (escuela taller).

·Sexto: Se entregarán un premio en cada categoría y tantas menciones como el jurado estime pertinentes.

·Séptimo: El plazo de admisión cierra el 30 de noviembre de 2007.

·Octavo: Los trabajos pasarán a engrosar los fondos de la Casa de la Obra Pía.

·Noveno: Los trabajos deben enviarse a: Casa de la Obra Pía, sita en la calle Obrapía # 158 Esq. a Mercaderes, Habana Vieja. CP 10100.

lunes, septiembre 24, 2007

Pintor cubano Gilberto Frómeta expone en Beijing

Beijing.- Bajo el título Luz y Color fue abierta hoy al público chino en esta capital una exposición personal del galardonado pintor cubano Gilberto Frómeta, que se extenderá hasta el próximo 26 de octubre.

Esta es la primera vez que Frómeta, ampliamente conocido por su obra figurativa sobre la imagen y las formas del caballo, presenta una muestra de sus cuadros en el gigante asiático.

La Galería BB, situada en la llamada zona artística, en el nordeste de Beijing, acogió en esta ocasión una colección de pintura abstracta, la otra vertiente en el quehacer plástico del pintor cubano.

El artista considera que su lenguaje pictórico puede sorprender inicialmente al público chino, si bien le resultará familiar la brillantez del color, pues en China se explotan mucho los tonos puros, como el rojo, el verde, el azul y el cobalto.

En este continente, Frómeta había presentado exhibiciones personales con anterioridad en Malasia, en 2005 y 2006, tanto en la Universidad de Penang como en galerías de Kuala Lumpur, la capital de ese país del sudeste asiático.

También durante su carrera ha exhibido en Cuba, España, Portugal, Venezuela, Colombia, República Dominicana, Ecuador y otras naciones, y colectivamente, junto a otros artistas cubanos, su obra ha sido vista incluso en Francia, Japón e Inglaterra.

Tal vez para el próximo año, si todo marcha bien, se pueda presentar aquí una exposición de mis cuadros con la temática de los caballos, dijo el pintor de la isla caribeña.

Gilberto Frómeta, nacido en 1946, ha recibido varios premios nacionales e internacionales, y en 1996 fue acreedor de la distinción por la Cultura Nacional.

viernes, septiembre 14, 2007

Maestros mexicanos en Bellas Artes

Por Cecilia Crespo (Granma)

La impronta de los tres grandes muralistas mexicanos Diego Rivera, José Clemente Orozco y David Alfaro Siqueiros se muestra en el Edificio de Arte Universal, del Museo Nacional de Bellas Artes.

Bajo el título de Homenaje a México se exhiben, en coordinación con Casa de las Américas y la Embajada mexicana en la Isla, una veintena de grabados y pinturas de los tres artistas, provenientes de los fondos del Museo, como parte de las Jornadas Culturales de México en Cuba y en conmemoración del centenario de Frida Kahlo y el cincuentenario de la muerte de su compañero, Diego Rivera.

La exhibición fue inaugurada por José Ignacio Piña Rojas, embajador en La Habana de la vecina nación, quien expresó que la obra de estos creadores funciona como testimonio de fraternidad que ha unido a nuestros pueblos. La ocasión fue propicia para que los reconocidos pintores mexicanos, Arturo Estrada, Arturo García Bustos y la investigadora Tersa del Conde comentaran algunas de sus experiencias con los maestros.

Este Homenaje a México celebra también un aniversario más de la primera exhibición colectiva de los tres artistas en esta misma institución, inaugurada por la doctora Marta Arjona en septiembre de 1984.

Modesta cosiendo, lienzo de Rivera, Muralla, óleo sobre madera de Siqueiros, y Las masas, litografía de Orozco son algunas de las piezas incluidas en la selección, que recrean de cierta manera la estética discursiva llevada por ellos a dimensiones muralísticas y que revolucionó la visualidad latinoamericana del pasado siglo.

viernes, agosto 03, 2007

Carlos Enríquez: un hombre rebelde dentro de una coraza

Por Mario Cremata Ferrán, estudiante de Periodismo (Juventud Rebelde)

Esa mañana yo había roto la privacidad del refugio de la doctora Graziella Pogolotti, aunque no por eso ella hizo desdén de su buen trato y auténtica sencillez.

La reconocida ensayista y crítica de arte, nacida en París en 1932, aceptó sin reparos la petición de evocar, a 107 años de su nacimiento, —que se celebran hoy— al gran pintor Carlos Enríquez, uno de los representantes de la vanguardia pictórica del país en el pasado siglo, y de los que mejor plasmaron la cubanía, en lo que él definió como Romancero Guajiro.

Indagar sobre los años juveniles de Graziella es remontarse inevitablemente a un pasado de ilusiones y desilusiones y contar detalles bien guardados acerca de su relación con el mítico e indomable artista, creador de El rapto de las mulatas.


Con Carlos me sucedió lo mismo que con Alejo (Carpentier): ellos me conocieron antes de que los conociera yo. Mi mamá contaba que cuando yo era bebita la familia atravesaba una difícil situación económica y, a veces, el dinero no les alcanzaba para comprarme un pomo de leche.

«Una noche en la capital francesa Carlos se fue a jugar billar con Eduardo Avilés Ramírez, un periodista nicaragüense muy amigo de los cubanos que ocupaba varias corresponsalías de diarios de la Isla en París. Era fanático y sin embargo muy mal jugador. Carlos le ganó unas cuantas partidas y con ese dinero se presentó por la mañana en nuestro departamento con un pomo de leche. Mi madre no olvidó nunca esa acción».

—La amistad entre Carlos y Marcelo Pogolotti se remontaba a los años de niñez...

—A principios del siglo pasado compartieron clases en el Candler College de La Habana. Me contaba papá que a Carlos le decían Mosquito, porque era delgado e inquieto. Ambos jugaban pelota y varias veces escaparon juntos de la escuela. Después, se reencontraron en los años 20 con la pintura.

—¿Cuándo comenzó a visitarlo asiduamente?

—Desde nuestra llegada a La Habana, en noviembre de 1939, tuvimos contacto con él. De niña me llevaban los domingos al Hurón Azul, algunas veces porque no tenían donde dejarme.

—¿Qué recuerdos conserva de aquel lugar y de su dueño? ¿Platicaba con usted?

—Allí siempre preparaban el auténtico menú criollo: puerco asado, a veces en pincho, arroz y frijoles negros. Había una familia a la que él le permitió construir una casita al fondo del Hurón y ellos le ayudaban a mantener el jardín y atender los quehaceres hogareños.

«Recuerdo que una vez intenté coger el libro Les chants de Maldoror (Los cantos de Maldolor) en la biblioteca y vino José Antonio Fernández de Castro y me lo quitó. Yo había escuchado nombrar constantemente a su autor, el conde de Lautréamont (Isidore Ducasse), uno de los antecedentes del surrealismo. Me dijo que esa literatura no era para niños. Sin dudas fue un abuso del ejercicio de autoridad.

«Carlos era un hombre muy generoso, un tanto apasionado. Me decía Graziella o Graziellita. Conmigo fue muy afectuoso. Alguna vez, cuando todavía él y Eva Fréjaville (su segunda esposa) vivían juntos, pasé algunos días con ellos, durmiendo arriba en un sofá, en el estudio. Él era amable mientras estaba sobrio; aunque conversador solo con los adultos. Conmigo empezó a conversar más en la medida en que crecí».

—¿Era la única infante que visitaba aquellos parajes?

—Así es. Al principio, cuando aún estaban en Cuba el poeta español Manuel Altolaguirre y su esposa Concha Méndez, ellos llevaban a su hija Paloma, que era contemporánea conmigo.
Correteábamos por todo el paisaje campestre. La verdad es que me aburría bastante. Por los alrededores había vida, pero dentro yo no tenía qué hacer.

—¿Usted nunca posó o fue inspiración para el artista?

—Aquí en La Habana me hizo un dibujito una vez, a tinta, cuando yo tenía 11 o 12 años. Aún lo conservo con su dedicatoria de palabras ininteligibles. Años más tarde le mostré mi curiosidad preguntándole qué había anotado exactamente. Me contestó: «No lo sé, en verdad yo estaba borracho en ese momento». Fue la única vez que me pintó.

—¿Cuándo comenzó esa actitud desenfrenada hacia la bebida?

—Tengo entendido que empezó de muy jovencito. Mi padre me decía que uno de sus hermanos era también alcohólico, y un día se quedó dormido, borracho, con un cigarro encendido en los labios y murió a consecuencia de las quemaduras.

«El padre de ellos era un médico muy bien situado, al que regalaban muchas botellas de vino y rones que se acumulaban en la casa, porque él era abstemio. Ellos se las robaban y ahí comenzó el drama».

—¿Qué postura mantenía con las mujeres?

—Carlos era muy machista. Su modelo era Tilín García. Durante la primera etapa de su relación con Eva Fréjaville, prácticamente la mantenía presa en el Hurón Azul. Poco a poco ella sintió la necesidad de poner fin a ese encierro y salir a la ciudad, donde impartía clases de francés en la Hispanoamericana de Cultura. La tenía siempre bajo control. Por lo menos se había construido un personaje así. En realidad no era tan fiero.

—¿Y con su propia familia...?

—Asumía una actitud desafiante ante todo lo que le parecía burgués, tanto la moral pequeñoburguesa como los valores establecidos. Entonces tenía una relación difícil con su familia. Ellos eran varios hermanos, y una de las hembras lo visitaba cada domingo, porque su marido compartía las aficiones alcohólicas.

«Otras dos hermanas, que vivían juntas y solitarias, se hicieron cargo de la hija de Carlos con su primera esposa, la escritora y pintora estadounidense Alice Neel. Isabel se llamaba, y era mayor que yo. Era muy linda y él le hizo un bello retrato. La conocí realmente poco, porque las tías fueron quienes la educaron y ella tenía escasa relación con él.

«Algunas veces, cuando Carlos venía a la ciudad a comprar pinturas y resolver sus asuntos, se llegaba a mi casa en Peña Pobre. Recuerdo que no más entraba decía: “Bueno, aquí vengo de la casa de las putas de mis hermanas”. Se burlaba de ellas. Decía que Silvia se había divorciado por causas higiénicas; que cuando uno se levantaba del asiento venía corriendo a pasar un paño húmedo, y así con todo...

«De cualquier forma, a su manera estaba más o menos al tanto de lo que le sucedía a su hija. Ella se hizo novia de Ulises, un hijo de Sergio Carbó, el periodista director de Prensa Libre. Casi en vísperas del matrimonio, la dejó para casarse con una muchacha de dinero. Él mismo nos contó la historia; era su única hija. Aquello fue un verdadero drama y después de eso Isabel se marchó a Estados Unidos. No supe más de ella hasta el año 2000 cuando, con motivo del centenario de Carlos Enríquez, me encontré con un cubano-americano que me contó de su suicidio».

—¿Cómo era el Carlos de su juventud?

—Te contaré dos anécdotas. Él tenía una mezcla de machismo y caballerosidad española. Cuando estudiaba en la universidad, una vez un par de amigas y yo debíamos regalarle a cierta persona con mucho dinero, para la cual se nos hacía difícil escoger un presente. A mí se me ocurrió pedirle una acuarela a Carlos Enríquez, considerándola un buen obsequio. Así, María Elena Jubrías (hoy profesora Emérita de la Universidad de La Habana), otra joven que ya murió y yo, nos dirigimos al Hurón Azul.

«Mi padre se preocupó mucho al enterarse de nuestro propósito, alegando que éramos tres muchachas jóvenes, y como Carlos abusaba del alcohol no sabía cómo se iba a comportar. Llamó enseguida a su amigo “Guerrita” para que fuera y controlara la situación.

«Carlos nos hizo escoger entre varias acuarelas de caballos que tenía terminadas. Decidió ser un caballero con todas las de la ley; extremó la cortesía, y mis amigas quedaron un tanto defraudadas, pues no se toparon con aquel fiero animal que se imaginaban.

«Más tarde, en la Sociedad Cultural Nuestro Tiempo, programaron una exposición de Carlos Enríquez y me pidieron que la inaugurara. Yo no sabía qué pensaría o cómo reaccionaría; si haría algún desplante, porque me seguía viendo como una niña. Pero no, me trató como una persona adulta y respetable. Todo transcurrió de maravilla».

—¿Podría intentar describirlo?

—Tenía un bigotico, los ojos un poquito saltones y su pelo negro. Era de talla mediana; siempre se mantuvo delgado y después de todos los problemas que tuvo con los pies, se le rebajó un poco la estatura.

—¿Qué problemas?

—Se fue alcoholizando progresivamente. Al parecer se emborrachaba solo, se caía y se quedaba rendido con el sopor de la bebida. Empezó a padecer dolores de cabeza muy fuertes. Carlos Ramírez-Corría, cuñado del pintor Domingo Ravenet y eminente neurocirujano, lo ingresó en el Hospital Calixto García para intentar descubrir las causas de sus dolencias.

«Resultó que esas caídas sucesivas le produjeron fuertes traumas en la cabeza y múltiples fracturas en los pies, que se le iban resolviendo espontáneamente. Tuvieron que refracturarle todos aquellos huesos que estaban mal consolidados para que soldaran bien.

«Estuvo largo tiempo internado en un sitio verdaderamente espantoso, que fue lo mejor que pudieron conseguirle. En su misma sala había enfermos mentales, miseria y seres en harapos que daban muy mala noche. Cuando yo iba a verlo me confesaba que no podía descansar ni de día ni de noche. De algún modo esa tragedia está reflejada en su novela La vuelta de Chencho, con algunos componentes fantásticos. En parte describe la atmósfera del hospital».

—¿Luego qué sucedió con él?

—Carlos había cobrado años antes la herencia de sus padres y con eso compró el Hurón Azul y vivió mientras le alcanzó el dinero. Cuando le dieron el alta volvió a la soledad de su casa. Esto fue en los 50. Tenía que usar bastón, pues caminaba con dificultad, y como se le había agotado todo su dinero, tampoco podía dar las fiestas de antaño.

—¿Nunca comercializó sus obras?

—En esa época no había mercado. Vendería algo de vez en cuando, pero lo recaudado no le daba para vivir.

—¿Cuándo supo de su fallecimiento?

—Hacía algún tiempo que no lo veíamos. Las circunstancias de su muerte fueron dramáticas. Ese día (2 de mayo de 1957) él debía inaugurar una exposición en la galería de la Editorial Lex, en La Habana. Amaneció muerto, tendido en el portal del Hurón, con su perro Calibán echado junto a él. Estaba ebrio y al parecer sufrió un trastorno cardíaco. En el entierro solo nos encontrábamos los amigos más cercanos.

—Si tuviera que definirlo...

—Pienso que fue un rebelde en todos los planos de la vida y... al mismo tiempo fue una persona muy tierna, que trataba de protegerse, de hacerse una coraza. Sin embargo, esta no lo hizo invulnerable.

martes, junio 26, 2007

Belkis Ayón: Los ojos en la noche

Por Luis Manuel Pérez Boitel (Revista Esquife)

He quedado atrapada, con todo placer, en un mundo de recuerdos sagrados, de misterios, de secretos conocidos, y de secretos-secretos donde, desde mi posición de observadora, persigo a sus legendarios personajes en ceremonias de iniciación, de consagraciones, de sacrificio y muerte.

Belkis Ayón (La Habana, 1967-1999)

La ceremonia como objetivo o pretexto para el acto, sea circunstancial o definitorio, nos enuncia una nueva temporada. Los signos venideros nos aseveran que ya desde otras legiones la vida es algo más que un hecho fantasmagórico, una venganza o un instante. En esos mundos, entre sahumerios, podemos adentrarnos una vez más al órfico y universal tiempo de la obra de Belkis Ayón.

Nadie, sin embargo, podrá precisar dónde comenzó el viaje o hasta dónde llegó su viaje. Lo cierto es que hoy tengo frente mí un conjunto de colografías, que marcan realmente su voz desde el silencio donde hoy continúa morando. La artista tal vez presintió tales senderos y fue armando una catedral milenaria ante la noche, ya reverente donde los cuerpos, quizás cuerpos mágicos jueguen para deleitarnos.

No hay un trazo que no sea una huella palpable de la vida. Esos cuerpos son realmente el espectador y su sino (su constante dialogo), y somos engañados en el divertimento de las sombras. Sombras a veces donde hay luces como en un debate bíblico o en una estampa antigua, allí se nos reafirma el sentido de su obra como advierte Yolanda Wood: “La obra de Belkis se abre a una reflexión crítica sobre la condición humana.” [1]

Quizás en esos claustros la artista prefirió la colografía, técnica del grabado que consiste en una especie de collage impreso, con una amplia variedad de materiales puestos y pegados sobre un soporte de cartón. Las dimensiones de su obra nos acercan a lo colosal de su mundo. Allí se advierte toda una escena de símbolos, de historias posibles, de mágicos sacrificios.

Y es que el hecho del sacrificio pudiera habernos advertido de su pronta despedida, la solución de esos sortilegios que la autora nos legó y pretendió resolver como una deuda ante los hombres.

Tal parece un canto por la muerte, por burlar la muerte, esa fuerza que impone siempre renovada desde los ojos de los cuerpos. Quizás por venganza o por filosofía personal la artista no enuncia si son realmente cuerpos vivientes. Ya nada importa, lo inmaterial es ahora un simple compás para sumergirnos en el otro mundo. Hay un fino humor como hay divertimento en cada trazo, pero más que ello hay un modo peculiar y alegórico de presentarse, incluso de despedirse. Entonces como pretexto por buscar esa salida, están las imágenes en blanco y negro.

Lo que se cuenta al margen de esos espléndidos grabados son historias que traspasan la leyenda de Sikán; según refiere David Mateo, “parece enfatizar su propio conflicto. La causa de uno se fue desdoblando cada vez más hasta convertirse en la causa del otro.” [2]

Algo parece enunciar en “La Familia” (colografía, 1991); allí, como en otras obras, desciframos un discurso ante lo sagrado, lo magnánimo y lo inasible. La supuesta utopía está precisamente en advertir otros enigmas, otros rostros, otras historias, al fondo de esos ojos que nos miran. ¿Fueron quizás estos los celadores de su mundo real?

Nada pudiera aseverar después de reconocer en su efímera vida tanta obra para adentrarnos a lo mágico de su ceremonia, de sus actos definitivos. La religión, es asumida como desdoblamiento en un dialogo permanente entre el mundo humano y el mundo animal, entre el mundo real y el mundo de las cosas. La predilección por esa sentencia fue la que asumió con un rigor divino, que ni los propios hombres pudieran denotar como realeza ante el credo mágico, ante la fe.

Una prueba definitoria de esa solución se advierte en la concatenación de su obra, en su secuencia: en un inicio colografías donde los colores predominaban de vez en vez, hasta lograr los matices definitivos. Según Eugenio Valdés Figueroa, “su obra vence las versiones trilladas de carácter expositivo. La artista ya cuenta con sobrados precedentes de la búsqueda artística que penetra la naturaleza del mito como materia reflexiva, y logra aportar nuevos ángulos exploratorios y especulativos, sobre todo porque su discurso está marcado raigalmente por una conciencia sexual que resulta casi contestataria.”[3]

Los códigos de una sociedad secreta como la Abakúa nos advierten de la iniciación, incluso ante el temor de ser reconocida. Pero ya la artista había descifrado cada pasarela sobre el cuerpo, y había sido incluso juzgada por los hombres. Estaba allí, para asumir sus deudas posibles, sin temor a vagar por el trasmundo. Tenía fuerza y suficiente valor para el desafío, la dura contienda. Ya había confesado: “Fue una suerte descubrir el libro Los Ñáñigos, de Enrique Sosa; en especial el capítulo 'Tánze, Sikán y el pacto de los Obones'; volver a reencontrarme con El Monte y La sociedad secreta abakúa narrada por sus viejos adeptos, escritos por Lidya Cabrera”.

Los cuerpos yacen sobre las palabras de los otros, que ya no están. Una filosofía que nos invita a reconocernos ante la muerte y desde la muerte nos plantea Belkis en cada obra. El dolor aquí es parte del consuelo, del ritual de las cosas que saltan o escapan a otra dimensión, a otro mundo. El llanto y la fatiga no es el llanto y la fatiga. La meditación es la llave de tales enigmas, de sus saudades. Como Empédocles, también la artista descifra lo cíclico de la existencia, esa comunión del reino animal y humano como precedente, como realeza en la secuencia de la vida, como partitura original para asumir cada segundo en su creación.

Cada colografía es una puerta, ya sea una estampa o múltiples piezas, una historia que es parte de otra, definitivamente. Cada segundo está cubierto de una precisa justificación, de ir juntando los cuerpos para la ceremonia, el festín, la algarabía.

Nada existía por casualidad en estos grabados que Belkis nos propone en su obra, nada vivía con más fuerza a no ser el sentido del movimiento que daba a cada rostro, en cada entrega. Movimiento que fue notándose cada vez más violento, incluso agresivo para el espectador. Así aparecen colografías como “Acoso” (1998), “Intolerancia” (1998), “Hay que tener paciencia” (1998), que nos provocan grandes enigmas, precisamente cuando la artista había ganado un reconocimiento internacional.

Ese sentido de movimiento, es precisamente una idea personal, quizás, para lograr ciertos equilibrios, ciertos estados de gracia. Es precisamente un momento donde ya Belkis entiende conformada su obra, su filosofía ante las cosas y no rehuye de ella, como Sócrates, en el empeño de legitimar su mundo.

No bastaba ya a la artista ese permanecer en otros cuerpos, para alucinar su cuerpo, para revivirlo constantemente. Quería alcanzar con los ojos la noche inmensa. Romper con la misma fuerza cada una de esas máscaras para quedar o salir de ellas. Tal vez nos reiteraba su ceremonia incluso desde algunas colografías que no se atrevió a titular.

Demasiado era el mundo ya de la artista para asumir irreverentemente algo que para ella pudo ser sagrado. La tiranía de esa historia fue su salto, su supuesta despedida, porque no hay dudas que en cada uno de los cuerpos, existe y nos mira complaciente.

No hay espectador que escape ante las puertas que se abren y se cierran, ante lo mágico que nos ofrece —y se oficia— en esta obra, como el Gran Corazón de Jesús siempre cercano a nuestras vidas, deslizando su mano poderosa y sabia a su pecho. Nada pasa inadvertido, en la quintaesencia de las cosas, apenas las más insignificantes se nos muestran en estos grabados llenos de vida, de una fuerza que muy pocas mujeres han impuesto a su obra.

En esas figuraciones y pretextos, en esos andenes de la vida insular advertimos la sonrisa de Belkis Ayón como si fuera ayer que nos hablara. Esa quizás fue la razón para romper el equilibrio y alcanzar una armonía divina, como sus cuerpos, sus alucinaciones, después de tanto adentrarse y adentrarnos a la noche.

NOTAS:

[1] Yolanda Wood, noviembre, 1999. Belkis Ayón: La resurrección de los cuerpos marcados.
[2] David Mateo: Volver sobre los sentidos. Exposición homenaje, VII Bienal de La Habana. 2000.
[3] Eugenio Valdés Figueroa: Belkis Ayón: la revelación de un secreto. La Habana 1991