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domingo, mayo 27, 2007

Chano Pozo tiene un sitio de privilegio en la música cubana

Por José Luis Estrada Betancourt (Juventud Rebelde)

Era el 3 de diciembre de 1948, víspera de Santa Bárbara, y el increíble Chano Pozo, sin darle mucha importancia al altercado que había tenido con el puertorriqueño Eusebio Muñoz, El Cabito, se dirigió al café Río, de Harlem. Como de costumbre, se encaminó hasta la vitrola y eligió Manteca, el tema suyo que no paraba de sonar en la radio. Las melodías inconfundibles de la trompeta de Gillespie y el repicar sin igual de los cueros del bongó de Chano se fundieron para elevar al popular bebop a la cúspide del arte, e inundar el lugar. Y Chano, hijo de Shangó, rompió a bailar como lo que era: el rumbero mayor. La danza, pura alegoría a la vida, terminó en muerte cuando El Cabito, con la pistola humeante en la mano, lo vio caer rotundo en el suelo.

«Es cierto que la historia de la muerte de Luciano Pozo González —Chano— tenía todos los ingredientes para que llegara hasta nuestros días, sin embargo, eso es lo que más ha trascendido, cuando por su aportes a la música cubana y universal se ganó un sitio de privilegio», comenta a JR la realizadora Ileana Rodríguez Pelegrín al ser interrogada sobre los motivos que la impulsaron a dirigir el documental Chano Pozo, la leyenda negra, ganador del premio Cubadisco 2007.

«No son pocos los mitos que se han tejido alrededor de este hombre que compuso muchas obras que, por cierto, no todas eran rumba. Cuando partió hacia Nueva York ya Chano había fundado el Conjunto Azul —en cuya nómina estaba su hermano Félix Chapotín—, septeto insignia de la RHC Cadena Azul y del Cabaret Nacional; había sido el primer bailarín del primer espectáculo de Tropicana; había compartido escenario con su amiga Rita Montaner... es decir, que ya era conocido, lo que quizá por ser negro y pertenecer al “ambiente” —en una riña recibió dos balazos, uno de los cuales nunca se pudo extraer—, no lo tenía todo a su favor, cuenta Ileana.

«Nos parecía que era una figura de gran importancia para la historia de la música y que no gozaba del reconocimiento social, pues su gloria se quedaba entre los músicos —y no te creas, porque a veces estos no saben de la misa ni la mitad. Su caso no era el de Benny Moré, Compay Segundo, Ignacio Piñeiro, la propia Rita Montaner..., más cercanos a los cubanos. Él no tiene esa presencia dentro de la memoria musical cubana».

—La tarea debió ser muy ardua...

—Mucho, no fue fácil indagar sobre su historia. Y es que Chano no fue solo el músico que logró la combinación perfecta con Dizzy Gillespie; el hombre que entró las tumbadoras definitivamente al mundo del jazz. Gracias a él, se revolucionó el bebop y apareció el cubop, que era lo que interpretaban él y Gillespie, cuyo testimonio explica que Manteca, su obra cumbre, salió mientras Chano le dictaba la música que llevaba por dentro. Y es que era autodidacta, mas como se había criado en el barrio de Cayo Hueso, había aprendido perfectamente bien los toques de tambores y la rumba en los solares de La Habana.

«Chano, amigo de Miguelito Valdés, fue un excelente percusionista, pero también cantaba y bailaba. Es muy simpático, porque Gillespie contaba que, al mismo tiempo, cantaba una cosa, tocaba otra y bailaba una tercera. Era una locura. Llegó a grabar incluso con James Moody & His Bop Men varios temas como el afamado Tin Tin Deo... Todo lo fui descubriendo a medida que me adentraba en la investigación. Eran tantas, y yo deseaba ofrecer la mayor cantidad de datos posibles, que el documental dura una hora y 14 minutos».

—¿Y cómo organizaste Chano...?

—Tratamos de hacerlo casi cronológico. Para conformar la estructura busqué un orden, comencé desde que su talento se empezó a manifestar aún niño, a pesar de que tuvo una vida muy azarosa, quedó huérfano de madre y estuvo en un reformatorio para jóvenes, y terminé en su muerte. Quise llevar a la par aristas polémicas de su existencia, como el supuesto romance con la Montaner, pues mis maestros me enseñaron que este tipo de audiovisual debe tener algún punto contradictorio, y el que encontré fue: cómo siendo tan conocido internacionalmente no tuviera igual reconocimiento en Cuba —muchos ignoran, por ejemplo, que fue enterrado aquí el 5 de diciembre de 1948. También les ofrecí a algunos músicos la posibilidad de que valoraran su legado. Nuestro objetivo era descubrir cuál fue realmente la misión de Chano en el origen del jazz latino y qué cosas resultaron de su unión con Dizzy Gillespie.

—Supongo que no había muchos materiales donde buscar...

—Leí materiales en la Biblioteca Nacional y en el Instituto de Lingüística, busqué bibliografía de la época, aunque no hallé mucho. De la muerte encontré solo referencias en El País y en la Bohemia, no más. El libro de Rita Montaner mencionaba, por otra parte, las galas en las que él participó, etc. También me apoyé en personas que se habían dedicado a estudiar a fondo su vida, como Leonardo Padura, y en musicólogos que han hecho análisis de este fenómeno. Por supuesto, me entrevisté con su hermana, con Manuel Villar que fue su vecino, entre otros. Me quedó Portillo de la Luz, con quien no pude coincidir, pero quien, no obstante, me dio algunos elementos que me ayudaron. Esencial fue para el documental el aporte de Neris González Bello, mi asesora.

—Algunas personas te relacionan como la antigua jefa de información de la Cartelera de La Habana, pero no conocen tu labor como realizadora...

—Es cierto y, sin embargo, me gradué de dirección en el ISA. Antes de estar en la Cartelera trabajaba en la televisión (Testigos del tiempo, Haciendo caminos). Este viene siendo como el décimo documental que hago, entre ellos están El otro Hemingway, con Gregorio Fuentes —su última entrevista, pues falleció cuando estábamos editando—; y la serie sobre Raúl Gómez García titulada La senda de la felicidad, que dirigí junto a César Gómez. Empecé en el telecentro de la Isla, donde realicé De olvido y esperanzas, que me valió un premio en el Festival Nacional de Telecentros de 1999.

«Poseo cierta formación periodística, pues llegué hasta tercer año de Periodismo, y luego me cambié de carrera. Por eso he llevado a la par el audiovisual y la prensa escrita, pues no he podido desprenderme de una cosa ni de la otra. Tengo que confesar que lo que más me gusta dentro de esta profesión es realizar documentales, porque lleva en sí periodismo y arte».

—¿Sorprendida por el premio?

—Mucho, pero feliz y muy agradecida, porque como quiera que sea la decisión fue de un jurado especializado en temas musicales y que, sin dejar de apreciar lo artístico, evalúa con rigor el contenido. Este premio se lo dedico a todo el equipo técnico que trabajó conmigo, como José Muñón, director de fotografía, y sobre todo al editor Ernesto Barrios, que falleció recientemente en Bolivia, y a Tony Soto, quien fue el narrador, y nunca llegó a ver el documental. Ya se estrenó en un festival de jazz en el Amadeo Roldán, y luego se pasó por el espacio A todo jazz, pero lo que más quisiera es que se exhibiera en todas partes.

MUSICA DE CHANO POZO

1.- Blen, blen, blen
2.- Timbero, la timba es mía
3.- Si no tiene swing
4.- Manteca
5.- Rumberos de ayer

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