Leonardo Padura: La novela de su vida
Por José Luis Estrada Betancourt (Juventud Rebelde)
Mientras el Lada devoraba angustiado la populosa avenida 10 de Octubre, camino a la Calzada de Managua, intentando recortar el evidente retraso para la concertada entrevista, me preguntaba cómo un escritor de éxito como Leonardo Padura no renunciaba a vivir en Mantilla, barrio del municipio de Arroyo Naranjo. Una hora más tarde de lo previsto, el creador de Mario Conde me lo explicaba claramente:
“Mantilla es el lugar al cual pertenezco, aunque me molesta que haya cambiado tanto y no sea el sitio donde nací hace 50 años. Aquí soy, sencillamente, el hijo de Nardo y Alicia, el nieto de Juan y Juana, la misma persona de siempre. Como si fuera poco, vivo en la misma casa, la cual me gusta; afortunadamente, junto a mis padres, lo que también me llena de regocijo.
“Por otra parte, para un escritor es una ventaja residir un poco lejos del centro, pues el cuento de ‘pasé por aquí y llegué a tu casa’, no es creíble. Por Mantilla nadie pasa. La gente viene o se va, que es lo que sucede con mayor frecuencia. Eso me permite tener una gran privacidad, vital para la escritura, que requiere de concentración, tiempo, disciplina —para mí las mañanas son sagradas—, voluntad”.
La razón fundamental de mi conversación con Padura es La neblina del ayer, título que hará del stand de la Editorial Unión, de la UNEAC, uno de los espacios más asediados del complejo Morro-Cabaña, durante la venidera XV Feria Internacional del Libro, donde también estará la tetralogía Las cuatro estaciones. Pero dejemos que sea él quien nos cuente sobre su más reciente creación literaria:
“La neblina del ayer es una novela escrita entre el 2002 y el 2003. En ella recupero al personaje de Mario Conde; algo que, de cierta manera, se anunciaba en Adiós Hemingway. En Paisaje de otoño Conde había dejado la Policía, mientras que en Adiós... aparecía vinculado a la compra y venta de libros como medio de vida. Y es justamente esta labor un elemento importante en la historia de La neblina..., porque todo sucede a partir de la compra de un ejemplar donde él encuentra la foto de una bolerista de los años 50, hecho que desencadena la trama.
“Como las anteriores, esta es una novela falsamente policial, pues a pesar de que existe un crimen, este no aparece hasta la segunda mitad del libro. Tienen en común una fuerte carga de preocupación social. Se diferencian en su estructura, pues al igual que Adiós Hemingway tiene dos voces narrativas, un ritmo distinto (es más lento) y la palabra ha ido ganando en valor, mientras que Mario Conde ha envejecido y mira la vida desde esa altura, se han incrementando su pesimismo, su nostalgia, su melancolía y mantiene otros rasgos que siempre han sido los pilares sobre los que yo levanté este carácter: su sentido de la amistad, de la solidaridad, de la decencia, y su ética estricta”.
—¿Estos cambios se pueden interpretar como una mayor madurez del escritor?
—El hecho es que cuando escribí Pasado perfecto no estaba pensando en que fuera la primera de una serie de cuatro novelas. Después de tomada esta decisión tenían que funcionar como historias de una misma novela. Y realmente se pueden leer de ese modo. Cada una es un año en la vida de Mario Conde, y tienen en común su estructura y el tipo de narración, para darles unidad. Ya con Máscaras empecé a sentirme prisionero, pero preferí seguir adelante en pos de esa armonía. No obstante, siento que Máscaras y Paisaje... van siendo distintas a Pasado perfecto y Vientos de cuaresma. Son más maduras. No olvides que el escritor aprende a escribir novelas en cada novela que escribe.
“Luego me propuse escribir algo completamente distinto, y es cuando afronto La novela de mi vida, que es mucho más ambiciosa en todas sus proposiciones, tanto formales como de contenido. La estructura de esta novela era tan compleja, que me llevó a un punto en que me encontré en un callejón sin salida. Si seguía como iba, el libro podía alcanzar 1 200 páginas. Había cometido el error de querer buscar un paralelismo entre las tres historias que contaba, un contrapeso exacto entre ellas. Así que decidí detenerla y empezar Adiós Hemingway.
“Sin duda, con estos últimos tres libros empiezo a sentirme más libre de lo que había realizado en Pasado perfecto, mi segunda novela, pero mi primera con oficio, gracias, fundamentalmente, a los seis años de Periodismo, que cambiaron mi modo de escribir, de apreciar la literatura y la realidad. Fiebre de caballos fue un ejercicio literario en un momento de total entusiasmo, mas de poco conocimiento de las técnicas narrativas. Es innegable que Las cuatro estaciones me hicieron evolucionar, pero había llegado el momento de hacer otro cambio, que es el que se concreta a partir de Adiós Hemingway, La novela de mi vida y ahora en La neblina del ayer”.
—¿Cuánto hay de Padura en Mario Conde?
—Mario Conde es un personaje de ficción, al que le fui creando características e historia. Al principio, de una manera muy utilitaria, porque buscaba un policía cubano, muy cubano, que funcionara en una novela policiaca cubana, muy cubana, pero que ni el uno ni la otra se parecieran a ninguno (ni siquiera a nuestros policías) o ninguna anterior. Tenía que ser un hombre que se adecuara al tipo de novela que yo quería escribir. Después de dotarlo de huesos, necesitó carne y músculos, y ahí fue cuando empezó a adquirir rasgos más humanos, algunos de los cuales tienen que ver con mi propia personalidad.
“Desde Pasado perfecto se inició un trasvase de cualidades entre Conde y yo, que se fue haciendo sistemático en cada una de las novelas. Escribiéndola me percaté de que Mario estaba actuando como mis ojos y mi voz. Todo lo que dice, ve, piensa, oye o huele está tamizado por la perspectiva de Mario, por su sensibilidad, pero en muchos casos, también por la mía. Está claro que existe una cercanía entre autor y personaje, aunque empleé la tercera persona con toda intención, para que la identificación fuera mucho menor. Necesitaba establecer cierta distancia entre él y yo, entre su historia y la mía, que son completamente diferentes, pero coincidimos en el modo de ver el mundo. Sin duda, a través de Mario Conde seguí haciendo lo mismo que en mi etapa de periodista: reflejar la realidad”.
—¿Y cuál es la realidad que le interesa a Padura?
—Toda la realidad. Con La novela de mi vida abarqué, por ejemplo, todo el arco de posibilidades, desde el primer cubano absoluto, que es José María Heredia —con su poesía surge la conciencia del cubano—, hasta el presente. O sea, me interesa toda la historia y toda la realidad cubana, aunque la contemporánea tiene un peso importante en mi novela. No obstante, a veces me muevo de ella: La neblina del ayer se desarrolla en los años 50; en Adiós... ando por el 58; en Máscaras me voy a los 70, mas con una mirada desde la actualidad, que es la que, en cierto sentido, enjuicia y valora la realidad desde el presente con perspectiva más humana e individual, más constreñida, incluso, a la esencia misma de un fenómeno. Eso me permite apreciar la historia como un antecedente de lo que nos ha sucedido, y al presente como una consecuencia.
—¿Te molesta que te incluyan entre los representantes de la “nueva novela detectivesca latinoamericana”?
—De ninguna manera. Es innegable que existe lo que algunos llaman el neopolicial latinoamericano, que no es más que la nueva literatura policial escrita en lengua española, aunque creo que de alguna forma la denominación no es la más justa, porque apenas hay una vieja literatura policial en nuestro idioma. Como movimiento aparece en los 70, período en que en Cuba, España, Argentina y Chile se escriben y publican historias de carácter policial, cuya esencia, sobre todo en el caso argentino y español, como modelo o género empieza a ser violada. Vázquez Montalbán es, posiblemente, el ejemplo más significativo. La novela de este tipo se vuelve una novela urbana, crítica y con un fondo social, que profundiza en las realidades contemporáneas e históricas del contexto escogido. Yo me acerqué desde el principio a esa tendencia donde lo genérico es menos importante y lo social tiene un peso mayor; incluso, los enigmas en mi novela no son difíciles de desentrañar, no me interesa hacerlos complicados, sino escudriñar la sociedad a partir de un crimen, es decir, no me importa la investigación de un asesinato sin mayores consecuencias.
—¿Algún proyecto entre manos?
—Ahora mismo estoy en proceso de investigación para comenzar una novela sobre el asesino de Trotski, Ramón Mercader. El asesinato de esta personalidad en México, en agosto de 1940, es un hecho que está en el centro de la política del siglo XX, un acontecimiento que decidió muchas cosas en la historia de la humanidad. Sin embargo, me cautiva el conflicto de Mercader, cómo llega a convertirse en asesino y qué significó para él hacerlo, cómo vivió después de haber ultimado a alguien como León Trotski, de quien me atañe su responsabilidad con la sociedad, lo que representó para él la Revolución y estar lejos de ella cuando perdió la vida. Ese es el tipo de literatura que a mí me gusta escribir.
—¿Definitivamente te quedas con la novela?
—Sí, aunque seguiré haciendo periodismo y escribiendo ensayos. Después de La novela... escribí Heredia, la Patria y la vida, que es como las apostillas del libro, y estoy preparando otro ensayo sobre la representación literaria de La Habana desde los orígenes hasta hoy, y cómo ha sido una ciudad construida y deconstruida por su literatura. Este año sale un libro de crónicas periodísticas, que he venido publicando dentro del boletín Cultura y Sociedad de la agencia IPS desde el año 95. Mis crónicas también han salido en El País, el periódico en lengua española de más circulación, un medio que llega a los lugares más increíbles. Así que, como ves, continuaré tocando los tres pianos de mi vida. La poesía nunca entró en los planes porque no tengo nada que ver con ella al igual que con el teatro.
—¿No te angustia el hecho de que, por lo general, la literatura esté sujeta al mercado?
—Hay muchas formas de escribir. Se puede hacer pensando en el mercado o en la literatura. Yo lo hago pensando en la literatura. Escribo solo lo que me interesa. Si funciona bien, y si no, también. Un libro como La novela... que es, con mucho, mi obra más importante, es el menos vendido, y lo entiendo, porque fuera de Cuba no se tiene idea de quién es José María Heredia, ni qué es Espejo de paciencia, mas yo me “arriesgué” a escribirla. Lo de Trotski no sé si marchará o no en el mercado, pero quiero escribir sobre ese tema. Si los libros se venden más o menos, significa que su autor tendrá mejores o peores condiciones para poder vivir y escribir. Esa es una angustia que nos acompaña a todos los escritores. La tranquilidad económica te ayuda a escribir de una manera diferente. Si te pones a pensar que quieres escribir una novela para vender 100 000 ejemplares, al final no la escribes o es un desastre. Cuando leo El código Da Vinci compruebo que soy incapaz de escribir tan mal. Entonces prefiero seguir haciendo mis libros a mi manera y vivir del modo más modesto posible.
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