Estela fue una criollita de Wilson
Por Joel García (Trabajadores)
Las fotos no traicionan sus palabras. Pesaba 80 kilogramos y con su estatura de casi dos metros, Estela Rodríguez ganaba más de un piropo de sus admiradores: “eres una criollita de Wilson”, en referencia a los famosos personajes del caricaturista que poseían tan bellos y pronunciados atributos femeninos.
La sonrisa contagiosa permitió discrepar de la cacareada rudeza o seriedad de las mujeres en esta disciplina, mientras los ojos grandes y expresivos abrieron el cuestionario a más de una pregunta.
“Practicaba baloncesto, pero desde que entré a la ESPA provincial, el entrenador Roberto Lewis me dijo que si pasaba para judo sería campeona mundial. No le hacía caso, porque eso no tenía nada que ver conmigo. En 1984 vine para La Habana, pero cuando llegué, la matrícula de baloncesto estaba cerrada. Viré para Santiago y el equipo se había desintegrado.
No tenía grupo docente para seguir estudiando. Y Roberto aprovechó. Prácticamente me obligó a carabina”.
¿Jamás habías entrado a un tatami?
“Me apunté, pero no iba. Y el entrenador fue a buscarme a la casa. Tremenda pena. Mi papá me obligó a que recogiera las cosas y partiera en ese mismo momento para la escuela. Mi mamá dijo que no me obligaría a practicar ese deporte, si yo no quería. Esa tarde entré por vez primera a un colchón de judo”.
¿Debut obligado?
“Ese día tenía rolos puestos y lo primero que hizo el entrenador fue ‘meterme un estrellón’ para que aprendiera que al judo no se iba con rolos. Empecé, pero seguía sin gustarme.
Días después, en el entrenamiento, le partí el brazo al entrenador y, en lugar de sentirse mal, estaba contento porque decía que ahora sí sería campeona mundial”.
¿Cómo llegaste a los pesos completos si eras más bien flaca?
“Me decían que era una criollita de Wilson, todos los muchachos se metían conmigo. Luego del bronce en el campeonato nacional de 1985 fui para la preselección de mayores.
Allí aumenté de peso, aunque desde antes Roberto me daba dulces, galletas y mucho helado para abrir el apetito y poder competir en la división mayor”.
¿Qué historias tienen las primeras medallas internacionales?
“En los Juegos Panamericanos de Indianápolis 1987 gané plata y bronce.
El profesor Ronaldo Veitía dijo que si quería ser campeona, tenía que ser más fuerte. Y entonces me enseñó a subir sogas porque no sabía. Ese mismo año fuimos al campeonato mundial y nos quedamos dormidos para el pesaje oficial.
Veitía discutió y finalmente quedé séptima. Debo confesar por vez primera que en ese torneo competí embarazada de mi segundo hijo, algo que no influyó en el resultado, pues ni yo misma lo sabía”.
¿La primera cubana campeona del mundo en 1989?
“Cuando llegamos al mundial de Belgrado, el profesor Veitía solo decía que con más madurez podía aspirar a un gran resultado. Primero fui quinta en más de 72 kilogramos y después en la división libre gané el oro. Pensé en mis hijos, en Roberto Lewis, en Cuba. Esa medalla la guardo con cariño por ser la primera y porque fue la única que disfrutó mi mamá, fallecida en 1990”.
¿Perdiste la feminidad alguna vez por ser judoca?
“Jamás, jamás. Siempre he sido muy coqueta, pintada, arreglada. Con el judo no se pierde ninguna feminidad. Es cierto que es un deporte fuerte, rudo, difícil, donde incluso entrenas con hombres, pero es más el prejuicio social que la realidad. Me privan el baile, las fiestas y la cocina. Y lo hago con amor”.
¿La rivalidad con Daima Beltrán?
“Daima y yo teníamos una rivalidad sana. En los entrenamientos nos ayudábamos. Viajamos juntas y ella competía en una división y yo en otra. Esa relación fue positiva y creo que también le aporté a su carrera, pues tener una contraria de nivel te hace mejor judoca”.
La conversación con Estela debió terminar por una cita médica. Casi a punto de despedirse contó dos anécdotas.
“El primer encuentro con el Comandante en Jefe ocurrió en la premiación de los mejores deportistas de Cuba, en 1989. Al entregarme el diploma dijo: ‘muchacha, hacía rato que quería verte, qué grande y fuerte eres’.
“Lo otro sucedió hace unas semanas después que la televisión puso un video de mis combates. Al día siguiente, un niño me preguntó: ¿tú eres la judoca que salió ayer en la televisión? Y esa expresión me llegó al corazón, porque me creía olvidada”.
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