HUTONGS DE BEIJING: TODO ES CUESTION DE MEDIDA(S)
Beijing, la capital china, se transforma por días en una urbe con todas las modernidades actuales, pero se requiere de mesura para no destruir la historia constructiva de uno de los pilares de la cultura mundial.
Por Isidro Estrada (CubAhora)
Recorrer los laberínticos callejones que una vez tipificaron la arquitectura de la vieja Beijing, denominados en chino hutong, es una de las experiencias más atractivas y edificantes que se pueden experimentar en la capital china.
Existe la opción de pasear por ellos en triciclo tripulado, con un buen guía y la ayuda de un mapa si se anda con prisa atolondrada de turista; o montando una bicicleta, o a pie.
Una vuelta por estos vericuetos plenos de historia y otros encantos, apuesto que cambiará vuestra perspectiva sobre esta urbe nacida hace casi dos mil años.
Las casas más atractivas de los hutong, los siheyuan, se revelan al visitante como prototipos de viviendas asociadas al fengshui, hoy tan de moda en tantas latitudes alejadas de China. Toda su disposición obedece a principios profundamente arraigados en la ancestral mentalidad y filosofía chinas, por lo que penetrar en estos recintos es una manera de calar un tanto en la formación y sustento de la idiosincrasia local.
Esto y mucho más ofrecen los callejones beijineses. Mas si no bastara con estas ofertas para refrendar su atractivo, me decantaría por enfatizar que los hutong constituyen, además, una especie de campo de batalla a escala reducida, donde se dirime el destino de buena parte del patrimonio histórico capitalino.
Me explico. En una China que trata al crecimiento económico con cifras sorprendentes aun en tiempos de crisis económica global, se tensa la pugna entre quienes buscan convertir a Beijing, incluido lo que queda de su casco histórico, en una metrópolis de primera línea, que se codee sin rubor con Nueva York, París, Tokio o Sydney, y los que pugnan por preservar este territorio sagrado, con el argumento de que con cada metro de muro que cae ante el martillo hidráulico, se esfuma un trozo de lo más genuino del espíritu beijinés.
Quienes en este duelo enarbolan el banderín de la modernidad sueñan con una ciudad pletórica de los más avanzados artilugios de la tecnología de punta, llena de luces de neón y rascacielos vidriados, con líneas de metro a cada esquina, gigantescos centros comerciales y oficinas a la altura de las nubes.
¿Y qué hay de malo en eso?, se preguntará más de uno, aludiendo a la necesidad de que el progreso material se siga abriendo paso dondequiera que haya posibilidades. “Nada en esencia,” podría responderles. Pero hay matices. A eso voy.
En una reciente visita con algunos de mis colegas de oficina, experimenté una vez más el deleite de recorrer la parte vieja de la ciudad, en concreto el Parque de Beihai, construido alrededor de dos lagos en medio de la ciudad, sus callejones circundantes y la Torre del Tambor, la cual, junto a la Torre de la Campana, integran un complejo esencial para estudiar la historia de Beijing.
Desde la Torre del Tambor se cantaba la hora y algunos de los acontecimientos más importantes del Beijing de hace la friolera de 600 años. Construida en 1272, este monumento nacional fue reconstruido en 1420, en un lugar aledaño a su ubicación original. Con 47 metros de altura, el peculiar edificio se destaca entre el caserío de siheyuan que le rodea, teniendo como única competencia cercana en tamaño a su hermana la Torre de la Campana. En sus primeros tiempos, la primera contaba con un gigantesco tambor y 24 más pequeños, de los que hoy quedan réplicas, que se tocan cada 35 minutos, en una ceremonia coreografiada para turistas.
¿EL ÚLTIMO TAMBORAZO?
Pero volviendo el tema, lo que me sorprendió sobremanera al escalar el casi centenar de empinados escalones hasta la atalaya de la torre, fue comprobar que buena parte del barrio circundante está marcado con el temible carácter chino de “chai”, lo que traducido al castellano significa listo para demolición.
Luego supe que existe un plan del gobierno de la ciudad, por un monto de 5.000 mil millones de yuanes, para transformar 125 metros cuadrados en las inmediaciones de ambos templos en La Ciudad Cultural de Beijing.
Como parte de dicho plan, se colocaría un museo y un supercentro comercial en el área aledaña a las torres, transformación que a los ojos de los miembros del Centro para la Protección del Patrimonio Cultural (CPPC), una organización no gubernamental, nada aportaría al entorno histórico.
La CPPC exhortó a utilizar ese dinero en un programa de preservación comunal, de modo que no se cambie la fisonomía tradicional de lo que califica de “uno de los últimos barrios en estado original que quedan del Viejo Beijing,” según una nota aparecida en fecha reciente en el diario en inglés China Daily.
“Sabemos, añadió el pliego, que el Gobierno desea invertir el dinero para mejorar la imagen del área y el nivel de vida de los ciudadanos de la localidad, pero un gran plan de inversiones que involucra extensas reubicaciones y demoliciones no es el enfoque adecuado para proteger o preservar nuestro patrimonio cultural,”
Como se puede apreciar, hay muchos matices en esta batalla. No se puede perder de vista, como bien señalaron hace poco las autoridades patrimoniales beijinesas que “La identidad de Beijing es la de una ciudad histórica, pero también es una ciudad con millones de residentes, por eso es muy importante equilibrar las relaciones entre protección y desarrollo”
Y aquí está el quid de la cuestión. Queda claro que al común de los habitantes de los hutongs les seducirá vivir con mayor confort, con baños propios y otras amenidades de la vida moderna. Y que una economía con el impulso de la china, debe contar con una infraestructura en correspondencia. Pero en encontrar el necesario balance tendrá que residir la clave del éxito.
A propósito, me gustaría citar al poeta español Antonio Machado, cuando en uno de sus versos expresó: Es el mejor de los buenos quien sabe que esta vida todo es cuestión de medida un poco más, algo menos.
“Desarrollistas” y “conservacionistas” de Beijing – por nombrar de algún modo a ambos grupos- bien podrían tratar de aplicar esta prédica machadista, lo cual no es nada descabellado, pues para empezar, coincide casi al calco con el pensamiento confuciano, el tao y el budismo prevalecientes en China, los cuales procuran en todo momento la armonía y el equilibrio de factores. Y, dicho sea de paso, no les será difícil leerlo, pues el bardo sevillano es uno de los poetas españoles favoritos de los traductores e hispanistas chinos, que ya han asentado en ideogramas buena parte de su obra.
A este tenor corresponde a las autoridades sentar pautas. O para decirlo más claro, adoptar medidas y que se cumplan. Sobre todo aquellas que restrinjan el afán demoledor con que frecuentemente contratistas deciden hacer borrón y cuenta nueva de una herencia que por días se reduce o se desfigura. Aún hay tiempo. Y sobran recursos. Llegue entonces la voluntad.
Por Isidro Estrada (CubAhora)
Recorrer los laberínticos callejones que una vez tipificaron la arquitectura de la vieja Beijing, denominados en chino hutong, es una de las experiencias más atractivas y edificantes que se pueden experimentar en la capital china.
Existe la opción de pasear por ellos en triciclo tripulado, con un buen guía y la ayuda de un mapa si se anda con prisa atolondrada de turista; o montando una bicicleta, o a pie.
Una vuelta por estos vericuetos plenos de historia y otros encantos, apuesto que cambiará vuestra perspectiva sobre esta urbe nacida hace casi dos mil años.
Las casas más atractivas de los hutong, los siheyuan, se revelan al visitante como prototipos de viviendas asociadas al fengshui, hoy tan de moda en tantas latitudes alejadas de China. Toda su disposición obedece a principios profundamente arraigados en la ancestral mentalidad y filosofía chinas, por lo que penetrar en estos recintos es una manera de calar un tanto en la formación y sustento de la idiosincrasia local.
Esto y mucho más ofrecen los callejones beijineses. Mas si no bastara con estas ofertas para refrendar su atractivo, me decantaría por enfatizar que los hutong constituyen, además, una especie de campo de batalla a escala reducida, donde se dirime el destino de buena parte del patrimonio histórico capitalino.
Me explico. En una China que trata al crecimiento económico con cifras sorprendentes aun en tiempos de crisis económica global, se tensa la pugna entre quienes buscan convertir a Beijing, incluido lo que queda de su casco histórico, en una metrópolis de primera línea, que se codee sin rubor con Nueva York, París, Tokio o Sydney, y los que pugnan por preservar este territorio sagrado, con el argumento de que con cada metro de muro que cae ante el martillo hidráulico, se esfuma un trozo de lo más genuino del espíritu beijinés.
Quienes en este duelo enarbolan el banderín de la modernidad sueñan con una ciudad pletórica de los más avanzados artilugios de la tecnología de punta, llena de luces de neón y rascacielos vidriados, con líneas de metro a cada esquina, gigantescos centros comerciales y oficinas a la altura de las nubes.
¿Y qué hay de malo en eso?, se preguntará más de uno, aludiendo a la necesidad de que el progreso material se siga abriendo paso dondequiera que haya posibilidades. “Nada en esencia,” podría responderles. Pero hay matices. A eso voy.
En una reciente visita con algunos de mis colegas de oficina, experimenté una vez más el deleite de recorrer la parte vieja de la ciudad, en concreto el Parque de Beihai, construido alrededor de dos lagos en medio de la ciudad, sus callejones circundantes y la Torre del Tambor, la cual, junto a la Torre de la Campana, integran un complejo esencial para estudiar la historia de Beijing.
Desde la Torre del Tambor se cantaba la hora y algunos de los acontecimientos más importantes del Beijing de hace la friolera de 600 años. Construida en 1272, este monumento nacional fue reconstruido en 1420, en un lugar aledaño a su ubicación original. Con 47 metros de altura, el peculiar edificio se destaca entre el caserío de siheyuan que le rodea, teniendo como única competencia cercana en tamaño a su hermana la Torre de la Campana. En sus primeros tiempos, la primera contaba con un gigantesco tambor y 24 más pequeños, de los que hoy quedan réplicas, que se tocan cada 35 minutos, en una ceremonia coreografiada para turistas.
¿EL ÚLTIMO TAMBORAZO?
Pero volviendo el tema, lo que me sorprendió sobremanera al escalar el casi centenar de empinados escalones hasta la atalaya de la torre, fue comprobar que buena parte del barrio circundante está marcado con el temible carácter chino de “chai”, lo que traducido al castellano significa listo para demolición.
Luego supe que existe un plan del gobierno de la ciudad, por un monto de 5.000 mil millones de yuanes, para transformar 125 metros cuadrados en las inmediaciones de ambos templos en La Ciudad Cultural de Beijing.
Como parte de dicho plan, se colocaría un museo y un supercentro comercial en el área aledaña a las torres, transformación que a los ojos de los miembros del Centro para la Protección del Patrimonio Cultural (CPPC), una organización no gubernamental, nada aportaría al entorno histórico.
La CPPC exhortó a utilizar ese dinero en un programa de preservación comunal, de modo que no se cambie la fisonomía tradicional de lo que califica de “uno de los últimos barrios en estado original que quedan del Viejo Beijing,” según una nota aparecida en fecha reciente en el diario en inglés China Daily.
“Sabemos, añadió el pliego, que el Gobierno desea invertir el dinero para mejorar la imagen del área y el nivel de vida de los ciudadanos de la localidad, pero un gran plan de inversiones que involucra extensas reubicaciones y demoliciones no es el enfoque adecuado para proteger o preservar nuestro patrimonio cultural,”
Como se puede apreciar, hay muchos matices en esta batalla. No se puede perder de vista, como bien señalaron hace poco las autoridades patrimoniales beijinesas que “La identidad de Beijing es la de una ciudad histórica, pero también es una ciudad con millones de residentes, por eso es muy importante equilibrar las relaciones entre protección y desarrollo”
Y aquí está el quid de la cuestión. Queda claro que al común de los habitantes de los hutongs les seducirá vivir con mayor confort, con baños propios y otras amenidades de la vida moderna. Y que una economía con el impulso de la china, debe contar con una infraestructura en correspondencia. Pero en encontrar el necesario balance tendrá que residir la clave del éxito.
A propósito, me gustaría citar al poeta español Antonio Machado, cuando en uno de sus versos expresó: Es el mejor de los buenos quien sabe que esta vida todo es cuestión de medida un poco más, algo menos.
“Desarrollistas” y “conservacionistas” de Beijing – por nombrar de algún modo a ambos grupos- bien podrían tratar de aplicar esta prédica machadista, lo cual no es nada descabellado, pues para empezar, coincide casi al calco con el pensamiento confuciano, el tao y el budismo prevalecientes en China, los cuales procuran en todo momento la armonía y el equilibrio de factores. Y, dicho sea de paso, no les será difícil leerlo, pues el bardo sevillano es uno de los poetas españoles favoritos de los traductores e hispanistas chinos, que ya han asentado en ideogramas buena parte de su obra.
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1 comentarios:
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Un saludo
Gaël
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Gaël Nevoux
gael@vacaciones-espana.es
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