Bloc de notas
Por Ciro Bianchi Ross (Juventud Rebelde)
María Teresa Vera, la autora de esa habanera inmortal que es Veinte años, era hija de una esclava liberta y de un militar asturiano destacado en Cuba. Nació en Guanajay, en 1895, y su padre no quiso o no pudo reconocerla.
La familia Aramburu, para la que su madre trabajaba como cocinera, le enseñó las primeras letras y pudo asistir a una escuelita privada. Luego, ya en La Habana, en un colegio de monjas, aprendió a zurcir y bordar. Un tabaquero la adentró en la guitarra, y de alguna manera tuvo como maestros a los trovadores Manuel Corona y Patricio Ballagas. Fue precisamente con una obra de Corona, Mercedes, con la que debutó profesionalmente el 18 de mayo de 1911. A partir de ahí ese compositor estaría siempre en el repertorio de la artista. «Manuel Corona fue el compositor con el cual ella alcanzaría mayor identificación profesional y humana; tanto fue así que todo lo que él componía lo cantaba María Teresa Vera», escribe el investigador Jorge Calderón. En 1914 se inicia como compositora: estrena otra de sus melodías imperecederas, el bambuco Esta vez tocó perder.
Aunque, siempre como voz prima, cantó con numerosos trovadores, los dúos emblemáticos de María Teresa fueron con Rafael Zequeira, Miguelito García y Lorenzo Hierrezuelo. En 1927 fundó el Sexteto Occidente. En esa agrupación figuraba, en el contrabajo, Ignacio Piñeiro, autor además de la mayor parte de los sones que interpretaba el sexteto, entre estos, Esas no son cubanas.
En plena efervescencia del son, el Sexteto Occidente viajó a Nueva York. Fue un éxito. Se anuncia a la artista como «la Champion de las canciones, los boleros, los sones y la rumba». Hizo presentaciones en vivo y grabaciones para Columbia y otros sellos disqueros. María Teresa Vera parecía estar en la cumbre de su carrera. Pero ya en La Habana, abrupta e inesperadamente, vende a Piñeiro su agrupación musical, que empieza a llamarse Sexteto Nacional, y se retira de los escenarios. Lo hizo, afirma Calderón, por imperativos religiosos. Sus dioses le prohibieron que siguiera cantando. No dejó, sin embargo, de componer. A esa etapa corresponde Veinte años, que María Teresa compuso sobre un poema de Guillermina Aramburu.
El retiro no sería definitivo. La invitan a cantar en Radio Salas, con el cuarteto de Justa García, una de las voces más destacadas de la trova cubana, y con ese grupo se presenta asimismo en salas cinematográficas, hospitales y centros de trabajo. Se disuelve el cuarteto y quedan solos María Teresa y Lorenzo Hierrezuelo. Formarían un dúo que duraría unos 27 años, hasta los años iniciales de la Revolución. Solo en Radio Cadena Suaritos dejaron más de 900 grabaciones. Laureano Suárez, el propietario de esa emisora, llegó a ser un personaje muy popular y querido. Tenía una forma original de asumir la publicidad. En uno de sus anuncios, por ejemplo, decía: «Señora, ¡póngase en cuatro!» Y añadía enseguida: «Sí, en cuatro horas de La Habana a Nueva York». Y otro: «Grandes, gordas y peludas... Toallas Antex... Acarician al secar».
El nuevo dúo hace presentaciones en Cuba y en el exterior. Lo contrata CMQ y en el programa Cosas de ayer, saludan a María Teresa como La Embajadora de la Canción de Antaño. En Mérida, México, el torero Manolete corre cada noche tras los cubanos: quiere que le canten, una y otra vez, Doble inconciencia, un bolero de Corona.
Los llama también la TV y están en programas como Noche cubana, Jueves de Partagás, El bar melódico de Osvaldo Farrés, El casino de la alegría... Un disco de larga duración grabado en esos días deja escuchar al dúo en Boda negra, de Villalón, y Pensamiento, de Teofilito...
El triunfo de la Revolución sorprende a María Teresa Vera en plenitud de facultades. Una noche, en el Anfiteatro de La Habana, el público la recibe con una larga y calurosa ovación y el reclamo de los asistentes la obliga a interpretar ocho números fuera de programa. En la emisora CMZ, del Ministerio de Educación, graba, junto con Lorenzo, unas 500 piezas. Guanajay, su pueblo natal, le concede el título de Hija Predilecta por su contribución a la difusión del cancionero nacional.
En 1962 sufre una conmoción cerebral. Ahora sí no regresará más a los escenarios, aunque tuvo voluntad suficiente para orientar la grabación de piezas de su autoría que para la disquera EGREM hizo el trío Veinte años, del que entonces formaba parte Lorenzo Hierrezuelo.
Falleció en La Habana el 17 de diciembre de 1965. Es, como dice su biógrafo Jorge Calderón, «un pedazo del alma cubana».
DISQUERAS
Asegura la investigadora Maritza García Alonso en su libro El ámbito musical habanero de los 50, publicado por el Centro Juan Marinello, de La Habana, que las primeras noticias sobre la práctica de grabaciones en la Isla datan de 1893. En esa fecha existía aquí la Casa Edison, que en 1897 realizó un fonograma con la soprano cubana Rosalía Díaz Herrera (Chalía) quien, un año después, grabó la habanera Tú, de Sánchez de Fuentes. «Pero la difusión intencional y extensiva de la música cubana se hizo a partir de 1910 —y, sobre todo, después de concluida la Primera Guerra Mundial—, a través de la presencia de las firmas norteamericanas Victor Talking Machine Co y la Columbia Phonograph Record Co, que habían escogido, respectivamente, como sus representantes en Cuba, a la Casa Humara y Lastra, en 1904, y a la Casa Hermanos Giralt, en 1908», precisa la autora.
Con la Victor llegan las victrolas. En 1954, se estima, había en el país unos 10 000 de esos aparatos, y 15 000 a finales de la década. En 1919 Humara y Lastra fichó para sus grabaciones a los principales artistas cubanos, como Corona, María Teresa Vera, el Trío Matamoros... Con los años ese mecanismo se consolidó. Se descubría aquí el talento, se le proponía a la empresa Victor y si esa empresa se entusiasmaba, se le firmaba un contrato y el artista viajaba a EE.UU., donde, en Nueva York o en New Jersey, se hicieron las grabaciones hasta que comenzaron a venir técnicos que las acometían en La Habana.
La Victor comenzó a perder su hegemonía en los años 50. Entre otras disqueras que le harían la competencia, había surgido, en 1944, el sello Panart, de capital nacional. Su éxito fue arrollador. Diez años después de inaugurada producía ya medio millón de discos anualmente y exportaba la quinta parte. Panart realizó importantes grabaciones, recuerda en su libro Maritza García Alonso. Popularizó el primer chachachá, La engañadora, de Enrique Jorrín, interpretado por la orquesta América, e hizo en español los primeros discos de canciones infantiles; grabó música de línea académica (Ignacio Cervantes, José Ardévol, Edgardo Martín); música navideña con villancicos cubanos, y música afro. Recogió en sus placas asimismo las llamadas «cuban jam sessions», esto es «descargas» de músicos cubanos.
Pero Panart no reinaría sola durante mucho tiempo en este mundo. En 1952 surgió el sello Puchito, que grabó tres años después, con Los Muñequitos de Matanzas, el disco de larga duración Guaguancó matancero, en el que por primera vez, dicen especialistas, la rumba cubana en sus formas y estilos más auténticos fue llevada a una placa discográfica. En 1955 surgió la discográfica Kubaney y poco después los sellos Gema Velvet, Rosell y Maype. También en esos años operó en La Habana el sello Montilla, propiedad de un ingeniero de sonido puertorriqueño de ese apellido que vino en 1947 contratado por la CMQ.
Montilla quería llevar a un disco la zarzuela Cecilia Valdés, del maestro Gonzalo Roig, e interesado por el género, nutrió su catálogo de un buen número de zarzuelas cubanas. Fue, por otra parte, el artífice de uno de los discos cubanos más importantes de toda la historia. Se llama Rapsodia cubana y para realizarlo reunió en la capital española, en 1953, a Esther Borja, Luis Carbonell y Fernando Mulens. Con arreglos de este último y la producción de Carbonell, que además escribió las notas del álbum, la Borja cantó con el acompañamiento de la Orquesta de Cámara de Madrid.
Hace pocos meses, Carbonell me reveló que desde entonces él estuvo convencido de que Esther podía hacer un disco mucho más ambicioso que ese. Y que podría realizarse en Cuba. Lo harían en 1955. Se trata de un disco que críticos y especialistas, sin vacilaciones, califican de excepcional. A instancias de Carbonell, Esther cantó piezas cubanas a varias voces, grabando y regrabando su voz, toda una hazaña discográfica para la época. Se titula Esther Borja canta a dos, tres y cuatro voces canciones cubanas, lo asumió la disquera Kubaney, como intermediaria del puertorriqueño Montilla, y lo realizó el grabador cubano Medardo Montero en los estudios de la emisora Radio Progreso. Es una joya no igualada.
(Fuente: Textos de Jorge Calderón y Maritza García Alonso)
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