Esther Borja: una obra para siempre
José Luis Estrada Betancourt (Juventud Rebelde)
Nació para ser artista. No importaba de lo que fuera. De cualquier cosa. Solo sabía que soñaba con escenarios y luces. Allá, en su Santiago de las Vegas de la niñez, en casa de su abuela, la pequeña Esther Borja le “raptaba” el caballo al lechero, porque se veía protagonista de las películas de cowboy. Y su mamá se preocupaba cada vez que el papá la llevaba al circo. Se va a descoyuntar, decía. Porque la niña se transformaba en equilibrista.
Ahora, con el paso de los años nos percatamos de que no podía ser de otra forma. Si hoy es de las reinas de la música y la cultura cubana, fue gracias a su persistencia. “Cuando era adolescente recitaba. Y en la escuela yo era quien organizaba las veladas. En las tardes, me sentaba en un sillón a mecerme y a cantaba sin parar.
“Hubo un período en mi existencia, en que se mudó frente a mi casa un sastre. Él también se sentaba con su guitarra a tocar y a cantar bajito”, recuerda, a sus 90 años, Esther. “Tantas veces interpretó aquella melodía, que un día me puse a tararearla mientras él la tocaba. Entonces le preguntó a mi mamá, quién me la había enseñado, porque era suya. La canción resultó ser En el sendero de mi vida triste; y él, Oscar Hernández. Quién me iba a decir que después yo cantaría y grabaría su música, porque En el sendero... está en uno de mis long play y, además, en Esther Borja canta a dos, tres y cuatro voces”.
Pues sí, Oscar Hernández no tenía ni idea de que aquella niña recibiría aplausos en escenarios de diversos países del mundo, pero la Damisela encantadora estaba convencida, junto al Maestro Luis Carbonell que Esther Borja canta a dos, tres y cuatro voces pasaría a la posteridad, del mismo modo que este año ha recibido un Premio Especial en el Cubadisco.
—Esther, ¿cómo se grabó esa placa?
—Estando en España, en el año 1953 —ya había hecho mi primer disco de larga duración—, íbamos caminando por la Gran Vía, Luis Carbonell, Mantilla, con quien había grabado mi Rapsodia de Cuba, y yo, y este último le dijo a Carbonell que cualquier idea que tuviese para una grabación que se la hiciera saber. Luis quería que un intérprete cantara a dos, tres y cuatro voces.
“Entonces, Mantilla le comentó que esa era una empresa imposible en Cuba, porque tecnológicamente no estábamos listos. Se necesitaban pistas. Así que a nuestro regreso Carbonell se lo cuenta a Medardo Montero, grabador que trabajaba en ocasiones con nosotros, quien después de analizarlo un poco, aseguró que sí era posible. Y comenzó la gran aventura.
“El montaje de Esther... nos llevó siete meses. Luis no deseaba que se grabara hasta que todas las voces no estuvieran montadas. El aprendizaje de las distintas voces me hizo madurar inmensamente. No me parece que hayamos tenido que repetir muchas cosas, solo algunos detalles. Como yo no grababa por pistas, sino que primero registraba la primera voz, y luego Montero me ponía los auriculares para que la escuchara y sobre ella hiciera la segunda, y así sucesivamente, éramos en extremo cuidadosos, pues cualquier fallo conllevaba a tener que comenzar de cero.
“Lo que más nerviosa me puso fue el número Ojos brujos, para el cual Luis había creado una cadencia a capella para tres voces, y yo temía quedar por encima o por debajo, es decir, no estar en la afinación perfecta. Pero el trabajo previo fue tan concienzudo, tan serio y era tanto el cariño y el interés de hacer una obra para siempre, que lo logramos. A mí y a Luis nos otorgaron una distinción especial por esta nueva grabación de la EGREM, porque aunque estaba en concurso, a decir verdad, no podía competir con ninguno, pues es un proyecto que en todos estos años —estuvo listo en 1955—, no ha sido igualado, ni en Cuba, ni en otra parte del mundo. No es vanidad, sino un halago a nuestra labor. Me siento orgullosa, porque en 56 años de carrera artística pude dejar algo para el mañana”.
—Según dicen, usted fue la predilecta de Lecuona...
—No es que fuera la predilecta... Te voy a contar. No me gusta hacerme la más importante. Existían en aquel momento muy buenas cantantes, con voces muy lindas; personas que habían estudiado música y eran excelentes artistas. Lo que sucedía era que yo le resultaba “cómoda” a Lecuona. Soy muy disciplinada y cuidadosa. Lo mismo para no lastimar un libro —y señala Eva Perón. La biografía, cuyas páginas se aprecian separadas por un hermoso marcador confeccionado por ella—, que para montar mis números o cumplir con las citas.
“Siempre tenía mi vestuario listo. Cuando me aprendía una canción era para toda la vida, la respetaba, conservaba su melodía, sin cambiar lo que el autor había concebido. Y eso llamó la atención de Lecuona, quien hizo para mí unas composiciones con versos de Martí, después de yo haber participado en la gala que se organizó para despedirlo cuando viajaba hacia México. Sin percatarme, me había estudiado. Pero eso no significaba que era la mejor, simplemente interpretaba bien su música, porque me gusta mucho, como también ocurría con las creaciones de Ernestina Lecuona, las de Tania Castellanos, las de Rodrigo Pratts...
—Usted tuvo una carrera discográfica importante, mas muchos artistas no corren igual suerte...
—Desgraciadamente se han producido olvidos. La canción cubana tiene tantas variaciones y el repertorio es tan amplio, que es un dolor que eso se pueda perder. Hace dos años estuve en la American University, de Washington, donde me invitaron a impartir una conferencia sobre la canción cubana en el siglo XX. Yo la inicié en el XIX con El azra, de Lico Jiménez. Fui ilustrando la charla con grabaciones mías. Y es curioso, porque aunque los dejé escuchar hasta El mayor, de Silvio Rodríguez, la ovacionada fue la más antigua. Contamos con magníficos intérpretes: Bárbara Yánez, Maureen Iznaga, Raquel Hernández, Miriam Ramos, Argelia Fragoso... Entonces, ¿por qué no se utilizan? ¿Por qué no se les da vigor? No sé.
—A pesar de que conocía de su éxito en Estados Unidos, usted decidió quedarse en Cuba...
—Es que yo luché contra Machado. Fui la primera mujer que firmó un manifiesto antiimperialista —aparezco con el número 29 en el libro de González Carvajal. Recuerdo que ese fin de año del 58, había comprado las uvas y mi mamá, quien era más revolucionaria que yo, me dijo: “¡qué uvas, ni qué uvas! Esas uvas me van a saber amargas”. Y yo le pedí que se las comiera para ver si teníamos más suerte, y así fue. Al tiempo, mi esposo se fue, y yo me quedé aquí. Fíjate, no marché ahora con Fidel, porque a los 90 años ya no lo puedo hacer. Pero soy una eterna enamorada de la Revolución.
—¿Cuál ha sido el momento más hermoso de su vida?
—El nacimiento de mi hija. Debo confesarte, con entera sinceridad, que siempre quise a mi madre, pero, a pesar de todo lo buena que había sido conmigo, la empecé a amar con locura después que tuve a mi hija. Luego, hay muchos otros momentos, porque como te he expresado, he vivido la Revolución. La he disfrutado mucho.
—¿Algún consejo para los que llegan?
—Estudiar mucho. Eso es lo más importante. Leer, cultivarse. Si no logramos ser el país más culto, por lo menos estar seguros de haber hecho lo suficiente. No se puede ser un buen artista sin ser culto. Aunque tengas excelentes condiciones, hay que pulirlo, darle la técnica. Ir con el tiempo, pero con estudio, con conocimientos. No por intuición, no por pálpito, sino por conciencia.
—¿Cómo se ve a los 90 años?
—Estupendamente bien. Dice el médico que nunca había visto en una persona de 90 años un cerebro de una muchacha de 15. Y eso me llena de entusiasmo para seguir adelante.
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