Luis Carbonell: Soy muy espiritual
Por Irael Rosado Noa (Juventud Rebelde)
El Premio Internacional Casa del Caribe instituido desde el año 1999 consiste en la entrega de la Mpaka, instrumento de adivinación de la Regla de Palo Monte y que constituye el símbolo oficial del Festival del Caribe.
Esta distinción, que se otorga a personalidades o agrupaciones en reconocimiento a su obra, le fue conferida al maestro Luis Carbonell, el Acuarelista de la Poesía Antillana, en la vigésimo sexta edición de la Fiesta del Fuego, que se extenderá hasta el venidero domingo 9 de julio.
—En diferentes ocasiones ha manifestado su amor por Santiago de Cuba, ¿qué recuerda de esta ciudad?
—En primer lugar, nací, me crié y me formé aquí. O sea, la primera etapa de mi vida tuvo que ver con Santiago de Cuba. Aquí conocí a personas que me ayudaron y significaron mucho en mi carrera como Félix B. Caignet. Conocí al profesor Pedro Cañas Abril, que me enseñó cuando estaba en el Instituto de Segunda Enseñanza...
«Nací en Rastros entre Trinidad y Callejón del Toro, el 26 de julio de 1923, y ahora que me sitúo recuerdo la CMKC donde trabajé un tiempo y fui director artístico. También a Numidia Vaillant, una pianista que hoy está en París. Ella empezó allí conmigo; yo la introduje en la radio. De momento me viene a la mente Pacho Alonso, a quien formé en Santiago en 1945, antes de irme a los Estados Unidos. Cuando volví dos años después ya era un gran artista.
«No puedo desprenderme de mi maestra de piano Josefina Farrés, que por cierto, iba a su casa a recibir clases los lunes, jueves y sábados. Allí algunas veces se hacían tertulias, y en una de ellas conocí a Esther Borja a quien considero mi hada madrina. Por todo eso tengo que pensar en Santiago de Cuba, no puedo olvidarme, no puedo arrancarme esa parte de mi vida. No tengo ningún recuerdo pedante de Santiago. Soy feliz porque Santiago me formó. Le debo mucho y retribuyo todo mi cariño».
—¿Comenzó en el arte tocando piano?
—A los 15 años ya tocaba el piano empíricamente, porque mi mamá nunca quiso que estudiara música. Ella quería que yo fuera médico o abogado, que era lo máximo a lo cual se podía aspirar en la ciudad por aquella época. Aunque después estudié piano, no pude terminar, porque ya era tarde, no tenía tiempo. Cuando mi madre estuvo de acuerdo tenía 22 años. Sé más de lecturas, de prácticas de oído que de practicar. No obstante, nunca me alejé de él, porque mi maestra Josefina sabiamente me decía que no lo hiciera, y míralo ahí —señala su piano.
«Mi segunda hermana recitaba, entonces, yo me aficioné a leer poesía. En mi casa había muchos libros de poesía. Mi mamá era muy romántica, mi papá también. Había libros manuscritos de poesías y libros también con poesías que aparecían en los periódicos, mi padre hizo un álbum y me habitué a leerlos sin querer. Un buen día recité en la CMKC, de casualidad, gustó y seguí, seguí hasta hoy. Por eso me ha quedado el amor por la radio y si tuviera que quedarme con uno de los tres medios: radio, teatro o televisión, me quedaría con ella.
«Cuando yo debuté profesionalmente en La Habana, en la CMQ, el dueño de la emisora pensó que mi labor no podía gustar en la radio porque, según él, yo era para ser visto y oído. Sin embargo, triunfé en la radio. Por eso le tengo tanto aprecio».
—¿Esa es la razón por la cual se tuvo que dedicar a otras actividades en Santiago?
—Me dediqué a enseñar. Yo era profesor de inglés, tuve todo el tiempo ocupado. Trabajé en dos muy buenas academias: la Academia Pérez Acosta, de la cual me sentí orgulloso de ser profesor, y la Institución Videaux, que empezó justamente en el año 1938 con cinco alumnos, y llegó a ser una de las más importantes de la provincia de Oriente. Ahí me formé viendo a la profesora Zaida Videaux explicar en sus clases, además de aprender con mi propia madre. En mi casa solo se respiraba cultura y magisterio.
—¿Cómo enfrentó la oposición de su mamá ante su inclinación por el arte?
—Haciéndolo simplemente. Ella no me podía amarrar. Después lo aceptó, lógicamente. Pero en la segunda década de mi vida trataba de tocar siempre en la radio y en actividades artísticas, sin que lo supiera. Ella trabajaba en aquella época en San Luis, era una de las maestras que llamaban habilitadas, puesto que no perteneció a la escuela normal, por tanto tenía que impartir clases fuera de la capital, de Santiago de Cuba. Ella sabía que 70 años atrás no había quién viviera de la música en Santiago y quería prepararnos para que pudiéramos sustentarnos por nuestra cuenta como en realidad sucedió. Así que eso no fue reprochable, al contrario. Y claro que me dolía, porque yo lo que quería era la música y la poesía. De todas maneras lo hice, y entonces empecé a huirle a la crónica radial, a la prensa escrita y a la fotografía...
—¿En qué consistió su trabajo en la emisora provincial de Santiago?
—En la emisora CMKC tenía programas en los que seleccionaba cantantes. Mi vocación de maestro vino también de enseñar a algunos cantantes cómo proyectarse, de corregirles la dicción, el texto, el modo de cantar... En aquel entonces, el sueldo para un pianista era de 20 pesos mensuales. Y yo ganaba como profesor 300. ¡Imagínate! Esos 20 pesos los aumentaba con mi dinero para los cantantes que había metido en la emisora. Por ejemplo, los cigarrillos Edén que patrocinaban un programa, daban un sueldo para dividir entre cuatro que tocaban a 15 pesos mensuales, entonces yo del mío ponía 15 más, que obtenía de mi profesión, para que el cantante pudiera recibir 30. Así mismo hacía con la pianista: ella ganaba 20 y yo le agregaba 15. Eso, desde luego, mucha gente no lo cree, pero es la pura verdad. Me acostumbré a ayudar. Para mí el dinero sirve para eso, para lo que haga falta, y yo tenía suficiente para ayudar.
«Tenía seis hermanas pero todas trabajaban, es decir, que no tenía obligaciones con nadie. Mi obligación era ayudar a los amigos. Para una persona que empieza y que es aficionado, resuelve. No era mucho, pero ayudaba, y además les daba una alegría enorme recibir algo por hacer lo que les gustaba.
«No olvido que el día que me pagaron por primera vez cinco pesos en Santiago de Cuba, me sentía millonario. Nunca pensé que me pagarían por decir un par de poesías. Eso sucedió cuando me vio Félix B. Caignet, ese autor que tan famoso fue después. Fue en el barrio aristocrático de Vista Alegre. Recité en casa de la señora Fela González Rivera, una mujer muy interesante de la alta sociedad... Yo era un muchacho todavía. No recuerdo quién me llevó y con qué motivo, sí sé que recité. El alcalde en aquel momento, que se llamaba Luis Casero Guillén, me felicitó y yo me sentía en la gloria, porque además me habían regalado cinco pesos».
—¿Cómo empieza profesionalmente en la declamación?
—Estando en Nueva York, Esther Borja me llevó a la casa de Ernesto Lecuona, quien me recomendó actuar en esa ciudad. Lecuona me invitó a su casa a una reunión artística y allí estaba Diosa Costello, en aquel momento la artista puertorriqueña más famosa en Estados Unidos, a quien le decían la Bomba Atómica Puertorriqueña. Ella me llevó al teatro donde tuve un éxito muy grande, a pesar de ser un completo desconocido.
«Ya en Cuba, en La Habana, Esther trató siempre de orientarme y tuve la suerte de recitar en un homenaje a René Cabel en el Amadeo Roldán, donde llamé mucho la atención. En esa presentación me vio un cómico, que era muy famoso aquí, Biondi, quien a su vez me recomendó al que administraba lo que hoy es el cine Yara, donde también recité. Eso hizo que el administrador de la CMQ quisiera probarme en la radio. En enero del 1949, cuando se estrenó el programa De fiesta con Bacardí empecé, y permanecí en él lo que duró el espacio. Ahí me consagré.
—¿Por qué ha defendido tanto las estampas populares?
—Porque son estampas de la vida cotidiana. Todo actor debe incorporar algo de la vida cotidiana a su trabajo. El actor es una persona que observa a su alrededor y trata de reflejar lo que ve. Por lo tanto cuando es capacitado tiene la facultad de incorporar personajes y crearlos también. Es decir, en el fondo de cada interpretación hay un reflejo de la realidad. El actor inventa un personaje, pero siempre se apoya en algo que vivió o que percibió o que intuyó... Yo viví en Santiago de Cuba y tengo muchos personajes en mis estampas que son reflejo de santiagueros que conocí.
—Usted ha sido un defensor a ultranza de la ética profesional...
—Creo que estoy bien educado. Lo único que he hecho es ayudar, ayudar y ayudar, sin esperar reciprocidad, porque el que ofrece algo de un modo desinteresado no debe esperar un pago a cambio. Yo nací para dar, pero también muchos alumnos me han retribuido muy bien, con mucho cariño, con mucho amor, que es lo que necesito. Me siento bien hoy aquí en Cuba, en mi Cuba, me siento muy respetado, muy bien atendido. Me siento muy agradecido, porque tengo más de lo que yo esperaba.
«Tengo la suerte y el orgullo de saber que nunca le he hecho daño a nadie. Los momentos de rabia, de angustia, de desesperación —todos los tenemos—, no los traduzco en una mala acción. Siempre he pensado dos veces antes de actuar cuando me siento triste o despechado. Porque me han hecho cosas muy buenas y muchas cosas malas también. Todo artista, como toda persona que llama la atención, crea automáticamente admiración, envidia y odio. No me preocupa la maldad, la veo desde lejos y no la toco, y si se me aproxima, la esquivo.
«Durante todo este tiempo he pasado por muchas cosas, pero no ha importado. Me siento feliz, porque estoy todavía con salud, con vitalidad, con espíritu, todavía estoy estudiando —hoy, antes de que llegaras, estaba estudiando—. La maldad desalienta el espíritu, va en contra de él y yo soy muy espiritual. Además me siento muy contento de hacer las cosas que me gustan en la vida: la poesía, la música y enseñar. Con cualquiera de las tres yo podría llegar hasta el último momento de mi vida. Si me falta la poesía y el piano, todavía me queda el magisterio».
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