Lágrimas de cocodrilo
Por Norge Céspedes y Hugo García (Juventud Rebelde)
Ciénaga de Zapata, Matanzas.— Nunca tuvo nombre en sus 50 años de vida. Era uno más, pero un día enfermó y casi muere. Entonces todos los ojos escudriñaron sobre la áspera piel de más de tres metros de largo. Había sobrevivido a feroces peleas y era respetado por sus grandes fauces, sin embargo, una sorpresa interrumpió su fama de eterno gladiador.
En una esquina quedó calmo, sin una queja. Ni las hembras lo incitaban, y eso daba mucho de qué hablar sobre un macho, macho de verdad. Sus apetitos por mantener el territorio, la comida y aparearse, desaparecieron. Llevaba algunos días así, irreconocible, transfigurado, quieto como un cadáver. ¿Habría muerto?
Certero diagnóstico
Eran momentos de cópula y las trifulcas por ganarse una hembra generaban, en ocasiones, graves hechos de sangre. A lo mejor en alguna de esas peleas, en las que participaba de manera usual, lo habían lesionado dejándolo muerto o, en el mejor de los casos, malherido, agonizante.
Nadie sabía lo sucedido. Para conocerlo había que entrar al corral intensivo del Criadero de Cocodrilos La Boca, de Ciénaga de Zapata, y eso no lo hace todo el mundo, ni se hace a cualquier hora, como pasear por un parque.
Varios cuidadores se jugaron el pellejo cruzando entre más de cien cocodrilos adultos de la especie cubana Crocodylus rhombifer, que los acechaban. Por suerte, portaban unas varas de madera de hasta cuatro metros de largo, eficaz instrumento para mantenerlos a raya. Los hacían replegarse enseguida golpeándolos fuerte en la cabeza, uno de sus puntos débiles.
Con cuidado arribaron a donde se encontraba el animal de extraño comportamiento. Cuando lo hurgaron con las varas, tuvieron la buena noticia: «¡Está vivo!», exclamaron todos.
Con una soga le amarraron las patas y las fauces. De inmediato le hicieron un examen externo inicial. Como no probaba alimento desde hacía mucho tiempo, se había depauperado. Enflaqueció extremadamente. Apenas se movía. Enseguida quedó claro que su problema no lo había originado una pelea. Decidieron aislarlo, para investigarlo a fondo. Lo trasladaron, colgado de una vara de madera, hasta dejarlo en un corral independiente.
Pasaron los días. Las observaciones y los análisis descartaron afecciones relacionadas con la situación en que se hallaba. No eran, por ejemplo, el parasitismo, la avitaminosis o el estrés térmico (ocasionado por el cambio brusco de la temperatura del agua).
Los especialistas del criadero estimaron que se trataba de una obstrucción en el sistema digestivo, algo inusual en los cocodrilos, que tragan sin masticar, pero tienen jugos gástricos muy fuertes, capaces de descomponer toda la materia orgánica con la cual entran en contacto. Y no erraron. El diagnóstico certero le salvó la vida.
¡A operar!
Un caso parecido se había reportado años atrás. Mientras se reparaba la cerca perimetral dos clavos (de cuatro pulgadas, con protectores) habían caído dentro del corral. Al verlos moverse, dos cocodrilitos, confundidos, pensando que se daban el gran banquete, los engulleron. Los cuidadores vieron cuando se los tragaron.
Este caso no era el mismo. Sobre el par de cocodrilitos, que medían entre 50 y 70 centímetros, se sabía exactamente lo que les había sucedido, y además, su capacidad regenerativa, de ejemplares en pleno crecimiento, resultaba mayor que la de un adulto.
«Palpándolo se apreció que no era en el esófago y que la dificultad se localizaba en los órganos abdominales, con mayores probabilidades en el estómago», recuerda Gustavo Sosa Rodríguez, el veterinario del criadero.
Se decidió intentar inducirlo a que vomitara. Lo obligaron a tomar casi un cubo de agua y luego se le dieron masajes en la región abdominal. No obstante, por más que se hizo, nada lo alivió.
«Desde el primer momento se sabía que iba a ser difícil conseguir eso, debido a las propias características de su sistema digestivo; así y todo se había probado, a ver qué sucedía, pues en realidad era la única vía sencilla de resolver».
La otra manera que se veía era, quién lo dudaba, sumamente compleja y riesgosa: una operación. Como no quedaba otra opción, se prepararon las condiciones para la intervención quirúrgica. Gustavo, el veterinario, lo haría, asesorado por Roberto Ramos Tangarona (Toby), uno de los más notables conocedores del cocodrilo en Cuba.
Llegada la hora decisiva, le amarraron las patas y las fauces, dentro de las cuales le pusieron un trozo de madera. También, por supuesto, lo limpiaron (tremendo baño tuvieron que darle, pues los cocodrilos suelen recubrirse con lodo, para regular su temperatura) y, por último, desinfectaron con alcohol la zona del estómago, por donde se cortaría.
Después de practicada la incisión se observó líquido en la cavidad abdominal, lo que indicaba anemia, algo que también se podía deducir de la pérdida de coloración y de peso apreciada en órganos como el hígado, el páncreas y los intestinos.
Al penetrar en el estómago, el objetivo fundamental de la operación, aparecieron restos de botellas, objetos de metal (latas) y un cuerno de res entero. ¡Ahí estaba la causa de la obstrucción en el sistema digestivo! ¡Y no era para menos!
Eternos golosos, los cocodrilos ingieren, sin ninguna distinción, todo lo que les parezca alimento. Si algo se mueve (como sucedió con los clavos ya mencionados), le van encima.
El desempeño óptimo de sus fuertes jugos gástricos se da ante lo orgánico, aunque en general, tras determinados períodos de tiempo, pueden diluir casi todo, incluidos vidrios y metales, «envueltos» para su procesamiento en una especie de membrana, que evita laceraciones mientras permanecen en el estómago.
En este caso, los vidrios y los metales se habían desgastado de manera considerable, pero lo cierto es que no se procesaron por completo.
Es posible que su sistema digestivo presentara alguna insuficiencia o simplemente no pudo hacerle frente al exagerado volumen de objetos extraños engullidos.
«Aunque sus jugos gástricos se muestren poderosos, lo aconsejable, lo lógico en muchos sentidos, es que solo ingieran verdaderos alimentos, sustancias orgánicas más fáciles de diluir, para que no existan probabilidades de hechos como este», afirma Gustavo.
«En el criadero hay conciencia sobre eso, aunque es de lamentar que algunos visitantes no la tengan y lancen dentro del corral de reproductores diversos objetos. Estos enseguida atraen la atención de los animales».
Algo así más o menos debió sucederle al cocodrilo operado. Se fue, como dicen por ahí, con la de trapo, y lo que parecía inolvidable atracón, se le transformó en pesadilla, que tuvo, para su dicha, un final feliz.
Aunque su estado inicial no vaticinaba nada agradable, la intervención quirúrgica lo dejó vivito y coleando y, tras el período de recuperación, allí estaba de nuevo, como acabado de nacer.
Lamentablemente, luego de dos meses de habérsele salvado la vida, fue sacrificado, pues se suponía que su edad y debilidad serían las causas de futuros e intensos ataques, que le costarían la vida debido al salvajismo de estos animales, que se preservan en este territorio por la amenaza de extinción que se cierne sobre los mismos.
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