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viernes, octubre 12, 2007

Encuentro intempestivo con el dictador

Por Margarita Barrio (Juventud Rebelde)
Foto: Roberto Morejón

“Yo estaba con mi hijo en un restaurante de la playa Estoril, en las afueras de Lisboa. Entonces entró él, acompañado de un amigo y cinco guardaespaldas que se desplegaron por el lugar.

“De momento no lo conocí. Estaba bastante envejecido, y no vestía con su habitual elegancia, sino una chaqueta sport.

“Se sentó en una mesa frente a la mía, y comenzó a conversar con su amigo. Su mirada insistente provocó que me fijara más en él. No cabía dudas, era Fulgencio Batista”.

Habían transcurrido 13 años desde aquella tarde en la cual el joven Ángel Eros Sánchez se había jugado la vida, junto a sus compañeros de lucha, para eliminar al sátrapa que mantenía sumido en eterno duelo al pueblo cubano.

Por su mente pasaba la imagen de los muchachos muertos, de tanta injusticia y dolor. No lo dudó un minuto, buscó en la cintura de su pantalón la habitual pistola, y solo entonces recordó que la había dejado en la guantera del carro.

“Batista estuvo allí un rato, no comió ni bebió nada, me miró varias veces y se marchó. También sus guardaespaldas me observaban con insistencia. Estoy casi seguro de que su objetivo era verme, pues él debía tener referencia de que yo era el jefe de nuestra misión diplomática en Portugal.

“A mis hijos más pequeños los había dejado en una fiesta infantil cerca de allí, y estaba en el restaurante con el mayor, que tenía entonces 14 años. Recuerdo que le dije, ‘ese es Batista’, y se asustó un poco.

“Puedes estar segura que si tengo la pistola arriba, los sorprendo a todos, y lo mato”, afirma Eros y no puede ocultar cierta exaltación en su voz.

—¿No pensó en las consecuencias que podría tener ese acto?

—Sin dudas hubiera sido un escándalo, con consecuencias tremendas. Lo más probable es que yo no hubiera salido con vida, porque eran cinco guardaespaldas y por muy rápido que actuara no iba a poder con todos.

“Pero eso lo pienso ahora, en aquel momento lo que estaba maquinando era ‘cómo me lo echaba’. Pasaban por mi mente tantas cosas, la imagen de mis compañeros muertos, no hubiera dudado en actuar contra él.

“Si tengo la pistola, la saco y lo sorprendo. Nada, me acuerdo de todo lo que hizo, ‘me doy cranque’, y lo mato”.

LOS REVOLUCIONARIOS DE GUANAJAY

Dirigente sindical en la Textilera de Ariguanabo —donde trabajaba como obrero— Eros se involucra en acciones contra el régimen de Batista desde muy temprano. Presidente de la Juventud Ortodoxa en Guanajay, su pueblo natal, es varias veces detenido y perseguido por la dictadura.

“Había un grupo muy fuerte, una acción constante en Guanajay. Incluso nos reunimos en diversas ocasiones con Fidel. Recuerdo uno de esos encuentros, en la casa de Jovellar 107, allí también conocí a Melba Hernández.

“Yo no participé en el Asalto al Cuartel Moncada, pero estaba en Santiago de Cuba en aquellos momentos y por mis antecedentes me cogen preso. Estuve en la cárcel con Fidel, junto a los asaltantes.

“Al salir de prisión, mientras Fidel va a México para organizar la continuidad de la guerra, el grupo de Guanajay sigue trabajando aquí. En aquellos momentos se funda el Directorio Revolucionario y yo me integro a él.

“Cuando ocurre el Desembarco del Granma, nosotros estábamos acuartelados en una casa en el Vedado, en las calles 5ta. y 12. La idea era salir a la calle, como se hizo en Santiago de Cuba. Sin embargo, José Antonio decide no hacerlo en ese momento, sino preparar un golpe más fuerte, que luego fue el asalto al Palacio Presidencial”.

UNO DE LOS 50

“En dos apartamentos del Vedado, ubicados en la intercepción de las calles 21 y 24, nos reunimos desde el día diez de marzo. Ese era el cuartel general del Directorio Revolucionario.

“Andábamos sin zapatos. No podíamos fumar más de tres compañeros a la vez, ni hacer ruidos con las armas o hablar alto. El comando era de 50 hombres y había vecinos cercanos que no debían sospechar.

“Algunos sabían qué iba a pasar, otros no estaban claros.

“Luego Faure Chaumón y Menelao Mora nos explicaron el plan”.

—¿Cómo estaba organizado el plan?

—Se basaba en la sorpresa, pero nos fallaron algunas cosas.

“Teníamos conocimiento del escenario, porque Menelao había estado en el Palacio, y se habían conseguido planos.

“El 13 de Marzo de 1957 salimos rumbo a Palacio sobre las tres de la tarde. Mientras, otro grupo de compañeros, encabezados por José Antonio, se encaminó a Radio Reloj.

“José Antonio quería ir a Palacio, porque pensaba que había más peligro. Tuvimos que convencerlo de que el llamamiento debía ser en su voz, que era de todos el más conocido”.

—¿Ustedes usaron dos carros y un camión rojo que había sido de una tintorería para trasladarse hasta Palacio?

—Sí, yo iba en ese camión. Llevaba una ametralladora Thompson, una pistola, dos cargadores y dos granadas, y no te miento si te digo que también tenía un susto tremendo.

“Al arrancar no cerramos la puerta, sino que Carbó Serviá, que fue el último en montarse, la aguantó con una soga. De esa forma garantizábamos descender más rápido del camión.

“Al llegar al Palacio, el primer carro entró rápido y comenzó a disparar, aunque la guardia también contestó inmediatamente, pero funcionó la sorpresa.

“Sin embargo, nosotros tenemos la primera dificultad, se nos atravesó una guagua de pasajeros, y por ello tuvimos que descender del camión más lejos de la entrada.

“En aquellos momentos el regimiento de Palacio era de unos 300 hombres —recuerda Eros—, y los lugares más difíciles eran la planta baja y la azotea.

“Un grupo debía subir por la escalera lateral hasta la oficina del tirano. Otro entraría hacia la escalinata central, allí unos tomarían a la derecha, y otros a la izquierda, entre ellos yo.

“Así dicho sonaba muy bonito, pero fue muy difícil. Al grupo mío nos disparaban desde arriba, sin tregua, aquello era tremendo”.

Recordar aquellos momentos lo hacen sentir inquieto, sin embargo no detiene la narración. Como en una película pasan las imágenes de aquel día por su mente.

“Éramos un comando suicida, de acción rápida, y nosotros logramos hacer lo que nos habíamos propuesto: Tomar la planta baja y llegar al despacho, y lo logramos.

“Yo estaba herido en un muslo. Habían muerto varios y otros estaban lesionados. El grupo de refuerzo no llegó, y así decidimos retirarnos. A la salida cayeron más”.

—Aunque tuvieron muchos tropiezos en el transcurso de la acción. ¿Cuál era la idea inicial y sus propósitos?

—Nuestro objetivo era tomar Palacio, resistir y luego salir a las calles, lograr un levantamiento popular. Y, por supuesto, matar al tirano en su propia madriguera.

“Mientras, José Antonio, en su alocución a través de Radio Reloj, debía conminar al pueblo a ir a la Universidad, donde teníamos más armas.

“La idea central era iniciar una guerra civil, en el corazón de La Habana y en pleno día, a las tres de la tarde”.

—¿Cómo logró salir de Palacio?

—De milagro. Me tiro debajo del camión y se me cae la ametralladora. Con la pistola, y corriendo en zig-zag —como en las películas— logro escapar de las balas de una ametralladora 50 que estaba en la azotea de Palacio, y que cazaba a los asaltantes que lograban salir.

“Me interno por las calles de La Habana Vieja. Primero me escondo en un bar, y luego amenazo a un taxista con la pistola y lo obligo a poner su auto en marcha.

“Ese fue otro fallo”, afirma con dolor Eros. “No habíamos previsto nada para la retirada, y yo no sabía qué hacer”.

Luego de una pausa, y con los ojos encendidos por los recuerdos, continúa su narración: “Cuando íbamos en el taxi nos para un policía. Me ve, pistola en mano y con manchas de sangre en la cara y le dice al chofer ‘estás alquilado’, y se manda a correr. Bueno, yo me alegré, porque hubiera tenido que matarlo y complicar más la situación.

“En Cuba y Merced había unos parientes de mi madre que eran batistianos —lo cual era muy bueno, pues hacía la casa más segura— y allí me escondí algunos días. Dos meses después me asilé en Miami”.

—Ahora, luego de 47 años y ya un hombre maduro, ¿cómo valora aquellos hechos?

Eros guardó silencio unos instantes, reflexionó y contestó con su habitual jovialidad:

—Nos decían delincuentes, bandidos. Sin embargo, yo siempre estuve seguro de la necesidad de la lucha armada, de la justeza de nuestras acciones.

“Hoy, luego de tantos años, lo veo igual que entonces.

“Éramos revolucionarios y teníamos que luchar. Ese era el único camino para enfrentar la situación del país. Es cierto que murieron muchos, pero no había alternativa.

“Cuando uno está convencido, resuelto a hacer algo, asume cualquier consecuencia. No es que yo fuera guapo, ni nada de eso, tenía sencillamente la convicción de la utilidad y la necesidad de la lucha”.

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