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miércoles, febrero 21, 2007

Cuba - La mirada larga de una joven ciega

Por Marta Cabrales* (Prensa Latina)

Santiago de Cuba (PL) "Yo les voy a ayudar a ver una nueva manera de enfrentar la vida", dijo la joven sicóloga Yesenia a un grupo de pacientes en una de las sesiones de sicoterapia contra las adicciones y toxicomanías en el Hospital General Juan Bruno Zayas, de esta ciudad.

Con absoluta resolución y ante la incredulidad y reticencia de los recién incorporados y la complicidad de quienes ya llevan cierto tiempo, la novel profesional de bata blanca les fue arrancando confesiones y desgarraduras hasta llegar a un clima de confraternidad y confianza que los acercaba a la apariencia de un informal círculo de amigos.

La voz serena y dulce de la muchacha, apoyada por dos estudiantes de la especialidad en fase de práctica, fue rompiendo las barreras y fluyeron conflictos personales y sociales, soledades, ataduras y prejuicios, tristezas y sufrimientos.

Por momentos, algunos de los enfermos le devolvían las interrogantes y de cierta manera la colocaban a ella en un imaginario sofá de sicoanálisis. Pero sabía salir airosa de esos instantes difíciles y retomar las riendas del ejercicio colectivo.

Sin pretender fórmulas mágicas ni un recetario universal para la vida, la veinteañera especialista acudía a su arsenal sicoterapéutico, a las técnicas aprendidas durante los cinco años de estudios universitarios y también, en considerable medida, a su propia experiencia. Sin proponérselo, su presencia devenía paradigma y lección para hacer frente a las zancadillas de la existencia.

Así, sus interlocutores encontraban en este intercambio y en las consultas individuales con Yesenia un poco de luz para salir adelante y comenzar a dejar atrás las sombras de sus vicios.

Aunque ya lleva cinco años ejerciendo su profesión en el centro asistencial, tras graduarse en la Universidad de Oriente, la joven estaba recomenzando por estos días su vida laboral, tras una licencia de maternidad. Elizabeth, su primogénita, fue la razón de esa pausa en una trayectoria incipiente pero prometedora.

HISTORIA DE UNA VIDA

Cuando el 9 de junio de 1979, Deisy Hechavarría traía al mundo a su primera criatura, lo hacía con demasiada anticipación: tan solo 24 semanas. A punto estuvo la niña de ser echada al recipiente de los abortos. Con apenas dos libras de peso, se salvó de puro milagro, pero las consecuencias se hicieron sentir después.

Una enfermedad ocular, la retinopatía del prematuro, fue una de las lamentables secuelas. Desde los primeros años comenzó paulatinamente la pérdida de visión, que no pudo ser detenida por sucesivas intervenciones quirúrgicas.

Cursó el nivel primario y la secundaria básica alternando en escuelas de las enseñanzas especial y general, por diversas circunstancias. La limitación visual continuaba agudizándose. Durante el preuniversitario, en aulas junto a condiscípulos sin esa dificultad, pasó una de las duras pruebas de su corta existencia, pero venció con notables calificaciones los exámenes de ingreso a la Universidad y fue el mejor expediente de su graduación.

Al escoger la carrera, en las cinco casillas de la planilla de solicitud para optar por otras especialidades, escribió Sicología. Esa era su única elección.

La posibilidad de esa disciplina de las Ciencias Sociales para escrutar el alma humana y ayudar a la gente a resolver sus problemas, junto a la alta sensibilidad que debe caracterizar a esos profesionales fueron los resortes que siempre la motivaron.

Cuando finalizó sus estudios, las propuestas de ubicación laboral trataron de seducirla con puestos más suaves, donde no tuviera que enfrentarse directamente con las durezas de la profesión. Prefirió el hospital, el cara a cara con el ser humano y sus conflictos. Aprendió computación mediante el programa Jaws y hoy lo enseña a otras personas con esa discapacidad.

La Asociación Nacional del Ciego (ANCI) la cuenta en su Consejo Nacional y en la dirección provincial de esa organización no gubernamental se ocupa de la atención a los jóvenes ciegos y débiles visuales.

MONOLOGO INTERIOR

"Hice mucha resistencia al sistema Braille, porque yo veía, podía leer mis libros, pero al mismo tiempo eso me hacía daño porque al forzar la vista se aceleraba la pérdida de la visión. A pesar de esa resistencia creo que me lo aprendí como en una semana y cuando comencé a utilizarlo lo leía con los ojos en vez de hacerlo con las manos. Ya en uno de los cursos de la secundaria, entre alumnos sin ninguna discapacidad, fue bastante duro para mí y para los profesores, pues ellos no tenían conocimiento de ese método ni la preparación pedagógica diferenciada. Hacía los exámenes orales, los hacía en Braille y se los dictaba a los profesores.

Por ejemplo, en las Matemáticas, que eran los más difíciles, sobre todo los de Geometría, ellos me explicaban a su manera el gráfico y a veces yo les pedía que me los dibujaran en las palmas de las manos o me las pintaba yo misma con una especie de goma para pintar al relieve. Yo recuerdo que vi las fotos de mis 15 y luego de eso todo me fue muy difícil porque empecé a perder la noción de los colores y de los objetos.

Me di cuenta de que la marcha era más torpe, que chocaba más con las cosas. Hasta el momento en que lo único que percibía era la luz. Ya no podía caminar a menos que alguien me acompañara y todavía no sabía manejar bien el bastón.

Al principio, en la Universidad, me daba un poco de miedo: copiaba muy poco en Braille porque esas máquinas hacen mucho ruido y era un aula plenaria, donde resultaba prácticamente imposible escuchar así.

Entonces, a veces grababa las clases, otras escribía con mi máquina porque los muchachos se fueron acostumbrando a su sonido o también escuchaba y después hacía mis resúmenes. Conté mucho con el apoyo del grupo. Tuve que estar becada porque vivía muy lejos y para estudiar se me hacía muy difícil: mi mamá trabaja y entonces tenía que esperar a que ella llegara, hiciera las faenas del hogar y cerca de las 12 de la noche era que me podía ayudar.

Ella casi se hace sicóloga junto conmigo en ese primer año antes de becarme. En ocasiones he percibido en algunas personas indicios de subestimación y hasta de lástima, esa yo lo detesto, pero todo depende mucho de uno mismo: yo demostraba que aún con mi discapacidad era capaz de hacer lo mismo que los demás hasta donde yo podía; lo que no podía hacer sencillamente pedía ayuda o no lo intentaba. Pero lo que ha prevalecido es la actitud de colaboración. Aquí en el departamento me han apoyado mucho.

Al principio algunos pacientes hacían algo de rechazo al tratamiento porque, por supuesto, no están adaptados a que una persona invidente los atienda, pero ese es un espacio que uno se tiene que ir ganando. Hoy, cuando empecé a trabajar con estos enfermos por primera vez, noté que hicieron mucho silencio y estaban observando mi manifestación con ellos. Lo primero que hice fue decirles: - Bueno, disculpen si yo vengo tumbando el mundo. Se rieron un poco y cuando uno me preguntó si yo no veía nada, le respondí: - Sí, yo veo lo que me conviene. Así rompí la tensión inicial y creamos cierto nivel de empatía."

LA FELICIDAD: ESE PUERTO ESCURRIDIZO

Por los pasillos y locales del hospital santiaguero, en las paradas de ómnibus del reparto Abel Santamaría, por las calles de su barrio y su ciudad, desanda Yesenia, apoyada en su bastón o en un hombro solidario.

En el hogar, que comparte con madre, hermana, esposo e hija, se fragua en cada escaramuza doméstica una voluntad a toda prueba. El debut como mamá está siendo una de ellas. Al llegar del trabajo, la espera en el círculo infantil su pequeña y con ella, los consabidos trajines cotidianos. Sin tiempo para el lamento o la conmiseración.

En un imaginario campo de obstáculos han transcurrido sus 27 años y la familia la ha ayudado a sortearlos.

Un diplomado en Medicina Natural y Tradicional se inscribe ya en su currículum de postgrado. Vendrán otros que la capacitarán para ayudar a los demás. Seguirá perfeccionando sus conocimientos de Informática y enseñándolos a otros para proseguir aclarando los caminos.

También, sin dudas, habrá más premios en los Talleres Literarios de la ANCI y la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC).

Su sentido del humor y la risa fácil con que anima la conversación son otros de sus talismanes para conjurar espantos. Hace poco, en una de las sesiones de sicoterapia, a uno de sus pacientes se le ocurrió preguntarle si ella era feliz. La respuesta tenía que ser afirmativa.

Mira que preguntarle a ella por la felicidad. A ella que aprendió a construirla contra viento y marea en cada minuto de la existencia, en cada instante de ese regalo que es la vida.

*La autora es Corresponsal de Prensa Latina en Santiago de Cuba.

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