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lunes, agosto 14, 2006

La viejita ingenua

Por H. Zumbado*

Esta era una vez una viejita
muy ingeeenua
muy ingeeenua
que creía en las cosas más increíbles del mundo.

Creía (por ejemplo) en el amor a primera vista. En el azul del Danubio. En la ingenuidad de los niños. En la fidelidad de los perros (y en su inteligencia). En los cumpleaños. En el sonido del mar dentro de los caracoles. En los diccionarios de sinónimos. En Freud. En Andersen, en Grimm (en los dos). En la guía de teléfonos. En el observatorio. En el calendario azteca. En la poesía. En la letra K (incluyendo a Kafka y la "Kon-Tiki", como es natural). En Salvador Dalí. Y en el dibujo animado.

Esta viejita creía en cualquier cosa. En casi todo.

Y por eso un día a esta viejita que era
muy ingeeenua
muy ingeeenua
se le ocurrió sembrar una ceiba dentro de una preciosa maceta azul que tenía en el balcón.

Claro está, esta viejita que era
muy ingeeenua
muy ingeeenua
no había leído la página 15 del tomo III del Diccionario Enciclopédico UTEHA, editado en México por la Unión Tipográfica Editorial Hispano Americana, copyright, 1952. Ahí decía claramente:

"Ceiba (voz haitiana) f. Bot. la bombacácea ceiba pentandra, árbol americano, con tronco grueso, copa extensa casi horizontal, de unos 30 metros de altura…"

Ni tampoco esta viejecita había escuchado las palabras precisas de aquel profesor de la cátedra de Agronomía de la universidad:

"Ejem… para sembrar una ceiba necesitamos… al menos de un terreno de unos seis por ocho metros… con un buen ph y mejor drenaje."

Ni mucho menos esta viejita que era
muy ingeeenua
muy ingeeenua
supo jamás el diagnóstico profesional y mesurado de aquel otro eminente psiquiatra de la capital:

"Ejem… evidentemente… sembrar una ceiba dentro de una maceta – aunque sea azul – refleja… evidentemente… una condición psíquica de características altamente preocupante… evidentemente…"

Por eso esta viejita que era
muy ingeeenua
muy ingeeenua
le echaba agua todos los días a su preciosa maceta azul y vivió
muy feliiiz
muy feliiiz
– envidiada terriblemente por todos los vecinos – con su gran ceiba de 30 metros de altura en su balcón.

*H. Zumbado, ¡Esto le zumba!, Editorial Letras Cubanas, 1981.

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