MARGARITA DIAZ, VERDADERA DIVA
Por Juan Piñera* (CMBF)
Las nuevas generaciones debieran conocer a profundidad qué representa el nombre de Margarita Díaz (La Habana, 5/02/1918) en la historia del canto lírico cubano, durante el siglo XX, hasta estos tiempos.
En su natal villa de Guanajay, del oeste habanero, cursó los primeros estudios musicales con los maestros César Cuenca y Eduardo Goicochea; y allí debutó el 5 de septiembre de 1932, en el entonces recién inaugurado teatro Vicente Mora, copia casi idéntica del primer sector de la fachada del Teatro de la Ópera de Berna, en Suiza. Un año más tarde, establecida con su familia en la ciudad, matriculó en el Conservatorio Municipal de Música, donde se graduó en 1934. A partir de esa fecha su fama y popularidad fue creciendo.
Hija y nieta de veteranos del Ejército Libertador, ella devino en imprescindible embajadora de la música cubana por todo el mundo. Como era de esperar, una mujer de estirpe mambisa no podía hacer otra cosa que enaltecer la cultura y la idiosincrasia de la Isla, con su mejor arma: la voz.
De esa manera Margarita reafirmaba el legado de su abuelo, el Coronel Ambrosio Díaz; y de su padre, el Mayor General Pedro Díaz, quienes lucharon por libertad de Cuba y, por tanto, la afirmación de los valores que distinguen la nacionalidad del país. Esto lo comprendió desde bien temprano otro gran músico, Ernesto Lecuona, quien la incorporó a su compañía lírica siete décadas atrás.
En gesto de reciprocidad, agradecimiento y – sobre todo – cubanía, Margarita Díaz paseó por el mundo la música de Lecuona, la de su hermana Ernestina y también la de Maestros como Gonzalo Roig, Rodrigo Prats, Moisés Simons y los hermanos Grenet, entre decenas y decenas de compositores cubanos.
Por ello la admiraron hombres como Pablo Picasso, personalidad suprema de la plástica; mientras la cubana alternaba en escenarios internacionales con Maurice Chevalier, Edith Piaf, Agustín Lara y Toña la Negra, por tan sólo citar algunas figuras de primera magnitud.
Con el triunfo de la Revolución Cubana y como verdadera nieta e hija de mambises, Margarita Díaz regresó a la Isla. Es cuando funda y dirige, en la Sociedad Concepción Arenal, de La Habana, un grupo lírico de cantantes aficionados.
Así fue como conocí personalmente a la intérprete, cuando trabajaba con Marco Antonio de Armas en un colectivo similar. Margarita Díaz llegó hasta donde ensayábamos, con la humildad de una verdadera diva; pero también, es necesario confesarlo, con la aureola de una gran artista, para ofrecer sus consejos y enseñanzas.
Recuerdo con nostalgia y mucha alegría, cómo la acompañé al piano, lo que fue una suprema lección para todos los aficionados; pero sobre todo para mí, pues desde joven aprendí que la sencillez no está reñida con la estatura artística.
Quizá Margarita no recuerde aquel momento, inolvidable en mi vida profesional. Es por ello, y mucho más, que la consideramos una verdadera diva; sin necesidad de andarlo pregonando a los cuatro vientos, pues con su ejemplo y la clase magistral que es su vida, nos basta.
*El autor es compositor e instrumentista, profesor del Instituto Superior de Arte y director de programas de CMBF, Radio Musical Nacional.
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