CRÓNICA DE UN EXPECTADOR: CONDUCTA
Por Rolando PérezBetancourt (Granma)
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Foto: Juan Pablo Carreras |
Ya desde sus días de
la radio, Ernesto Daranas puso las cartas sobre la mesa: lo suyo era el drama
y, a la par, recursos del melodrama, un género encaminado a obtener intensas
reacciones emocionales en el receptor.
Si escribo
"recursos del melodrama" y no melodrama a secas, se debe a que el
género se ha desvirtuado de tal manera que hoy día es sinónimo de producto
hacedero y manipulador de hechos y sentimientos.
Afirmar durante
cualquier conversación exploratoria que una película es melodramática (y no
alegar nada más) es como arrojarla por la borda, directamente a la boca de los
tiburones. Ello hace que el género por excelencia con el que lloraron nuestros
padres y abuelos esté apareciendo poco en la cartelera internacional y, la
mayor parte de las veces, con sus componentes básicos hábilmente enmascarados.
Hay filmes, sin
embargo, que aceptan el reto de narrar desde el vapuleado melodrama y
sumergiéndose en él se anotan un triunfo inobjetable. Bastaría recordar
Bailando en la oscuridad (2000) del danés Lars von Trier.
Otros toman
sustancias fundamentales del género y lo ligan con eficacia a elementos y
estructuras narrativas que se acentúan en función de un producto artístico más
abarcador y elaborado. Tal es el caso de Los dioses rotos (2008), el debut por
lo alto en el cine de ficción del propio Daranas, filme con el que cabe
preguntarse por qué no tuvo un mayor éxito internacional.
Al igual que en Los
dioses rotos, esos factores de exaltación dramática vuelven a estar en
Conducta, aunque esta vez más remarcables en un guión perfectamente balanceado
y que no oculta su intención de estremecer al espectador como vía expedita al
razonamiento.
Estremecerlo y
ganárselo, como dicta la regla.
Si antes de ver el
filme se hiciera un frío balance de los componentes sentimentales que se
conjugan en Conducta, el resultado sería una lista apabullante que bien pudiera
remitir a los tiempos del Chaplin de Vida de perros, o El chicuelo: madre
alcohólica y ligera en amores, niño sentimental, buscavida y de mala cabeza,
que además de no conocer a su padre se la "tiene que buscar" en la
calle, maestra buena y achacosa que sufre un infarto en plena vía pública,
inspectores intolerantes, policía en acecho, otro niño muy querido en la
escuela que muere en un hospital, retrato de una parte extrema y no menos real
de la sociedad, Habana profunda que en sus afanes de vida y subsistencia duele
y, como hacían los antiguos griegos en sus melodramas, la música ganando
protagonismo altisonante en cada situación tensa (excelente música la de
Conducta, tanto la original, como la banda sonora).
El mérito de Daranas
radica en buena medida en hacer un filme duro, sentimental y "agarra
pescuezo" sin que el espectador, inmerso como está en la historia, se
detenga a analizar (¿a quién se le ocurre?) la manera con que el director,
conjugando fórmulas, reanima el género y al mismo tiempo, lo seduce.
A simple vista
parecería que hablamos de eso que los críticos suelen denominar "un buen
trabajo artesanal", pero de ninguna manera. Sin una fina sensibilidad
artística y un ojo afilado para trasponer del entorno social lo que el filme
necesita, la película sería otra cosa. Y están sus componentes artísticos,
integrados con eficacia: fotografía, ambientación, y un cuadro de actores en
estado de gracia.
Hacía tiempo (¿o
quizás nunca como ahora?) que no se veía a un elenco infantil desempeñarse con
tanta naturalidad y aportando la nota de distensión que necesita la dureza del
drama para no agobiar, aunque también haya rivalidad entre esos pequeños porque
—ya se sabe— el director se aprovecha de cuanto le sirva para mantener en vilo
la trama.
Niños que se
enfrentan a la cámara sin el menor signo de teatralidad.
Y entre los niños,
una presencia sencillamente magnetizadora, Armando Miguel Gómez, Chala,
buscavida con madre vencida por el alcohol, a quien su veterana maestra (Alina
Rodríguez) se empeña en rescatar de la sórdida existencia de la cual el pequeño
no es responsable.
No sé de dónde
sacaron a Armando Miguel, o si lo fabricaron, pero los que trabajaron con él, y
lo que el niño aportó, es sostén esencial en Conducta, una película que habla
de una maestra buena y de su lucha contra los dogmas de una escuela.
O lo que es igual,
simbología sin par de una época obligada a hacer de la ética y otros valores
humanos acompañantes, algo más que propósitos arduamente mencionados.
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