POLVO DEL SAHARA: ¿VERDUGO DE LOS CICLONES?
Por Orfilio
Peláez (Granma)
En la gráfica puede observarse el comportamiento del polvo del Sahara sobre el Atlántico oriental hasta el 5 de septiembre. |
El desarrollo de la tecnología satelital abrió el camino para que los científicos comenzaran a mostrar interés hacia un fenómeno típico del norte de África, sin implicaciones aparentes sobre el clima y otros ecosistemas.
Se
trata de la formación de nubes de polvo generadas por las famosas tormentas del
desierto del Sahara, proceso monitoreado hoy desde el espacio en todas sus
etapas, incluida la dirección de su desplazamiento.
Esas nubes
conformadas por partículas de polvo vienen cargadas de sal, hierro, sílice,
cuarzo y otros minerales, además de hongos, bacterias y virus.
Una vez
emergidas del continente africano pueden moverse sobre las Islas Canarias y
afectar luego a España, Portugal y Gran Bretaña, en tanto otras avanzan hacia
el oeste por el océano Atlántico impulsadas bajo el flujo de los vientos
alisios, y llegan hasta el mar Caribe, y en ocasiones al Golfo de México. A
esta región suelen arribar a los seis días de ocurrida la tormenta,
aproximadamente.
Reportes
internacionales dan cuenta que en las últimas cinco décadas la cantidad de
polvo del Sahara diseminada a la atmósfera creció en más de diez veces.
En el
caso particular de Cuba, estudios realizados por el doctor en Ciencias Físicas
Eugenio Mojena, de la Sección de Satélites del Centro de Pronósticos del
Instituto de Meteorología, el máximo de frecuencia de días con polvo del
mencionado desierto tiene lugar de mayo a agosto, pero los picos ocurren en
junio y julio, fundamentalmente.
CONTRA
LAS CUERDAS
Como
explica a Granma el reconocido especialista en el tema, las nubes de polvo
suben hasta alturas de tres a siete kilómetros y originan una masa de aire muy
caliente, con valores mínimos de humedad relativa.
Tal
condición inhibe de manera significativa el surgimiento y desarrollo de los
ciclones tropicales, o tiende a debilitar los ya formados, pues les crea un
ambiente sumamente hostil al aportarles aire seco, además de incrementar la
cizalladura vertical del viento en la altura, impidiendo que el sistema pueda
concentrar la energía para su formación y fortalecimiento, resaltó.
El
doctor Mojena indicó que durante julio y agosto hubo una fuerte presencia del
polvo del Sahara en la zona comprendida entre los 10 y 20 grados de latitud
norte y los 20 y 60 grados de longitud oeste (la zona de máxima actividad
ciclónica en la cuenca del Atlántico), y solo surgieron tres tormentas
tropicales denominadas Chantal, Dorian y Erin, las cuales tuvieron una vida
efímera y no pasaron de esa categoría.
Más
allá de los factores adversos prevalecientes en el área, ya mencionados, las
aguas del Atlántico se han enfriado con respecto a la temperatura que tenían a
comienzos de la temporada (algo no previsto en los vaticinios) y ese comportamiento
también parece estar vinculado al polvo, pues al tener una extensa cobertura y
alta concentración de las partículas en la atmósfera, disminuye la intensidad
de la radiación solar recibida en la superficie terrestre y el mar está menos
caliente.
Según
adelantó el investigador, la presencia de esta suerte de "verdugo" de
los ciclones comienza a ser menor y debe ir disminuyendo de forma paulatina en
toda la región.
Como
dato curioso vale destacar que hasta el 5 de septiembre ninguna de las siete
tormentas surgidas en nuestra área geográfica alcanzó la categoría de huracán.
De
acuerdo con lo informado por el doctor Ramón Pérez Suárez, del propio Instituto
de Meteorología, desde 1851 a la fecha eso solo ha ocurrido en quince
ocasiones, la más reciente en el 2002 cuando el primer organismo tropical en
alcanzar esa categoría lo hizo el 11 de septiembre. En el transcurso del
periodo mencionado no hubo huracanes en 1907 y en 1914.
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