COMPLACER AL CONSUMIDOR
Por Alfonso
Nacianceno (Granma)
Foto: Juvenal Balán Neyra |
Si
usted determina que le hace falta, por ejemplo, una lámpara para el cuarto, la
cocina o el baño de la casa, se lanzará a la aventura, primero, de buscar la
adecuada al precio que le permite su bolsillo y, al mismo tiempo, elegirá una
que se vea fuerte, elegante y eficaz. Recuerdo aquel adagio de décadas atrás,
cuando nuestros abuelos buscaban lo bueno, bonito y barato.
¿Lámparas?
Dónde hallarlas mejor que en varios puntos de venta de la ciudad, aunque, por
cierto, nada baratas: la tienda por departamentos La Puntilla y la Plaza de
Carlos III, entre otras dependencias, así como el sitio especializado en estos
equipos situado al lado del Trasval de Galiano, se distinguen por sus ofertas.
Al
primero de estos lugares llegó una pareja de jóvenes para adquirir una lámpara
destinada a la cocina de su casa, y cuál no sería la sorpresa cuando la dependienta
le mostró el artículo, muy agradable a la vista, pero le dijo que no podía
probársela, que se la llevaran, conservaran el comprobante de pago y, si una
vez en su casa no funcionaba, entonces regresaran a la tienda para cambiársela.
Alguien
que acompañaba a los muchachos le inquirió a la expendedora que, por favor,
buscara un bombillo, pelara los cablecitos de conexión y la probara allí. Otro
dependiente, al ver que la atmósfera se estaba cargando con la naciente
incomodidad de los posibles compradores, de inmediato le hizo el test al equipo
y, por suerte, los jóvenes salieron complacidos, pues hasta les buscaron una
caja para resguardarla (algo que debe venir con el producto).
Con
anterioridad, en Carlos III, tras el mismo interés de compra, la dependienta
del departamento especializado en luminarias había mostrado un aire más
agradable al atenderlos; incluso, ofreció una disculpa por no tener condiciones
para hacerle la debida comprobación a la lámpara. Pero, la manera de proceder
fue similar: llévensela y, si no funciona, regresen para cambiársela.
¿Acaso
en ambos lugares pensaron en la molestia que les causarían a los compradores
cargando y retornando el aparato si no trabajaba? ¿Por qué ignorar la
importancia que tiene el tiempo de cada quien para resolver un asunto? ¿No se
sentirían más a gusto esas dependientas sabiendo que los jóvenes se marcharon
complacidos?
Cosas
así suceden porque nos hemos acostumbrado a aceptar lo que nos vendan, sin
defender el derecho a recibir el mejor trato y la calidad de la compra. Si en
años precedentes no existía una gama de productos para los diferentes gustos y
era menester resolver los diarios y acuciantes problemas a como diera lugar,
hoy ya es hora de ir erradicando esa mentalidad de "esto es lo que te toca,
y no discutas".
Pago
por lo que me agrada y considero con calidad, porque es mi derecho como
consumidor; pero si adoptamos una actitud pasiva cuando nos ofrecen algo que no
llena nuestras expectativas, puede, incluso, que nos pasen gato por liebre.
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