RAMON PEON: EL DESEO COMPULSIVO DE FILMAR
Por Josefina Ortega (La Jiribilla)
En los días en que La Habana se convierte en la capital del séptimo arte, llega a Memoria uno de los pioneros del cine silente cubano y posiblemente, el realizador de lengua española que más películas dirigiera en su momento.
Para algunos fue el Griffith cubano; para otros, solo un fabricante de filmes al por mayor. Entre unos y otros, queda la certeza de que fue incansable buscador de imágenes y autor de unas cuantas huellas para bien de la historia del cine cubano.
Ramón Peón, que tal es el nombre del personaje, nació en La Habana, en 1897 y murió en San Juan de Puerto Rico, en 1971. Según él mismo confesara, desde que le fue posible soñar, lo hizo con el cine.
Ya para entonces, aquel infatigable batallador había recorrido un largo trayecto donde para ganarse la vida desempeñó los más diversos oficios: químico azucarero, tenedor de libros, bailarín, saltimbanqui, mago, actor, camarógrafo, técnico y director de películas silentes.
Esta primera parte de su historia culminó con la realización en 1930, de la significativa cinta La Virgen de la Caridad, calificada tres décadas después, por el importante crítico de cine Georges Sadoul, como “una película silente de mucha calidad que puede calificarse de neorrealista. (...) Excelente por la actuación de los artistas, la dirección, el montaje y el decorado natural”.
Sin embargo, los esfuerzos de Ramón Peón y de otros como él, no fueron suficientes para que la producción cinematográfica cubana se consolidara en aquellos dramáticos días de la tiranía machadista.
Ramón Peón marchó en busca de nuevos horizontes a Hollywood y más tarde a México.
Con su insólita ansia de hacer cine, el Griffith cubano dejaba tras sí una abundante obra en comparación con el resto de los cineastas del patio. Entre 1920 y 1930, Peón rodó once películas de ficción de un total de treinta y nueve producidas en la etapa.
En los días en que La Habana se convierte en la capital del séptimo arte, llega a Memoria uno de los pioneros del cine silente cubano y posiblemente, el realizador de lengua española que más películas dirigiera en su momento.
Para algunos fue el Griffith cubano; para otros, solo un fabricante de filmes al por mayor. Entre unos y otros, queda la certeza de que fue incansable buscador de imágenes y autor de unas cuantas huellas para bien de la historia del cine cubano.
Ramón Peón, que tal es el nombre del personaje, nació en La Habana, en 1897 y murió en San Juan de Puerto Rico, en 1971. Según él mismo confesara, desde que le fue posible soñar, lo hizo con el cine.
Ya para entonces, aquel infatigable batallador había recorrido un largo trayecto donde para ganarse la vida desempeñó los más diversos oficios: químico azucarero, tenedor de libros, bailarín, saltimbanqui, mago, actor, camarógrafo, técnico y director de películas silentes.
Esta primera parte de su historia culminó con la realización en 1930, de la significativa cinta La Virgen de la Caridad, calificada tres décadas después, por el importante crítico de cine Georges Sadoul, como “una película silente de mucha calidad que puede calificarse de neorrealista. (...) Excelente por la actuación de los artistas, la dirección, el montaje y el decorado natural”.
Sin embargo, los esfuerzos de Ramón Peón y de otros como él, no fueron suficientes para que la producción cinematográfica cubana se consolidara en aquellos dramáticos días de la tiranía machadista.
Ramón Peón marchó en busca de nuevos horizontes a Hollywood y más tarde a México.
Con su insólita ansia de hacer cine, el Griffith cubano dejaba tras sí una abundante obra en comparación con el resto de los cineastas del patio. Entre 1920 y 1930, Peón rodó once películas de ficción de un total de treinta y nueve producidas en la etapa.
Desde los comienzos de su labor en los estudios mexicanos, el director de la cinta La Virgen de la Caridad se caracterizó por un febril ritmo de trabajo y su compulsivo deseo de filmar las 24 horas del día… de haber sido posible, como afirmaran Arturo Agramonte y Luciano Castillo en su libro Ramón Peón, El hombre de los glóbulos negros.
Como es de suponer, esta arrolladora precipitación tuvo que incidir en los resultados estéticos de sus películas.
No obstante, el cubano dejó su huella entre los fundadores del cine azteca, al que contribuyó, con su aporte, entre otros aspectos, a la formación de algunas de las llamadas mitologías del séptimo arte de ese país: el clásico macho ranchero, personificado por el ídolo Jorge Negrete y la abuelita legendaria, encarnada por Sara García.
Sin olvidar a la “malvadísima” Olga, interpretada por la actriz Consuelo Moreno, en Mujeres sin alma, y que como definiera Carlos Monsiváis, fue un antecedente de las mujeres fatales, ambiciosas y adúlteras al estilo de las futuras María Félix y Gloria Marín.
Hacer cine en Cuba fue siempre una constante en la vida de Ramón Peón, quien interrumpió tres veces su quehacer en los estudios mexicanos, donde llegó a ser un creador muy reconocido, para volver a la patria a tratar de cumplir sus románticos sueños.
De la etapa más fecunda de aquellos empeños en su tierra natal, quedan muestras de su abundante filmografía, en la que se destaca El romance del palmar, donde Rita Montaner, en una memorable conjunción de imagen y melodía, interpreta El manisero, de Moisés Simons.
Ramón Peón fue un enamorado del séptimo arte. Cierto que su copiosa obra no resiste un riguroso análisis crítico de orden estético, pero tiene el singular mérito de ser uno de los primeros cubanos que soñó con hacer cine, una y otra vez.
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