IGNACIO PIÑEIRO, EL PATRIARCA DEL SON
Por Rafael Lam (Colaborador de Prensa Latina)
Ignacio Piñeiro es uno de los tres reyes de la música cubana, el vanguardista de la "habanización del son", el que echó salsita a la música de toda América, realizó la transformación del montuno del son a la canción bailable o "son habanero", según definiciones de Emilio Grenet. También introdujo secretos de la clave ñáñiga (religión africana transculturada en la isla) en el son.
Nació en el folclórico y marginal barrio de Jesús María, en el entorno del puerto de La Habana. Eran tiempos de la guerra de independencia contra España, de oleadas de inmigrantes, del gran momento de la gestación de muchos de los ritmos populares cubanos. La pobreza asolaba el país y la guerra arruinaba a la población.
"Te puedo contar –afirmó en una entrevista al pintor y crítico Leonel López-Nusa– que muchos de los niños conspirábamos, cómo no. Toda mi vida he conspirado haciendo música. Jugábamos a la guerra entre cubanos y españoles y la guerra ardiendo.
"Entonces componía mis decimitas: Alto quién va/ ¡la guerrilla!/ muchachos machete en mano/ que esos son nuestros hermanos/ pero de mala semilla.../ vagos, mal entendidos/ borrachos y pervertidos/ que por una sola perra/ venden a Cuba/ su tierra/ la patria donde han crecido/."
En la etapa de la niñez se muda con su familia para el barrio de Pueblo Nuevo (La Victoria le llamarían después). Cambia el barrio, pero no el ambiente; esos barrios eran una especie de "tribu", de guetos ancestrales, donde sonaban los tambores selváticos, santuarios de la música cubana.
La Victoria fue un barrio de prostíbulos llamado Pajarito, mucho antes pululaban cabildos africanos, congos y lucumíes que metían miedo. "Pero yo no les tenía miedo, para mí era cosa natural. Me tomaban como mascota, como mandadero, y yo aprovechaba para que me enseñaran los trucos y secretos de su misteriosa música venida de tan lejos, de la intrincada África ancestral. Desde niño me interesaba escuchar las conversaciones de los negros sabios; yo lo absorbía todo, como una esponja", rememoraba Piñeiro.
Fueron muchos los trabajos que tuvo que desempeñar: estibar en el puerto, tabaquero, albañil; pero siempre quedaba tiempo para la música, cantaba en coros escolares, y su madre cantaba como un ruiseñor. Trasteaba el tres, la guitarra, el contrabajo y los tambores. Se estima que fue autodidacta, aunque en 1963 le confiesa al escritor y periodista Roberto Branly: "estudié música sobre 1928, con los métodos de Slava y el Solfeo de los solfeos. Conozco la guitarra, el tres, el contrabajo y los tambores. Toda clase de ritmos".
Sus composiciones son incontables, algunos aventuran la cifra de 350. El músico habanero era como un viejo bardo, rapsoda y "griot" africano con cientos de creaciones acumuladas.
A veces olvidaba una parte de sus obras, "me robaban muchas melodías, pero tenía montones de reserva con mi oficio natural de componer como decimista de los grupos. Todo lo que escuchaba a los viejos tradicionales se me pegaba, me inicié en la composición, inventando la melodía y acompañándome de dos palitos: las claves.
"También componía a través de la guitarra. Yo buscaba otro estilo, caminos nuevos. Conocí todos los parches y el zapateo, domino todos los estilos: la tahona, y sobre todo, lo más grande, el son. Hice las guajiras bailables, trasladé el tiempo de la guajira al compás de dos por cuatro del son. Mi son genuino –conocido como Alma guajira–, es el tema que abre el camino a la guajira-son que cantaba Cheo Marquetti. Recuerdo que al inicio hacía parodias de Calderón de la Barca".
Así lo recoge Martha Esquenazi, en Del areíto y otros sones, Letras Cubanas, La Habana 2001, p. 210
El trompetista Lázaro Herrera me reveló que Piñeiro era el autor más cotizado de ese tiempo, "porque su música estaba muy elaborada y era lo más profundo de los soneros".
El musicólogo Cristóbal Díaz Ayala precisa que llevó a cabo importantes innovaciones, "por un lado rompió con la métrica establecida al componer al margen de la cuarteta e incorporar versos más libres. Este acercamiento con la trova redundó en la factura de sus textos, en algunos de los cuales se advierte un aire del estilo y el lenguaje trovadoresco".
El locutor de la emisora cubana Radio Progreso, Eduardo Rosillo, añade: Piñeiro introdujo el lirismo en las limitadas posibilidades que ofrecía el son, y logró una evolución más amplia en lo musical y lo temático".
Mientras, el poeta Raúl Ferrer escribió: "Ignacio Piñeiro logra una cristalización melódica de la música cubana, sacada de acertadas combinaciones de donde salieron las variantes de maravilla (mambo, cha cha chá)". Hoy añadiríamos la salsa latina, cubana y mucho de lo que hace el Caribe.
El investigador Tomás Jimeno califica a Piñeiro como una síntesis representativa del músico creador, proveniente de ancestros religiosos hacia la música popular. "Tiene una complicidad conectada con la rumba y la religión, sostiene, que se insertan automáticamente, con naturalidad, con la impregnación inconsciente. Funde el son con la rumba y la música abakuá (de raíz africana)"
En 1932 visita La Habana el compositor estadounidense George Gershwin y frecuenta la estación radial CMCJ, desde donde transmitía el Septeto Nacional de Piñeiro El cubano entabló amistad con el estadounidense, quien recogió notaciones musicales de sus obras. Fruto de ello es la Obertura cubana, en la cual Gershwin utiliza temas del son-pregón Échale salsita. Esa composición se inspira en las butifarras de El Congo, que se producían en el pablado de Catalina de Güines y llevan capítulo aparte. El musicólogo Helio Orovio considera que se trata de una de las obras maestras más ingeniosas del son cubano, poesía pura de la gozadera.
En Estados Unidos, viendo la gente caminar por la avenida Broadway, divisa a una mujer, una típica cubana a la primera mirada, con el sabroso "meneíto". La interroga para corroborar su identidad. La muchacha le inspira le pieza "Esas no son cubanas/ la cubana es la perla del Edén/ la cubana es bonita y baila bien /"
Piñeiro cambió las cuartetas típicas soneras por estrofas más elaboradas, incluyendo la décima. En New York también compone Suavecito, dedicado a una mujer llamada Carola que vivía en la ciudad de los rascacielos. A raíz de ese número, en España bautizaran al Septeto Nacional como "Los Suavecitos".
La obra del músico cubano abarca múltiples temas: el amor, la patria, la política, los temas filosóficos, bucólicos, satíricos, humorísticos y hasta infantiles. "Piñeiro -puntualiza la musicóloga Miriam Villa- logra una diversificación más aventajada que sus contemporáneos (...) En muchas de las obras el texto asume un carácter narrativo en verso (...) Enriquece el ámbito estructural con varias combinaciones que van desde la conformación del llamado largo o recitativo inicial en dos frases repetidas con motivos contrastantes que llevan al montuno".
Entre sus sones figuran Échale salsita (1932), Esas no son cubanas (1926), No juegues con los santos (1928), Suavecito (1930) El castigador, El buey viejo, (1931), La cachimba de San Juan (1931), Mentira Salomé (1932), Bardo, Entre tinieblas, Cuatro palomas (1924), Entre preciosos palmares (1932), Tupy (19349, Quién será mi bien (1908), Dónde estabas anoche (1908), Desvelada (1932), El rey de los bongoseros (1926)
Compuso además guaguancó-son, guajira-son, bolero-son, pregón-son, criolla, carabalí, guaracha-son y afro-son. Dejó tras sí un legado invaluable que lo consagra como uno de los pilares del acervo y la tradición sonora de la isla.
Ignacio Piñeiro es uno de los tres reyes de la música cubana, el vanguardista de la "habanización del son", el que echó salsita a la música de toda América, realizó la transformación del montuno del son a la canción bailable o "son habanero", según definiciones de Emilio Grenet. También introdujo secretos de la clave ñáñiga (religión africana transculturada en la isla) en el son.
Nació en el folclórico y marginal barrio de Jesús María, en el entorno del puerto de La Habana. Eran tiempos de la guerra de independencia contra España, de oleadas de inmigrantes, del gran momento de la gestación de muchos de los ritmos populares cubanos. La pobreza asolaba el país y la guerra arruinaba a la población.
"Te puedo contar –afirmó en una entrevista al pintor y crítico Leonel López-Nusa– que muchos de los niños conspirábamos, cómo no. Toda mi vida he conspirado haciendo música. Jugábamos a la guerra entre cubanos y españoles y la guerra ardiendo.
"Entonces componía mis decimitas: Alto quién va/ ¡la guerrilla!/ muchachos machete en mano/ que esos son nuestros hermanos/ pero de mala semilla.../ vagos, mal entendidos/ borrachos y pervertidos/ que por una sola perra/ venden a Cuba/ su tierra/ la patria donde han crecido/."
En la etapa de la niñez se muda con su familia para el barrio de Pueblo Nuevo (La Victoria le llamarían después). Cambia el barrio, pero no el ambiente; esos barrios eran una especie de "tribu", de guetos ancestrales, donde sonaban los tambores selváticos, santuarios de la música cubana.
La Victoria fue un barrio de prostíbulos llamado Pajarito, mucho antes pululaban cabildos africanos, congos y lucumíes que metían miedo. "Pero yo no les tenía miedo, para mí era cosa natural. Me tomaban como mascota, como mandadero, y yo aprovechaba para que me enseñaran los trucos y secretos de su misteriosa música venida de tan lejos, de la intrincada África ancestral. Desde niño me interesaba escuchar las conversaciones de los negros sabios; yo lo absorbía todo, como una esponja", rememoraba Piñeiro.
Fueron muchos los trabajos que tuvo que desempeñar: estibar en el puerto, tabaquero, albañil; pero siempre quedaba tiempo para la música, cantaba en coros escolares, y su madre cantaba como un ruiseñor. Trasteaba el tres, la guitarra, el contrabajo y los tambores. Se estima que fue autodidacta, aunque en 1963 le confiesa al escritor y periodista Roberto Branly: "estudié música sobre 1928, con los métodos de Slava y el Solfeo de los solfeos. Conozco la guitarra, el tres, el contrabajo y los tambores. Toda clase de ritmos".
Sus composiciones son incontables, algunos aventuran la cifra de 350. El músico habanero era como un viejo bardo, rapsoda y "griot" africano con cientos de creaciones acumuladas.
A veces olvidaba una parte de sus obras, "me robaban muchas melodías, pero tenía montones de reserva con mi oficio natural de componer como decimista de los grupos. Todo lo que escuchaba a los viejos tradicionales se me pegaba, me inicié en la composición, inventando la melodía y acompañándome de dos palitos: las claves.
"También componía a través de la guitarra. Yo buscaba otro estilo, caminos nuevos. Conocí todos los parches y el zapateo, domino todos los estilos: la tahona, y sobre todo, lo más grande, el son. Hice las guajiras bailables, trasladé el tiempo de la guajira al compás de dos por cuatro del son. Mi son genuino –conocido como Alma guajira–, es el tema que abre el camino a la guajira-son que cantaba Cheo Marquetti. Recuerdo que al inicio hacía parodias de Calderón de la Barca".
Así lo recoge Martha Esquenazi, en Del areíto y otros sones, Letras Cubanas, La Habana 2001, p. 210
El trompetista Lázaro Herrera me reveló que Piñeiro era el autor más cotizado de ese tiempo, "porque su música estaba muy elaborada y era lo más profundo de los soneros".
El musicólogo Cristóbal Díaz Ayala precisa que llevó a cabo importantes innovaciones, "por un lado rompió con la métrica establecida al componer al margen de la cuarteta e incorporar versos más libres. Este acercamiento con la trova redundó en la factura de sus textos, en algunos de los cuales se advierte un aire del estilo y el lenguaje trovadoresco".
El locutor de la emisora cubana Radio Progreso, Eduardo Rosillo, añade: Piñeiro introdujo el lirismo en las limitadas posibilidades que ofrecía el son, y logró una evolución más amplia en lo musical y lo temático".
Mientras, el poeta Raúl Ferrer escribió: "Ignacio Piñeiro logra una cristalización melódica de la música cubana, sacada de acertadas combinaciones de donde salieron las variantes de maravilla (mambo, cha cha chá)". Hoy añadiríamos la salsa latina, cubana y mucho de lo que hace el Caribe.
El investigador Tomás Jimeno califica a Piñeiro como una síntesis representativa del músico creador, proveniente de ancestros religiosos hacia la música popular. "Tiene una complicidad conectada con la rumba y la religión, sostiene, que se insertan automáticamente, con naturalidad, con la impregnación inconsciente. Funde el son con la rumba y la música abakuá (de raíz africana)"
En 1932 visita La Habana el compositor estadounidense George Gershwin y frecuenta la estación radial CMCJ, desde donde transmitía el Septeto Nacional de Piñeiro El cubano entabló amistad con el estadounidense, quien recogió notaciones musicales de sus obras. Fruto de ello es la Obertura cubana, en la cual Gershwin utiliza temas del son-pregón Échale salsita. Esa composición se inspira en las butifarras de El Congo, que se producían en el pablado de Catalina de Güines y llevan capítulo aparte. El musicólogo Helio Orovio considera que se trata de una de las obras maestras más ingeniosas del son cubano, poesía pura de la gozadera.
En Estados Unidos, viendo la gente caminar por la avenida Broadway, divisa a una mujer, una típica cubana a la primera mirada, con el sabroso "meneíto". La interroga para corroborar su identidad. La muchacha le inspira le pieza "Esas no son cubanas/ la cubana es la perla del Edén/ la cubana es bonita y baila bien /"
Piñeiro cambió las cuartetas típicas soneras por estrofas más elaboradas, incluyendo la décima. En New York también compone Suavecito, dedicado a una mujer llamada Carola que vivía en la ciudad de los rascacielos. A raíz de ese número, en España bautizaran al Septeto Nacional como "Los Suavecitos".
La obra del músico cubano abarca múltiples temas: el amor, la patria, la política, los temas filosóficos, bucólicos, satíricos, humorísticos y hasta infantiles. "Piñeiro -puntualiza la musicóloga Miriam Villa- logra una diversificación más aventajada que sus contemporáneos (...) En muchas de las obras el texto asume un carácter narrativo en verso (...) Enriquece el ámbito estructural con varias combinaciones que van desde la conformación del llamado largo o recitativo inicial en dos frases repetidas con motivos contrastantes que llevan al montuno".
Entre sus sones figuran Échale salsita (1932), Esas no son cubanas (1926), No juegues con los santos (1928), Suavecito (1930) El castigador, El buey viejo, (1931), La cachimba de San Juan (1931), Mentira Salomé (1932), Bardo, Entre tinieblas, Cuatro palomas (1924), Entre preciosos palmares (1932), Tupy (19349, Quién será mi bien (1908), Dónde estabas anoche (1908), Desvelada (1932), El rey de los bongoseros (1926)
Compuso además guaguancó-son, guajira-son, bolero-son, pregón-son, criolla, carabalí, guaracha-son y afro-son. Dejó tras sí un legado invaluable que lo consagra como uno de los pilares del acervo y la tradición sonora de la isla.
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