EL CINEASTA DE LAS LUCES HUMBERTO SOLAS HA MUERTO
Por José Luis Estrada Betancourt (Juventud Rebelde)
Una figura emblemática de la cinematografía cubana, falleció hoy. Sus películas continuarán hablando por sí mismas de los innegables méritos del notable artista y la gran hondura humana del cineasta
Hubiera preferido una y mil veces no tener que escribir estas líneas, que la noticia dicha en el inusual silencio de la redacción hubiese sido una broma macabra y no la irremediable realidad que todavía retumba en mis oídos. «Humberto Solás ha muerto». El impacto ha sido doloroso, tanto que no sé si seré capaz de hacer justicia a quien nos legara una de las obras artísticas más contundentes de la cinematografía iberoamericana y, por qué no, universal.
De cierto modo me tranquiliza el hecho de que, aunque ya no esté detrás de la cámara o guiando con su envidiable sabiduría las ediciones que vendrán del Festival Internacional de Cine Pobre, cuya presidencia ostentaba desde su fundación en el 2003, sus películas Lucía, Un hombre de éxito, Manuela, Amada, El siglo de las luces, Cecilia, Barrio Cuba..., continuarán hablando por sí mismas de los innegables méritos del notable artista, de su sensibilidad e innegable inteligencia, al tiempo que confirmarán, una y otra vez, la gran hondura humana del cineasta.
Nadie lo hubiese creído, si a principios de este siglo alguien hubiera vaticinado que en nuestra Isla otro certamen cinematográfico adquiriría resonancia mundial fuera del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana, mucho menos que este tendría lugar en la ciudad oriental de Gibara, a cientos de kilómetros de la urbe capitalina. Pero el tiempo le dio la razón a Solás.
Cierro los ojos, y lo veo caminando por las mismas calles de la Villa Blanca de los Cangrejos, que en días pasados Ike se propuso desaparecer, inconsciente de lo que representa la hermosísima ciudad para los jóvenes cineastas del mundo, y en las imágenes que arma mi memoria aparece Solás, con su eterno cigarro encendido —«ese y el cine son sus vicios incambiables»—, conversando apasionadamente y sin apuros, con los hijos de una Gibara que sin duda lo venera. Soñaba en voz alta y siempre los contagiaba con su entusiasmo.
Fue en una de esas intensas jornadas de Festival en que me enteré de que había nacido en La Habana Vieja, y que cuando iba hacia la escuela le encantaba atravesar la Plaza de La Catedral. «Mi mundo era el del barroco cubano, lleno de formas y volúmenes de una belleza insólita», me contó. La misma belleza que se dispuso a dejar apresada para siempre en el celuloide, desde que, junto a otros grandes, decidió «establecer la imagen de Cuba, la luz de Cuba, el color, el diálogo y la idiosincrasia del cubano».
Entonces me confesó también que había despertado como cineasta gracias al neorrealismo italiano. «En un momento de mi vida quise hacer este cine: películas sencillas, realistas, crónicas de la vida cotidiana... Y rodé Un día de noviembre, pero el resultado fue tan traumático que decidí explotar otras temáticas, porque lo importante para mí era hacer cine; un privilegio que me ha acompañado durante todos estos años».
Antes, a los 14 años, Humberto Solás había formado parte de la guerrilla urbana del Movimiento 26 de Julio, experiencia que le sirvió «para consolidar en mí una voluntad inconformista, soy un hombre de la Revolución, pero sin hacer guiños, sin complacencia, crítico con la sociedad y con la historia de mi país, consecuente con mis principios».
Por eso nos regaló Miel para Oshún y Barrio Cuba, su último largometraje. «Tan solo quería hacer una película sincera, un testimonio de la época que vivimos, donde lo más importante son los valores que resalta: la solidaridad, la reunificación familiar, la unidad nacional... Barrio Cuba ha sido un acto de liberación. Es la más personal de mis películas, con la que logro por fin hacer ese tipo de cine por el cual siempre me sentí inclinado. Más que eso: es la película que me gustaría ver en el cine si otro director la hiciera en mi lugar».
Pero cuando llegó Barrio Cuba ya Solás era un genio del cine cubano, un maestro en el sentido cabal de la palabra; el realizador aclamado por la crítica mundial por haber concebido en 1968 un clásico como Lucía, visto por la crítica especializada como una de las diez películas más significativas de la historia del cine Iberoamericano, y entre las diez antológicas del cine del Tercer Mundo. Un hombre de éxito (1985), por su parte, se convertía en la primera nacional que era propuesta para la candidatura al Oscar al Mejor Filme Extranjero.
Premio Nacional de Cine en el 2005, comentaba entonces que agradecía el reconocimiento, siempre y cuando este no se considerara como una invitación a la jubilación. Y cuando se le preguntó qué deseaba que el público recordara de sus películas contestó: «Mi amor por Cuba, por su cultura, por su fisonomía, por la curiosidad cubana ante el fenómeno de la historia, por ese espíritu insaciable de no querer quedarse nunca a la zaga, de estar siempre en el teatro de los acontecimientos, no alejado.
«Que quede en el recuerdo esa cosa que tiene Cuba de protagonizar, de estar a la altura de las circunstancias, de lo que ocurre, de no quedarse en esa especie de siesta en la que quizá han caído algunos otros países durante décadas. Hay mucha siesta en el ambiente, pero se está transformando todo en estos momentos. A ver si vamos despertando...».
Humberto Solás nos abandona físicamente, pero permanece su magnífica obra, esa que no se cansará de invitarnos a seguir siempre adelante.
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