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domingo, enero 06, 2008

MARIA FELIX EN LA HABANA

María Félix deslumbró a La Habana. Su presencia hizo época en esta Villa, que la recuerda joven, como a esos personajes extinguidos que ella representaba.

Por Josefina Ortega (La Jiribilla)

Tras varios anuncios de su visita siempre pospuesta, el 26 de octubre de 1949 llegó a La Habana la actriz mexicana María Félix. Tal fue su recibimiento que, a poco de su llegada, exclamó asombrada: "Yo tenía referencias de cómo me querían en La Habana pero lo de esta tarde ha sido más de lo que esperaba". Desde el avión hasta el automóvil que la condujo al Hotel Nacional, hubo necesidad de ponerle protección policial, pues el ímpetu de sus admiradores amenazó con perturbar la integridad física de la estrella. Se cuenta que algunos hasta le halaron el vestido para guardar un recuerdo de María Bonita.

La Doña llegó al cine en un ascenso tan vertiginoso y radiante como ninguna actriz de su tierra. Nacida en 1915, en Los Alamos, estado de Sonora, María de los Angeles Félix Guareña debutó con El peñón de las ánimas, rodada en 1942 bajo la dirección de Miguel Zocarías, en la que actuó junto a Jorge Negrete.

En 1943 la cinta Doña Bárbara, dirigida por Fernando Fuentes, la colocaría entre las primerísimas figuras de la cinematografía azteca. La mujer de todos, La devoradora, La diosa arrodillada, Doña Diabla, Enamorada... fueron algunas de las películas que harían de María Félix un mito que hizo suspirar a varias generaciones de latinoamericanos. Su radiante belleza la convirtió en leyenda. Por ello no es de extrañar que su presencia en La Habana fuera todo un acontecimiento.

Al escribir sobre ella, Mario Rodríguez Alemán aseguró que si puede hablarse de la existencia de un star system en el cine mexicano, María Félix sería una de sus máximas figuras. Desde su debut fue devorada por la maquinaria comercial que la transformó en un símbolo sexual, en la imagen por excelencia de la vampiresa. El crítico cubano comentó que la Félix fue siempre actriz de una sola cuerda, que impresionaba por su belleza, pero desencantaba con sus lentos diálogos, casi estáticos, con gestos que parecían haber sido aprendidos de memoria.

Durante su visita los periodistas le preguntaron sobre Agustín Lara, su esposo, compositor de moda entonces, y respondió: "Yo deslumbro por la belleza que gentilmente me reconocen. Agustín se destaca por su talento. Existen momentos en que los encantos físicos no marchan en antagonismo con el intelecto". Se dice que desairó a más de un vanidoso al no asistir a las citas sociales con las que quisieron agasajarla. Sólo aceptó ir al cabaret Tropicana donde fue recibida con estruendosos aplausos. Cuenta Nicolás Guillén en una crónica de la época, que con la prensa fue amable y explícita.

En el verano de 1955 regresó a La Habana convertida en una estrella de fama mundial. En esta ocasión actuó en la pista del cabaret Montmatre y en el escenario de Radiocentro. En el cabaret, mientras se abrochaba su collar de perlas y charlaba con unos amigos, alguien le dijo: "María, milagro que a usted le gustan las perlas. Dicen que traen mala suerte". La estrella respondió con gestos de majestad ofendida: "estas perlas son legítimas. Tener que usar perlas falsas sí es mala suerte. Buena suerte es poderlas usar legítimas".

María Félix deslumbró a La Habana. Su presencia hizo época en esta Villa, que la recuerda joven, como a esos personajes extinguidos que ella representaba.

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