Prisionero de guerra por casi 11 años
Por Orlando Oramas León (Visión Tunera)
Fotos: Jorge Luis González
La estrella que lleva en su uniforme lo identifica como Héroe de la República de Cuba, un título que nunca imaginó merecer, ni siquiera cuando en su oscura y húmeda celda de Lanta Buur, Somalia, donde estuvo encerrado casi 11 años, soñaba despierto y dormido con el día en que regresaría a la Patria, a los suyos.
Diez años, siete meses y un día, casi todo el tiempo aislado y rodeado del odio de sus captores. Orlando Cardoso Villavicencio, aquel prisionero de guerra, rompió algunos de los más íntimos cercos del dolor y relató, en su libro Reto a la soledad, esa odisea de la resistencia humana, de la "dignidad de un cubano".
No es necesario que el periodista reedite los detalles, ya él los escribió, aunque el diálogo permite constatar la marca de las penalidades, la hondura de los abismos que el combatiente internacionalista, de apenas 20 años, afrontó desde el día de la emboscada mortal en que murieron sus compañeros y él se convirtió en rehén del régimen de Mohamed Siad Barre.
Más que ello, el encuentro queda pactado por la necesidad, no satisfecha aún para sus compatriotas, de conocer cómo fue la recuperación de Villavicencio, hoy teniente coronel de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, dedicado al trabajo político y, en particular, a dar cuerpo a sus inquietudes literarias. Su reincorporación a la vida familiar y social es otra epopeya:
"Muchos me preguntan qué sentí el día que recobré la libertad, cuando llegué a Cuba o cuando el Comandante en Jefe me impuso el título de Héroe de la República. Todos piensan en una respuesta de euforia, de alegría. Recuerdo que en la cárcel leí un libro de Dostoievski. Relata que sufrió 10 años de trabajos forzados en Siberia y sostiene que no sintió nada cuando salió de aquel presidio. Yo en la celda no lo entendía. Pero me pasó absolutamente lo mismo. Sufría mucho por ello, consideraba que era una injusticia mía no poder abrirme al mundo nuevo de cariño, amistades, luego de casi 11 años incomunicado.
"El ser humano crea mecanismos psicológicos para protegerse. Recuerdo los primeros años en prisión, horribles, la soledad, la carencia total de bienes materiales, las torturas a apenas tres metros de la celda. Todo eso me hacía mucho daño y psicológicamente estaba destruido. Pero poco a poco, a través de los años, mi organismo fue creando mecanismos de defensa basados esencialmente en la indiferencia."
¿Cómo se manifestaban?
"Se creó alrededor mío una muralla hermética. Cuando torturaban frente a mi celda, claro que me interesaba, lo lamentaba, pero no repercutía para hacerme el daño que me producía antes: taquicardia, palpitaciones, falta de aire, parecía que me iba a morir, y luego me deprimía. Ya al final no pasaba.
"Pensé que llegar a Cuba sería algo de mucha alegría. Primero estuve en Etiopía, allí hubo un periodo de adaptación artificial. Tuve mis crisis, pero el equipo que estuvo a mi cargo me dispensó una atención esmerada, entre ellos médicos, psiquiatras, altos oficiales. Allí me encontré con la vieja en el aeropuerto, el 30 de agosto de 1988, un día antes de mi cumpleaños. Fue una carga emotiva tremenda, nos abrazamos, lloré mi poco, pero con una rapidez increíble, como avergonzada por haberse abierto, la muralla se volvió a alzar. Yo hacía un esfuerzo por emocionarme, pero no podía."
¿Y la llegada a Cuba?
"Luego fue peor en Cuba, con el Ministro de las FAR esperándome en el aeropuerto. Tenía tremendo respeto y admiración por Raúl, por todo lo que representa, pero no sentía la emoción que podría haber esperado cualquiera, y me molestaba. Lo mismo cuando el Comandante en Jefe me colocó el título de Héroe de la República de Cuba. Me sentía muy mal con eso. La secuela del daño carcelario fue terrible.
"Pero fíjate, hace unos seis o siete años me entregan en Santiago de Cuba su máxima distinción, lo hacen en el Ayuntamiento, en el mismo lugar donde me habían hecho Héroe de la República de Cuba, y me pidieron unas palabras. Resultó una gran emoción y decía que ojalá hubiera sentido la mitad de esos sentimientos unos años antes, cuando aquel honor entregado por Fidel. Quizás los compañeros no se dieron cuenta del orgullo por recibir aquel Escudo."
¿Cómo fue la recuperación?
"Te hablo de un tiempo en que tuve problemas para reinsertarme en la sociedad, le hice rechazo a muchas cosas, incluso a mi familia, no quería saber del mundo. Yo llegué al aeropuerto José Martí y de allí, con el Ministro de las FAR y Vilma fuimos para El Cacahual, a la ceremonia de bienvenida. Luego Raúl me acompañó al hospital CIMEQ, donde ingresé y me hicieron exámenes de todo tipo.
"Afortunadamente, la psicóloga que me atendió fue muy paciente. Pero hay algo de lo que me jacto. Aproximadamente al octavo mes de estar ingresado, ella fue a verme como todos los días a la habitación. En esa ocasión entró a darme psicoterapia y salió recibiéndola. Y dije, 'hasta aquí'. Su ternura fue decisiva. Me explicaba que no esperaba una recuperación total. Yo mismo tenía mis dudas, pero lo encaré y me vanaglorio de recuperarme sin tomar una sola pastilla. Si había sido capaz de aguantar esos casi 11 años, rodeado de enemigos y de su odio, sin tomar un diazepán, cómo iba ahora a recurrir a esos medicamentos."
¿Aquella barrera desapareció?
"Esa barrera de indiferencia duró mucho y no ha desaparecido, solo está dormida y hay momentos en que se levanta cuando hay algo que no me interesa o me puede hacer daño. A veces le achaco que me falle la memoria. Consulté a un neuropsicólogo, se echó a reír, pues se leyó el libro Reto a la soledad y asegura que es imposible, si pude rememorar aquellos tristes pasajes de mi vida. Pero me molesta que me falle la memoria, tengo mis responsabilidades y no me gusta que afecte mi trabajo. El otro día olvidé una guardia que tenía en la oficina. Me dicen que a todo el mundo le pasa, pero en eso tengo mi complejo. Temo que algún día me traiga algún problema y les digo a mis compañeros de trabajo en Verde Olivo que me apoyen en cualquier coyuntura de ese tipo, y ellos la verdad que hasta me malcrían. Pero esa muralla me preocupa, y creo que a veces le doy demasiada atención. La psicóloga dice que no coja lucha con eso."
La entrevista tiene lugar en su casa, grande pero modesta, donde él asegura preparar "la mejor pizza de La Habana". La esposa atiende a la visita, a la que no le pierde pisada Orlandito, el menor de los tres hijos de mi entrevistado, quien vive orgulloso de la familia que formó:
"Yo desde la prisión tenía dos objetivos fundamentales: uno profesional, que era llegar a ser escritor y me consideraba con el talento. Todo dependía de mi regreso. No pensaba que iba a ser Héroe ni nada de todo el reconocimiento recibido. Ni remotamente. Ya al final sabía de la atención a mi mamá, pero pensaba que del aeropuerto me llevarían al Hospital Naval y de ahí para mi casa. Era mi plan. Nunca imaginé la magnitud de la atención médica que me esperaba ni la preocupación de Fidel y Raúl. Sí tenía la meta de escribir, pero sobre todo el anhelo de formar familia.
"El sueño más querido en la prisión hasta el final era llegar a mi barrio de la Mascota, en Camagüey, donde teníamos una casa muy humilde; levantar en el patio un ranchito de tablas de palma e inmediatamente casarme y tener hijos. Lo soñaba despierto y dormido. Tras el regreso tuve mis relaciones iniciales, hasta que conocí a mi esposa. Ella, muy respetuosa, con dos cualidades clave: bonita, pero sobre todo muy inteligente, porque una mujer, más que bonita, debe ser inteligente, por mí y por mis hijos, y la vida me dio hijos muy inteligentes: Claudia, Amalia y Orlando."
¿Quedan secuelas de aquellos años de encarcelamiento?
"Lanta Buur no ha dejado secuelas permanentes que puedan afectar mi vida diaria. Yo no sueño con la cárcel. Solo durante el tiempo que estuve escribiendo Reto a la soledad, y me hizo mucho daño. Soñé mucho en ese periodo, sobre todo me despertaba por la madrugada con pesadillas. Desde hace muchos años para acá tengo un control férreo, profundo. Sin embargo, cuando escribí el libro sí me dolió, con escenas que yo había borrado y volvieron. Pero la prisión ya no me afecta, no está en mis sueños y no puede modificar mi vida, esa la modifico yo.
"Hay otras secuelas que han ido desapareciendo, como la dependencia del jabón que hice en la cárcel, tú lo leíste en el libro. Ya en Cuba, salía de recorrido y me llevaba mi jabón en la maleta, aun sabiendo que lo ponían en el hotel o en la casa de visita."
¿Y secuelas físicas?
"En el aspecto físico sí hay más secuelas, el problema de mi ojo izquierdo no se ha resuelto; tuve un accidente en una maniobra en Cuba, pero decidí irme a Etiopía sin operarme, y en la cárcel somala no tuve atención ninguna. Se creó una catarata, el ojo se desvió por completo. La ceguera se corrigió, pero el ojo quedó torcido y no tiene solución en este momento. A mí me es muy difícil escribir por la dificultad para leer. Yo veo doble, una visión por el ojo izquierdo y otra por el derecho, dos imágenes sobrepuestas. Eso puede ser bueno, una muchacha linda la ves dos veces. Pero me dan dolores de cabeza, mareos, y la tendencia a rechazar la lectura. Tengo nueve operaciones en el ojo, la última por desprendimiento de retina. Eso me ha limitado mucho. Quise estudiar Filología en la Universidad y no pude terminar por las operaciones del ojo.
"En la prisión perdí muchas piezas dentales por la deficiente alimentación. Tantos años metido en la humedad parece que me afectaron los huesos y he tenido lesiones, cinco operaciones en las rodillas. Padecí en la prisión más de 30 ataques de malaria. Llegué a Cuba con problemas severos, pero no daños permanentes y los médicos me chequean constantemente.
"Una vez, debe haber sido por el cuarto año, un periodo muy malo para mí, se me unió un catarro con un fuerte ataque de malaria. Estaba tan mal que un carcelero me trajo un puñado de aspirinas, era el primer gesto de generosidad que recibía. Me sentía tan mal, casi miserable y me tomé dos; no me hacían nada. Después, de cuatro en cuatro, cada dos horas más o menos. De momento, un mareo extraño, se me empieza a mover la cintura, tres giros a la izquierda y luego a la derecha. Después los hombros, tres veces para adelante, tres para atrás, y de nuevo la cintura, tres para adelante y tres para atrás. Algunos creen que fue imaginario, yo creo que fue real. Desde mi regreso pregunté a todos los médicos y ninguno decía haber sabido de algo similar. Finalmente uno me dijo que me había envenenado con la aspirina. Eso fue lo que experimenté. Fue de los momentos más terribles, me sentí al borde de la muerte."
¿Pensabas que no te creían?
"Traje problemas que los achacaron a desórdenes mentales. Dejé de ir al otorrino y te explico por qué. Yo tenía problemas en la voz, no podía pronunciar bien la O, y me decían que era psicológico, mandaron a buscar al foniatra, diagnosticó que no era nada físico. Acudí a todos los especialistas y nada. Uno muy prestigioso del Fajardo me puso un espejo delante, 'mira bien tus cuerdas', dice y me pide que las identifique en un libro con imágenes, y las reconocí. Me dijo que tenía las cuerdas vocales de un tenor, pero yo pasaba hasta 15 días sin hablar, hasta que caí en manos de la doctora Marta Ortega. Me hicieron un tratamiento con nitrógeno líquido. Era un padecimiento real. Antes no habría podido leer el discurso que pronuncié, en la Plaza de la Revolución, en el acto de graduación de los cadetes de las FAR. Resultó un problema de amígdalas, e incluso luego del tratamiento ya no ronco, y yo roncaba que era una barbaridad". Te lo cuento porque sabía que era un problema físico.
¿Y podías hacer esa distinción en la prisión?
"En la cárcel me leí el libro The wonderful book of mind (El libro maravilloso de la mente). Ese día estaba muy mal, con falta de aire, taquicardia, desesperado, y leo un artículo titulado “Histeria”, que para mí era la situación de las mujeres que escandalizan y se van de situación. Y a medida que voy leyendo me voy identificando, y digo “coño, eso es lo que yo tengo”. Al terminar de leerlo se me quitaron los síntomas. No quiere decir que me curé, a cada rato tengo mis momentos de ansiedad, pero hace poco hablé con un amigo que es psicólogo y estaba en una crisis depresiva tremenda. Y me dije, ¿cómo es posible que un especialista dedicado a tratar ese problema lo padezca? Después de aquello yo sabía que era histeria, pero sin embargo lo sufría, hasta que llegó el famoso muro de la indiferencia para protegerme, porque aquella situación era insoportable.
Tuve intentos de suicidio, pero siempre hubo algo en mi interior que me hizo levantarme. Yo siento miedo, pero lo puedo controlar y sobreponerme. Ahí está la diferencia con el cobarde."
En circunstancias como las que afrontaste hay quienes recurrieron a la religión...
"No soy una persona religiosa, aunque sí, en un momento me sentía tan mal que hasta me arrodillé con la intención de rezar. Pero me di cuenta de que era absurdo porque yo no lo sentía, iba a ser por un momento y no por convicción. Tuve experiencias que me marcaron, recuerdo un periodo de intercambio con otro prisionero quien quería demostrarme que su religión era superior a la de mi cultura, la cristiana. Imagínate la bronca, él musulmán fundamentalista y yo ateo comunista. Teníamos tremendas discusiones, hasta que le respondo con la teoría de causa y efecto y se quedó muy molesto. Aunque mi primera experiencia con la religión en la prisión fue un sueño: estábamos en el camión de la emboscada, Jesucristo iba manejando, a su derecha el jefe mío, el capitán Corona, quien murió en la emboscada, y yo detrás en la cama del camión. Jesucristo está volteado hacia mí y me pregunta: ¿Para dónde vamos? Ahí di un brinco en la cama. Fue un periodo de definiciones y de muchas pesadillas. Yo nunca he ido a la iglesia, no tengo nada en contra de los religiosos, los respeto mucho. Hay personajes a los que he conocido a través de la lectura, de la propia Biblia. Algunos son de mis favoritos, como es la Virgen María, un personaje exquisito."
¿Crees que la formación militar fue determinante para poder resistir?
"La preparación política y militar, pero sobre todo la política me ayudó mucho a soportar el calvario, fue clave a la hora de actuar como un cubano revolucionario en aquellas circunstancias. Además de eso está la persona misma, la fortaleza física, que sin ella no eras nadie en la prisión, y sobre todo, la personalidad del hombre y la capacidad de resistir. Recuerda que no recibía un gesto de buena voluntad, pasaba un año y yo me decía “seguro que el próximo salgo”, y así pasaban los años. Y tenía un límite, pero también la determinación para salir de las crisis. No podía llorar, ¿delante de esa gente?, ¡qué va! Siempre tratar de regresar. Y eso forma parte del arraigo de los cubanos. Me he puesto a analizar a Juan Gualberto Gómez, y otros ejemplos, los propios Cinco compatriotas presos en Estados Unidos, que están estudiando, escribiendo, luchando. Porque hay que tener dignidad, no solo la dignidad política, sino de ser humano, el coraje.
"¿Recuerdas aquel carcelero Hawale?, era un King Kong, ese hombre se paraba delante de mí e inspiraba terror. Sin embargo, él nunca lo supo. Tuvimos varios encuentros fuertes, de palabras; un día me encabroné y traté de sacar las manos fuera de los barrotes y agarrarlo por el cuello y lo retaba a que entrara para fajarnos. Yo me tenía que comportar como un cubano. La vida militar te ayuda a muchas cosas, el orden, la limpieza, pero hay otras que fui creando en la prisión para aguantar."
¿Las lecturas te ayudaron?
"Yo había leído poco, los libros de la escuela, algunos en los Camilitos, el de Boris Polevoi, Un hombre de verdad, el primero que recuerdo haber leído completo. Empecé a leer en la celda como mecanismo de supervivencia para enfrentar el encierro, la soledad, la hostilidad. Aprendí que mientras más lees tienes más poder y leía todo lo que caía. Y luego los idiomas: inglés, italiano, francés, alemán, enciclopedias y muchas cosas más.
"Cuando empezaron a llegar los delegados del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), siempre iba alguno que hablaba español. En una ocasión no fue así, y le dicen que yo sabía inglés porque los carceleros me veían leyendo en ese idioma. Pero aquel hombre me hablaba y yo en China, no le entendía nada. Le hice señas de que lo escribiera y lo hizo con mucha desconfianza. Cuando leo me doy cuenta de que era lo más sencillo del mundo y le respondo con una parrafada escrita. Él estaba asombrado de que yo redactara tan bien el idioma, pero no lo entendía ni podía hacerme entender. Fue como al octavo año que me autorizaron tener una walkman y me enviaron un método de aprendizaje; así comencé a dominar la fonética del inglés. Los demás idiomas, el francés y el italiano, fueron más fáciles, con diccionarios bilingües. Hice lo mismo con el alemán, pero en eso llegó la libertad. A partir del quinto año comencé a estudiar música e incluso le di clases a otros presos, mediante cartas clandestinas."
En Reto a la soledad hablas de la perfección...
"Cuando comencé a leer se crearon otras necesidades, para llenar el hueco de mi ignorancia, de mi sed de saber. Tenía que nutrirme para el futuro en la vida real, más allá del mundo de fantasía del que me rodeaba en la celda para poder sobrevivir. Yo me sentía entonces como algo superior, al haber alcanzado la vía del conocimiento. Tenía muchas preguntas que responderme sin elementos para hacerlo. Y en la vida, aunque estés marcado por principios, tienes que tener tus propias creencias, reflexiones. Y me puse a estudiar todo lo que tuviera a mi alcance. Empecé a creer en la perfección. Un día me cayó La guerra y la paz, de León Tolstoi, quien creía en la perfección. En este camino de la perfección pensé que podía aportar algo para resolver algunos de los problemas que tiene el mundo."
¿Esa creencia te trajo frustraciones?
"Algunas de las frustraciones más grandes en mi vida son producto de mis experimentos agrícolas en aquel pedacito de tierra del pequeño patio de la prisión, donde me dejaron finalmente salir y hacer ejercicios. Me metía en las enciclopedias y buscaba información que luego aplicaba en mi terrenito. Sembraba en pedazos de tierra de tres metros por cuatro, pequeños plantoncitos de aquel patio.
"No sabía que el maíz no aguanta el trasplante y hasta perdí el 50% de la cosecha, pero tanto lo perfeccioné que lo logré y no se me moría ni una postura. Y con todas esas experiencias sufrí mucho al llegar a Cuba, por las respuestas que me dieron al querer aplicarlas. Presenté un programa de siembra por el cual aseguro que lograba seis cosechas de maíz al año, incluida rotación con seis cosechas de leguminosas. Con lo que yo cosechaba en aquel terrenito aspiraba a recolectar de 60 a 120 toneladas por hectárea al año, apostando a una sola mazorca por planta. Me decía, 'se acaba la necesidad en Cuba y en el mundo'. Yo me erizo al contarlo, pues en la prisión concebía escuelas para formar técnicos agrícolas, brigadas que dominaran a la perfección ese mecanismo. Esas brigadas las mandaba para Yemen, África, otros países del Tercer Mundo, que lograban desarrollar el plan, y es lo que hacemos hoy con los médicos, los maestros, en muchos países. Los sistemas de goteo, el microjet, los abordé en la prisión y los construía en mi imaginación con bambú. Hice diseños de casas de bambú, concebí hasta una planta de electricidad.
"Al principio de poder salir a aquel patio comí hierba para poder nutrirme de vitaminas y proteínas; luego comencé a sembrar los frijoles porque sus retoños son muy ricos en proteínas. Yo no podía ser perfecto o feliz si no abordaba el problema del hambre en el mundo. Por eso me dio tanta rabia cuando llegué y me plancharon todos mis planes de arreglar el mundo. Hasta me llevaron a la Academia de Ciencias, a varias instituciones, para enseñarme lo que hacían, pero no para probar mis ideas.
"Todo el mundo sabía que yo tenía problemas psicológicos y cuando les hablaba de esos planes ponían una cara..."
¿Te sentiste alguna vez abandonado?
"En la cárcel a veces me preguntaba por qué Cuba no hacía gestiones por mi liberación. Yo, en medio de mi aislamiento cuestionaba si me habían abandonado, 'cómo puede ser, si no me rajé', me preguntaba. Después del regreso, en el acto en que Fidel encendió la llama eterna en el Museo de la Revolución, se me acerca García Márquez y me dice: 'Tú eres el que estuviste preso', me abrazó y dice, 'compadre, tú no sabes las cosas que ha hecho Fidel por tu liberación'. Eso me dio un alivio del carajo.
"García Márquez parecía un niño, enternecido. Hablamos de mi libro y propuso escribir el prólogo, pero yo quería que lo leyeran por mí, no por su prólogo. En esa ocasión relató que fue mensajero de Fidel en esas gestiones, 'me mandó para aquí, para allá', contó el colombiano. Quise averiguar por mi cuenta, y me colé en la oficina del entonces ministro de Relaciones Exteriores, Isidoro Malmierca. Por él supe que se habían hecho más de 50 gestiones, clasificadas, reuniones de García Márquez con Bettino Craxi, con Andreotti, el presidente francés Mitterrand, el senador Kennedy, además de cartas a Siad Barre, al papa Juan Pablo II, y muchas otras. Nunca lo he comentado, pero sufría mucho con eso. A veces tenía la impresión de que a nadie le importaba mi situación. Estuve muy equivocado; me equivoqué con la grandeza de Fidel. Él nunca dejará a ningún compañero abandonado a su suerte".
¿Te queda algo pendiente con Lanta Buur?
"El sueño de mi vida es reunirme en Cuba con dos personas que significaron mucho en aquellos años de encarcelamiento. Una es Cornelia, una suiza delegada del Comité Internacional de la Cruz Roja, y el otro es Assegid, un etíope, que estuvo todos esos años prisionero en Lanta Buur, y con quien me comunicaba mediante mensajes clandestinos. Cornelia ha estado varias veces en Cuba. Una vez me avisó que venía y lo comenté a mis compañeros. Luego me mandaron decir que sería recibida como una visita de las Fuerzas Armadas Revolucionarias. Eso me alegró mucho. Ella se asombró cuando la esperé al pie de la escalerilla del avión y luego le dimos un recorrido por el país. A Assegid ella lo siguió atendiendo y se comunican por cartas. Él está bien, loco por venir a Cuba. Tiene tres hijos igual que yo; los considero como míos. Es que hay una cara oculta de la historia de la prisión. Yo hice cosas por los prisioneros etíopes que no me atrevo ni a confesarlas a mis hijos; son tan fuertes que contarlas me parecería la mayor inmodestia. Ellos me adoraban, pero para mí sería un orgullo tremendo que mi país supiera cómo me comporté, que él lo dijera, pero yo no. Mi sueño entonces sería reunirnos los tres en Cuba."
Fueron casi cinco horas de conversación. Comenzamos hablando del prisionero de guerra y concluimos comentando sobre el escritor de dos libros infantiles y de Reto a la soledad, agotado en las librerías.
"La Biblioteca Nacional me entregó el Premio Puerta de Espejo, que otorga al autor más demandado en la red de bibliotecas del país", afirma con poco disimulado orgullo y optimismo, el mismo con que me habla de su novela en imprenta, Amor y Espada; otra ya escrita, en poesía, el Hada del Almendares y una tercera dándole vueltas en la cabeza.
"Reto a la soledad se ha reeditado durante tres años, con ediciones de 20 000 ejemplares, que es mucho para las condiciones de Cuba. Pero hay Cinco cubanos presos en Estados Unidos a quienes no les ha llegado; ellos me lo han pedido, parece que no se lo permiten. Todos me han escrito; he hablado por teléfono con René y Ramón, con cuya familia tengo mucha afinidad. Él tiene una hija contemporánea con la mía. Viene muchos fines de semana y siempre nos acompaña de vacaciones a la playa."
Orlando Cardoso Villavicencio afirma que "hay sufrimientos que no tienen compensación", pero en sus palabras no hay rencor hacia aquellos que le hicieron sufrir en Lanta Buur. "A Hawale, quien luego murió mientras hacía los rezos, lo perdoné hace mucho tiempo. Me concentro en el presente y el futuro y, subráyalo ahí, sigo creyendo en la perfección; creo que Fidel también piensa así".
0 comentarios:
Publicar un comentario