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miércoles, octubre 31, 2007

El caballero de... Las Tunas

Por Juan Morales Agüero (Cuba Juan)

Cuando nuestra ciudad se despereza entre la neblina del amanecer, Alberto Álvarez Jaramillo –El Comandante- sale a la calle a reencontrarse con lo cotidiano. Gasta pantalón y camisa verdeolivos, charreteras militares y boina carmesí. Anda sin destino fijo, inmerso en sus propias cavilaciones, igual dirigiéndose a un auditorio imaginario que adoptando sofisticada pose de tribuno. El Comandante es un remedo de Quijote provinciano, de Caballero de París fantasioso y tranquilo.


Su edad no es fácil de establecer, pues desde hace muchos años parece como detenido en el tiempo. Se le puede suponer tal vez un poco más de la media rueda, aunque es muy posible que rebase ya los 60. Tampoco se puede calcular la cantidad y la naturaleza de los objetos de todo tipo que almacena en los bolsillos, y que van desde «documentos secretos» hasta pedazos de madera y mochos de lápices recogidos en plena vía.

Presume de su «alta jerarquía» castrense y no admite ambigüedades con sus galones. Si no se le quiere ver airado, que nadie lo trate de capitán o de teniente: ¡Co-man-dan-te! Y cuando escuchen su silbato herir el silencio del mediodía, presten atención, porque será casi seguro el preludio de una de sus parrafadas llenas de fantasiosa sabiduría.

Un familiar de El Comandante me contó una vez que nuestro hombre fue en sus buenos tiempos un joven dispuesto, emprendedor y amigo de hacer el bien a sus semejantes. Pero un medicamento mal administrado le perturbó las entendederas en cuestión de pocos meses y desde entonces recorre incansablemente las calles de Las Tunas vestido de militar, reminiscencia tal vez de su breve paso por la vida de uniforme.

Sin embargo, y a pesar de sus limitaciones mentales, El Comandante es muy capaz de mantener con cualquiera una conversación coherente y fluida. Lo he visto en el parque Vicente García disertar sobre temas del pasado o de la actualidad, ante el asombro de sus interlocutores. Y si de dignidad se trata, él la tiene por arrobas. Nunca pide limosnas ni pernocta fuera de casa. Tampoco acepta chucherías ni refrigerios en su itinerario citadino.

Y otra cosa: la ciudadanía lo respeta y lo acepta como a uno más. Aunque si alguien pretendiera tomarle el pelo, él le subiría la parada, de eso no quepan dudas. Puede montar en cólera ante las burlas de los guasones, que nuca faltan, y ¡ay si alguno de ellos se le acerca! Más de uno ha tenido que sufrir en su propia anatomía el precio del agravio.

Alberto Álvarez Jaramillo, El Comandante, tal vez no sepa que él es un personaje de las calles tuneras. Un símbolo legítimo que improvisa pies forzados, respeta a los niños, detesta a los delincuentes, viste de limpio, saluda a la bandera y ama a su tierra. Y ahora usted dígame, ¿se le puede pedir mayor cordura a un hombre?

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