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miércoles, agosto 08, 2007

Möbius y la impopular disciplina

Por Ariel Terrero (Cubaprofunda)

¿Ustedes nunca han dejado su trabajo por un momento?, preguntó malhumorada la técnica de rayos X cuando regresó media hora después, con un sabroso café en sus entrañas, para enfrentar el disgusto de la sala de espera del policlínico. A ver, ¿quién no lo ha hecho?, podrían defenderse también algunos infiltrados en aquella impaciente cola del Cerro, que huyeron momentáneamente del trabajo en pos de sardinas rebajadas de precios. La tienda demoraba en abrir porque la cajera y un almacenero se habían complicado en una oficina municipal de viviendas, donde los trámites se aceleran solo con el beneficio de una “propina”.

Como la cinta de Möbius de las matemáticas, la disciplina del trabajo parece tener dos caras bien definidas, pero posee una sola: la impopularidad. Látigo, cuando el jefe nos cae atrás. Látigo, cuando la ausencia de orden nos tiende zancadillas en el paso por la vida.

Si la exigencia apunta sobre uno mismo, el ceño se frunce. ¿Quién recibe con una sonrisa el examen o lectura de sus deberes laborales, en especial cuando ha traspasado, aunque sea un tilín, la línea? La mueca, sin embargo, se aferra al rostro, después de que la persona juzgada abandona el banquillo y pasa de victimario a víctima de la indisciplina laboral de otros, como en los ejemplos de marras, todos hilados con experiencias que asoman, con torturante terquedad, en la cotidianidad cubana.

El intento por poner orden en la escena, a cuenta de los nuevos reglamentos laborales promovidos por las polémicas resoluciones 187 y 188 del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, chocó a finales del año pasado con el drama del transporte. Pero un examen sereno revela que las agonías que desangran la disciplina, laceran la eficiencia y bombardean la calidad del servicio a la población, trascienden el conflicto de la puntualidad achacada al descalabro de las guaguas. Escapadas a las tiendas en pleno horario de trabajo, interrupciones a cuenta de pinturas de uña, violaciones de normas de trabajo, hornos de panaderías sobregirando el gasto energético en las horas de mayor demanda de electricidad, accidentes por incumplimiento de normas de seguridad, interrupciones de rutinas productivas por culpa de un almacenero entretenido que demora el abastecimiento de materias primas, tractores paseando por el pueblo, mermas en cosecha por descuidos en el desyerbe y la lista crece y crece, hasta incursionar en el terreno de la ilegalidad y la corrupción.

Sufre el cliente que recibe un mal servicio y sufre la productividad. Un dato evidencia cojeras en el meteórico crecimiento del producto interno bruto de los dos últimos años. El gasto nacional de salario creció en el primer semestre de 2006 en un 27,9%, después de las medidas adoptadas para propiciarlo a fines del año anterior, pero la productividad apenas avanzó un 7,5% en igual etapa, alejando la posibilidad de nuevos beneficios en los ingresos del trabajador.

Sin ser la única causa de tal desequilibrio, la disciplina del trabajo puede ganar en efectividad, y popularidad, cuando deje de enfocarse como una obligación impuesta por los jefes. La luz se hará cuando las reglas del juego nazcan del debate colectivo y, consecuentemente, tengan como soporte el interés de todos los trabajadores.

Las empresas cubanas con mejores saldos económicos hoy –pienso, por ejemplo, en la empresa citrícola de Jagüey Grande- prueban el beneficio de la virtud colectiva. Y revelan algo más. No basta con un reglamento de disciplina.

Para garantizar que la obra de un centro no tropiece con violaciones ni pifias en el orden interno, además de una adecuada regulación del mismo, son necesarios otros atributos: una sabia organización del trabajo, la creación de condiciones para que la labor fluya como una sinfonía y una real motivación de los trabajadores por el resultado final. Quizás el punto más endeble hoy, la estratégica motivación pasa por la vinculación de los ingresos a los resultados del trabajo, pero entendidos ambos –vinculación e ingresos- según un patrón colectivo y no solo como el cálculo individual del deprimido sobre del salario mensual.

La disciplina adquirirá, entonces, esa misteriosa virtud de la cinta de Möbius: por más vueltas que se le de siempre tendrá una sola cara, la de la eficiencia como interés de todos.

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