Marieta Gazzaniga
Por Leonardo Depestre Cantony (Radio Metropolitana)
La temporada teatral de 1857-1858 deparó para los espectadores habaneros un regalo especial: la premiere de Marieta Gazzaniga, cuyas actuaciones hicieron época.
La Gazzaniga y otra grande de las tablas, también italiana, Erminia Frezzolini, protagonizaron en la capital cubana un capítulo memorable de rivalidad artística.
Las representaciones de Gazzaniga –quien debutó en noviembre– alcanzaron niveles dignos de estudio como fenómeno sociológico: el público la aplaudió con delirio; y no bastándole con las palmas de las manos, rompió lunetas, y con tablillas y bastones manifestó su admiración por la cantante actriz.
Después de una de aquellas actuaciones de la diva, el lujoso Teatro Tacón quedaba bastante mal parado, con candilejas quebradas, asientos desencajados, decorados vueltos al revés y algún que otro músico lesionado por el aluvión de flores lanzadas a los pies de la actriz.
La función de beneficio, el 30 de enero de 1858, durante la cual se representó La Traviatan de Verdi, fue inolvidable, pues –según se cuenta–, la Gazzaniga escenificó el brindis con una copa de oro obsequiada por los mismísimos admiradores.
Sin embargo, no está de más echar un vistazo a lo que escribió el crítico Serafín Ramírez, una autoridad en la materia y testigo de los sucesos: “Su voz de soprano poco valía por su desigualdad y timbre desagradable; pero su talento dramático, su inspiración, el sentimiento con que expresaba un canto cualquiera, le dieron aquí y en todas partes un prestigio y simpatía muy difíciles de conquistar”.
La Gazzaniga rivalizó en dicha temporada con la Frezzolini, quien estaba ya en el ocaso de una exitosa carrera, por lo que el duelo era un tanto desigual.
Marieta Gazzaniga volvió a La Habana con su compañía italiana de ópera para la temporada de 1858 -1859; y además de repetir el éxito del año precedente, disfrutó de una función de beneficio –el 2 de marzo de 1859– aún más esplendorosa, cuando los espectadores la aplaudieron por cinco minutos y le obsequiaron con flores, joyas y monedas de oro.
Al regresar en febrero de 1866 fue bien recibida, pero sin el delirio de las ocasiones anteriores. El tiempo había transcurrido dejando huellas sobre la anatomía de la artista; y el veleidoso público se permitió hasta alguna expresión de humor negro a expensas del sobrepeso de la actriz, quien no podía ya darse el lujo de escenificar con realismo (al menos en el orden físico) las características del personaje protagónico de La Traviata.
El éxito de Marieta Gazzaniga, además de recordarse en los anales del teatro lírico, sirvió para engrosar los registros de la lexicografía antillana: Un comerciante avispado se apresuró a elaborar una pan especial llamado “de Gazzaniga” que pronto se castellanizó con gaceñiga, identificativo de un sabroso panqué por mucho tiempo comercializado en el país, adquiriendo dicho término carta de ciudadanía en el vocabulario popular cubano.
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