El Pelú de Mayagigua
Por Tony Camellón y Pachy Aparicio (Centrovisión Yayabo)
La historia de Robinson Crusoe vuelve a la memoria con la figura de este hombre que vemos en una amarillenta y desgastada foto tomada el mismo día en que decidió dejar atrás los más de 40 años vividos como un ermitaño para abrazar la civilización, algo similar a lo que le ocurrió al héroe del escritor inglés Daniel Defoe.
Corría 1876. En la zona de Abras Grandes, muy cerca del poblado de Mayajigua, en la región central de Cuba, se enfrentaban en combate mambises (insurrectos cubanos) y españoles. Entre los heridos que quedaron en el campo de batalla se encontraba Enrique Rodríguez Pérez. Al despertar y verse rodeado de todo el caos que supone un enfrentamiento armado y el miedo de caer prisionero, decide internarse en el monte.
Allí se restableció de sus heridas y poco tiempo después, en plena faena de caza, cae en una cacimba y se fractura gravemente una pierna. Permanece inmovilizado el tiempo justo para decidir entre morir de hambre o alimentarse de todo lo que le rodea, incluidos sus zapatos y la vaina de cuero de su machete, y calmar la sed con su propia orina.
La recuperación fue un proceso lento. Las curas eran con miel de abeja y manajú (árbol que segrega un jugo resinoso). Hasta su refugio llegó arrastrándose con gran trabajo pues sufría de una invalidez que lo obligó a caminar de rodillas durante unos tres años aproximadamente.
Con esta dificultad o limitante física decidió construir cerca de su escondite una choza de yagua y pencas de palma, sembró viandas y frutas en las proximidades y aprendió a tejer su propia ropa con fibra de maguey y otras plantas.
Transcurrieron los años y Rodríguez Pérez fue mejorando, dentro de su entorno, sus condiciones de vida. Llegó a tener 17 estancias entre cuevas y bohíos, comía los alimentos cocinados y salados con trocitos de yagua verde en sustitución de la sal común. El fuego lo conservaba en guardafuegos (especie de hornos construidos en la tierra donde se tapan los tizones encendidos con cenizas y hojas secas).
Construyó además un almacén donde guardaba, dentro de guiras secas, la miel y la manteca. Para protegerse de cualquier extraño ideó un sistema de ingeniosas trampas mediante el cual conocía si alguien merodeaba por sus propiedades.
Otra de sus habilidades fue la confección de un rústico almanaque con trocitos de ñame ensartados por un hilo. El río Jatibonico del Norte le ofrecía sus aguas para calmar la sed, los pajarillos lo invitaban a cantar con sus silbidos y su compañía fiel era una perrita, cachorra de perro jíbaro que había encontrado uno de esos días en que se dedicaba a las cacerías.
De esa forma pasaron alrededor de 40 años entregado a una vida totalmente solitaria, pero Rodríguez Pérez jamás robó ni se dejó ver por los pobladores de la zona. Solo la casualidad provocó el descubrimiento: dos mujeres que trataban de llegar a su destino por la vía más corta, atravesando por el monte, se encuentran con él. Comienza a correrse la voz en Mayajigua, el poblado más cercano; el comentario decía que había un "monstruo peludo" en la montaña.
Plácido Cruz, campesino de la zona, decide empezar una labor de acercamiento a este personaje que se extiende por unos dos o tres años. Le coloca comidas en diferentes lugares, papeles con mensajes y también utiliza la variante de hacerle señales desde lejos.
"El Pelú", como ya se le conocía a Rodríguez Pérez, comienza a confiar en Plácido Cruz por que era mulato, pues nunca hubiera confiado en un blanco al creer en su extravío que podía ser español. Para él la historia se había detenido en 1876 y las bombas que detonaban durante la construcción de la vía norte del ferrocarril le hacían pensar que la guerra no había finalizado.
El día escogido para dejar el monte fue muy difícil para él pues sacrifica a su fiel compañera la perrita jíbara que jamás se adaptaría a la nueva vida, por ser muy diferente a la que hasta ese momento los había unido.
Llegó así este hombre muy peludo, barbudo, sucio, con olor muy penetrante y vestido con ropa de fibra a Mayajigua un 4 de junio de 1910, de allí el sobrenombre de quien resultó ser reconocido como combatiente del Ejército Libertador ante la delegación de Veteranos de ese poblado.
Al principio sufrió la burla de muchos pobladores y el acoso de otros que iban en grupos enormes a conocer el temido Pelú de Mayajigua. Hubo hasta quien le tomó una fotografía, prueba irrebatible de que este hombre existió.
En la casa de la China Díaz, lugar que lo acogió, fue pelado, afeitado, se le sacaron piedras que llevaba encarnadas en los pies y cuentan que se desmayó al tomar una sopa caliente.
La noticia de la aparición del "monstruo peludo de la montaña" corrió y llegó a oídos de un hermano que vivía en Remedios y que vino en su busca para llevarlo a vivir con él. En la Iglesia Parroquial de San Juan de los Remedios apareció la partida baustimal de Enrique de Jesús Rodríguez Pérez, nacido el 4 de mayo de 1841. Era familia de los "Barajay" y con ellos estuvo algún tiempo el cual dedicó a tejer, sentado siempre en el suelo.
Es desconocido el final de la vida de este legendario personaje. Se perdió en su época. Muchos dicen que aburrido de la civilización decidió regresar al monte donde realmente era feliz, entre el trino de los pájaros, el sonido del arroyo y el añorado saludo de su querida perrita.
Motivados por toda esta historia que ha pasado de boca en boca de los pobladores de Mayajigua, el escultor Osnel García Díaz y el Licenciado en Educación Plástica Francisco Aparicio Iglesias, realizaron un conjunto escultórico que representa al Pelú de Mayajigua acompañado de su fiel perrita y que está situado en las márgenes del río Jatibonico del Norte, paraje muy cercano donde vivió este personaje real, convertido en leyenda.
Turistas nacionales y extranjeros atraídos por la historia visitan la instalación turística San José del Lago que incluye dentro de sus ofertas un paseo al lugar donde se genera esta leyenda del Robinson Crusoe cubano, El Pelú de Mayajigua.
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