Silencio dañino
Por Norge Martínez Montero (Juventud Rebelde)
Dos personas dialogan exaltadas. Una arguye que le «hierve la sangre» cada vez que pasa por una esquina y ve a varios muchachos sentados largo tiempo, conversando y riéndose de todo el que pasa.
«Trabajé más de 40 años, porque desde joven tuve la responsabilidad de atender mi casa y entendí que con eso contribuía a que mi país fuera mejor. Cuánto no hubiéramos avanzado si cada uno hiciera algo útil», dice a su interlocutor.
Este contesta que comparte su criterio, pero que todo no se puede ver en blanco y negro. También hay quienes «trabajando» provocan más daño. «Sé de algunos que por insensibilidad o incapacidad se dedican a hacerle la vida imposible a otras personas, atendiendo a medias sus reclamos, o simplemente guardando silencio cuando urgen respuestas».
Este redactor comparte tales criterios. Todos en cierto momento hemos sido clientes, y tal vez muchos hemos sentido en la carne y el espíritu el amargo sabor del olvido de algún funcionario o entidad.
Es difícil que exista algo más dañino para el buen funcionamiento de la sociedad que el silencio cómplice de quienes deben dar la cara a las irregularidades sociales.
Algunos directivos han hecho de las promesas sus mejores armas para «calmar» a ciudadanos urgidos de respuestas y soluciones. Incluso, aunque los problemas hayan sido reflejados en los medios de prensa.
Para ilustrar mejor esta tendencia, me remito al último análisis realizado por el colega José Alejandro Rodríguez en su sección Acuse de Recibo. En seis meses de estudio quedó demostrada la insuficiente atención de funcionarios y entidades a las quejas y críticas de la población reflejadas en este diario.
Recientemente, nuestras páginas publicaron el caso de Caridad Marín, una de las personas más obesas del país, quien lleva alrededor de 20 años tratando infructuosamente de permutar su casa desde un cuarto piso por una en bajos, para asistir mejor a las consultas médicas y liberarse de lo que bien puede considerarse una prisión. Hace meses que no se mueve del sillón.
Desde que el 8 de abril salió a la luz el caso hasta la fecha hemos recibido decenas de correos electrónicos y llamadas telefónicas inquiriendo por la salud de Caridad y por la posible atención institucional.
Sin embargo, aún no hemos recibido respuesta por parte de los directivos de algunas de las entidades que conocen el caso, con excepción del Ministerio de Salud Pública, que pocas horas después de publicado el asunto, se interesó por resolver lo que les concierne, por lo que ya Caridad es atendida por varios especialistas.
Hace poco ella volvió a llamarnos. Fue una conversación diferente. Entre el llanto confesó su desesperanza antes la imposibilidad de conseguir una permuta. «Yo pensaba que cuando mi queja saliera en la prensa, sería mejor atendida», dijo desalentada.
Caridad continúa siendo víctima de quienes no entienden que, como bien escribió Eliades Acosta en el prólogo del libro La maldición del avestruz, publicado por JR y la Casa Editora Abril, la Revolución Cubana «se cae o se levanta cada día allí donde vive lo aparentemente efímero de un problema no atendido, de una queja individual no resuelta, de una denuncia no escuchada, de una injusticia no reparada, de un clamor ignorado o de un silencio indebido».
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