La verdad no cayó al mar
Por Mariagny Taset y Joel Mayor (Granma)
Aquellos muchachos, felices con sus medallas, jamás llegaron a Cuba. Tampoco el resto de los ocupantes del vuelo CU-455. Era el 6 de octubre de 1976, y el avión que traía de vuelta a los campeones estalló, dejando atónitos a los bañistas que disfrutaban las apacibles playas de Barbados.
Han pasado treinta años y las emociones persisten. El coronel Mario Martínez Álvarez no escapa de la ira, el dolor, los sobresaltos vividos al frente de la comisión técnica que investigó el desastre.
Ignacio Fournier, entonces director de Medicina Legal; especialistas del Instituto de Aeronáutica Civil de Cuba (IACC), y dos buzos de Tropas Especiales, le acompañaron en el inicio de las pesquisas.
"Llegamos al amanecer del día 7. Los primeros entrevistados fueron los miembros de una tripulación cubana que estaba allí. Queríamos determinar exactamente dónde había caído el avión: en aguas jurisdiccionales de Barbados o en aguas internacionales.
"Las autoridades dijeron que habían marcado el sitio con un tanque atado con cables. El mar estaba violento y no encontramos ninguna señal. Comentaron que quizás con el viento y las fuertes corrientes la demarcación se corrió.
"Pasamos casi toda la mañana buscando. Algunos se marearon por el fuerte oleaje. La investigación demostró que la nave cayó a menos de tres millas de la costa, dentro de los límites jurisdiccionales de la pequeña isla caribeña."
Carlos y Orledo, los jóvenes buzos, se sumergían tras un hallazgo que podía ser impactante. Mario recuerda cada momento, hasta los más tensos.
"Tratábamos de encontrar algo allí, pero no aparecía nada porque todo lo que flotó del avión, incluso los cadáveres, se había recogido el día anterior. Tiramos los buzos en el supuesto lugar de la caída, aunque era peligroso, por las fuertes corrientes y aguas profundas.
"Pasamos cierto susto. Los tanques de oxígeno tenían capacidad para 40 minutos. Acordamos que subieran en media hora. No salían. Terminó el tiempo y comenzamos a navegar en círculos, hasta encontrarlos a dos o tres millas. La corriente los había arrastrado. Tuvieron que botar el lastre... Y no vieron nada, excepto oscuridad. Cuando los sacamos necesitaron casi dos horas para recuperarse. Decidimos que no volvieran."
Pero las pesquisas debían continuar.
Vista parcial de la operación de rastreo marítimo frente a la costa de Barbados. En la foto, los cuatro camaroneros cubanos que tomaron parte en la búsqueda de los restos hundidos.
"Conversamos con testigos que desde la playa habían visto precipitarse al DC-8. Obtuvimos información de lo que había reportado un avión que sobrevolaba la zona cuando ocurrió la catástrofe. También el radar confirmó el hundimiento, a trece millas del aeropuerto de Seawell. Volamos varias veces sobre la zona. No divisamos nada.
"Luego se incorporaron nuestros especialistas en estudios de accidentes y sabotajes aéreos, dirigidos por Julio Lara y otro perito. Junto a un fotógrafo, empezaron a trabajar a partir de la información inicial.
"Por medio de los pasajeros que se bajaron en Barbados, y del representante de Cubana allí, logramos ubicar el asiento donde iba cada viajero. Recuperamos piezas del avión. Aparecieron vacíos los balones de oxígeno que usó la tripulación y 14 maletas que permitieron definir, desde el punto de vista técnico, dónde sucedieron las explosiones.
"La primera bomba fue colocada por el terrorista Hernán Ricardo en el equipaje de mano de una guyanesa que venía con su nieta. Su compinche, Freddy Lugo, pone la segunda en el baño de cola, y la descarga proyecta una pieza del lavamanos en el mamparo."
Ciertas evidencias mostraban cómo el horror se expandió por el avión.
"Comprobamos que las trece víctimas encontradas no murieron al caer el aparato, sino antes, con la primera detonación. Desde ese instante, el resto vivió unos cinco minutos de terror. De no ocurrir el segundo estallido, se hubiesen salvado.
"Al revisar los cadáveres, quedó demostrado el empleo de explosivos de alto poder. Esta fue nuestra conclusión, a partir de señales como cuerpos desnudos, incrustaciones de esquirlas en ellos... En el de un coreano aparecieron envolturas de caramelos encarnadas en un muslo, casi en el hueso, lo cual probó la fuerza de la expansión."
Mas, diversos obstáculos entorpecieron la ruta hacia la verdad.
"Eric Newton, un científico inglés especializado en accidentes aéreos, contratado por Barbados, accedió primero a los restos del avión. Nuestros técnicos tuvieron tiempo limitado para trabajar con las pruebas. Ya Newton había embalado algunas a fin de examinarlas en Inglaterra.
"Pese a esto, encontramos un cartón que decía `dinamita'. Aquello parecía ingenuo. Llamamos al director nacional de la aeronáutica civil. Este pidió que no se le diera publicidad al hallazgo. Su actitud obedecía a la difundida patraña de que el avión explotó accidentalmente, porque Cuba utilizaba esa línea para transportar explosivos y distribuirlos en América Latina. Pero la supuesta evidencia para culparnos de la catástrofe resultó demasiado burda.
"Por otro lado, todas las noches me llamaba al hotel gente del CORU. Me ofrecieron dinero para abandonar las investigaciones. Decían que aquello podía pasar como un accidente, que estábamos encaprichados en calificarlo como atentado. Primero fueron llamadas, luego amenazas de que pondrían una bomba en el hotel, y hasta me visitaron para intimidarme."
Les aguardaban otras horas igual de terribles, angustiosas, de expectativas que vivirían juntos, intentando completar el rompecabezas con los pedazos que rescataron del mar.
"Llamamos a cuatro barcos cubanos que estaban pescando en Guyana, para que nos ayudaran en la búsqueda. Llegaron con una tripulación de cinco o seis, y las bodegas llenas de camarón, lo cual dificultaba el proceso.
"Esos muchachos demostraron tremenda actitud. No los dejaron entrar a la bahía. Pasaron tres días en alta mar, soportando además el fuerte olor del marisco. Luego les permitieron llegar al muelle, pero sin abandonar los navíos.
"Su mayor contribución fue rastrear la zona con dos mallas que improvisaron. Peinamos el sitio durante días. A veces las redes se trababan por la profundidad. En una ocasión se enredaron con algo que parecía un ala. Cuando tiraron, vieron que era parte del avión: enseguida emergieron vasitos de Cubana. Ya casi arriba, se veía una cosa blanca grande enganchada a la malla.
"El tejido se rompía a ratos... y entonces se zafó. Pasamos dos días tratando de recuperarla. Estamos casi seguros de que era un ala, porque aparecieron los extintores que el avión lleva en ellas. No hallamos nada más."
El plan no era que la nave explotara tan próxima a Barbados, sino en alta mar, para imposibilitar las investigaciones. Pero hubo problemas en la escala para echar combustible y el avión demoró en salir, lo cual ocasionó que estallara antes de ascender a 18 000 pies, cuando debía hacer su primer reporte.
El pueblo barbadense reconoció que ese era un crimen horrendo y se desató una efervescencia de colaboración a favor de Cuba. Pronto se supo que la CIA estaba detrás de todo.
"A los tres días teníamos los datos necesarios para presentar en el juicio. El proceso judicial, donde presidí la delegación cubana, comenzó el 23 de octubre y concluyó a principios de diciembre. Tuvo más de 50 vistas. En la primera, los norteamericanos insistían en calificar el crimen como un accidente aéreo. Pero en ese tiempo, armamos el expediente que le sirvió a Venezuela como prueba para juzgar a los perpetradores.
"Cuando menos lo esperábamos, el señor Newton regresó a declarar. Para él, sus conclusiones cerrarían el caso. Sin embargo, le formulamos como 18 preguntas que desbarataron su tesis de que la explosión había sido en el compartimento de carga ocho, lo cual exoneraba de culpa a los autores, pues allí no dejaron equipaje.
"Me conmovió mucho la firmeza de los testigos durante el juicio. Ahí se lloraba. Escuchamos grabaciones que describían dramáticamente parte de lo vivido por la gente en el avión. Entre las víctimas descubrí a un antiguo compañero mío del MININT, que volvía de Guyana con su esposa. Lo identifiqué porque lo conocía muy bien, pero lo que quedaba de él era solo el rostro."
En ese periodo aparecieron el asiento del capitán y carnés de los tripulantes, en una playa a cien millas de Barbados. También espadas de los deportistas y objetos personales, algunos muy conmovedores.
"Me trajeron un casete que encontró un pescador. Lo lavamos con agua dulce y lo pusimos a secar. Al reproducirlo se oía perfectamente. Era el diario de un esgrimista.
"Contaba las victorias diarias del equipo en el Centroamericano de Venezuela, hablaba de la opulencia, el contraste con la pobreza de los cerros... y del miedo que le tenía a los aviones. Su última grabación fue en Trinidad, donde decía: `ya estamos llegando a Cuba, qué suerte, me quedan unas horitas para llegar...'."
"Escuchar eso fue muy duro, porque nunca llegó."
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