La fiesta brava
Por Luis Hernández Serrano (Juventud Rebelde)
Uno de los investigadores más importantes del toreo en el mundo, Idelfonso Monje Castro, español de nacimiento y admirador de Cuba, ofreció en una conversación apasionante que sostuvimos, datos curiosos sobre la «fiesta brava».
Monje Castro nació el 27 de junio de 1944 en la comunidad autónoma de Andalucía, en el sur de España, y vino por primera vez a Cuba hace varias semanas para participar en la Bienal de La Habana, acompañado por su esposa Josefa.
Cipiona, la localidad donde reside en Cádiz, cuenta con poco más de 17 000 habitantes. Idelfonso nos aclara que se ocupa de estudiar la lidia de toros, «pero solo como un pasatiempo», porque él se ha dedicado siempre al cultivo de la flor cortada, la principal producción de su Cipiona natal.
—¿Por qué esta afición por el estudio del toreo?
—Desde que era un simple chaval me apasionan las lidias de toros, aunque no he tenido toreros en mi familia.
—¿Y usted ha toreado?
—Sí, pero en el campo, en las «placitas de tientas», como llamamos a los sitios donde toreamos a las becerras, las vacas jóvenes de solo dos años. «Tentarlas» es comprobar en la práctica si tienen bravura y sirven para parir toros útiles en el ruedo de lidia. ¡Becerra brava es garantía segura de toro bravo!
—¿Se pueden torear vacas? ¿Torear no viene de toros?
—Ya ve usted, son cosas del idioma, pero las toreamos, con capote y espada, como en una de las grandes plazas de toros de cualquier lugar del mundo, solo que el público es un grupito de seis o diez personas. En placitas íntimas de esas han «tentado» becerras personas que después han sido «espadas» de renombre mundial.
—Díganos algo de esa historia en España.
—Esa fiesta se inició en Sevilla y en Córdoba, fundamentalmente, en la época en que llegaron los árabes a Andalucía.
«A los grandes toreros también se les llama “califas”, como denominaron a los “cuatro califas cordobeses”: Rafael Malena (Lagartijo), Rafael Guerra (el Guerra), Manuel Pérez Sánchez (Manolete) y Manuel Benítez (el Cordobés).
«El matador Juan Belmonte García, del barrio de Triana, en Sevilla, fue quien cambió el estilo del toreo en España y en el mundo, porque hasta entonces los toreros se movían cuando llegaba hasta ellos el toro, pero Belmonte se quedaba parado. Era un tremendo peligro, al extremo de que se decía que si alguien quería verlo torear, que se diera prisa. Éste fue quien hizo polvo la expresión de que si no te quitas cuando viene el toro, te quita el toro».
—¿Cómo son las corridas?
—Una vez al año en cada pueblo. Duran unas dos horas y comienzan a las cinco o las seis de la tarde. En Madrid se hacen ferias o ciclos de corridas, como la de San Isidro, la más importante, que se extiende por un mes.
—¿Las mejores plazas de toros?
—La mejor del mundo es la conocida por Las Ventas de Madrid, para 24 000 espectadores. Le sigue la Plaza Real, llamada la Maestranza de Caballería de Sevilla, y tres que están a la misma altura: las de Bilbao, Valencia y Pamplona.
«En esta última se hace la mundialmente conocida Fiesta de los Sanfermines, en honor a San Fermín, patrón de esa ciudad de Navarra, donde se sueltan los toros en las calles y la gente corre delante de ellos. El gran escritor norteamericano Ernest Hemingway corrió también con los toros pisándole los talones y él muerto de risa».
—¿Y otras plazas fuera de su patria?
—Las hay muy buenas en México. La mayor de todas es La Monumental, para 50 000 aficionados. Fue inaugurada por el matador español Manolete y por el mexicano Carlos Aruza, el Ciclón Azteca, en 1945. También están las de Venezuela, Perú, Colombia, Ecuador y el sur de Francia. En este último país hay 40 plazas de toros, pero funcionan solo cuatro o cinco, donde la gente llena «los tendidos» (gradas) hasta la bandera. Y supe que en 2005 se toreó en China.
«Ahora recuerdo un dato curioso: en Houston, Texas, Estados Unidos, se hizo, que yo sepa, solo una corrida; en 1971. Toreó el español Antonio Ordóñez, el llamado Maestro de Ronda, de Málaga».
—¿Cuál ha sido la corrida más emocionante que ha presenciado?
—La de la Maestranza de Sevilla, en 1979, donde salieron al ruedo Manolo Vázquez (fallecido hace solo unos meses); y el Curro Romero y Rafael de Paula, quienes viven aún. Los tres recibieron, por sus movimientos artísticos y su maestría, los trofeos que se conceden a los mejores: las orejas de los toros que matan sin una sola pifia en toda la faena. Se otorga a quienes matan al toro de una sola estocada.
—¿Recuerdos tristes?
—Las muertes de grandes toreros como Manolete, en la Plaza de Linares. Lo mató el toro Islero, de la famosa ganadería de Miura, el 27 de agosto de 1948; para mí la pérdida más importante de toda la historia de estas lidias.
«También murió José Ortega, el Gallo Joselito, en la Plaza de Talavera de la Reina, en la provincia de Toledo, en 1920, por una cornada del toro Bailaor. Pero poco después mueren sacrificados junto a las vacas que los engendraron; es una tradición».
—¿Cuáles son los toros ideales para la lidia?
—Los mejores del mundo son de Andalucía. En México hay buenos, pero provienen de España. Los ideales son los de cuatro años y 500 kilos de peso. Según me dijo una vez Salvador Cebada Gago, un criador, cada ejemplar cuesta como promedio dos millones de pesetas, unos 12 000 o 15 000 dólares. Los de menos edad son demasiado jóvenes y los de más años, saben mucho, desarrollan mucho sentido y rehúyen la pelea.
—¿Sus toreros preferidos?
—Mis matadores preferidos son Antonio Ordóñez, el Curro Romero y Juan Belmonte. También Manuel Benítez, el Cordobés; Manuel Rodríguez, Manolete; José Ortega, Joselito, y el Juli.
—¿Ha escrito algo dedicado al toro de lidia?
—Sí, mira, La tonadilla española es como el bolero de ustedes. La gente de Cádiz y de La Habana se parecen mucho, son dos ciudades hermanadas. Yo hice esta sobre el animal que se lleva y muere en los ruedos. «Lleva la frente adornada / con las flores del cerrado, / el campo lo ha coronado / por luchador y valiente. / Su sangre como un torrente / al enemigo torea / y retando se recrea / relucientes dos puñales, / dos astas negras iguales / están buscando pelea».
—Nos han dicho que estudia el toreo en Cuba...
—Sí, es lo último que estoy haciendo en este campo. Hoy se conoce muy poco de eso y mucho menos que el último torero español que actuó en Cuba fue Manuel Hermosilla, natural de San Lucas de Barrameda. Tengo carteles de corridas en Cuba en 1875 y 1880, algunos en colores y otros en blanco y negro.
«Después de que en 1898 se prohibió la lidia de toros en la Isla, al término de la guerra contra España, el toreo siguió haciéndose clandestinamente. No se sabe en qué lugares, solo he leído que en sitios rurales cubanos.
«Ya sé que se toreó en la llamada Plaza de Marte, donde hoy está el Parque de La Fraternidad, en una plaza de Regla y en la Plaza de la Beneficencia, por Belascoaín, cerca del mar, donde ahora radica el Hospital Hermanos Ameijeiras, los tres lugares en ciudad de La Habana. también se toreó en otros espacios públicos del interior del país».
—¿Qué opinión le merece el toreo?
—Para mí es algo genético casi y hasta poético. Es un arte, una cultura, una tradición. Aunque tiene detractores. Hay muchos lugares en España donde ya se ha prohibido y con el tiempo tal vez se prohíba totalmente, como se ha hecho en Islas Canarias, en Islas Baleares, y en distintos puntos de Barcelona. Pero... ¡en Madrid se torea más que nunca! Cientos de escritores, periodistas, artistas, pintores, escultores y aficionados como yo se han inspirado en esta fiesta. El mismo Juan Belmonte decía: «Si quieres torear bien, / piensa que no tienes cuerpo; / se torea con el alma, / como se sueña y se juega, / como se canta y se baila».
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