Kid Chocolate
Por Josefina Ortega (La Jiribilla)
Se llamó Eligio Sardiñas y nació en la calle Santa Catalina número seis, en el popular barrio de El Cerro, el 28 de octubre de 1910, aunque las enciclopedias digan otra cosa.
Diecinueve años después, con 125 libras de peso, cinco pies y cuatro pulgadas de estatura y una fama bien ganada, todos lo conocían como «Kid Chocolate» y era entonces el boxeador cubano de más fama internacional y posiblemente el que más simpatía despertaba en todo el mundo.
Pero no fue el boxeo el deporte que practicara de niño, sino la pelota y el handball —versión norteamericana del juego de pelota vasca. Y fueron otras sus dedicaciones diarias en vez de ir a la escuela: limpiabotas y vendedor de periódicos para ayudar con «algo» a la casa, pues huérfano de padre desde pequeño —negro, además— hubo que darse otro destino.
La historia podrá parecer el libreto de un novelón barato, pero como casi siempre sucede, la realidad supera a la fantasía.
A pesar de todo ello, al Kid la fama le llegó con mano pródiga, y el dinero también. Y sobre el cuadrilátero era como una sombra o una nube negra encima del contrario, en el difícil deporte de «dar sin que te den» según su propia teoría.
Era como una tormenta que bailaba, con más resplandor que un relámpago y «con más aire que una gaita» dirían años después dos biógrafos.
Las fotos de entonces lo muestran con su piel muy negra brillante, el pelo engominado —plancha'o, decimos en Cuba— con una raya de «alta definición» al costado y con más tipo de modelo de pasarela que de gladiador invencible que sacaba del aire a pugilistas de valía como Scalfaro, Singer, Batalino, Benny Bass, Feldman o Canzoneri, y se dejaba derrotar por la mirada de una mujer hermosa.
Y la vida le comenzó a pasar la factura.
Era otra época. Se combatía por dinero. El boxeo era un negocio y la vida es una sola, y eran muchas las ansias por hacerla distinta a la que vivió de niño.
Nada que objetar. ¿O, sí?
Después del declive, después que eclipsara la buena estrella, el olvido.
El propio «Chócolo» —como le decían sus íntimos— le comentó al estelar Ray «Sugar» Robinson, entonces un adolescente, que si llegaba a comprender que el boxeo era arte y ciencia, y no fuerza bruta; si tenía buenas piernas y posibilidad de pegar sin que te pegaran, podía ganar mucho dinero, y tras él, la fama, el vino y las mujeres.
Eran otros códigos. Válido o errados, eran los suyos, aunque muchos deseáramos otra cosa. Y el Kid, cuado volvió a ser otra vez solo Eligio Sardiñas, se mantuvo consecuente con su modo de pensar y los asumió con dignidad, hasta la hora final.
Hoy son otras las perspectivas y los deportistas tienen otros códigos. Muchos han tenido que enfrentar ética contra mercancía.
En 1974 se celebró en La Habana el Campeonato Mundial de Boxeo Aficionado, en la legendaria Ciudad Deportiva. El invitado más especial fue, naturalmente, «Kid Chocolate».
Cuando la amplificación local lo hizo notar, la ovación resultó apoteósica.
Otros códigos hacen justicia y lo rescatan del olvido.
Es otra época y —sobre todo— otra la sociedad.
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