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miércoles, abril 02, 2014

DE CUANDO UN SAMURÁI VISITÓ CUBA

Este 2014 se cumplen 400 años de la llegada del primer japonés a nuestro país, hito que marca el inicio de la amistad entre los dos pueblos

Por Claudia Fonseca Sosa (Granma)

El paso por La Habana de un samurái japonés, a la altura del año 1614, es un hecho que pocos conocen. Procedente de México y en tránsito hacia Europa, Hasekura Tsunenaga permaneció en tierra cubana el tiempo necesario para abordar un buque de los que integraban la Flota de Indias. Sin embargo, su breve estancia marcó el inicio de una amistad centenaria entre nuestros pueblos.

El veterano luchador de las guerras en Corea debía conducir una embajada diplomática de su país a las cortes españolas y a la Santa Sede. Pero la ubicación geográfica de la isla caribeña, propició que la caravana en la que se transportaba tuviera que hacer una parada de descanso en el que por entonces era uno de los puertos más importantes del Nuevo Mundo.

La travesía liderada por Hasekura Tsunenaga o también llamado “Rokuemon” —por su disciplina, sagacidad y dotes de buen negociador— abriría las puertas del nuevo horizonte para el futuro comercial del Japón y, al mismo tiempo, perseguiría lograr la entrada en el archipiélago asiático de una mayor cantidad de misioneros del cristianismo.

El samurái que se convirtió en el primer japonés en pisar tierra cubana había sido enviado en tan importante propósito por el fundador de la ciudad de Sendai, Date Masamune, un estadista de gran visión política y considerado entre los más hábiles guerreros de la época. Su comitiva —integrada por los frailes Luis de Sotelo, Diego Ibáñez e Ignacio de Jesús, así como otros 30 españoles y 150 japoneses— había zarpado de la bahía de Tsukinoura el 28 de octubre de 1613, en el galeón San Juan Bautista.

Hasekura llegó a La Habana el 23 de julio de 1614 y luego de la reunión de la flota, partió hacia Europa en agosto del propio año para cumplir su cometido como embajador de buena voluntad.

Según cuenta la historiografía, Hasekura escribió con meticulosidad un diario de su importante periplo. Igualmente, el Archivo de Indias y la Biblioteca del Vaticano conservan algunas referencias sobre tan singular personaje, mientras que el Museo de Sendai atesora los regalos que llevó el samurái a Date Masamune tras regresar a su patria.

Debieron pasar muchos años para que Cuba fuera de nuevo anfitriona de otros japoneses, que en pequeños grupos arribaron a la mayor de las Antillas a partir de 1898 y hasta 1943. De acuerdo con los archivos demográficos, se asentaron en toda la geografía cubana, hasta llegar a estar presentes en 46 sitios de las seis provincias de entonces, además de Isla de Pinos.

Se aplicaban a disímiles labores, pero sobre todo en sectores productivos como la agricultura, las minas, la industria azucarera, la pesca, la agricultura, la mecánica, la electricidad y los servicios. Aunque nunca olvidaron su tierra natal y sus tradiciones, fueron poco a poco acogidos como hijos de Cuba.

La comitiva encabezada por Hasekura Tsunenaga se recuerda hoy en La Habana con una estatua de bronce del intrépido samurái. El monumento granítico, inaugurado el 26 de abril del 2001, fue donado a nuestro país por la Escuela Sendai Ikue Gukuen, en honor a las relaciones fraternas entre Cuba y Japón.

Con el brazo extendido y en pose ceremoniosa, la figura de Hasekura empuña un tradicional abanico señalando la imaginaria línea recta que llevaría a Sendai.



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