ESTHER BORJA: UNA VOZ IRREPETIBLE
Por Miguel
Barnet (Especial para Granma)
La voz
de Esther quedará para siempre. Esa voz que fluctúa entre acentos líricos de
soprano y tonos graves de mezzo. Esa voz que ha marcado el timbre sonoro de la
canción cubana. Una voz que recorrió todo los géneros de la música del
continente y que marcó con su peculiar color "asopranado"; al decir
de ella misma, un estilo y una manera de cantar que relegó a un segundo plano a
toda aquella pléyade de cantantes líricas de las prodigiosas décadas del
treinta, el cuarenta y el cincuenta. Su dramatismo y elegancia, su lisura y
versatilidad hacen de Esther Borja una de las más admiradas intérpretes de
compositores como Ernesto Lecuona, Gonzalo Roig, Jorge Anckerman y Rodrigo
Prats, entre otros.
Imposible
pasar al papel el aire de cubanía, la gracia criolla y el buen gusto de esta
mujer que, durante más de cuarenta años, estuvo deleitando a los públicos de
Cuba y del continente con las páginas más selectas y también algunas de las más
olvidadas del repertorio nacional y latinoamericano.
Empeñada
en rescatar lo cubano incluyó en su repertorio, según ella misma me confesó una
vez, más de 400 canciones de autores como Eusebio Delfín, Eliseo Grenet, Manuel
Corona, Graciano Gómez y tantos y tantos de la trova tradicional cubana.
Con un
registro amplio y una dicción clara y pulida, la canción cobra en ella un tono
elegíaco y seductor.
El
crítico musical Glenn Gillard escribió sobre ella en 1943: "Sus dotes
dramáticas son notables y su habilidad de transformar una soprano brillante, en
una suave mezzo, sugiere que ella sería una gran Carmen".
Y
Ernesto Lecuona llegó a decir: "Esther Borja es la artista cubana más
completa. Como intérprete de la canción no hay quien la supere. La exquisitez
de su temperamento, el dominio de una buena escuela y una dicción clarísima
hacen de ella la intérprete preferida".
Quiso
dedicarse al circo porque era una niña inquieta, quiso ser actriz, pero su
madre con una visión aguda le aconsejó que estudiara música.
"Llegué
a graduarme de teoría y solfeo, las notas musicales yo me las bebía, eran para
mí algo natural y espontáneo, yo tenía que montarme en un escenario, me monté y
nunca más me bajé de allí".
Nacida
en la calle Corrales No. 80, en el corazón de La Habana, el 5 de diciembre de
1913, visita frecuentemente, los fines de semana a su familia en Santiago de
las Vegas. La niña Esther se nutrió de un ambiente cultural que le propició su
familia de allí: "Fue en Santiago de las Vegas, ese pueblo encantador de
poetas y músicos, de coleccionistas e historiadores, en fin, donde pasé los
mejores años de mi infancia, momentos muy alegres y delicados para un espíritu
que anhelaba cultivarse. Yo cantaba en casa de las hermanas Sánchez y los
Granier. Allí se respiraba la música", me confesó en una entrevista que le
hice hace más de 30 años.
Después
de haber obtenido una sólida formación musical y haber recorrido emisoras de
radio como CMCA y Radio Lavín, traba una profunda relación con la familia
Lecuona. Y es Ernestina, la hermana del maestro y conocida compositora, quien
le da el impulso definitivo para atravesar el umbral del profesionalismo.
En 1935
debuta en el Lyceum Lawn Tennis Club, hoy Casa de la Cultura de Plaza, con
canciones de Ernesto Lecuona basadas en textos de José Martí. Luego interpreta
Damisela Encantadora que fue de gran impacto popular y es el emblema luminoso
de su carrera.
Viaja
por América Latina con la compañía de Lecuona y es en Buenos Aires donde su
nombre adquiere el aval necesario para actuar junto a Libertad Lamarque, Carmen
Miranda, Tito Guízar, Pedro Vargas y muchos otros artistas de la época. Filma
cortos y largometrajes en Sudamérica y se presenta en varios países con
compatriotas queridos como Bola de Nieve y Luis Carbonell, en quien deposita un
afecto entrañable basado en la admiración por su arte tan original.
Realiza
con Sigmund Romberg una gira que la lleva a recorrer Estados Unidos de costa a
costa. El maestro austriaco-norteamericano la coloca en los primeros planos de
sus programas del Carnegie Hall y el Radio City de Nueva York.
Ya
Esther Borja es un sello de garantía para los empresarios y productores. Su
meteórica carrera internacional sirve para legitimar lo mejor de la música
cubana y latinoamericana en el mundo.
Canta a
María Grever, Sindo Garay, Graciela Párraga, Orlando de la Rosa, Osvaldo
Farrés, César Portillo de la Luz, Adolfo Guzmán, Tania Cas-tellanos, y otros
muchos compositores del continente.
Con el
triunfo de la Revolución, a la que ella ha sido fiel, inaugura su programa
Álbum de Cuba que se convierte en vehículo de promoción de los valores líricos
del país. Ya en los últimos años de su vida profesional y acompañada al piano
por Nelson Camacho hace giras nacionales, graba discos, y renace en lo que ella
llamó: "una segunda vuelta".
Ella es
cotidiana y terrestre, la antidiva que con su arte ha subyugado al público en
teatros del continente, en el Radio City Music Hall y en programas de la
televisión cubana. Su prolongada e inexplicable convalecencia la conduce al
ápice del misterio y revela la materia inmarcesible de un corazón que se niega
a dejar de latir para su pueblo.
Esther
Borja es y será siempre la canción lírica cubana, la Damisela Encantadora, la
voz de registro medio más bella de Cuba, "la dueña de la tarde" como
la calificó Fina García Marruz; una voz que vence la nostalgia para instalarse
en la eternidad.
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