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domingo, diciembre 08, 2013

ESTHER BORJA: UNA VOZ IRREPETIBLE

Por Miguel Barnet (Especial para Granma)

La voz de Esther quedará para siempre. Esa voz que fluctúa entre acentos líricos de soprano y tonos graves de mezzo. Esa voz que ha marcado el timbre sonoro de la canción cubana. Una voz que recorrió todo los géneros de la música del continente y que marcó con su peculiar color "asopranado"; al decir de ella misma, un estilo y una manera de cantar que relegó a un segundo plano a toda aquella pléyade de cantantes líricas de las prodigiosas décadas del treinta, el cuarenta y el cincuenta. Su dramatismo y elegancia, su lisura y versatilidad hacen de Esther Borja una de las más admiradas intérpretes de compositores como Ernesto Lecuona, Gonzalo Roig, Jorge Anckerman y Rodrigo Prats, entre otros.

Imposible pasar al papel el aire de cubanía, la gracia criolla y el buen gusto de esta mujer que, durante más de cuarenta años, estuvo deleitando a los públicos de Cuba y del continente con las páginas más selectas y también algunas de las más olvidadas del repertorio nacional y latinoamericano.

Empeñada en rescatar lo cubano incluyó en su repertorio, según ella misma me confesó una vez, más de 400 canciones de autores como Eusebio Delfín, Eliseo Grenet, Manuel Corona, Graciano Gómez y tantos y tantos de la trova tradicional cubana.

Con un registro amplio y una dicción clara y pulida, la canción cobra en ella un tono elegíaco y seductor.

El crítico musical Glenn Gillard escribió sobre ella en 1943: "Sus dotes dramáticas son notables y su habilidad de transformar una soprano brillante, en una suave mezzo, sugiere que ella sería una gran Carmen".

Y Ernesto Lecuona llegó a decir: "Esther Borja es la artista cubana más completa. Como intérprete de la canción no hay quien la supere. La exquisitez de su temperamento, el dominio de una buena escuela y una dicción clarísima hacen de ella la intérprete preferida".

Quiso dedicarse al circo porque era una niña inquieta, quiso ser actriz, pero su madre con una visión aguda le aconsejó que estudiara música.

"Llegué a graduarme de teoría y solfeo, las notas musicales yo me las bebía, eran para mí algo natural y espontáneo, yo tenía que montarme en un escenario, me monté y nunca más me bajé de allí".

Nacida en la calle Corrales No. 80, en el corazón de La Habana, el 5 de diciembre de 1913, visita frecuentemente, los fines de semana a su familia en Santiago de las Vegas. La niña Esther se nutrió de un ambiente cultural que le propició su familia de allí: "Fue en Santiago de las Vegas, ese pueblo encantador de poetas y músicos, de coleccionistas e historiadores, en fin, donde pasé los mejores años de mi infancia, momentos muy alegres y delicados para un espíritu que anhelaba cultivarse. Yo cantaba en casa de las hermanas Sánchez y los Granier. Allí se respiraba la música", me confesó en una entrevista que le hice hace más de 30 años.

Después de haber obtenido una sólida formación musical y haber recorrido emisoras de radio como CMCA y Radio Lavín, traba una profunda relación con la familia Lecuona. Y es Ernestina, la hermana del maestro y conocida compositora, quien le da el impulso definitivo para atravesar el umbral del profesionalismo.

En 1935 debuta en el Lyceum Lawn Tennis Club, hoy Casa de la Cultura de Plaza, con canciones de Ernesto Lecuona basadas en textos de José Martí. Luego interpreta Damisela Encantadora que fue de gran impacto popular y es el emblema luminoso de su carrera.

Viaja por América Latina con la compañía de Lecuona y es en Buenos Aires donde su nombre adquiere el aval necesario para actuar junto a Libertad Lamarque, Carmen Miranda, Tito Guízar, Pedro Vargas y muchos otros artistas de la época. Filma cortos y largometrajes en Sudamérica y se presenta en varios países con compatriotas queridos como Bola de Nieve y Luis Carbonell, en quien deposita un afecto entrañable basado en la admiración por su arte tan original.

Realiza con Sigmund Romberg una gira que la lleva a recorrer Estados Unidos de costa a costa. El maestro austriaco-norteamericano la coloca en los primeros planos de sus programas del Carnegie Hall y el Radio City de Nueva York.

Ya Esther Borja es un sello de garantía para los empresarios y productores. Su meteórica carrera internacional sirve para legitimar lo mejor de la música cubana y latinoamericana en el mundo.

Canta a María Grever, Sindo Garay, Graciela Párraga, Orlando de la Rosa, Osvaldo Farrés, César Portillo de la Luz, Adolfo Guzmán, Tania Cas-tellanos, y otros muchos compositores del continente.

Con el triunfo de la Revolución, a la que ella ha sido fiel, inaugura su programa Álbum de Cuba que se convierte en vehículo de promoción de los valores líricos del país. Ya en los últimos años de su vida profesional y acompañada al piano por Nelson Camacho hace giras nacionales, graba discos, y renace en lo que ella llamó: "una segunda vuelta".

Ella es cotidiana y terrestre, la antidiva que con su arte ha subyugado al público en teatros del continente, en el Radio City Music Hall y en programas de la televisión cubana. Su prolongada e inexplicable convalecencia la conduce al ápice del misterio y revela la materia inmarcesible de un corazón que se niega a dejar de latir para su pueblo.

Esther Borja es y será siempre la canción lírica cubana, la Damisela Encantadora, la voz de registro medio más bella de Cuba, "la dueña de la tarde" como la calificó Fina García Marruz; una voz que vence la nostalgia para instalarse en la eternidad.


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