EL DAÑO TERRIBLE DEL FRAUDE
Tomado de Granma
El
sistema de educación hizo un gran esfuerzo este año en la enseñanza media
superior para facilitar a los estudiantes la preparación adecuada y que
cumplieran satisfactoriamente el ciclo de sus respectivos grados.
No
pocas veces se ha insistido en la necesidad de que los padres velen con esmero
por la educación de sus hijos. Es, al fin y al cabo, una de las cosas de las
que dependerá en buena medida el futuro de ellos.
La
educación y los valores promueven y edifican el conocimiento, y es lo que
permite combatir actos censurables como el fraude, por ejemplo, porque
lamentablemente nunca faltará quien valiéndose de artimañas, busque suplantar
el esfuerzo ajeno.
El
fraude, amparado en el finalismo, tiene mucho que ver con la mentira, pero
sobre todo con el autoengaño. Una vez abordado el camino fácil, se obvia el
daño terrible que eso ocasiona.
El
fraudulento, por lo general, tiende a pensar que es muy listo, cuando en verdad
es muy tonto e ignora que se puede comprar una prueba, pero no se pueden
comprar los conocimientos. O que la nota verdaderamente importante es la que
otorga la ética en la vida.
En ese
sentido, algo siniestro ocurre cuando personas inescrupulosas, quebrantando sus
principios, deciden sustraer un examen con ánimo de lucro, como lamentablemente
sucedió con la prueba de Matemáticas aplicada en la capital del país, para los
estudiantes de onceno grado que, detectada por las autoridades del Ministerio
de Educación, fue anulada y se repetirá el próximo 1ro. de julio.
En el
proceso investigativo se pudo conocer que dos profesores de un instituto
pre-universitario de Arroyo Naranjo y una trabajadora de una imprenta del Cerro
son responsables de estos hechos, por lo cual fueron acusados y detenidos por
las autoridades policiales. Los resultados serán publicados al concluir las
investigaciones.
El
hecho no puede verse como un incidente menor y es preciso profundizar en
determinadas causas.
Una vez
más falla el concepto de la vigilancia y de la exigencia y se facilitan las
condiciones para que un trabajador que tiene la confianza de participar en la
impresión de una prueba se lleve una copia y de pie con ella a un ilícito
negocio.
No
menos preocupante, sin embargo, es que algunos padres, en su afán de querer a
toda costa las mejores notas para sus hijos, hayan caído en la trampa y pagado
por ese fraude como si el conocimiento fuese mercancía y, lo peor de todo, que
después los propios estudiantes incurriesen en la reventa, extendiéndose el
fraude a no pocos municipios capitalinos.
Numerosos
padres al ser informados por el Ministerio de Educación de los hechos han
reaccionado indignados y exigen con justeza que no se permitan ni el fraude ni
lo ilícito y se tomen medidas ejemplarizantes con los responsables.
No es
menos cierto que algunos, aunque indignados también, se han quejado de que
ahora todos los estudiantes deben enfrentarse nuevamente al rigor de otro
examen, pagando justos por pecadores. No deberían, porque una vez que un hecho
de esta naturaleza sucede, le quita legitimidad a ese momento.
Lamentable
es que sus muchachos deban someterse al estrés de otra prueba, pero igual
convendría que tuviesen claro, además, que la consagración y el esfuerzo
inherentes al estudio terminan imponiéndose y que la honradez vale más,
muchísimo más, que el dinero.
También
es justo resaltar que, a pesar de lo sucedido, la mayoría de los profesores
sustentan principios que merecen respeto. La educación, a fin de cuentas, se
trata de valores. Y aunque pueda parecer paradójico, no debería limitarse
únicamente a la escuela.
Fidel
señalaba en un discurso sobre la educación que había que ver en toda su
profundidad lo que significa en cualquier joven las consecuencias de una
actitud fraudulenta.
Y al
respecto, decía: Imagínense, para citar un ejemplo, a un estudiante de medicina
que cometa fraudes; y después tenga que ver con la atención de los ciudadanos
en un hospital. Desde luego, es casi seguro que aquel que empieza copiando en
el primer año, o en el segundo, no llega al último año, es casi seguro. Pero un
médico en una asignatura importante, o en cualquier asignatura, que haya
cometido un fraude y que no la conozca, y que después tenga en sus manos la
vida de un niño, la vida de una madre, la vida de un adulto, la vida de un
anciano, ese es el momento en que necesita aquello que dejó de estudiar.
El
fraude y el finalismo lo único que hacen es "fabricar" un inepto.
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