MARTÍ ES LA FUERZA SALVADORA
Por Ana
Ivis Galán García y Lisandra Romeo Matos (Granma)
Foto:
Otmaro Rodríguez
Un tema
urgente convocó la invitación y bien pronto, el doctor
Eusebio Leal, Historiador de La Habana y Profesor Emérito aceptó. Le ocupan
todo su tiempo el trabajo, los deberes, sus anhelos y sueños, pero Martí le
apasiona.
Intervendrá
en la ya cercana Tercera Conferencia Internacional Por el Equilibro del Mundo,
del 28 al 30 de este mes, en el Palacio de Convenciones de La Habana.
—Una
alta representación internacional distinguirá este evento. ¿Por qué cree usted
que se ha logrado reunir tan excelsa participación?
A mí me
parece que es resultado del trabajo consagrado y amoroso de Armando Hart, al
frente de la entidad que él dirige (la Oficina del Programa Martiano).
También
es muy decisivo, yo diría que determinante, la importancia que le otorgan Cuba
y la intelectualidad de la Isla, y mundial, al pensamiento martiano en este
momento que vive el país y el mundo.
Martí
es la fuerza salvadora, porque es el pensamiento más coherente. Sus ideas,
fuente de inspiración, punto de partida y fundamento, junto a las de Fidel y su
visión del mundo futuro, de Cuba y de América, y de su sentido del
internacionalismo, son los dos pilares del arco sobre el cual se sostiene la
esperanza de nuestra nación.
—¿Cómo
ve usted a Martí? ¿Cómo debemos verlo los cubanos?
Ocurre
que todos hemos contribuido, alguna vez, a convertir en mármol y bronce a los
héroes, a considerarlos puros e infalibles, hemos querido que sean la imagen de
nuestro ideal más que de la vida real.
Yo
pienso que lo más hermoso de Martí es su sufrimiento agonal por su patria, la
incomprensión familiar, su fracaso matrimonial, sus problemas de salud que supo
enfrentar —pero que a veces fueron avasalladores—, y el deseo y voluntad de
unir.
A pesar
de que algún contemporáneo ha señalado que era de carácter impositivo,
absolutista, irascible, pero es que para dirigir a un pueblo como el cubano en
aquellas terribles circunstancias, ¿hasta qué punto tenía que ser así?
No
podemos imaginarlo desvanecido, oliendo el perfume de una rosa. Tenemos que
verlo siendo así y a la vez expresando las más nobles emociones en su poesía
sentimental y amorosa, en sus cartas.
Fue
Martí también como el poeta Rilke (Rainer María, quien fuera además novelista
austro-germano nacido en Praga, capital de la República Checa, y reconocido
como el más importante escritor en lengua alemana), herido por la espina de la
incomprensión, del chisme, de las habladurías, de la disolución de las ideas.
Pero él
es el Apóstol de la unidad, el que logra en principio ese objetivo, aunque no
consigue alcanzarlo. Quizás el mérito más grande de Fidel como martiano, al
colocar en la base del proyecto del Moncada el pensamiento de José Martí, es
haber conquistado la unidad nacional.
De ella
estuvieron privadas las generaciones anteriores. Fuimos formados como
cespedianos, maceístas, agramontinos, martianos, y solo la Revolución hizo
posible experimentar ese sentimiento de unión y entender que todo el que sirvió
es sagrado, en especial el Héroe Nacional.
Por ahí
está el concepto y la importancia de conocer su férrea voluntad. Martí muere
como soldado de la Revolución que él mismo había convocado, cuando muchos
opinaban que debía irse de Cuba. Es más, algunos creen que el sentimiento
mayoritario de los jefes principales indicaba que Martí era más útil allá que
aquí.
Y él
discrepaba de eso, opinaba que en la Isla tenía una labor que realizar como
garante, como rehén político, para asegurar que nunca volvieran las oscuras
sombras del pasado y que la desunión no hiriera nuevamente a la Revolución.
Por eso
quería ir a Camagüey, por ejemplo, y constituir allí un órgano político y
dinámico, ejecutivo, que fuese a la par de la guerra que debía ser generosa,
victoriosa y rápida, para impedir tres cosas: la movilización militar española,
que fue terrible, la mayor jamás vista en esta latitud del mundo y en lucha
contra todas las independencias juntas.
Segundo,
la intervención norteamericana, alerta que dejó recogida en la carta a su amigo
Manuel Mercado cuando dice: "lo que hice hasta hoy y haré es para
eso", y en esta decisión fue absoluto.
Y lo
tercero, el desgaste del pueblo y del ejército en una batalla que sería
sangrienta contra un adversario que no podía darnos democracia ni libertades,
porque era todavía el régimen despótico que privaba a su propio pueblo —el
español—, de esos derechos.
Martí
se adelanta a todo ello, y va a la lucha y viene a su patria por eso, contra
muchos criterios. Incluso, hay un momento en el que él dice: "vengo a Cuba
como preso" y añade: "y a que me echen fuera," porque se da
cuenta que todavía no ha calado ni cristalizado en todos la idea de que el
camino era la lucha armada.
En ello
radica su extraordinaria genialidad. La virtud que lo distingue de ser uno más
es la capacidad que tuvo de anticiparse a su tiempo, y para esa unidad trabajó
con fervor.
Luego,
tristemente, vio cómo por hechos circunstanciales y cuestiones a veces banales
y por falta de comunicación, se empieza a romper ese cuadro.
—La
Conferencia dedicará un momento especial a los jóvenes, nacionales y
extranjeros. Si tuviera que extenderles un mensaje, ¿qué ideas, qué valores del
ideario martiano les transmitiría?
La
juventud siempre está por conquistar, esa generación comprometida no es otra
cosa que la vanguardia, la punta de la flecha y, por tanto, le toca a ella, en
el vuelo, arrastrar el vástago y guiarse por el timón de las plumas.
Pero la
juventud, aún la organizada, es solo la vanguardia, nunca una organización de
masas.
—¿Cómo
transmitir, entonces, a esa multitud el sentimiento?, ¿cómo arrastrarla?, ¿cómo
superar la decepción, el comercialismo, la invasión de la propaganda de otras
formas de vida, sin explicarles cuál es el precio que hay que pagar por ellas?,
¿hasta qué punto nuestro discurso a veces resulta repetitivo, aburrido e
insufrible para los jóvenes?
Por eso
existe la necesidad de un cambio de mentalidad y de renovación, sin temor
alguno, porque la Revolución ha sido lo suficientemente poderosa como para
resistir todo a cuanto se ha enfrentado.
Hoy
existen condiciones internacionales en América Latina que son más favorables,
casi mucho más que en ningún otro momento. Ahí están los pueblos buscando cada
uno su sendero y mientras más original sea, mejor.
—¿Y qué
opina usted del aprendizaje que hace hoy la juventud cubana del ideario
martiano?
Entre
las cosas en las que se debe profundizar y debemos cambiar está el trabajo en
la escuela, a todos sus niveles.
Mientras
más se acerque a nuestros jóvenes a Enrique José Varona, a José de la Luz y
Caballero, al padre Félix Varela, estaremos más próximos al camino verdadero.
Ellos fueron puntos de partida, los asideros morales de Martí.
Es
importante, también, tener clara la idea de que el maestro no suple a la
familia, esa célula que hoy todavía tiene muchos problemas de disgregación y de
autoridad para educar en la casa, lo cual se refleja en las manifestaciones de
grupos gregarios y las llamadas tribus urbanas.
Fenómenos
que no me asustan, porque ese es un mundo a conquistar más que a condenar. Es
más fácil quemar que educar. Yo siempre insisto en que no debemos dejar de
hablar, de enseñar y de sumar.
Igualmente,
de parte de los jóvenes tiene que haber un interés por el saber y la búsqueda
constante de la verdad. No se pueden conformar con lo que oyeron o les
contaron, tienen que investigar y leer.
Por eso
digo: un Martí fragmentado no. Vamos a descubrir al patriota, al amigo, al
orador político, al hombre de amores, al hijo doloroso, quien a pesar de todas las
incomprensiones logró conquistar a su padre, hombre rudo con el que supo
establecer, sin embargo, una comunicación tal que lo llevó a escribir: "Mi
padre ha muerto y con él, parte de mi vida".
Hay que
leer, revisar su epistolario, como el que dedicó a su madre que siempre fue
sufrimiento y dolor, y a quien redactó la carta más bella que nunca se
escribió: "Hoy 25 de marzo, en vísperas de un largo viaje, estoy pensado
en usted"¼
Fue
Martí, además, padre espiritual de muchos. Ahí están los mensajes a su hijo, a
la niña María Mantilla. Estudiemos su obra toda y hagámoslo sin prejuicios, sin
olvidar nunca que él, como nosotros, fue un hombre, un ser humano sujeto a
error, a equivocaciones, y que hizo malas elecciones. Pero hay que indagar,
para ver que en esa búsqueda de su humanidad está la verdadera grandeza de
Martí.
Creo
que los jóvenes tienen esa posibilidad. Nosotros hemos tenido la fortuna de
conservar siempre en la intelectualidad cubana verdaderos martianos,
extraordinarios, como Cintio Vitier, un gran maestro de generaciones y quien, a
diferencia de muchos, mientras se hizo más maduro, más viejo, fue más radical y
revolucionario.
Para mi
generación, que estaba desprovista de toda oportunidad de alcanzar grandes
objetivos, no existía el camino expedito, pocos llegaban a ser algo y si lo
lograban era con mucho trabajo e infinitos esfuerzos. Fue la Revolución la que
abrió todas las posibilidades y entre ellas el don inefable de la cultura.
No
olvidemos la idea de Fidel cuando dijo algo que es una gran verdad: "las
revoluciones solo son hijas de la cultura y de las ideas". Si no hay
cultura no hay nada que hacer.
Y sin
que caiga yo en el hábito mezquino y viejeril de empezar a decir que los
jóvenes de hoy están perdidos o no les interesa nada, sí noto que falta más por
hacer y una mejor propaganda.
Se
necesita que el liderazgo de la vanguardia aliente a los demás a la altura, a
los conciertos, a la comunicación, a la meditación, dentro de una sociedad
plural que es, hoy, menos hermética y donde tienen cabida todos los matices del
ser, de la opción y del género.
Fragmentos
de la entrevista realizada por la AIN
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