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sábado, mayo 28, 2011

LA MACORINA

Por Josefina Ortega (La Jiribilla)

Es de imaginar la pasión desbordante que provocó en los hombres aquella mujer de impresionante belleza que, en La Habana de los inicios del siglo XX, se paseaba arrogante en un auto descapotable de color rojo, por Prado y Malecón, con la bufanda al cuello batida por el viento.

Y ya en el ocaso, perdidas su gracia y seducción, quien fuera “la hembra más celebrada de toda la ciudad”, no dudó en confesar a la prensa, con orgullo mal disimulado: “más de una docena de hombres permanecían rendidos a mis pies, anegados de dinero, y suplicantes de amor”.

Fue un verdadero escándalo en los años 20.

EL PRIMERO Y ÚNICO AMOR

Personaje de leyenda, La Macorina nació en 1892 en el poblado de Guanajay, entonces provincia de Pinar del Río.

Su verdadero nombre era María Constancia Caraza Valdés.

De ella son estos recuerdos:

“La primavera en el campo embriaga. Yo tenía 15 años y la sentía en la piel, en los ojos, en el alma. La primavera me empujó a escapar de casa con un hombre que prometió amarme por siempre.

“Mis padres intentaron que regresara, pero seguí en La Habana con mi primer y único amor, aquel que recordaré hasta mi muerte.

“Él apenas podía garantizar nuestra seguridad económica. Un día apareció una mujer que dijo saber la forma en que podíamos vivir lujosamente. Yo accedí y con ese tremendo error comenzó una etapa de mi vida…”

Ya para entonces vivía en la calle Galiano, cerca del Malecón, y se hacía llamar María Calvo Nodarse.


PONME LA MANO AQUÍ

Con su rotunda hermosura y su atrevido peinado corto se exhibía por las calles habaneras, acaparando las miradas lujuriosas de los caballeros y el rumor escandalizado de las damas.

Dueña de unos maravillosos ojos, de una gran personalidad y simpatía, sobresalía también por su elegancia en el vestir y su hablar refinado.

Dicen que frecuentaba lo más selecto de la sociedad habanera.

Le llamaban La Macorina.

Sobre el origen del mote, ella misma aclaró: “En La Habana había una popular cupletista a quien llamaban La Fornarina. Una noche me paseaba por una de las calles más populares de la ciudad (la Acera del Louvre), cuando un borrachín, confundiéndome con ella y pensando que su nombre era Macorina, comenzó a llamarme a grandes voces. La gente celebró el suceso con risotadas y a partir de ese momento me endilgó ese nombre”.

Después vendría el famoso danzón con su atrevido estribillo: “Ponme la mano aquí Macorina pon, pon Macorina, pon”.

ACOMPAÑADA DE LA SOLEDAD

Su historia comenzó cuando un político la atropelló con su auto y le dejó una leve cojera por el resto de su existencia. Para recompensarla de la lesión, le obsequió un lujoso automóvil, y ella asumió el reto.

Fue la primera mujer que manejó un automóvil en Cuba y obtuvo la primera licencia de conducción entregada por el Municipio de La Habana.

Y como a ella le sobraban los amantes, acaudalados y espléndidos negociantes y políticos, entre ellos el ex presidente, José Miguel Gómez, ―quien se bañaba pero también salpicaba―, se hizo de nuevos carros cada vez más costosos, de lujosas casas, caballos, pieles, joyas y viajes al extranjero…

Mas la fortuna no siempre le sonreiría. 

La crisis económica de los años 30 terminó con tanta opulencia.

Los amigos y clientes la fueron abandonando y una no muy joven Macorina tuvo que vender hasta la última de sus propiedades.

Algunos la recuerdan regenteando un burdel en la calle Príncipe. Al final, se instaló en una humilde casa de huéspedes de Centro Habana.

“Hoy no tengo ilusiones, pero sí paz. Vivo acompañada de la soledad”, declaró a la revista Bohemia, en 1958, a los 66 años, casi en la miseria.

Murió en La Habana en 1977.

De ella queda un lienzo de Cundo Bermúdez, una muñecona en las Charangas de Bejucal, una escudería de autos antiguos con su nombre y el famoso danzón con su atrevido estribillo: “Ponme la mano aquí Macorina pon, pon Macorina, pon”.         


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