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lunes, diciembre 13, 2010

JUANITO ESPINOSA, EL PIANISTA QUE NO ELUDE NADA

Por Olga Lidia Pérez (Habana en Línea)

Era el año 1975 y en el periódico mexicano El Redondel, el destacado crítico musical Kurt Helmann Wilhem expresaba: “Juan Espinosa es un pianista que por momentos se oye como si fuese a cuatro manos y llega al virtuosismo pues cuando acompaña continúa tocando de memoria y en la misma forma”. Han transcurrido desde entonces treinta y cinco años pero Juanito Espinosa, como se le conoce, continúa tocando como si lo hiciera con cuatro manos y siempre de memoria.

Músico conocedor y apasionado por la entrega, por su utilidad como ser humano y como profesional, Juanito Espinosa es además pianista concertista y acompañante, repertorista experto y reconocido, profesor exigente, repentista nato y sobre todo, un cubano locuaz, sencillo, presto a la ayuda y a la conversación enjundiosa, que nació el 5 de octubre de 1939, en Guanajay, una localidad que antes perteneció a Pinar del Río y que hoy forma parte de la geografía habanera...

—Yo me sigo sintiendo pinareño, pero bueno, si ahora soy además habanero, mejor. A Guanajay le llamaban la “Atenas de Occidente” por su tradición cultural. Tenía varias sociedades donde se daban veladas culturales, historiadores, literatos, teatros…, incluso llegó a tener tres teatros. Y en ellos, desde el año veinte del siglo XX, se estrenaron sainetes líricos, zarzuelas cubanas, actuaban compañías de teatristas ambulantes…, es decir que había un marcado auge de la cultura.

—¿Y de ahí bebió y se nutrió usted? ¿Cómo llegó al piano?

—Bueno, creo que el piano llegó a mí. Desde muy chiquito iba por todas las vitrolas del pueblo a oír música. Y empecé a estudiarla muy temprano, y como tuve en parte la ventaja de que en mi familia -en mi casa, en mi intimidad-, no había músicos, siempre manejé mis estudios, y los terminé a los once años, en el Conservatorio Hubert de Blanck. A esa edad, ya había pasado por Juan Sebastián Bach, Schumann, Schuberth, Liszt, Chopin…, ¡todos los clásicos que se usan en la enseñanza del piano!, pero también acompañaba tangos desde los nueve años, leía mucho a primera vista, y además memorizaba. En ese momento se inauguró un cabaret en la esquina de mi casa y me convertí en su pianista. Los artistas de La Habana llegaban los sábados y nos poníamos de acuerdo. Por ejemplo, venía una bailarina española y yo le preguntaba qué iba a hacer, si una gitanería o una malagueña, cuántos compases de esto, cuánto de lo otro; al cantante lírico, si iba a hacer una canzonetta napolitana o una canción lírica de Lecuona…, y preparaba “el menú” -¡todavía con la edad que tengo sigo preparándolo! Todo lo anotaba con letra cursiva, nada de música, y tocaba desde las once de la noche hasta las tres de la mañana, porque en el año cincuenta el sonido era únicamente un micrófono de pie y un piano de esos, tipo escaparate, muy grande. No había más. Y mientras duraron esos shows de cabaret, sábados y domingos, yo estuve tocando.

—¿Y qué edad tenía entonces?

—Todavía once años. Después vine para La Habana para estudiar historia de la música, apreciación, metodología, armonía, contrapunto, fuga…, en una beca en el Conservatorio Internacional, y a los trece años me gradué en el auditorio con todo el alumnado de la graduación. Luego hice una especie de postgrado con la Sinfónica de La Habana donde toqué mucha música de cámara. Sin embargo, enmarco el principio de mi carrera artística en 1960 cuando empecé con las gloriosas brigadas de arte combativa de la CTC, un acontecimiento cultural tremendo porque era de pueblo a pueblo, con profesionales y aficionados juntos, actuando en todas partes sin ningún tipo de jerarquía. Y trabajábamos todos los días, a cualquier hora, en cualquier parte y bajo cualquier condición. Y lo mismo me ponía un frac antiguo y me subía en una carroza con un piano, que íbamos a un cañaveral, que tocábamos en el antiguo Amadeo Roldán. Podía hacer cualquier cosa, porque tenía la ventaja de estar acostumbrado a trabajar al momento. El repentismo siempre me persiguió y me sigue persiguiendo. En ese momento a mí no me conocía nadie, pero iba a todos lados, y las personas se figuraban que yo les estaba haciendo un gran favor porque ayudaba a todo el mundo. Y sí, es verdad, pero también todo el mundo me estaba ayudando a mí, que de ese ambiente no conocía nada. ¡Figúrate, yo laboraba en una empresa petrolera del ICP!

—Pero más que el repentismo, lo ha perseguido y le ha atrapado una memoria excepcional…

—Bueno, eso es parte de la maquinaria. Mira, leía mucho a primera vista, y como trabajaba tanto y tenía que repetir muchas veces las cosas, creé entonces mi sistema para memorizar -sistema que todavía utilizo-, así como uso una especie de taquigrafía musical donde pongo las notas por el nombre, con letra cursiva, no por pentagrama, y cuando las veo, sé dónde van y sé lo que dicen. Pero las personas, claro, no entienden nada, aunque todo el mundo aprovecha eso que hago. Siempre lo hice para dar servicio y parece que ha tenido el fruto que debe tener el trabajo, pues me veo recompensado porque puedo ser útil constantemente. Y ya te digo, en la medida que soy útil, las personas me son útiles también porque aprendo de ellas, tengo repertorios distintos, y soy un individuo muy feliz, pues para mí lo más importante que hay en el mundo después del amor, es el trabajo.

—¿Y el piano, que lugar ocupa el piano?

—El centro de mi trabajo, a tal extremo que mira que en el Lírico -mi perfil fundamental siempre fue el canto lírico, soy fundador del Teatro Lírico-, me han embullado, y hasta me han dejado solo con una orquesta y la batuta, y la he dirigido, pero nunca me interesó la orquesta para nada. Y comprendo muchísimo a Ernesto Lecuona, que ha sido el músico más importante de este país, cuando decía “en mi pianito, déjenme con mi pianito”, y le mandaba sus obras a otros arreglistas y compositores para que se las orquestaran. Porque con el piano se pueden hacer maravillas, tiene muchas posibilidades y reduce todas las orquestas.

—Y volviendo al prodigio de su memoria, Juanito. ¿Cuántas piezas aproximadamente cree conocer de memoria?

—Me lo han preguntado muchas veces pero no me atrevo a responder, porque me ocurren dos cosas: hay muchas que me sé que nunca he tocado, y también que puedo tocar una que me acaben de dar. Entonces a ciencia cierta, no sé. Porque, ¿sabes?, es mucho, mucho, lo que yo trabajo. Hay días en que tengo que tocar teatro musical, después un popurrí de tangos, danzones, Chopin, música sacra…

—¿Y qué le apasiona más?

—Oírme. A veces me desangro para que el corazón de esa persona que me está escuchando vibre con lo que estoy tocando. A mí me gusta mucho la humanidad, déjame empezar por ahí. El piano es el centro de mi trabajo, pero para la gente. Y cuando uno se lo dedica a los demás, los demás lo perciben. Esa es la razón que tiene el arte social, un privilegio, por ejemplo, que no disfruta la pintura, porque el pintor hace su obra y luego las personas la ven, pero nosotros los músicos sí somos privilegiados en ese aspecto, hacemos un arte vivo. Y así como cuando nos equivocamos cualquiera se puede dar cuenta, si salimos como un regalo, es muy difícil que alguien depare en esa equivocación, porque están recibiendo continuamente cariño, y cuando la persona recibe amor, eso puede con todo lo demás.

—Usted va con igual pasión por la música llamada popular, como por la también llamada música culta. Trabaja en el Teatro Lírico y acompaña a sus más renombradas figuras. Si tuviera que escoger entre una y otra vertiente musical, ¿podría?

—No. Vivo muy feliz porque estoy haciendo ahora, a los 71 años, lo mismo que hice desde que abrí los ojos al mundo: hacerlo todo, y en aquellos años de infancia, por supuesto, sin la conciencia que uno va adquiriendo a medida que crece, pero con el mismo afán e interés.

—¿Y qué le sería imprescindible?

—Seguir haciendo lo que estoy haciendo: todo. Incluso he tenido oportunidades de aceptar contratos bastante importantes, pero de un solo género, y los he rechazado, porque en música no quiero tener apellido. Y cuando alguien me dice, “tú eres es un acompañante”, sí, le respondo, pero soy pianista, pianista sin el apellido. Además, me gusta mucho acompañar, porque creo que tengo doble responsabilidad, y a mí la palabra responsabilidad me sirve de un acicate tremendo. Que el rigor y la responsabilidad son para amar, no para temer. Uno no puede cogerle miedo a una obra. No. ¡Qué venga la obra, vamos a enfrentarla a ver qué pasa! Ninguna obra se come a nadie, uno es quien tiene intentar comerse a la obra.

—¿Ha compuesto, profesor?

—Me paso la vida componiendo. Pero mi caligrafía es muy mala y a mí no me gusta escribir, y por otro lado, me pongo a ver tanta divina cosa que yo nunca hubiera compuesto, que tengo el temor de caer en ese hueco y enamorarme de lo que hago. En definitiva, he tenido la oportunidad de escuchar tan buena música, disfrutarla música y poder tocarla, que a lo mejor me he despreciado, pero no me embulla componer. Ahora bien, cuando veo algo que no está consagrado por un nombre -Schuberth, Schumann, Lecuona, Gershwin-, y siento que está flojito, como decimos nosotros, lo recreo, lo “ayudo”. Claro, nunca me atrevería a coger una sonata de Chopin o algo de Schumann y modificarlo. No. Eso son cosas consagradas. Pero a veces uno se encuentra algo bastante ligerito, ¿y por qué no enriquecerlo, con todo el respeto, sin que pierda su forma original? Eso sí, cuando se canta “Pensamiento” o se toca “Pensamiento”, hay que tocarlo y cantarlo como Teofilito, antes, ahora y después. Lo otro no es ético y no lo hago. Pero si es una pieza que no está avalada por gusto histórico, bueno, si la puedo ayudar, la ayudo. Y ahí me baso para decir que me paso la vida componiendo.

—Pero no se ha limitado a su labor con el Lírico o a acompañar a incontables cantantes. Juanito Espinosa también ha estado vinculado al Ballet Nacional. Incluso trabajó con Alicia…

—Un privilegio. Alicia y Fernando no solamente son mentores y artistas, sino que han creado el profesionalismo en todas las generaciones que han formado. Han creado conceptos en el mundo de la danza. Y sí, estuve cinco años acompañando al Ballet en concursos internacionales y eso ocupó una parte importante de mi vida, incluso obtuve un premio en Japón acompañándolo, gracias a que como no me aprendía las cosas de memoria, eso facilitaba muchísimo el trabajo, no solo el mío sino el de los bailarines, pues miraba la pareja mientras tocaba y podía ayudar, porque mi piano los estaba respaldando continuamente. Si usted tiene un foquito, tiene una partitura delante, tiene a alguien que le pase la hoja, todo eso es entretenimiento que interrumpe la verdadera función. ¿Cuál es la verdadera función? Tocar para que los bailarines bailen. Eso se detectó en Japón y cuando estaban dando los premios, a mí me tocó uno.

—Acaba de hacer referencia al magisterio de Alicia y Fernando. Usted es también profesor. ¿Qué significa para Juanito enseñar y qué le gusta enseñar?

—Quiero tanto la enseñanza como al público, pero me gusta trabajar con cantantes. En ocasiones he tenido que enseñar piano, pero solo para dar un tipo de aprendizaje que sé que le hace falta a esa persona, no para ser solista en el piano, sino para acompañarse.

—Si tuviera que definirlo diría que usted es un cubano rellollo. Ha trabajado y trabaja con grandes personalidades del arte, de la cultura en general, disfruta de su amistad y también de su admiración, se mueve en el mundo de la “alta cultura”, al decir de algunos. Sin embargo, Juanito es un cubano de a pie –no solo “de a pie” porque a pie anda de verdad-, es el vecino franco y conversador, el de todos los días en la bodega, en el barrio. Siempre es Juanito Espinosa. No importa que traje tenga puesto, si tiene el frac o si está caminando por su cuadra. Es Juanito Espinosa…

—Gracias. Yo sé que hay distintos colores en la forma de actuar y que a veces otros colores dan resultado, pero prefiero ser como soy porque siempre soy muy feliz, y cuando me dicen –como ahora- que siempre soy igual, me lleno de orgullo, la verdad. No lo voy a negar. Porque para mí el Juanito que va a la bodega es el mismo Juanito que se sienta en el Amadeo Roldán, lo único que allí, claro, tengo otras funciones y otro vestuario. El otro día me dijo una muchacha en mi cuadra, que me conoce hace mucho tiempo: “Tú eres Juan con todo y Juan sin nada”. Si me lo dijo por malo, no lo sé, pero yo lo tomé por lo bueno y me dio una satisfacción tremenda, porque sentí que me estaba diciendo “tú lo mismo sales con un frac, que vienes a la bodega con unas chancletas…”. Yo no tengo perjuicio, porque creo que una de las cosas grandes que tenemos los cubanos es el sentido de la sencillez para vivir. Por naturaleza somos espontáneos con los demás, y yo dentro de los espontáneos, soy bastante espontáneo. Pero sobre todo, créame una cosa: he estado viajando desde el año 1967 y me encantan todos los países que he visitado, la he pasado muy bien y me he sentido muy bien, pero nunca hubiera podido abandonar mi país. Nunca. Jamás me pasó por la mente. Y tuve la suerte de que a mi familia tampoco. Así que cuando dices cubano rellollo, es porque me siento cubano por los cuatro costados. Me encantan nuestras costumbres. ¡Hasta la de llegar tarde!

—Si le dijera ahora, escoja el lugar ideal, el contexto ideal, para hacer lo que más le gusta, que es tocar el piano, ¿cómo usted describiría ese lugar y qué tocaría?

—Me gustaría que ese lugar fuera un simple escenario, con un piano puesto para tocar solo o para acompañar, pero que todo lo que fuera a ocurrir allí yo no lo supiera. Porque me he pasado la vida en esa sorpresa, y como he tenido la suerte de que los demás confíen mucho en mí y me pidan de ahora para ahorita cualquier cosa -“mira, ahora no voy a cantar esto, voy a poner lo otro” o “¡ay, si tú hicieras un collage sobre Rachmaninof!”-, y yo nunca he dicho no, pues he estado acostumbrado toda mi vida a las sorpresas. Entonces salgo con una confianza tremenda. No eludo nada.

Y una última cosa. Cuando llego a un lugar donde hay un piano que tiene una afinación media, -porque todo es de acuerdo al lugar donde esté-, siempre voy a tratar de que con ese piano el público salga complacido. Si el piano reúne todas las condiciones, me alegro, porque entonces puedo dar un servicio más completo. Pero nunca voy a dejar de dar el servicio porque me encuentre que el piano no es el óptimo. No, eso no, eso conmigo no va a pasar nunca

1 comentarios:

Anónimo dijo...

Juanito Espinosa se merecía esta entrevista. Felicidades.