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martes, octubre 12, 2010

¡ME DEBES UNA, CHINO MA!

Por Isidro Estrada (para Desde Cuba)

Se nos acaba de ir el chino Ma. Angel Ma Argudín se ha plegado a esa mala costumbre humana de morirse, en su caso con el agravante de hacerlo a destiempo, cuando le quedaba tanto por decir. En Pekín, la capital de la China que tanto amó, enciendo un palillo de incienso y pido por su memoria. Por que su recuerdo no se desvanezca como este sahumerio.

Para muchos cubanos, el nombre del chino Ma será por siempre sinónimo de Prismas, aquel espacio televisivo que en los años 80, una vez por semana y a punto de cerrar el día, recolocaba al género documental en el pedestal que siempre mereció, tanto la producción cubana, como mucho de lo que por entonces se hacía en otras latitudes. El chino se anotó un tanto, proponiéndonos aquella bocanada de aire fresco en medio de los espasmos de anquilosamiento tan frecuentes en nuestra pequeña pantalla.

Muchas veces agradecí irme a la cama llevando como últimas imágenes en la pupila las de aquellos cortos con los que Ma nos ayudaba a descubrir el mundo. Y a ser mejores. Así comencé a admirarlo.

Quizás por eso, cuando por accidente nos conocimos personalmente, compartiendo un sofá en la oficina cultural de la Embajada de China en La Habana, me costó aceptar que era él. Pero como buenos cubanos, a los pocos minutos ya estábamos atados a la conversación, con aires de vecinos de toda la vida.

Desde aquel encuentro comencé a entender que Angel Ma, además de talentoso realizador y crítico del medio audiovisual, era un caballero. Me lo insinuaron sus ademanes y hablar pausados, lógica herencia de su raíz asiática, y me lo ratificaron subsiguientes intercambios. Como en la ocasión en que con juicio tajante, pero sin herir, me dijo que a mi intento de documental sobre música latina en China había que darle tijera, “porque tienes muchos finales”. Luego coincidimos en varias ocasiones, casi siempre cuando él se enrolaba en sus proyectos de preservación fílmica sobre la memoria china en Cuba, cargando con su habitual modestia y una videocámara Sony de épocas prediluvianas.

Nada le detenía en sus empeños, ni las habituales dificultades materiales ni la desidia de cierta gente. Por aquellos días había sufrido un accidente cerebrovascular que le mantuvo largos días en el hospital Calixto García – aparente preludio del que luego se lo llevó definitivamente. Y me confesaba con amargura que en todo aquel trance nadie de la TV se había acordado de él. Mala consejera que es la memoria ¿no?

La última vez que lo vi, a mediados de 2007, nos sentamos frente a Coppelia a sorber Bucaneros y sueños de hacer algo en conjunto, persiguiendo nuestro interés compartido por China, donde él había filmado “La primavera del Dragón”, y a donde me vine poco después, detrás de un contrato de trabajo. Le perdí la pista.

Acabo de saber que meses después se radicó en Miami y allí abrió una escuela de energía curativa reiki, esa terapia oriental con visos de religión que hoy tiene tantos seguidores.

No sé cuán exitoso haya sido el chino Ma aplicando sus manos para salvar las almas, pero si las utilizó con la misma destreza con que diseñó Prismas, apuesto a que habrá dejado tantos pacientes recuperados como televidentes agradecidos tuvo.

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