CAMPANADAS CENTENARIAS
Por Reinaldo Fuentes Rodríguez (El Habanero)
Fotos: Antonio Hernández Mena
La vida en la ciudad de Guanajay no sería completa, si le faltara su reloj de péndulo. Por más de 160 años, la gente de esa comarca ha escuchado sus cotidianas campanadas en casa, el trabajo, mientras desanda las calles de la ciudad e incluso en lugares bien distantes de esta.
Y mire si tiene años que fue situado a principios del 1857 en lo más alto de la Parroquia de San Hilarión Abad, fundada en 1688. Infinitas vueltas han dado desde entonces el horario y minutero de tan preciada máquina del tiempo.
Esos artefactos comenzaron a instalarse en el siglo XIII, precisamente en las torres de iglesias y castillos, por ser esas las construcciones más altas de la época. Entre los primeros estuvo el que se colocó en la torre de París en 1370. Pero no fue hasta el siglo XV que tuvieron uso doméstico.
En los relojes de péndulo la fuerza motriz se debe a la acción de gravedad que actúa sobre una masa suspendida de una cuerda enrollada alrededor de un cilindro, que transmite el movimiento al piñón que mueve la rueda y hace girar las manecillas.
El de Guanajay se debe a la iniciativa del Doctor Ambrosio de la Caridad Fausto y Noda, destacado farmacéutico nacido en ese pueblo habanero, del que se trasladó hacia Matanzas, donde vivió hasta el resto de sus días.
A BUENA ALTURA
Fotos: Antonio Hernández Mena
La vida en la ciudad de Guanajay no sería completa, si le faltara su reloj de péndulo. Por más de 160 años, la gente de esa comarca ha escuchado sus cotidianas campanadas en casa, el trabajo, mientras desanda las calles de la ciudad e incluso en lugares bien distantes de esta.
Y mire si tiene años que fue situado a principios del 1857 en lo más alto de la Parroquia de San Hilarión Abad, fundada en 1688. Infinitas vueltas han dado desde entonces el horario y minutero de tan preciada máquina del tiempo.
Esos artefactos comenzaron a instalarse en el siglo XIII, precisamente en las torres de iglesias y castillos, por ser esas las construcciones más altas de la época. Entre los primeros estuvo el que se colocó en la torre de París en 1370. Pero no fue hasta el siglo XV que tuvieron uso doméstico.
En los relojes de péndulo la fuerza motriz se debe a la acción de gravedad que actúa sobre una masa suspendida de una cuerda enrollada alrededor de un cilindro, que transmite el movimiento al piñón que mueve la rueda y hace girar las manecillas.
El de Guanajay se debe a la iniciativa del Doctor Ambrosio de la Caridad Fausto y Noda, destacado farmacéutico nacido en ese pueblo habanero, del que se trasladó hacia Matanzas, donde vivió hasta el resto de sus días.
A BUENA ALTURA
Según Ismael Puigvert Valdés, sacristán de la parroquia guanajayense, la vieja máquina está a unos 25 metros de altura y da las campanadas de una forma muy peculiar.
"Supongamos que se aproximan las nueve de la mañana. El reloj comienza a dar ese número de campanadas dos minutos antes. Un minuto después de las en punto, las repite y a las nueve y media da una sola campanada. Así sucede a las 10, 11 o cualquier otra hora del día y la noche.
Inconcebiblemente la torre y los techos originales de la parroquia fueron derrumbados en 1955, para hacer otra más moderna en su lugar, en detrimento del patrimonio histórico. Por eso fue necesario desmontar el reloj y guardarlo hasta la terminación de la obra. "Hubo que desarmarlo –cuenta Ismael-. Durante más de siete años duró la construcción y obligó a una labor muy esmerada y meticulosa para rehacerlo".
Recalcó que su funcionamiento se debe a la preocupación de los propios pobladores. "A pesar de los años y no haberse contado nunca con alguien especializado en este tipo de reloj antiguo, hubo quienes aprendieron el mecanismo para repararlo cuando hiciera falta, darle cuerda y mantenimiento. Esos conocimientos luego se transmitieron a hijos, nietos y otras personas a lo largo del tiempo".
LOS AMIGOS DEL RELOJ
Entre los más entusiastas cuidadores del reloj de péndulo de Guanajay estuvieron Narciso Sánchez García y Jesús Llera. También Antonio García y Sergio Portales, quien enseñó a su hijo Cristian. Este último confesó que se hizo mecánico por afición. "Nunca estudié el oficio de relojero, pero de muchacho iba al campanario con mi papá y Armando de Armas, ya fallecido, a quienes veía trabajar en el reloj".
Precisamente Cristian y José Quintero Pérez son los que se ocupan del mecanismo actualmente.
Según Pepe, como lo llaman familiarmente, le da cuerda dos veces a la semana. "Eso, los mantenimientos y arreglos los hacemos en las horas libres. Es algo indispensable para que funcione bien y pueda dar sus 334 campanadas diarias. Las piezas se recuperan y algunas se hacen".
Por cierto que el día de nuestra visita Pepe nos informó acerca de un desajuste en la campana, por lo cual no estaba sonando. Eso había preocupado a los pueblerinos, acostumbrados a escucharla a toda hora.
"Yo traigo un reloj muy preciso –acotó- con el que vengo cinco minutos antes de una hora exacta y sincronizo el mecanismo. Siempre me fijo en el pequeño reloj acoplado a la máquina, que sirve de guía pues desde adentro no es posible ver la esfera exterior".
Los distintos ayuntamientos que gobernaron Guanajay pagaban seis pesos a los sacristanes, encargados entonces de los mantenimientos y las reparaciones. Así ocurrió hasta principios de los años 40 del pasado siglo, en que dejó de hacerse.
Sin embargo, eso no impidió que se le dejara de dar al reloj de péndulo de Guanajay el cuidado necesario, para que siguiera señalando la hora con sus legendarias campanadas.
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