JOSE MARIA HEREDIA: EL PRIMERO DE NUESTROS POETAS UNIVERSALES
A partir de sus versos se reconocieron como símbolos de la nacionalidad cubana la estrella solitaria y la palma real
Por Pedro Antonio García (Bohemia)
Muchos de los que se acercan a la personalidad de José María Heredia (1803-1839), al estudio de su vida y de su obra, se asombran de su cubanía, de su vehemente identidad con esta tierra a la que tantas veces denominó su Patria. Debemos recordar que en esta Isla solo vivió seis de sus poco más de 35 años de existencia y que sus padres eran dominicanos, incluso su progenitor oficiaba como funcionario colonial. En su época, Cuba, muy lejos aún de constituir una nación, era solo una noción geográfica en la que apenas existían los cubanos, superados numéricamente en abrumadora mayoría por la suma de peninsulares y esclavos africanos.
¿Por qué —se preguntan algunos de sus biógrafos— Heredia decidió ser cubano, se sintió cubano, vivió como cubano, si también pudo haber sido dominicano, como sus padres, o mexicano, dado que residió por más de 16 años en la tierra del cura Hidalgo? Recordemos, entonces, una vez más, a Fernando Ortiz, cuando nos alertaba de que la cubanía es, ante todo, sentimiento, identidad, sentido de pertenencia. Cubano, concluía genialmente don Fernando, es la voluntad de serlo. Y en el caso de Heredia, a partir de esa voluntad que él deja traslucir en sus poemas, estampa símbolos raigales de nuestra nacionalidad, en los que reafirmarán su identidad sucesivas generaciones de patriotas.
PEQUEÑA BIOGRAFÍA
José María Heredia y Heredia nació el 31 de diciembre de 1803 en Santiago de Cuba. Era el primogénito del matrimonio del doctor José Francisco Heredia y Mieses con su prima, Mercedes Heredia y Campuzano, ambos naturales de Santo Domingo, hoy República Dominicana.
Según sus biógrafos, viajó mucho con sus padres en la niñez y adolescencia: Santo Domingo; Florida, entonces posesión española; Venezuela. Regresó a Cuba en diciembre de 1817.
Matriculó el primero y segundo años de Leyes en la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo, en La Habana. En abril de 1819, marchó junto con sus padres hacia Veracruz y reinició sus estudios de Leyes en la Universidad de México (junio 21 de ese año).
Al fallecer su padre (finales de octubre de 1820) y sin medios de fortuna, abandonó México con su madre y hermanas, rumbo a Cuba. En la Universidad de La Habana obtuvo, el 12 de abril de 1821, el título de Bachiller en Leyes. Aseveran algunos historiadores que fundó la revista Biblioteca de Damas, de la cual solo aparecieron cinco números.
Se recibió de abogado en la Audiencia de Puerto Príncipe, hoy Camagüey, el 9 de junio de 1823. Cinco meses después tuvo que abandonar la Isla por estar involucrado en la Conspiración de los Rayos y Soles de Bolívar. Aquí se manifiesta uno de esos rasgos inexplicables de la personalidad de Heredia: antes de partir a Norteamérica para evitar la prisión, envía una carta a las autoridades coloniales en la que renegaba del movimiento independentista y se declaraba desligado de él.
Vivió de diciembre de 1823 hasta agosto de 1825 en los Estados Unidos. Durante ese período, publicó en Nueva York (junio de 1825) su primer volumen de Poesías en la que incluye su poema “Niágara”.
En México se involucró en la política del país. Ese sería su desencanto de la América independizada de España, al topar con la politiquería, las intrigas partidistas, la corrupción; situación muy similar a la que atravesaban casi todas las ex colonias hispanas.
Publicó Lecciones de historia universal (1831-1832) en la patria de Hidalgo, donde también vio la luz la segunda edición de sus Poesías (1832). Ya en ese volumen, además de “Niágara”, incluyó “La estrella de Cuba”, “A Emilia”, “Himno del desterrado”, “A Bolívar” y “En el Teocalli de Cholula”, los poemas que le otorgaron la inmortalidad.
En 1836, volvió a dar Heredia otro giro sorprendente cuando, en plena contradicción con su poesía patriótica, envía una segunda carta a las autoridades españolas, renegando de su pasado independentista para que le dejaran visitar la Isla.
Su estancia en Cuba le reportó momentos desagradables, pues muchos de sus antiguos amigos le repudiaron o no quisieron verle. Volvió a México a finales de enero de 1837. A mediados de este año, lo cesantearon como magistrado. Trabajó como redactor de un periódico. Su salud comenzó a quebrantarse, como lo admitiría en la correspondencia con su madre (octubre y noviembre de 1838).
Los médicos se declararon incapaces para combatir el mal que lo corroía. Como el poeta clamaba en su último soneto, lo que le faltaba era “el grato sol de la esperanza mía”.
IMPRONTA
Antes que Heredia hubo quienes cultivaron el verso con cierta fortuna, pero ninguno de ellos alcanzó el aliento y la trascendencia del Cantor del Niágara, considerado una de las figuras más significativas de la lírica en lengua española de su época, más allá de nuestras fronteras. No por gusto Lezama Lima le consideraba “el primero de nuestros poetas universales, se movió en todo el ámbito del idioma”. Mucho antes que el autor de Paradiso, José Martí lo había llamado “el primer poeta de América”.
Al igual que el presbítero Félix Varela, y José Antonio Aponte en su frustrada insurrección de 1811, Heredia quiso forjar una Cuba libre y soberana cuando apenas existían los cubanos. O al menos, cuando eran una minoría. Varela sí comprendió su misión: crear conciencia, enseñar a los nacidos aquí a pensar primero en la Patria. O como dijo a un discípulo, usando una deliciosa metáfora: él había iniciado el desbroce de la intrincada selva del colonialismo “y como no tengo machete y además el hábito de manipularlo, desearía que los que tienen ambos emprendieran de nuevo el trabajo”.
Heredia también cumplió esa misión sin comprenderlo y esa falta de comprensión le llevó a depresiones estériles, a desilusiones que desembocaron en claudicaciones y veleidades. Su tarea fue contribuir al surgimiento de la nacionalidad cubana, al fundar la auténtica cubanía de nuestra poesía y fijar dos símbolos raigales de nuestra nacionalidad: la estrella solitaria y la palma real.
En uno de sus poemas antológicos proclamaba: Al sonar nuestra voz elocuente/ todo el pueblo en furor se abrasaba,/ y la estrella de Cuba se alzaba/ más ardiente y serena que el sol. Concepto que reiterará en “Vuelta al Sur”, cuando al cantar a su “Lira fiel, compañera querida”, le convocaría: (…) en la lid generosa/ tronarás con acento sublime,/ cuando Cuba sus hijos reanime/ y su estrella miremos brillar.
Debemos aclarar que para Heredia la estrella es símbolo de soberanía, la expresión de un Estado libre e independiente. En su poema “A Bolívar”, escribió: Y resuena su voz, y soberana /se alza Bolivia bella, /y añádase una estrella /a la constelación americana. Si años después hubo quien quiso apropiarse del símbolo herediano de la estrella solitaria para apuntalar intenciones anexionistas, es festinado inculpar al Cantor del Niágara de esos aviesos propósitos.
VIGENCIA
El 7 de mayo de 1839, José María Heredia falleció en la ciudad de México. Sus restos reposaron en el panteón del Santuario de María Santísima de los Ángeles hasta 1844, cuando fueron trasladados al cementerio de Santa Paula, de la capital mexicana.
Para los independentistas cubanos, la obra poética de Heredia devino símbolo y bandera revolucionaria. Su estrella solitaria, estampada en las banderas de Guáimaro y de Yara, ondeó por los campos de Cuba, encabezando cargas al machete. Su palma real preside nuestro escudo. Sucesivas generaciones de mambises marcharon a la manigua, convencidos de la profecía del “Himno del desterrado”: Aunque viles traidores le sirvan /del tirano es inútil la saña /que no en vano entre Cuba y España, /tiende inmenso sus olas el mar.
Al cerrarse el cementerio de Santa Paula, en vista de que ningún familiar de Heredia se encontraba entonces en México y nadie acudió a reclamar sus restos, estos fueron arrojados a una fosa común y jamás pudieron recuperarse. Se desconoce igualmente el destino de su lápida, en la que había sido grabado el siguiente epitafio, atribuido al poeta José María Locunza: Su cuerpo envuelve del sepulcro el velo, /pero le hacen la ciencia y la poesía, /y la pura virtud que en su alma ardía /inmortal en la Tierra y en el cielo.
Aunque el epitafio que ha trascendido con él a la inmortalidad correría a cargo de José Martí, quien le dedicó ensayos y discursos, y que en carta a otro patriota, afirmó: “¿Quién, si no cumple con su deber, leerá el nombre de Heredia sin rubor? ¿Qué cubano no se sabe alguno de sus versos, ni por quién sino por él y por los hombres de sus ideas, tiene Cuba derecho al respeto universal?”
_________________
FUENTES CONSULTADAS:
Los libros Estudios heredianos, de José María Chacón y Calvo; Cronología Herediana, de Francisco González del Valle; Los símbolos de la Nación Cubana, de Enrique Gay Calbó; Poetas cubanos del siglo XIX, de Cintio Vitier; y Fascinación de la memoria, de José Lezama Lima. El ensayo La obra literaria de José María Heredia, de Salvador Arias, y la Carta a Enrique Trujillo (noviembre de 1889) tomada de José Martí. Obras Completas. Editorial Lex, volumen I.
0 comentarios:
Publicar un comentario