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lunes, diciembre 01, 2008

EL PADRE DE LOS POBRES

Por María Delys Cruz Palenzuela (Granma)

Apuntaba Abel Marrero Campanioni en su libro Tradiciones camagüeyanas, que al amanecer del 12 de mayo de 1873, irrumpe en la Plaza de San Juan de Dios una columna española para dejar en el Hospital un número de heridos, y un cadáver atravesado al lomo de una bestia.

Continúa la descripción que dos soldados desataron las sogas y de inmediato cayó el cadáver en medio de la Plaza, a la vista de todos, con el rostro cubierto de lodo por haber sido conducido doblado en dos, y estar los caminos llenos de agua por las lluvias de mayo.

"Al conocer aquel sacrilegio, el Padre Olallo ordenó una camilla y fue conducido al pasillo del Hospital, lugar donde se ha señalado con una tarja este hecho; allí, sacando su propio pañuelo de su bolsillo, limpió el rostro ensangrentado y enlodado del más grande de los camagüeyanos (...)".

Narra también el nieto de El Mayor, Eugenio Betancourt en su libro Ignacio Agramonte y la Revolución cubana que Fray Olallo Valdés, en compañía del Padre Manuel Martínez, lavaron el rostro del patriota con aguardiente y tendieron el cadáver en el interior del Hospital de San Juan de Dios, a la vista pública; corroboró el acta del inspector Antonio Olarte, insertada en el citado texto, que encontró al cadáver de Agramonte " (...) colocado en unas andas de madera teñidas de negro, boca arriba, con las piernas y los brazos extendidos, y apoyada la cabeza en una almohada (...)".

¿Quién fue este hombre que con tanta humanidad, desafiando la ira del enemigo español, impidió que se siguiera ultrajando al querido hijo del Camagüey?

José Olallo Valdés era expósito de la Casa Cuna de La Habana, donde lo abandonaron con una nota en la que daba constancia de su nacimiento el 12 de febrero de 1820.

A los 15 años llegó a Puerto Príncipe como religioso profeso de la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios, para reforzar el hospital de esta ciudad, dada la proximidad de una epidemia de cólera morbus que azotaba el país.

La instalación se dedicaba a la atención de hombres blancos pobres, esclavos, negros y pardos libres, confinados enfermos, remitidos desde prisión, bandoleros heridos o muertos durante su captura; luego del estallido de la Guerra del 68 también llegaban allí mambises que caían en manos del enemigo, casi siempre después de fusilados o asesinados.

Más de medio siglo de su vida consagró este hombre a servir a los enfermos como Enfermero Mayor, cargo que ocupó casi desde sus inicios en el Hospital, procuraba el aseo y la alimentación de los enfermos, a quienes bañaba personalmente y luego lavaba sus ropas y vendajes en las aguas del Hatibonico; preparaba los medicamentos, unturas, y sahumerios, casi todos a base de medicina natural y tradicional cubana, incluida la homeopatía, en lo que instruía a los pocos ayudantes con que pudo contar.

Un solo médico era encargado de la asistencia en los tres hospitales civiles de la ciudad, de ahí que Olallo recibía y atendía personalmente a los enfermos y heridos que llegaban al hospital, a quienes en más de una ocasión tuvo que practicarles cirugía de urgencia para salvar sus vidas.

En una oportunidad, un enfermo preso fue sometido a una operación por el Padre Olallo, que posteriormente fue calificada por el Dr. Miguel de Zayas como exitosa.

Los cuidados de este insigne enfermero impidieron que se dieran casos de gangrena hospitalaria; sin embargo, más de una vez tuvo que recurrir a las amputaciones en casos que llegaron a sus manos cuando no quedaba otra solución, pero en definitiva sobrevivían.

Lepra, mal de sueño, paludismo, tifus, difteria, hidrofobia, viruela, disentería, tisis, tétanos, fiebre amarilla, la hambruna, entre otras, fueron sus compañeras jornadas enteras, casi sin tiempo para el reposo, en vigilia permanente al lado de los enfermos, sin averiguar si eran cubanos o españoles, esclavos o libertos.

Siempre encontró un momento para enseñar a leer, escribir y contar a los niños pobres de la barriada.

Al fallecer el 7 de marzo de 1889, Olallo, quien ya había trascendido como el Padre de los pobres, sin ser sacerdote, inspiró en la prensa local expresiones como: "El Camagüey está de luto. Un pesar inmenso lo apena. Todo el que tenga corazón de hombre, y sepa lo que significa esta palabra: gratitud, ha llorado".

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