EL AMOR EN LAS PAREJAS SERODISCORDANTES
Las parejas en las que un miembro tiene un estado serológico respecto al VIH distinto al otro deben superar numerosos obstáculos.
Por Miguel Angel Valdés Lizano (Juventud Rebelde)
Fotos: Mileyda Menéndez
SANCTI SPÍRITUS.— Paciente número 235 en Cuba. La cifra retumbaba en sus oídos. El sol sonreía por la ventana, pero las ideas de María del Carmen permanecían en penumbras: su relación de entonces, su pequeña hija, el nuevo embarazo, la vida... Su anterior esposo la había convertido en portadora del VIH, siglas que en 1988 sonaban como lejano eco de un mal augurio.
El de Luis fue otro caso. Circulaba mayor información en 2003, año de su contagio, pero el diagnóstico también le impactó. «Siempre digo que recibí tres regalos», manifiesta con esa ironía que destilamos los hombres al aparentar fuerza mientras encontramos palabras para expresar aquello que nos cuesta.
«El primero tocó a la puerta en mi cumpleaños, cuando me reportaron como posible contagio. El segundo fue la confirmación de mis análisis durante los festejos por el fin de año. El tercero llegó como traído por los Reyes Magos: el 6 de enero acuñaron mi ingreso en el sanatorio».
Para María del Carmen y Luis, después de los sufrimientos y temores iniciales, chocar con el VIH aportó nuevos incentivos. Para él, la amenaza de perder o infectar a Yosvany, su compañero durante 14 años, le reveló espacios que colma el amor, más allá del sexo. Ella agradece la posibilidad de conocer la entrega plena en Juan Carlos, un muchacho sano.
Ambas parejas, como cualquier relación, comparten inquietudes e ilusiones en la carrera de la vida. Sin embargo, su carácter serodiscordante impone valladares, sobre todo esa mirada de quienes se erigen frente al VIH-sida como árbitros inquisidores.
INECUACIONES SOCIALES
Por Miguel Angel Valdés Lizano (Juventud Rebelde)
Fotos: Mileyda Menéndez
SANCTI SPÍRITUS.— Paciente número 235 en Cuba. La cifra retumbaba en sus oídos. El sol sonreía por la ventana, pero las ideas de María del Carmen permanecían en penumbras: su relación de entonces, su pequeña hija, el nuevo embarazo, la vida... Su anterior esposo la había convertido en portadora del VIH, siglas que en 1988 sonaban como lejano eco de un mal augurio.
El de Luis fue otro caso. Circulaba mayor información en 2003, año de su contagio, pero el diagnóstico también le impactó. «Siempre digo que recibí tres regalos», manifiesta con esa ironía que destilamos los hombres al aparentar fuerza mientras encontramos palabras para expresar aquello que nos cuesta.
«El primero tocó a la puerta en mi cumpleaños, cuando me reportaron como posible contagio. El segundo fue la confirmación de mis análisis durante los festejos por el fin de año. El tercero llegó como traído por los Reyes Magos: el 6 de enero acuñaron mi ingreso en el sanatorio».
Para María del Carmen y Luis, después de los sufrimientos y temores iniciales, chocar con el VIH aportó nuevos incentivos. Para él, la amenaza de perder o infectar a Yosvany, su compañero durante 14 años, le reveló espacios que colma el amor, más allá del sexo. Ella agradece la posibilidad de conocer la entrega plena en Juan Carlos, un muchacho sano.
Ambas parejas, como cualquier relación, comparten inquietudes e ilusiones en la carrera de la vida. Sin embargo, su carácter serodiscordante impone valladares, sobre todo esa mirada de quienes se erigen frente al VIH-sida como árbitros inquisidores.
INECUACIONES SOCIALES
«Nunca lo rechacé, nunca experimenté sentimientos mezquinos». Cuando Yosvany conoció los análisis de Luis vio naufragar más de una década de esfuerzos y proyectos conjuntos. «No cuestioné cómo ni con quién se había infectado. Me olvidé de mí para brindarle total apoyo».
Después vendrían días difíciles: «El espacio de tiempo desde que te extraen la sangre hasta saber los resultados siempre provoca agonía». No obstante, después de 15 chequeos, su estado serológico se reporta negativo.
Al principio, Luis consultó con él la separación como alternativa. «Nunca busqué perdón; ¿para qué reproches? Quise protegerlo de la enfermedad, de los comentarios, de posibles conflictos familiares...». Yosvany reconoce que hubo un antes y un después, pero optó por compartir lo difícil. «Solo querer, junto con la adecuada orientación, te permite evadir el miedo».
Esa información necesaria sobre VIH/sida fue la que recibió también Juan Carlos por parte de María del Carmen al comenzar la relación; aunque ella inicialmente trató de evadir el cortejo. «No he tenido prejuicios al enfrentar la vida, pero temía encontrarme con alguien sin preparación», confiesa esta hermosa mujer, que al explicarle su situación a Juan Carlos lo motivo a conocer en profundidad sobre el tema.
Hoy él, por encima de los riesgos, piensa en cuánto le gustaría envejecer junto a su esposa. «Todo gracias a que ella me prestaba libros y me decía: “Léelos, para que no te arrepientas de cualquier decisión”».
A diferencia de Juan Carlos, en mucha gente aún persiste ignorancia y temor, incluso cuando se deciden a conformar parejas serodiscordantes, pues no se comprende del todo que los contagiados pueden continuar una vida normal, afirma la psicóloga Wilma Camejo, quien labora desde 1991 en el Centro de Atención Integral para personas con VIH en Sancti Spíritus.
No se trata de escafandras ni de enigmáticas prácticas sexuales, sino de responsabilidad: para estas parejas, emplear adecuadamente el condón constituye la única garantía de reducir riesgos.
DISCRIMINACIÓN: TANGENTE TAJANTE
«Si algún día debe hemodializarse, se verá obligado a usar un equipo infectado con sida». A Juan Carlos, quien padece de insuficiencia renal crónica, le parecía mentira escuchar tal barbaridad en boca de alguien del personal de salud.
A pesar del apoyo familiar, desde el principio de su relación con María del Carmen experimentó la insensibilidad de muchos hacia las personas con VIH. «Me preguntaban si estaba loco, y algunos trataron de disuadirme, argumentando que podía aspirar a otras mujeres.
«Malintencionadamente, compañeros de trabajo manifestaban delante de mí criterios discriminatorios. “Sidosos” es una palabra que desde entonces aborrezco; no obstante el término, más que denigrar a las personas que designa, ensucia a quienes lo usan, como evidencia de brutalidad».
Tales actitudes afectan doblemente a los homosexuales: además de intolerancia por su orientación sexual, soportan recriminaciones de quienes valoran las uniones serodiscordantes como aberraciones. Aunque Yosvany y su amigo han tenido la suerte de contar con el apoyo de padres, hermanos y colegas, reconocen que frecuentemente chocan con expresiones de marginación.
«Conozco a homosexuales sanos golpeados por los propios parientes debido a sus vínculos con personas seropositivas, y a gente infectada a quienes los vecinos no les aceptan ni café. Siempre recuerdo el caso de un amigo peluquero que a raíz del diagnóstico, primero perdió la clientela y después tuvo que mudarse a la ciudad».
Esta incomprensión social se vincula a tabúes establecidos al desatarse la epidemia en los años 80 del pasado siglo, cuando ante el desconocimiento y la necesidad de frenar el contagio se establecieron prácticas no del todo adecuadas.
Wilma cuenta que «se ejercía influencia sobre los individuos sanos que mantenían relaciones con infectados, para que optaran por la separación, y no faltó gente que llamó por teléfono al sanatorio para acusar a los ingresados de conversar con gente en la calle, o fueron cuestionados por infundadas sospechas de expandir el virus».
Por suerte, mecanismos actuales como el Sistema de consejería tratan de barrer en el imaginario colectivo con los escombros de esa concepción, y más parejas serodiscordantes acuden a consulta para solicitar asesoría sobre sexo seguro, mejor calidad de vida y garantías legales.
SERO MÁS SERO...
«Terminé con mi primer marido: me fue infiel y me contagió». Al ser diagnosticada, María del Carmen amaba a otro hombre, del que esperaba un hijo: «¡El VIH me arruinó muchos planes! No se conocía lo suficiente sobre la enfermedad y debí interrumpir el embarazo».
Este segundo esposo no adquirió el virus, y la aceptó a pesar de los temores generados por la epidemia, pero nunca renunció a ser padre, y la relación fracasó. Por suerte, nacida del primer matrimonio, a la joven le quedaba su niña de seis años. Después se casaría con Juan Carlos, quien ya tenía hijos, y a pesar de su derecho a la maternidad prefirió no arriesgarse a concebir un bebé enfermo.
La procreación entre serodiscordantes constituye mundialmente un dilema. El anhelo de descendencia se contrapone al riesgo de contagio para el bebé y para el integrante sano de la pareja, pero el incremento de la calidad y expectativas de vida que proporcionan hoy los medicamentos antirretrovirales, motiva a más parejas a tener hijos.
Según un artículo publicado por la revista Biomédica, durante 2005 ocurrieron en Cuba 31 nacimientos de uniones entre no infectados y seropositivos. Nueve de esos niños, al ver la luz, portaban el virus.
En el mundo existen técnicas costosas de reproducción asistida y lavado del semen para minimizar los riesgos, pero aunque nuestro país carece aún de esos sofisticados métodos, las parejas que abandonan el condón para tener descendencia reciben información preconcepcional en las consejerías, donde se les esclarece el impacto terapéutico, psicológico y social del VIH/sida en los progenitores y el bebé, lo cual ayuda a sopesar los beneficios y perjuicios de esa decisión.
«Integrar un matrimonio serodiscordante exige hoy valentía», confiesa María del Carmen, quien mediante su trabajo en la Línea de apoyo a personas con VIH demuestra cuántas esperanzas regala siempre la vida. «El amor lo supera todo»; la apoya su esposo, a cargo de un nuevo proyecto para sensibilizar a la gente hacia parejas como la de ellos.
Luis y Yosvany asumen también la labor preventiva con entusiasmo y sentido de pertenencia. Estimula compartir las calles con chicos así: en cada consejo, en cada apretón de manos, en cada frase de consuelo, han descubierto otra fuente de unión.
La historia de estas personas evidencia que, más allá de los designios de un examen microelisa y sus ecos sociales, los sentimientos no encajan en cálculos exactos: cuando la aritmética nos late en el pecho, restamos temores, y el «sero», como prefijo a la izquierda, pierde valor.
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