HIPNOTICA DUALIDAD
Por Ariel Terrero (Cubaprofunda)
Con las casas de CADECA en función de vasos comunicantes expeditos –en ocasiones, no tan expeditos hacia una dirección-, la línea divisoria de la dualidad monetaria por momentos se torna difusa, ambigua. Como en el bolsillo o cartera donde la calderilla de ambos bandos brinca y convive en gozoso reguero, los canales del comercio minorista muchas veces aceptan, con desenfado, el pago en cualquiera de las monedas de circulación y sello nacional, sin poner mientes en la virtud de convertibilidad con que el Banco Central respalda solo a una de las dos.
Pero aún así, la pacífica coexistencia se somete siempre a una tasa de cambio empinada, agotadora, aviso tácito y permanente de diferencias y anomalías que laceran todavía a la economía cubana. Por lo mismo, absorbe polémicas que compiten en pasión con las de la pelota, aunque a veces, como en el deporte nacional, la adjudicación de culpas se extravía al calor de la discusión.
La dualidad monetaria entró en 1993 al escenario nacional y lo desfiguró en parte -solo en la parte más externa y visible de la realidad-. Tan anormal como la situación que le motivó, fue apenas una respuesta urgente a una crisis que destrozó la economía. La deformación verdadera la provocó la contracción de la producción de bienes y servicios en un brutal 35 por ciento a inicios de esa década, cuando casi se evaporaron de golpe los nexos con el otrora campo socialista europeo, sobre los cuales soportaba Cuba alrededor de un 80 por ciento de su intercambio comercial.
Ante la recesión, agravada por un bloqueo estadounidense recrudecido justo entonces, el Gobierno insular replicó con un grupo de medidas –audaces varias, en mi opinión-, como aceptar la libre circulación del dólar, divisa sobre la cual impone su imperio financiero el enemigo confeso de la Revolución Cubana. En un primer paso para reducir riesgos, el país eliminó la dolarización en sendos movimientos de 2003 y 2004 y dejó en convivencia con el peso cubano a su alter ego convertible: el CUC.
La doble circulación, en cualquier variante, puso un granito oportuno para atenuar las dramáticas carencias del consumo interno en la Isla, oxigenó algo las desangradas reservas del país en divisas y, en combinación con otras medidas, dinamizó el comercio entre empresas.
Mas, situación anómala al fin y al cabo, la extensión de la dualidad monetaria en el tiempo puede convertirse, no obstante, en traba. A escala empresarial enseña ya consecuencias que nublan el funcionamiento de la economía. Introduce, por ejemplo, ruidos perversos en los cálculos contables. Los costos reales quedan enmascarados muchas veces en los enredos de contabilidades paralelas en dos monedas. Bajo tal sombrilla, sujeta a una tasa oficial de cambio (1 por 1) diferente a la CADECA, la rentabilidad de unos y la irrentabilidad de otros se tornan dudosas, como alertan economistas del patio que han estudiado con seriedad la política monetaria cubana.
Uno de estos investigadores, Pavel Vidal, del Centro de Estudios de la Economía Cubana, observa que, en contraste con el entorno empresarial, la convivencia del peso cubano con el CUC no es causa de los desequilibrios que castigan en el consumo a unos compatriotas más que a otros. A su juicio, las desigualdades sociales responden a un estado real de la economía y a la procedencia de los ingresos, independientemente de la moneda en que se expresen. En pocas palabras, estima Vidal, se mantendrían tales diferencias, si se decidiera sacar de circulación a uno de los dos pesos.
La dualidad monetaria, como la sombra que baila en una pared, es un hecho real, hipnótico a veces. Pero el fenómeno que la proyecta anda en otra dirección. Las presiones que gravitan sobre el gasto de los cubanos tienen su origen en la depreciación de la moneda en que se pagan los salarios y en la consiguiente estrechez de los mismos para solventar las necesidades del consumo, evidencia, a su vez, de que no ha sido suficiente aún el despegue económico de los años más recientes.
El nudo gordiano de la economía cubana no se oculta, por tanto, en los enredos de la interpretación monetaria, sino en hilvanar políticas laboral y salarial más eficaces, con vinculación consecuente y menos temerosa entre los resultados del trabajo y los ingresos. Solo así se alimentaría un avance sólido de la productividad, para generar la riqueza material y social que necesitan como sostén los salarios. Lo único que puede aportar la política monetaria, en cualquier país, es la estabilidad necesaria para no perder ese rumbo.
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