Gerardo Alfonso: La Nueva Trova sigue viva
Por Aracelys Bedevia (Juventud Rebelde)
Foto: Jorge Villa
Al cantautor cubano Gerardo Alfonso y a todos los de su generación les ha tocado ir tras la impronta de Silvio Rodríguez y Pablo Milanés. Dos árboles frondosos que los han apoyado mucho. Pero aun así, no ha sido fácil crearse un nombre propio.
«Ellos son los máximos exponentes de la Nueva Trova, los fundadores y quienes más han expuesto una obra de compromiso social enorme. Es lógico que todo el que quiera disponer del producto Nueva Trova busque sus canciones. Sin embargo, no es cuestión de ser mejores o peores, sino diferentes.
«Hay un discurso que escribimos nosotros (hablo en nombre de mi generación) que es el resultado de nuestra forma de ver la realidad, que está bastante reconocido en Cuba. Pero no en el resto del mundo, donde existe poca información acerca de esto y el espacio con que contamos es limitado, aunque para ellos también fue difícil.
«Por ejemplo, en España no se interesan muchas veces en lo que queremos decir nosotros. A mí me ha sucedido bastante. La obra de estos compositores ha calado en el gusto de generaciones enteras, como es el caso de Chile. Y si de gastar dinero se trata, el público prefiere hacerlo con Silvio y Pablo.
«Es un camino difícil que también tiene que ver con la época, con otros lenguajes y códigos que no estamos explotando lo suficiente. A lo mejor es que espero más de lo que merezco. Por lo demás, soy un deudor de Silvio y Pablo. Tengo mucha influencia del trabajo de ambos. Forman parte de mi acervo cultural y orientación para seguir adelante».
Así lo confesó el cantautor cubano en un encuentro inesperado con JR. Y digo así porque lo planeamos tantas veces sin llevarlo a efecto que sucedió de esa manera. Dos días antes de su última presentación en el Museo Nacional de Bellas Artes, donde estrenó canciones, con su grupo, e interpretó para complacencia del público algunas ya conocidas. Como su emblemática y tan gustada Sábanas blancas, con la que cierra todos los conciertos.
Hay mucho amor en sus canciones. También compromiso político. «Trato de mantener fresco el espíritu, porque de ahí nacen las canciones. Ellas son lo mejor de mí. Me nutro de los valores que aprendí con mi madre y en la escuela, de todo lo vivido».
La Habana, su ciudad, es parte indisoluble de la cancionística de este trovador. «Me conmueve hasta la canción. Como reflejo de eso le canto a la ciudad y a quienes la habitan.
«Siempre supe que mi destino era hacer música. Pero la idea de escribirla, de expresarme líricamente, maduró a partir del momento en que me vinculé con la Nueva Trova, antes de entrar al Movimiento, cuando empecé a escuchar a Silvio y Pablo. Me di cuenta que necesitaba comunicar sentimientos y empecé a hacer canciones. Ese fue el motor impulsor».
—¿Cómo llegas a la Nueva Trova?
—A fines de los 70 se hizo una convocatoria para que todos los que tuvieran inclinaciones hacia la canción se sumaran al Movimiento (uno de los más genuinos nacidos con la Revolución). En ese momento me pareció que con una guitarra era suficiente para expresarme y entré. Siempre soñando con sonidos, con instrumentos que además de la guitarra componían mis canciones. Tú me ves tocando una guitarra, pero yo estoy sintiendo una orquesta con percusiones, bajo, piano.
«Llegué al Movimiento en octubre de 1980, con Carlos Varela (nos iniciamos juntos en la NT). Conocía algunas canciones de la trova tradicional. Pero al principio no tenía idea del vínculo de esta con la Nueva Trova. Más bien estaba interesado en la música anglosajona, en la brasileña (me enamoré de ella a partir de 1982).
«Esos eran mis móviles como creador. No obstante, como tenía referentes de los fundadores y de la generación con la cual entré en contacto, empecé a compartir el camino de la canción trovadoresca. Conforme eso iba sucediendo fui negando en ese período las influencias anglosajonas, fundamentalmente, por encontrar mi propio lenguaje y raíces, lo cual no quiere decir que hayan dejado de ser un referente constante en mi vida.
«En los primeros tres años de la década de los 80 encontré mis raíces en la música afrocubana, en la campesina. Comencé a sentir que cuando hacía una canción con los elementos musicales cubanos, la clave de la música afro, del palo y los compases campesinos, mezclado con una intención poética y una preocupación temática, estaba delimitando mi silueta en el panorama cultural cubano y dejaba de ser un anónimo para ser un sujeto.
«Al tercer año de entrar al Movimiento tenía tantas pilas con todo ese tema que empecé a crear mi propio mundo expresivo (el famoso guayasen con el que estoy trabajando y el O'changa, que tienen relación con la música afrocubana). La música brasileña me ayudó a identificarme de esa manera.
«Por ahí fui moldeando a un artista que tenía mucha influencia de Silvio, del pop con el que crecí, y la conciencia de una cultura cubana de las raíces. Así fueron los primeros pasos. Salieron canciones con una propuesta diferente como Espiritual, Aquí cualquiera tiene y La ilusión.
«Sin embargo, lo que para mí era una conquista iba en detrimento de la canción de autor, que es más reflexiva y menos de palmadas con el público. Eso generó un poco de antagonismo con el presupuesto que la Nueva Trova venía proponiendo. Aun cuando ya Pablo había hecho Los caminos y Silvio La nueva escuela (ambas tienen la clave del guaguancó). Pero yo venía por otro camino, que fue bueno siempre. Aunque un poco áspero.
«Cuando empecé a dejarme influenciar por la música afrocubana y a hacer un formato de más participación, la canción de autor no me identificaba. La trova tiene una preocupación estética un poco dogmática, en el sentido de que se guía por unos enlaces armónicos heredados de la trova tradicional; se rige por conceptos poéticos y conjuntos melódicos para decir qué es o no una buena canción. Por tanto, lo que no entre por esos cánones deja de serlo. Y un canto afrocubano no respeta ninguno de esos patrones.
«Al ser parte del Movimiento y querer defender estas ideas choqué. A eso súmale que en mi manera de componer abordo géneros caribeños que no abundan en la Nueva Trova. Quizá Pablo haya hecho un poco de eso. Pero yo me metí de lleno.
«Pienso que las canciones no tienen que ser necesariamente poesía. Pueden tener un discurso más coloquial, sin la urgencia y el rigor de la poesía y seguir siendo buenas. He escrito temas que no obedecen a los cánones tradicionales del Movimiento. Y cuando los abordo poéticamente entro en contradicción con el lenguaje, que es más coloquial y menos metafórico (aunque también lo uso). Soy fanático a la poesía de Rimbaud, llena de símbolos, y eso influye en mí. Pero no necesariamente tengo que escribir todas mis canciones con ese discurso simbólico, íntimo, épico».
—Te hemos visto cambiar la guitarra por el piano en tus últimos conciertos. ¿Crees que esta sea también otra manera de renovar el concepto de la Nueva Trova?
—Sí, pero sobre todo es un encuentro conmigo mismo. Aprendí a tocar el piano antes que la guitarra, empíricamente, y lo abandoné porque la Nueva Trova tiene a la guitarra como eje. Pero en el año 2000 decidí explotar todas mis posibilidades. También estoy escribiendo poesía, guiones... Hay una canción que dice: hay que sacarlo todo afuera / como la primavera / para que luego salgan cosas nuevas.
«A medida que envejeces, el acto creativo comienza a mermar y debes buscar otras maneras de revivir la intensidad de tiempos anteriores, en que no contabas con experiencia, pero sí con la potencia para expresarte. Como soy un poco paranoico e hipocondríaco he querido prever eso y buscar nuevos caminos.
«La trova no tiene que ser necesariamente lo que hemos conocido hasta hoy. La expresión de un autor también puede incluir el piano. Eso en vez de quitarle espacio a la guitarra suma a la creación otro modo expresivo, que en mi caso genera sensaciones diferentes. Uno puede atreverse a renovarla. Estoy jugándome la vida en esto. Pero percibo resultados».
—¿Te preocupa que puedan atacarte por eso?
—Me importa tres pitos. No obedezco a reglas. Los conceptos son invasiones. Si eres débil te agujerean y harán que seas siempre otro y no tú. He crecido lo suficiente como para sacar afuera todo lo que soy (todavía sigo buscando).
«Tengo claro el camino. Incluso se han atrevido algunos teóricos a desconocerme de la Nueva Trova. Porque un músico que no toque la guitarra no puede ser del Movimiento. Soy lo que soy y lo que cuenta es la obra que uno hace».
—¿En qué medida te ha beneficiado el éxito de canciones como Son los sueños todavía y Sábanas blancas?
—Sábanas blancas es la canción más agradecida que tengo. Los cubanos se identifican conmigo a través de ella. Y los movimientos revolucionarios de izquierda, del planeta, me identifican por Son los sueños todavía. Hablo de latitudes como Suecia, Noruega, Chile, Argentina, los Países Bajos, África... En todas partes hay movimientos que organizan sus actividades y ahí está mi canción, brindándole un servicio útil a las causas de izquierda del mundo.
«Las dos me han dado la posibilidad de estar erguido en la vida con responsabilidad, compromiso y la garantía de seguir adelante. Sin esas canciones hubiera sido más complicado. Me sirven de comodín para la larga travesía. Aunque no hubiera renunciado jamás, porque cuando empecé juré hacerme este trayecto».
—¿Qué opinión te merece la presencia actual de la Nueva Trova en el panorama de la música cubana? ¿Crees que ha perdido impacto y fuerza?
—No. Es cierto que las músicas de moda son avasallantes, arrasan. Pero creo que también hemos perdido la brújula, la orientación al ciento por ciento, y en eso me incluyo. Hay algunos cantautores jóvenes que tienen esa brújula muy bien sintonizada. Pero la mayoría no le estamos tomando el pulso a la sociedad, a la vida de hoy.
«La Nueva Trova tiene que sumergirse, bucear hondo en los problemas sociales y salir afuera, con urgencia, y sacudir la opinión. Hay como una especie de dispersión que saca al Movimiento del centro de la atención del pueblo y facilita que este se centre en otras cosas.
«Aunque el reguetón parezca una estupidez, porque no dice nada, entre la dinámica del ritmo y el lenguaje está complaciendo la necesidad de evasión de un sector poblacional que encuentra refugio en él.
«En estos momentos no estamos resolviendo las necesidades de una gran masa, que son tan diversas y complejas; por tanto, tampoco podemos reclamarles espacio a los medios y a los teatros».
—¿Te ha traído problemas vincular el arte a la política? Me refiero a tu relación con las disqueras internacionales...
—Sí. Cada vez más el gran mercado de la música busca la manera de sacralizar el famoso fin de la ideología, el de la filosofía, en el cual ya no hay nada más en qué pensar porque todo se terminó y hay que hablar ligero, del amor y de tonterías. Las industrias mercantiles del disco muchas veces no quieren que un artista plantee sus postulados políticos y cuando tú tienes un discurso de izquierda, progresista, chocas con los medios, que tienen otros intereses.
«Soy un revolucionario medular. No es una doctrina lo que tengo incorporado. Necesito transformar la sociedad. Vuelco todo en la canción: ayudan a sacar la sociedad adelante y a mejorar el país. Prestan un servicio, tienen valor de uso. El precio a pagar por una actitud como la mía es la venta de pocos ejemplares. Me quedo con el beneficio de expresar lo que siento y pienso».
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