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viernes, noviembre 16, 2007

San Cristóbal de La Habana

Ciudad marinera y bulliciosa que echó raíces junto al puerto de Carenas, hace más de cuatro siglos. Durante esa larga vida se multiplicaron tus calles de sombras y columnas, pobladas con el transitar andariego de quitrines y volantas, de mestizas hermosas y vendedores con pregón ocurrente y musical… Ayer, dorada llave de las Indias Occidentales, hoy te reconocen como Patrimonio de la Humanidad. Pero, para tus hijos, serás siempre la hermosa, cálida y hospitalaria… San Cristóbal de La Habana.

Por Hilda Berdayes García (Alma Mater)

Tradición reverdecida por el proceso revolucionario, La Habana celebra cada 16 de noviembre un aniversario de su fundación. Ciudad con temperamento algo gitano por lo trashumante, su asentamiento sufrió tres cambios geográficos antes de hundir definitivas raíces junto al mar.

La ubicación más antigua fue al sur de la actual provincia de La Habana, aproximadamente en 1515, pero el lugar resultó inadecuado y sus pobladores se trasladaron hacia el norte. En esa ocasión se eligió la desembocadura del río Casiguas, nombre aborigen del Almendares. Tampoco las características de la zona eran las óptimas y la villa errante se volvió a mudar.

Esta vez plantó sus horcones junto al puerto de Carenas —actual bahía de La Habana, descubierta algunos años atrás por el capitán Sebastián de Ocampo— y la ciudad celebró con toda solemnidad su tercer y definitivo nacimiento, el 16 de noviembre de 1519. Según la tradición, el acto se celebró al pie de una frondosa y enorme ceiba, en el lugar que hoy ocupa el edificio de El Templete, en la Plaza de Armas. Ahí floreció lo que más tarde sería la capital del país, bañada por la brisa marina del puerto habanero y el profundo azul del Caribe.

Como tocados por algún mágico conjuro, los primitivos caseríos de tabla y guano de los primeros pobladores cedieron lugar a recios palacios y elegantes mansiones. Mármoles, cristales, maderas y piedra; el hierro, la plata y el oro en manos de los artífices criollos cobraron vida en sus celosías, balcones y muebles labrados en maderas preciosas; en los arco iris de los vitrales o medio puntos; en las fuentes de sus patios umbrosos y en esas rejas, como finos encajes de metal.

Hoy, a 488 años de distancia, los habaneros reviven el pasado y conmemoran con alegres festividades el nacimiento de la ciudad.

El día 15 de noviembre, víspera de tan importante efeméride, una abigarrada multitud transita desde horas tempranas entre la Plaza de Armas y la de la Catedral, por los alrededores del Castillo de la Fuerza y hacia las calles Obispo, Mercaderes, Oficios, San Ignacio y O'Reilly donde se abren multitud de comercios y museos del casco histórico-colonial de La Habana.

Al filo de la medianoche abandona su quietud habitual y se puebla con la música de los espectáculos artísticos y el retumbar de los cañones; con el estallido de los fuegos artificiales y el tañer de las campanas de la Catedral.


Allí, poco antes de despuntar el alba, se celebra la misa conmemorativa con la asistencia multitudinaria de fieles, turistas y curiosos. Algunos acuden para solicitar una gracia divina o pagar alguna promesa contraída y otros para admirar la sencilla hermosura del lugar, pero casi todos, al entrar y salir del templo, harán sonar tres veces los grandes aldabones de las puertas de la Catedral, como señala la tradición.

Costumbre de viejo arraigo popular es también la cita en el edificio de El Templete, ubicado en la Plaza de Armas. Cuentan quienes conocen de leyendas que la simbólica Ceiba de su jardín —tataranieta del gran árbol original—, conserva el poder de sus antecesoras, que solo es efectivo en la noche del 15 al 16 de noviembre.

Por esa razón, las personas acuden y cumplen el rito establecido: dar tres vueltas alrededor del añoso tronco. Y aunque algunos expresan mentalmente un deseo, la costumbre no tiene un propósito místico ni mágico, sino poético, un acto de hermandad donde todos se dan la mano en torno al árbol, invocando a la fortuna, la felicidad y la paz. na manera más de homenajear a su hermosa, cálida y hospitalaria San Cristóbal de La Habana.

Costumbre de viejo arraigo popular es también la cita en el edificio de El Templete, ubicado en la Plaza de Armas. Cuentan quienes conocen de leyendas que la simbólica Ceiba de su jardín —tataranieta del gran árbol original—, conserva el poder de sus antecesoras, que solo es efectivo en la noche del 15 al 16 de noviembre. Por esa razón, las personas acuden y cumplen el rito establecido: dar tres vueltas alrededor del añoso tronco.

Y aunque algunos expresan mentalmente un deseo, la costumbre no tiene un propósito místico ni mágico, sino poético, un acto de hermandad donde todos se dan la mano en torno al árbol, invocando a la fortuna, la felicidad y la paz.

Una manera más de homenajear a su hermosa, cálida y hospitalaria San Cristóbal de La Habana.

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