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domingo, octubre 21, 2007

Bandazos

Por Dixie Edith (Cubaprofunda)

Un conocido refrán, atribuido al ingenio de múltiples personajes, desde Máximo Gómez hasta la abuela del más común de los cubanos, asevera que los habitantes de esta Isla o no llegan, o se pasan. Y en ocasiones, la sentencia de marras no deja de llevar razón.

La constancia de tal afirmación es fácil de encontrar: se asoma en las calles, en las modas de ciertos discursos intelectuales y revistas especializadas, y hasta en la programación infantil televisiva.

Por azares de la maternidad y quizás de la nostalgia, sigo siendo, con treinta y seis años en mis costillas, una asidua televidente de la programación infantil y no deja de sorprenderme comprobar cómo los gustos de los niños, en lo esencial, no cambian.

Mis hijos disfrutan de Elpidio Valdés, el ocurrente mambí de Juan Padrón, tanto como lo hacían mis amigos de la primaria y les encanta, no es ninguna noticia, ver los muñes. Sin embargo, la programación infantil ha cambiado y aunque muchos creen ver en ese cambio una mayor libertad a la hora de seleccionar qué se le ofrece a los niños, tras bambalinas asoma el sospechoso bandazo.

¿Dónde quedaron aquellos divertidos e instructivos animados europeos que eran el plato fuerte de la programación hace unos 20 años? Y no pregunto por Alfonso el espantapájaros o el muñeco de plastilina, de mala factura y peor gusto. Cuestiono el destino de los soviéticos Deja que te coja, La sierpe, Tío Stiopa o Se puede y No se puede; los checos Lolek y Volek, y otros tantos del mismo corte.

Vilipendiados una y mil veces, no me tiemblan las teclas al afirmar que, a pesar de todo, hicieron las delicias de muchos compatriotas de mi generación. Como muestra, un botón que guarda semejanzas sospechosas con el conocido chiste del Diablo. Si en aquel, el personaje a quien quieren convencer de la maldad del antagonista divino, espeta que un tipo tan odiado por todos tiene que ser algo muy grande; en el caso de los animados este europeos resulta muy curioso que alguien se dedique a rescatarlos, digitalizarlos y colgarlos en un blog en Internet, solo por que los odia. La iniciativa huele a pura nostalgia.

Sin embargo, el bandazo de marras no se halla sólo en la crítica a ultranza. Con el olvido de esos muñes, otros demonios también saltaron. Si en la época de mi niñez era raro ver un animado de Disney o Hanna Barbera en TV y el balance de la programación –cine infantil incluido- era casi totalmente europeo, hoy vemos repetirse los animados estadounidenses –cada vez más violentos, con armas más sofisticadas y mensajes vacíos, contradictorios, e incomprensibles -, una y otra vez, mientras los otros se han esfumado de la pantalla como si se hubieran destruido con la caída del Muro de Berlín.

Por supuesto, no sólo es cuestión de geografías y cambios políticos. En el fondo, subyace la pereza, un mal bien dibujado -¿recuerdan?- en unos animados de aquella época. Y si no, pregúntense por qué hasta los cortos criollos –que sí deben estar a buen recaudo en los archivos- se repiten monótonamente al extremo de que Palmiche debe estar cansado de hacerse el muerto y la sirenita Coralina, obstinada de ser raptada por un pulpo rapero.

Me pregunto qué se hizo de la variedad de animados de los hurones, el propio Elpidio Valdés, los ¿Por qué?, realizados hace pocos años, o los excelentes video clips de canciones infantiles que producen hoy los flamantes Estudios de Animación del ICAIC, sólo por recordar algo de la producción del patio.

Los musicales dirigidos a los pequeños tampoco escapan a la saturación y cabría preguntarse: ¿dónde queda el enorme esfuerzo que hacen la cantorías infantiles a lo largo de la Isla, o artistas de calidad probada como Liuba María Hevia, Kiki Corona, Rita del Prado o la célebre Teresita Fernández; si en la televisión, cada día, suele echarse mano al casete de musicales infantiles que está –siempre el mismo- más al alcance de la mano?

Resulta paradójico que mientras la producción de programas infantiles es indiscutiblemente mucho mejor que hace dos décadas, el balance de los espacios para los pequeños cojee, justamente, por donde debería estar más firme. Buscar en las videotecas con atención e interés debiera ser más fácil.

Perezas al margen, el asunto de los bandazos trasciende los terrenos infantiles; alcanza a la filmografía y la promoción y divulgación literaria: ¿Cuántas películas made in Hollywood transmite la TV cubana por cada una de cualquier otro cine? Si en los años 70 u 80 del pasado siglo no pocas quejas se alzaron porque apenas se hablaba de Dulce María Loynaz, Lezama Lima o Virgilio Piñera; ¿por qué ahora nadie chista cuando apenas se menciona a Mirta Aguirre o a Onelio Jorge Cardoso? ¿Cómo brincamos del estudio riguroso de manuales de Marxismo y la promoción de lecturas medulares como El Capital o El Manifiesto Comunista, a ignorar recurrentemente a Marx, Engels o Lenin? ¿Bandazo a la derecha, salpicaduras de la teoría del fin de las ideologías o influencia de lo que algunos han llamado la “larga noche neoliberal” de los años noventa del siglo XX?

Los aires soplan distinto por estos días en el continente; valdría la pena pararse a reflexionar. No vaya a ocurrir que el impulso del viento nuevo provoque otro bandazo.

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