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martes, septiembre 18, 2007

Palabras que van y vienen

Por Celima Bernal (Juventud Rebelde)

Se cuenta que en Francia, en aquellos días de guillotinas, una dama de la nobleza, ya junto al cadalso, pisó, sin querer, el pie del verdugo que iba a ejecutarla. De sus labios salió un: «Perdone usted, señor», que sorprendió a todos. Cualquier cubano de estos tiempos exclamaría con unas palabras de moda: «¡No hay que exagerar!». Pero la realidad es que las expresiones de cortesía se interiorizan de tal modo, que brotan, sin pensarlas casi. Son conductas estereotipadas.

Debemos enseñar a los niños, desde muy pequeños, esas frases tan útiles —indispensables, pienso— para la comunicación. Recordemos aquella verdad irrebatible: «El hombre es un ser social».

Muchos han adoptado la costumbre de mudarse a las aceras. Quizá sea a causa del calor; pero como Cuba es un eterno verano, despídete de los peces de colores. Para ir de un sitio a otro, has de sortear mesas de dominó, «planes tareco» individuales, microagromercados, vendedores que te susurran al oído: «su vela, su huevo, su comino, su íntima», mecánicos afanados en el arreglo de sus carros, criaturas que almuerzan en los quicios, bajo la amenaza de: «si no te lo comes, se lo doy a la señora», y ves, con horror, de pronto, frente a ti, la cuchara rebosante del puré de frijoles negros, dispuesta a chorrearte el vestido recién estrenado. Hay también, ¿cómo no?, peñas deportivas improvisadas, adolescentes que «¡batean, mami, batean!», ¡una verdadera locura! Siempre que paso, pido permiso —sonrío, eso es importante; hay quien lo hace con cara de poquísimos amigos. Así no funciona—, y aunque unos ni me escuchan, siempre alguno me contesta: «Es suyo» o «usted lo tiene».

«Gracias», «de nada», «por favor», «perdone usted», «buenos días», «¿cómo estás?», que andan perdidos por ahí, quién sabe dónde, deben aparecer. Emprendamos su búsqueda y captura, sin pérdida de tiempo.

Otra cuestión: Si sabemos que a alguien le disgustan las libras de menos, o le agobian las sobrantes, no lo recibamos con: «¡Ay!, qué manera de adelgazar!», «oye, ¿tú piensas seguir engordando?» Nunca he entendido qué malsana intención anima a esos agresores del sentimiento. Una pudiera decirles tantas cosas, pero calla, por no ser como ellos. ¿Se creerán perfectos? Propongámonos agradar, claro está, sin hipocresía: la gente descubre la insinceridad, con la misma rapidez con que los perros descubren el miedo.

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