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sábado, septiembre 29, 2007

Consejo Nacional de Casas de Cultura: al rescate de lo espiritual en Cuba y más allá

Por Isidro Estrada (Cubarte)

A las actuales oficinas del Consejo Nacional de Casas de Cultura de Cuba (CNCC) en La Habana se llega salvando una empinada red de escaleras, capaces de dejar sin resuello al más entrenado. Como recompensa, una vez arriba, es posible conjurar el sudor y la fatiga del recorrido contemplando las inconmensurables y relajantes aguas del Estrecho de la Florida, o Golfo de México, u Océano Atlántico. En fin - como dijera el poeta -, el mar. Este detalle podría ser la mejor metáfora para describir el recorrido de la cultura comunitaria en Cuba en los pasados 15 años: tras remontar el escabroso promontorio en que se constituyó el tramo más duro del denominado Período Especial, cuando todo faltaba, la labor cultural de base está ascendiendo a promisorias alturas, tanto a escala nacional como fuera de la isla. En sentido recto y figurado, el aliento dejado en el camino se está recuperando con creces.

Abocada de manera definitiva a esta recuperación, Cuba ha comenzado a dejar atrás los años de crisis, adentrándose incluso en proyectos de colaboración en el marco de la Alternativa Bolivariana para las Américas (ALBA), siendo Venezuela la primera y mayor beneficiaria en el exterior, según declara a Cubarte Guillermo Artiles, el flamante Presidente del CNCC. A Artiles ha correspondido llevar a cabo lo que una vez fueron acuerdos de la Comisión Mixta Cuba-Venezuela en el terreno de la cultura comunitaria y trasladarlos, al fin, del papel a la realidad.

Por su parte, Carmen Eguiluz, directora del área de Comunicaciones del Departamento de Relaciones Internacionales del CNCC, califica de “intenso” el intercambio con la república bolivariana y refiere que allá laboran en estos momentos dos funcionarios del Consejo. A seguido detalla que en breve saldrá hacia ese destino un contingente de especialistas para impartir talleres relacionados, entre otros temas, con la recuperación de la cultura comunitaria, a la vez que se crean condiciones de este lado para recibir agrupaciones culturales venezolanas. Se trata, acota Eguiluz, de difundir la experiencia cubana en Venezuela, que recibirá asimismo a nueve grupos artísticos procedentes de la mayor de las Antillas.

En ese sentido cita los casos de agrupaciones defensoras del patrimonio cultural en la isla como el Grupo Pozas de Cultura Isleña, Obakosó, de Cienfuegos y Oggundara, de Matanzas, de origen africanos estos dos últimos.

“Y lo más importante, destaca Artiles, es que todos los recursos financieros que entran al país como resultado de esta colaboración, se redistribuyen en proyectos sociales.”

Al constatar el salto cualitativo que implica salirse del marco geográfico local, resulta obligado un repaso de la situación del pasado inmediato, con vistas a aquilatar en su justa medida el progreso alcanzado. Una década atrás, como bien apuntan Artiles y Eguiluz, el movimiento comunitario, entiéndase en específico la labor con artistas aficionados, se deprimió en gran medida, como casi todos los órdenes de la vida nacional. La década de los 90 fue una etapa difícil, en la que el estancamiento parecía a punto de devorar todos los logros articulados desde 1959. “Como contrapartida, revela Artiles, hoy contamos con 500.000 aficionados en todo el país.”

Abundando en más cifras, añade que de las 327 casas de cultura diseminadas por todo el país, hay 314 en pleno funcionamiento. “A diferencia de La Habana, donde suelen residir los grandes artistas del país, las casas de cultura en provincias son la base de la programación cultural local. De ahí que seamos en especial rigurosos con la formación de aficionados en esos lugares,” explica el presidente del CNCC.

Destaca por otra parte que las diferencias previas existentes entre las funciones de casas comunales y municipales han desaparecido ahora, al convertirse todos esos establecimientos en casas de cultura vinculadas a las entidades municipales.

Dentro de esta cadena el eslabón principal son las casas provinciales, de las cuales hay 15 en toda Cuba.

En referencia a la labor esencial de las casas de cultura, Artiles puntualiza que si bien las mismas contribuyen a desarrollar talentos que luego pueden engrosar las filas de alumnos del sistema nacional de enseñanza artística, dichas instituciones tienen como principal cometido el mejoramiento integral del ser humano y la calidad de vida de cada comunidad.

A la par de las manifestaciones artísticas tradicionales (música, teatro, danza, artes plásticas,) las casas atienden talleres literarios, el mantenimiento de las tradiciones culturales locales y el programa audiovisual, que incluye apreciación cinematográfica. Las mismas se encargan también de brindar apoyo a los grupos portadores de cultura popular tradicional, de los cuales ya se cuentan 27 en todo el territorio nacional.

“En cuanto a actividades culturales a nivel de nación, acota Artiles, cerramos el año 2006 con 987.105 celebradas, las cuales corrieron a cargo de las mencionadas casas y los consejos populares.”

Para sustentar el referido nivel de calidad, al decir de Carmen Eguiluz, el CNCC coloca el énfasis de su quehacer en fomentar los talleres de apreciación y creación, siempre tomando en cuenta las preferencias regionales, que son tan variadas como gustos tiene la población cubana. Con el fin de encauzar esta labor, dice, existen centros provinciales y territoriales que disponen de mecanismos homologados con el CNCC.

Otro apoyo decisivo en este sentido es el de los instructores de arte, grupo que protagoniza un franco proceso de recuperación tras el período crítico de los 90, cuando cerró sus puertas la escuela encargada de formarlos. Dichos instructores se dividen en dos especialidades, a saber, los que radican a tiempo completo en las casas de cultura y aquellos que sirven de apoyo a la Brigada José Martí, vinculada esta última a las escuelas del sistema nacional de enseñanza. La mencionada brigada mantiene un horario curricular y extiende su labor por igual a la comunidad.

En la actualidad, al calor de la incorporación masiva de jóvenes a los nuevos centros docentes para instructores de arte en cada territorio, sus graduados reciben nuevas misiones, cada vez más complejas. “Hoy un instructor puede ocupar asumir tareas que quedan pendientes cuando una casa de cultura comunitaria queda cerrada por problemas materiales,” explica Artiles.

Pequeño recuento de un Consejo:

El CNCC tiene sus raíces en el Movimiento Nacional de Aficionados, que devino realidad incontestable e inmediata tras el triunfo revolucionario de 1959, cuando quedaron establecidos los Festivales de Aficionados, a los que podían acceder todos los ciudadanos con aptitudes para ello. En un principio se encargó de dicha tarea la Dirección Nacional de Aficionados y Casas de Cultura. Con el tiempo fue tomando cuerpo la idea de contar con personas dedicadas por completo a la enseñanza y promoción de diversas manifestaciones artísticas entre la población general. Nacían los instructores de arte. Después de 1976, según avanzaba el proceso de institucionalización en todo el país, se afianzó el desempeño de lo que se denominó más tarde Centro Nacional de Cultura Comunitaria. Hoy sus funciones las asume el Consejo Nacional de Casas de Cultura, que tiene como objetivo primordial velar por la correcta aplicación de las indicaciones metodológicas vigentes para el trabajo cultural y por el bienestar espiritual de cada comunidad.

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