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lunes, agosto 20, 2007

Las vecinas de Lezama Lima

Por Isidro Estrada (Cubarte)

Hay ciertas tardes en que Yolanda Pulido, una habanera próxima a la séptima década de vida, encara el espejo con especial donaire. Tras ponerse su mejor combinación, coloca cada cabello cano en su sitio y acicalada a todo dar abandona su casa con prisa de enamorada. A los pocos minutos traspasa el umbral de un vetusto edificio del vecindario, que ostenta el número 162 de la Calle Trocadero. Dentro le saludan varias decenas de vecinas de su misma edad, también ataviadas con sus mejores galas. A los pocos minutos todas cantan y ríen, mientras se asombran de cuánto pueden aprender del mundo, aun a sus años. Un ímpetu adolescente les gana el alma, haciéndoles olvidar achaques, problemas de la vida diaria y el impertinente paso del tiempo. Hay un detalle que ninguna pasa por alto, sin embargo. Por unas horas son inquilinas de la que fuera vivienda de José Lezama Lima, una de las figuras imprescindibles de las letras contemporáneas hispanoamericanas.

Declarada museo en 1994 por el Ministerio de Cultura de Cuba, para preservar el legado del autor de la novela Paradiso, la casa de Lezama Lima (1910-1976), ubicada en el municipio de Centro Habana, acoge por estos días un conjunto de proyectos comunitarios de amplia repercusión social. Los mismos suponen nuevas opciones de vida para quienes residen en los alrededores, estudios superiores incluidos, sin que los beneficiados deban desembolsar ni un centavo del presupuesto familiar.

“Todas nuestras actividades son gratuitas,” me dice regocijada Yolanda, y añade que estas reuniones le han cambiado la vida. “Para bien,” resalta. A seguido se disculpa con un guiño, pues ya debe incorporarse al coro femenino denominado ¨Las Coralinas¨, integrado completamente por mujeres de la tercera edad aficionadas al canto, otro de los proyectos culturales que acoge el museo.

El privilegio de contar años

“El vínculo con la comunidad fue un objetivo fundamental del museo desde su fundación,” confiesa Yamilé Limonta, la muy joven especialista del centro que me atiende. Viendo la abrumadora mayoría de participantes femeninas de la tercera edad, se tendría la impresión de que a ellas se dedica todo el quehacer del museo. La museóloga anfitriona aclara al respecto:

“Tenemos actividades de contenido diverso y para todas las edades.” Admite, empero, que estas damas embellecidas en plena madurez llevan la voz cantante. “Somos sede de una filial de la Universidad del Adulto Mayor, de la que ya se han graduado varias mujeres del grupo y acogemos charlas y conferencias, con ponentes tan disímiles como un médico de la familia o el director de una biblioteca,” indica. En octubre de 2007 comienza un nuevo curso, el cual tendrá una matrícula de 20 a 25 alumnos. En dicho grupo predominarán las mujeres mayores de 60 años.”

De acuerdo con Limonta, la casa museo dispone asimismo de un especialista principal, Israel Díaz, quien ya ha ofrecido charlas sobre museología y patrimonio, como temas incluidos dentro del programa de estudios para el Adulto Mayor. Díaz y la propia Yamilé han asumido asimismo el tratamiento de un asunto candente a escala mundial en estos tiempos: los desafíos del medio ambiente. Tras documentarse previamente, han procurado sensibilizar a su asidua audiencia sobre la seria situación que encara nuestro entorno y los modos de ayudar a evitar un mayor deterioro.

El grueso de las asistentes a estos cursos y actividades son personas jubiladas, si bien no faltan numerosas amas de casa, que han dado con un modo excelente de derrotar la rutina asistiendo a la casa de Lezama.

El paso del tiempo no ha hecho más que reforzar la razón de existir de estos programas para la tercera edad, como bien señala Limonta. De ahí que en la actualidad se haya convertido en encuentro sistemático la tertulia denominada “Eterna Juventud,” que tiene lugar el segundo miércoles de cada mes.

Las propias abuelas se encargan de proponer los temas que se tratarán en estos encuentros. No en balde uno de los más recordados de tiempos recientes fue el de la incidencia del mal de Parkinson. Otras sugerencias han versado sobre las plantas ornamentales, los condimentos alimenticios y las telenovelas, temas este último sobre el cual disertó la escritora Maité Vera, quien, impresionada por la atención y mimos de sus anfitrionas fue más allá del libreto, para adentrarse en el terreno de las confesiones íntimas, compartiendo con el público anécdotas de su propia existencia.

A juicio de la especialista, este tipo de intercambios propicia una intensa relación social entre las respetables damas. “Constituyen una especie de gran familia, cuyos miembros están vinculados por lazos de hermandad y afecto,” destaca Limonta, para agregar de inmediato que “procuramos que el enriquecimiento espiritual sea prioridad para el adulto mayor; que aún a sus años se sientan útiles y se convenzan de que sus conocimientos pueden ser válidos…porque no sólo aprenden ellas; también nosotros. Entre ambas partes existe una amplia retroalimentación,” destaca jubilosa la joven museóloga.

A guisa de ejemplo, Yamilé Limonta cita el encuentro en que las abuelas devinieron conferencistas, al abordar la fiesta del carnaval en La Habana. Sus edades las hacen testigos privilegiadas de los tiempos en que dicha actividad festiva alcanzó su cúspide de lucimiento y esplendor, varias décadas atrás. Tuvieron mucho para contar ese día.

“Y es importante también que se acicalen,” acota. “Sabemos que eso vale mucho para ellas. Por eso siempre las elogio.”

El activismo que hoy rejuvenece al museo Lezama trasciende los ámbitos convencionales, para situarse en el centro de las necesidades humanas más caras, como bien acota la entrevistada.

Muestra de ello es la ayuda sentimental que una de las ancianas recibió tras la pérdida de su esposo de muchos años.

Abriendo ventanas a la vidaA juzgar por todo lo contado y visto, todas estas señoras deben sentir que la institución es parte de su vida. De convencerme se encargó Lisette Moré León, una entusiasta “muchacha” de 73 años, quien tras jubilarse como trabajadora de Cultura en el Gran Teatro de La Habana, ha hecho del museo Lezama una sucursal de su entorno familiar.

“El museo siempre ha sido como mi casa,” espeta sin pensarlo dos veces, cuando apenas ensayo mi primera pregunta.

Lisette ha sido una de las beneficiadas de la Universidad del Adulto Mayor. De la misma egresó tras presentar una tesis sobre mosaicos de papel.

“Esto ha sido como abrir una nueva ventana a la vida,” confiesa sonriente. Y agrega: “A esta edad nuestra es imprescindible contar con este tipo de actividades. Mi familia me apoya. Hasta mis nietos lo hacen. Yo cuidé de ellos antes, ahora ellos me retribuyen estimulándome para que participe. Gracias a eso no he sentido separarme de mi puesto de trabajo.”Lezama del barrioAunque los adultos mayores constituyen el plato fuerte de la institución, la misma siempre procura espacios para otras edades. De tal modo, el museo propone además peñas trovadorescas sabatinas, donde se dan la mano música y poesía, proyección de películas infantiles, el círculo de interés “Amigos del Patrimonio,” otro dedicado al Medio Ambiente y talleres literarios para menores.

Y ya que de literatura se trata, no podemos marcharnos sin antes evocar la voluminosa figura de quien fuera conocido en el vecindario como el “Gordo de Trocadero,” el magnífico Pepe Lezama, y su enjundiosa obra, tema principal de la institución.

En consecuencia, refiere Limonta mientras me muestra el inmueble donde se conservan muchos de los objetos que pertenecieron al erudito intelectual, se procura vincular cada tertulia a Lezama y su obra, a la par que se promueve el conocimiento de lo escrito por él mediante la lectura de capítulos de su novela Paradiso, entre otros textos. “También hemos tratado la vida de Lezama en famila, en ocasión de celebrarse el Día de las Madres, evocando su relación con la hermana y la madre.”

“Al abordar su figura tratamos de mostrar al Lezama humano, como hombre. El Lezama que entablaba conversación con cualquiera en el barrio, en la calle, como cubano de pura cepa que fue –algo que nadie podría discutirle -, sin que por ello dejemos de reconocer al gran escritor.”

Cuentan quienes le conocieron que Lezama se asomaba las veces al patio interior de su casa, donde hoy se reúnen sus entusiastas vecinas, para rogar a los convivientes de aquel entonces que hicieran un poco de silencio, porque el “poeta necesitaba concentrarse.” Cuando amainaba un tanto el barullo circundante, Pepe desplomaba su paquidérmica humanidad sobre un balancín, y a pura mano y con mente encabritada por la inspiración y la sabiduría acumulada, recreaba los parajes más delirantes, aun cuando nunca los hubiera visitado. Hoy, cuando el escritor no está físicamente, sus vecinas rejuvenecidas se sientan a escuchar fragmentos de la barroca prosa lezamiana, leída por algún especialista del museo. Se sienten agradecidas de que el Gordo de Trocadero les acoja en su casa. A cambio, le ofrecen un silencio respetuoso mientras dura la lectura, como queriendo que el viejo Lezama siga creando sin sobresaltos. No importa donde haya ido.

1 comentarios:

Gabriel dijo...

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