La Giraldilla: Esperanza eterna de un amor malogrado
Por Lídice Valenzuela (CMBF)
Una leyenda de amor se teje en torno de la figura femenina que, en la atalaya del Castillo de la Real Fuerza de La Habana, otea el horizonte, ya con los ojos ciegos de cuatro siglos, de tanto avistar el mar que pensó le traería de vuelta a su amado.
La escultura representa a una joven española llamada Isabel de Bobadilla que, hasta nuestros días, constituye el símbolo de la fidelidad conyugal.
Ella vio partir a su esposo, Hernando de Soto, hacia el incierto destino que le esperaba en La Florida, península situada a unas 90 millas al norte de La Habana, de donde partieron las naves de la expedición que jamás lo devolvería con vida.
Española ella, y espiritualmente española La Habana que vio su desvelo ante la irremediable ausencia del conquistador. Años y más años los habaneros la vieron allí en su hogar, que era el Castillo de la Real Fuerza, como si la lluvia y el viento no le impidieran la vigilia que después se convirtió en leyenda y símbolo de la ciudad.
La historia trágica del matrimonio De Soto-Bobadilla comenzó cuando en 1538 Carlos I, el Rey de las Españas, designó Capitán General de Cuba y Adelantado de la Florida al esposo de Isabel, que casi le doblaba la edad. Llegaron a la villa de San Cristóbal de La Habana rodeados por la fama de De Soto, quien ganó la confianza del Soberano por la audacia y valentía demostradas en las expediciones de Castilla del Oro (hoy Panamá) y en las conquistas de Perú y Nicaragua.
Narraciones de la época patentizan que el Adelantado viajó desde el puerto español de San Lúcar acompañado de diez naves y unos mil hombres. Junto a él viajaba su esposa Isabel y luego de dejarla como gobernadora de la Gran Isla emprendió el viaje hacia La Florida para afianzar el poder de España en aquellas tierras, tal como le había solicitado el Soberano.
Se dice que en su aventura por tierras americanas, De Soto creyó en la historia que le contaron los indios sobre una supuesta fuente cuyas aguas le devolverían su juventud. El conquistador recorrió parte del territorio que ahora ocupa Estados Unidos, pues la fuente, le dijeron, se encontraba cerca del rio Missisipi. Cuando retornaba a La Florida pudo más su deseo de probar las milagrosas aguas y rehizo el camino.
Cuando ya estaba próximo al río, una fiebre mortal le quitó la vida. Nunca mas se supo de él, salvo por los documentos de la época. Hacía cinco años que había partido del puerto de la villa cubana.
En el Castillo de la Real Fuerza, erigido por orden de la Corona en 1539 y donde vivía el Gobernador, a muchas millas de distancia, Isabel se resistía a la verdad. Pasó la mayor parte de su joven vida, parada en la torre de vigía buscando una señal en el mar.
Inútil espera. La joven española, cuentan los libros, murió de amor, sin que nunca supiera con certeza el destino final de su amado. La población habanera la admiró por su lealtad y por la seguridad que tenía en lo que solo para ella era posible: el regreso de quien ya no pertenecía al mundo de los vivos.
Años mas tarde, el artista habanero de origen canario Jerónimo Martín Pinzón (1607-1649) se inspiró en Isabel de Bobadilla para esculpir una figura en su homenaje, que fuera colocada a modo de veleta, sobre la torre añadida después al Castillo. El gobernador de La Habana, Juan Bitrián Viamonte mandó a esculpir la obra en bronce y ponerla en el lugar que aún ocupa.
Se trata de la figura de una bella muchacha, de pie, de 110 centímetros de altura, vestida a la usanza del renacimiento español y con la Cruz de Calatrava en una de sus manos, que era la Orden del gobernador, según indica el doctor Manuel Pérez Beatro en su obra Rectificaciones históricas, de 1943.
Bitrián bautizó la escultura como Giraldilla, en honor de la Giralda de Sevilla, su pueblo natal. La Catedral de Sevilla fue construida en los siglos XV y XVI en estilo Gótico sobre los restos de la antigua Mezquita Mayor de la Sevilla árabe. Es el edificio religioso más grande de España y el tercero más grande en extensión del mundo Cristiano.
La Giraldilla original se conserva en el Museo de la Ciudad, pero para los habaneros no hace diferencia. Esta mujer que marca el paso de los vientos, impasible ante el frío, el sol, el aire, los huracanes, continúa fiel, cuatro siglos después, a una promesa de amor.
¿Quién sabe con certeza si aquellos fluidos fantásticos de la fuente que tanto persiguió su esposo no llegaron hasta las costas cubanas para entregarle, a esa bellísima española, la esperanza, que no la juventud, eterna.
2 comentarios:
De casualidad llegué a tu blog...
Tienes un espacio muy interesante.
Quiero enviarte un gran abrazo desde Chile.
Mi sueño es conocer tu cálida isla.
No dejes de visitarme.
Hola Eduardo:
Muchas gracias por tu comentario y por mi visitar mi blog. Ojala puedas venir a Cuba. Siempre serás bienvenido.
Saludos Desde Cuba
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